Evangelio 4° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38)

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

En las puertas de la Navidad, en este cuarto Domingo de la espera, asistimos en silencio a este misterio de amor que se va fraguando poco a poco.

Cuando de amor se trata, a Dios le gusta tomar la delantera. Él es quien da el primer paso para el encuentro y así cuando el hombre cometió la torpeza de pecar, Dios no paró hasta encontrar un camino que enderezase tanto entuerto, y -más difícil todavía- descubrió la manera de hacerlo sin tener que estropear el invento maravilloso que había provocado tanto desastre: la libertad.

Tiene Dios la delicadeza de preguntar a una joven sencilla si quiere ser su Madre. Y en este clima tan maravilloso o -absurdo dirían algunos-, de un dueño pidiendo permiso, de la eternidad dejándose atrapar por el tiempo, de quien todo lo puede llamando a una puerta, de quien lo sabe todo dando explicaciones… se produce el milagro. María da su «si»a algo que tardará en comprender, y que acabará trayendo cola. Y Dios toma carne, y tiempo, y posibilidad de sufrir, y de morir, en el viente purísimo de una muchacha de Galilea.

Y así, empieza la otra mitad de la historia del hombre, la mitad más limpia, más llena de esperanza, se abre para nosotros una reservas insospechadas de caminos de salvación. Dios, con su sabiduría, su poder y su cariño, ha hecho posible lo imposible. Y en los labios, casi apagados ya, de los hombres ha vuelto a encenderse la alegría.
Muy grande es este amor que afina tanto. Muy ciegos tendríamos que estar para no ver esa luz, tan grande, que nos entra por la puerta abierta de María.

¡Gracias María!

Y esta noche a contemplar la ternura De Dios para con nosotros en el Niño-Dios que nace.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 2° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,1-8)

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»» Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

Palabra del Señor

Hoy el profeta Isaías nos viene a alegrar el día con estas palabras puesta en boca de Dios: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”. Qué palabra más hermosa y llena de posibilidades y tan necesaria en estos tiempos, el poder sentir que alguien se te acerca para aliviar tu pena, aligerar tu carga, para hacerse cargo de tu vida… Pues eso es lo que quiere Dios que le digamos a su pueblo, a todo hombre y mujer: Dios no quiere ver el sufrimiento de su pueblo a causa de tanto egoísmo de unos pocos. El “cielo nuevo y la tierra nueva” que Él ha inaugurado debe empezar en esta tierra y que por lo tanto los que creemos en Él deberemos ser levadura con nuestro estilo de vida diferente. Hoy más que nunca necesitamos escuchar la voz de su pregonero Juan en el desierto: “Preparar el camino del Señor, allanadle sus senderos”.

Lo malo es que esa Palabra casi siempre naufraga de mala manera en el mar de nuestra sordera o de nuestra desgana.

Por eso, para que la Palabra de Dios pueda entrar en nuestra pequeña y tortuosa historia hace falta irle preparando caminos. Y eso conlleva un movimiento de tierra, todo un gigantesco esfuerzo de conversión, de reconocer nuestros pecados y sentir la frescura del agua del bautismo que irá cambiando nuestro complicado mundo: las líneas torcidas de la mentira serán sustituidas por el trazado recto de la verdad; la estrechez del egoísmo dará paso a la anchura del amor; las alturas de la soberbia se arrodillarán ante el Señor que viene; y los desvalidos serán levantados del polvo de su humillación. Sigamos caminando “adviento” arriba, enderezando lo torcido, igualando lo escabroso, preparando con nuestras vidas la venida del Señor que viene, que vino y que vendrá.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 1° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Marcos (13,33-37)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»

Palabra del Señor

Sin previo aviso, así de rondón, se nos ha metido otro Adviento más. El Adviento es precisamente eso, es espera y esperanza porque Él volverá. Este tiempo nos recuerda que la esperanza cristiana está depositada en una persona: Jesucristo ¿Y quién lo espera realmente? Pues me temo que candidatos no hay muchos porque es complicado encontrarse con el Señor sí eres de los que a fuerza de no mirar hacia dentro de sí ni de las cosas, te limitas a flotar, a deslizarte por la superficie de la vida sin vivirla. O si eres de los que no piensas en el futuro y el presente ni siquiera lo vives pues solo te mueves en la lógica del usar y tirar, del consumir y disfrutar. No te engañes eso no es vivir, es vegetar, es en definitiva, ir de pasota por la vida.

En cambio para el creyente, el tiempo de adviento es un tiempo para estar más en sintonía con uno mismo, en recogimiento interior para preparar el corazón. ¡Velad! Es el grito de adviento, es decir, estar atentos, no paséis por la vida como el pasota, de puntillas. ¡Velad! suena a reconstruir la esperanza, a preparar la “casa” para cuando el Señor vuelva. Que la lumbre esté encendida y puesta la mesa. Que no haya malas caras ni zancadillas al que destaca, ni codazos para abrirse paso, ni grandullones abusando de los peques, ni ruido de contiendas, ni silencios de miedo. ¡Velad! para que cada uno esté en su puesto, con las lámparas encendidas, atento a lo que realmente cuenta, porque al final vendrá el Señor a pedirnos cuentas sobre los dones que no confió.

Que este tiempo de adviento, crezcas hacia dentro, en profundidad, crezca hacia lo alto, en esperanza y crezca hacia los demás en misericordia. Para que la luz de la Navidad te inunde y transforme tu vida, necesitas vivir este tiempo de adviento de puertas para adentro. ¿Serás capaz de arrancarle a nuestros días, a la dictadura del tiempo, tiempo para ti y para Dios?

¡Feliz Domingo de Adviento!

Evangelio 4° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,18-24)

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.
Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros».»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Palabra del Señor


En la vida de los hombres, por desgracia, una palabra dada cada vez vale menos. Por eso, da gusto asomarse a un mundo en el que una palabra dada tienen fuerza de ley. Un mundo en el que, por obra y gracia del amor, la palabra vale más que montañas de documentos. En el que uno ama tanto al otro, que está seguro de que nunca va a ser engañado. Éste es, precisamente, el estilo, el sello de toda la obra de Dios.

El trozo de evangelio de este último domingo de adviento nos muestra hasta qué punto Dios se fía del hombre y hasta qué punto hay hombres y mujeres que se fían de Dios.
María se fía de Dios : por eso le da su “si” a todo un plan que no acaba de comprender, y que traerá cola. Está segura de que Dios la ama, y no duda en dar su palabra. Se pone en sus manos, para lo que Él vaya queriendo.

José se fía de María: tan seguro está José de que María es incapaz de traicionarlo, que cierra sus ojos a las apariencias, y sus oídos a lo que le dice la ley. Es verdad que no comprende lo que está sucediendo.¿Que hacer? Desde luego, fiarse de ella. Por lo tanto, pasar a un segundo nivel, y quedarse aguardando, confiando.

Pues a las puertas del misterio de la Navidad qué mejor don y regalo que seguir apostando por la confianza: confiar a pesar de los palos que nos da la vida, de los problemas, de las tradiciones, de los desengaños… Confiar en la vida, confiar en uno mismo, confiar en los demás, confiar en Dios.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 3° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,2-11)

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.» Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

Palabra del Señor

Nadie jamás podía imaginarse un Dios como el nuestro, tan desconcertante. Un Dios que junto a su omnipotencia coloca su infinita misericordia y su amor de Padre.

Este Dios despista incluso a Juan el bautista y sin embargo, así es Dios. El escándalo de Jesús es precisamente el haberse declarado hijo de Dios y, al mismo tiempo, haberse sentado a la mesa con los pecadores. Por eso, Jesús llamará dichoso al que no se escandalice de Él, al que sepa descubrir la novedad que trae el Evangelio, y sepa leer la Palabra a fondo; a ése Jesús lo llamará bienaventurado, dichoso por creer que en él se cumple todas las promesas, que en él «la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan».

Bienaventurado Juan el Bautista, el mayor de los profetas, que con su vida y su palabra nos ha preparado el camino por donde llegará el Señor.
Que tu luz, Señor, nos ayude a contemplar los signos de la nueva humanidad que está creando ya ahora en nuestro mundo: la lluvia evoca la justicia, el Rocío la esperanza y el arco iris la paz ¡No hizo Dios la tierra para que fuera un desierto!

Evangelio Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (1.26-38)

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

La fiesta de la Inmaculada nos ayuda a ponernos en pie de guerra contra la vieja servidumbre del pecado. Al contemplar hoy a Maria Inmaculada, la llena de gracia, algo dentro de nosotros se levanta, se pone en pie de guerra y nos empuja a pasar del pasotismo a la rebeldía; a despegar de tanto barro y, libres por fin, volar.

Por eso, Dios comienza a preparar la que será su madre. Ahí acontece ya la primera victoria, que nos empieza a borrar el mal sabor de aquella primera caída de la primera mujer. Es el momento en que María, dentro de su madre, es concebida llena de la gracia del Señor, sin mancha de pecado: INMACULADA.

Un misterio que el beato Duns Escoto y la tradición franciscana partiendo del amor indecible de San Francisco a la Virgen, que la quiso como patrona de la Orden, siempre entendió asi: “Potuit, decuit, ergo fecit“ (Podía Dios hacerlo, convenía hacerlo luego lo hizo)

¡Feliz día!

¡Felicidades a las Inmaculadas!

Evangelio 2° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Mateo (3,1-12)

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»»
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizará, les dijo: «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: «Abrahán es nuestro padre», pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»

Palabra del Señor

Dios en su afán por llegar al hombre en este segundo domingo de adviento se sube a unos pies y se asoma a una garganta, a la de Juan el Bautista. Lo malo es que esa Palabra casi siempre naufraga de mala manera en el mar de nuestra sordera o de nuestra desgana.

Por eso, para que la Palabra de Dios pueda entrar en nuestra pequeña y tortuosa historia hace falta irle preparando caminos. Porque no podemos dejar rincones de nuestra geografía que no sean iluminados por su luz, enriquecidos por su vida: «Dios ha mandado bajarse a todos los montes elevados… ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo». Todo un movimiento de tierra, todo un gigantesco esfuerzo que irá cambiando nuestro complicado mundo: las líneas torcidas de la mentira serán sustituidas por el trazado recto de la verdad; la estrechez del egoísmo dará paso a la anchura del amor; las alturas de la soberbia se arrodillarán ante el Señor que viene; y los desvalidos serán levantados del polvo de su humillación. Sí, hace falta cambiar muchas cosas, para que el invento revolucionario de Dios pueda hacerse realidad. Para que su salvación llegue y sane -desde dentro- el tejido canceroso de la trama humana. ¿Qué «montes» tienes que allanar en tu vida y qué «valles» nivelar para poder acoger a Dios que viene?

¡Feliz Domingo!

Evangelio 1° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según San Mateo.( 24,37-44)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor

La espera del Mesías ha sido larga. Que se lo digan al pueblo de Israel, a los profetas, centinelas de la noche, que han ido alertando y orientando al pueblo de Dios a lo largo de los siglos. Pero es fácil cansarse, es fácil dejar que la rutina gobierne nuestro corazón.

Por eso este tiempo que iniciamos los cristianos, el tiempo de Adviento, es el tiempo para espabilarnos, si, para darnos cuenta del momento tan maravilloso que estamos viviendo: tiempo de gracia y de esperanza.
No podemos dejar que la noche nos domine, sino tenemos que avivar la certeza del día que se avecina y no hacer como aquellos contemporáneos de Noé, que seguían comiendo y bebiendo sin percibir que estaba cerca el diluvio.
Hay que abrir bien los ojos, saber presentir la cercanía del Señor que llega de un momento a otro: “Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.

Nosotros no somos hijos de la noche, sólo pendiente de lo nuestro, defendiendo a dentelladas nuestro pobre pedazo de alegría, o de paz, o de verdad. El vivir egoísta de quien se cree dueño y señor. Todo eso no nos va, porque nosotros no somos hijos de la noche: “Dejemos las obras de las tinieblas, pertrechémonos con las armas de la luz” Somos hijos del día. Hay, pues, que ir ensayando, aprendiendo a caminar, desde ahora, “como en pleno día, con dignidad”
Copiando el estilo de ese Hijo del hombre que va a llegar, que ya vino: “Vestíos del Señor Jesucristo”. Pero un vestirse por dentro, hasta lo hondo del alma.

¡Feliz Adviento!

Evangelio 4° Domingo de Adviento

Lectura del santo Evangelio según San Lucas (1,39-45):

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Palabra de Dios

DE VISITAS Y ENCUENTROS

En cada encuentro se esconde un regalo inesperado. El que desconfía, no ve, no conoce, no comprende, no se asombra, no se admira. El que confía, descubre lo que está escondido a primera vista: lo bueno, lo bello, lo que construye y merece la pena. Sólo lo ve quien ama y confía. (A García Rubio)

Si tenemos en cuenta los relatos de los «orígenes de Jesús», tal como nos los describen Mateo y Lucas, podemos darnos cuenta de que la Buena Noticia de la Salvación comenzó con una colección de encuentros.

En primer lugar el Dios Creador se acerca a una criatura, una mujer, para dialogar con ella, para contar con ella… y ella le responde con aquella misma Palabra de Dios con la que Él comenzó el mundo: «hágase». Y en su seno se hizo la vida.

Otro encuentro tuvo como protagonista al justo José, en este caso por medio de un sueño. Aquí no hubo palabras, pero sí actitudes y hechos. Ese encuentro lo hizo «padre» de Jesús, esposo de María, miembro y protector de una Sagrada Familia.

Fue un encuentro gozoso el del Niño de Belén con aquel grupo de pastores que recibió la alegre noticia: «os ha nacido un Salvador», precisamente a vosotros, gente de las «periferias» de Belén. Y ellos se llenaron de alegría y fueron al portal.

Más adelante tendría lugar el encuentro de aquellos Magos extranjeros llegados de lejos, con intención de doblar sus rodillas, acoger y adorar al Niño y entregarle sus mejores ofrendas.

Y también el encuentro que hoy nos ocupa: dos mujeres que se encuentran, por iniciativa de una de ellas. El Antiguo Testamento (Isabel y Juan), que había estado preparando el camino al Señor se alegra de la visita de la madre de mi Señor (Nuevo Testamento) y se «saludan» ellas y las criaturas todavía por nacer. Lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá. Y efectivamente, el Señor está contigo y será para siempre el Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo.

Lo primero que se le ocurrió a María después del encuentro con el Ángel del Señor, al recibir la noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, fue ir a acompañarla, teniendo en cuenta, además, que ya era de edad avanzada, y por lo tanto es casi seguro que no pudiera contar con la asistencia de la «abuela» del bebé que iba a nacer, como solía ocurrir en las familias de aquel entonces. De esta forma, la que acaba de ser visitada por Dios y se ha mostrado a sí misma como servidora (sierva) del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente del que pueden estar más necesitado.

María debió recorrer unos ciento cincuenta kilómetros desde Nazareth, en Galilea, al norte de Israel, hasta una pequeña población de Judea llamada Aim-Karem, situada en la montaña, a unos tres kilómetros de Jerusalem. El recorrido solía durar cuatro o cinco días, empleando el medio de transporte más común de aquella época entre los pobres, que era el asno, pues el camello y el caballo eran para los más pudientes. Hay que tener en cuenta que aquellos caminos eran escarpados y más bien peligrosos, pues abundaban los ladrones. Y María estaba embarazada nada menos que del Hijo Dios. Habría sido más que razonable que se quedara recogida en casa, orando, o haciendo sus tareas de siempre. Pero no. Ella pensó, antes que en sí misma, en la necesidad de su pariente Isabel. Y allá que fue.

Así pues LA PRIMERA CONSECUENCIA de la encarnación del Hijo de Dios fue UN ENCUENTRO, una visita, unos abrazos y una alegría profunda. Tener a Dios con nosotros supone salir de uno mismo hacia las necesidades de los otros.

Y precisamente las cercanas fiestas de la Natividad las celebramos con múltiples encuentros, aunque no todos sean con la misma profundidad y trascendencia como los que acabamos de comentar. Y más en estos momentos que parece que los echamos más de menos y los necesitamos más que nunca (aunque haya que tener todos los cuidados sanitarios posibles y recomendados). ¿Cómo podríamos hacer que esos encuentros merecieran más la pena, y «cambiaran» algo en nosotros?

Lo primero antes de cualquier encuentro es ilusionarse, desearlo sinceramente. Prepararse. Si uno acude a regañadientes, forzado, pensando que no le apetece nada verse con… no es nada probable que la cosa resulte bien. El encuentro en sí mismo es UN REGALO. Me encanta la reacción de Isabel ante la visita: ¿Quién soy yo para que me visite…? Se siente halagada y bendecida por aquella mujer que le viene en el nombre del Señor. ¿Quién soy yo para que me visite… o para ir de visita a casa de…? Me duele pensar que no pocos en estos días no tendrán realmente con quién encontrarse.

Las personas necesitamos encontrarnos con calma y con gozo. Hay demasiadas prisas que hacen nuestros encuentros cotidianos mas bien «roces» superficiales. No intercambiamos nada, no dejamos en el otro nada de nosotros mismos. Más bien «nos cruzamos».

Es estupendo que la llegada del Mesías propicie e invite a encontrarnos. Dice una de las oraciones litúrgicas: El mismo Señor que se nos mostrará aquel día lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos. (Prefacio III Adviento). Recibir, acoger, encontrarse con el otro es un signo de la fe. María es buen ejemplo.

Lo segundo sería revisar lo que llevamos por dentro. Porque eso será lo que transmitamos y contagiemos, incluso aunque no abriéramos la boca. Podemos transmitir paz, serenidad, interés por escuchar y comprender, alegría, confianza, sinceridad, perdón… Otras cosas (¿hace falta enumerarlas?)… pues mejor dejarlas en algún cajón.

María se pone en marcha «portadora» de buenas noticias. Se siente profundamente gozosa, claro. Sin embargo, no le sobran inquietudes e incertidumbres. Y precisamente eso es lo que quiere compartir con su prima. Lo que llevamos dentro, lo que vivimos, lo que esperamos, lo que soñamos, lo que sufrimos… esos son los mejores temas para hablar. Lo más nuestro, lo más personal: nuestra vida. Aunque es cierto y normal que no con todos lo haremos del mismo modo.

Por eso – y sería lo tercero- sin acaparar la atención y la conversación. El narcisismo tan propio de estos tiempos, y tan excesivo, nos hace creernos el centro del universo y que los demás giran a nuestro alrededor. Es necesario esforzamos por ponernos en el lugar del otro,«escucharlo» sinceramente. No es adecuado escuchar preparando mi contestación, o mi consejo o mi reproche… Se trata más bien de hacerme cargo del punto de vista y la situación personal y afectiva del otro. Puedo no estar de acuerdo, claro, pero seguramente lo más adecuado sea reposarlo, pensarlo y buscar mejor ocasión para expresarlo… o incluso dejarlo estar.

María estaba más pendiente de lo que pudiera necesitar su prima, que de sí misma. Estupenda actitud para el encuentro verdadero: el otro es lo más importante. Que se sienta a gusto conmigo, que le eche una mano si fuera lo posible. Que se sienta acompañado y comprendido. Tengo que ser portador de alegría, de paz, serenidad, de cercanía, de amor… Y si no me salen espontáneamente de dentro… puedo pedirlos al Señor que va conmigo… En todo caso SIEMPRE HAY algo de bondad en mí y cosas buenas que ofrecer. Esas… son las que tengo que llevar a mano, en el bolsillo.

Para terminar, recojo unas palabras escritas por el Papa Francisco:

«El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus necesidades, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura».

También eso: no estaría nada mal podernos dar algún abrazo sincero de reconciliación. Así la Navidad sería más Navidad. Que yo sea el mejor regalo que puedo llevar hasta los otros. Mi presencia llena del Dios que me habita, me fortalece y me ayuda a salir de mí mismo y ser «para el otro, para los otros». Como María, la Visitadora y servidora de aquella otra bendita mujer.

Evangelio 3° Domingo de Adviento. Domingo de Gaudete

Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,10-18):

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
«¿Entonces, qué debemos hacer?»
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?»
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

Palabra del Señor

UNA AUTÉNTICA ALEGRÍA

Llevamos ya varias semanas escuchando esas voces de sirena que nos llaman a preparar «estas fiestas». Y parece también que por todas partes se nos invita y casi se nos «obliga» a la alegría: las luces de colores, los papeles de regalo, los especiales de la prensa con «mil ideas para preparar la Navidad (lugares donde ir, menús que den poco trabajo, regalos para los que no saben qué regalar, moda, juguetes), artículos de broma y los «divertidos» disfraces, las cenas de empresa, las múltiples comidas, las artificiales carcajadas de Papá Noel, los villancicos (cada vez más a menudo en inglés…), la alegría del Gordo… ¡Alegría, alegría!

Sin embargo, no es raro escuchar a quienes hablan de que éstos son para ellos los días más tristes del año: la salud ya no les responde, la soledad se nota más, la ausencia de personas queridas que ya no están, las tensiones familiares que afloran, la invasión de anuncios que te invitan a gastar lo que no está al alcance de tu bolsillo, los recuerdos y nostalgias… Además de que no podemos ignorar que las circunstancias de nuestro mundo no están como para lanzar serpentinas y confetis…

Pues la Iglesia, especialmente en este tercer domingo de Adviento, nos hace una invitación a la alegría. Pero se trata de una alegría distinta, profunda, que puede ser incluso silenciosa. De sobra sabemos que por mucha comida y mucho champán que tomemos, no conseguimos la auténtica alegría. Por muchos regalos que nos hagamos, por mucho papel de colores, muchos belenes y árboles iluminados que pongamos por todas partes… hay que reconocer que a menudo nos está faltando la ALEGRÍA con mayúsculas.

El poco conocido profeta de la primera lectura, de extraño nombre, (Sofonías = «Dios protege») nos ha invitado a la alegría, dándonos varias razones. A saber:

Lo primero es que EL SEÑOR HA CANCELADO TU CONDENA, Dios te ha perdonado definitivamente tus culpas y penas. Porque sí. Desde la raíz.

De sobra sabemos que, aunque no somos mala gente, estamos bastante lejos de vivir como auténticos discípulos de Jesús; estamos lejos de que otros hombres puedan leer el Evangelio en nuestras vidas. De sobra sabemos que nos falta complicarnos mucho más la vida en los asuntos del amor y la justicia, y el cuidado de la creación. En esto nunca hacemos bastante, siempre podemos más y mejor.

Dios nos está colmando continuamente de regalos, de oportunidades, de capacidades… Y más de una ni siquiera la hemos desempaquetado. En la lista de «deudas» con Dios siempre andamos en números rojos. La cercanía de Dios conlleva el ofrecimiento de una paz profunda y a nuestro alcance: nos permite sentirnos profundamente reconciliados, con una nueva oportunidad de ser mejores y vivir más desde Dios y para los otros. Los ángeles de nochebuena nos anuncian la Paz a los hombres que ama el Señor. Y el Niño será llamado «Príncipe de la Paz». El Adviento es una ocasión estupenda para que saborees esas palabras del profeta, dirigidas expresamente para ti ¡EL SEÑOR HA CANCELADO TU CONDENA!, que por el ministerio de la Iglesia te conceda el perdón y la paz. Ponte a tiro.

En segundo lugar: EL SEÑOR HA EXPULSADO A TUS ENEMIGOS.

Tantas veces te han disparado directo al corazón y han hecho diana, y te has sentido sangrar. Te han hecho «pupa»… Tantas veces has tenido que agachar la cabeza ante otros más fuertes que te imponían sus ideas, sus criterios, sus costumbres, sus soluciones. ¡Tantas veces te has tenido que refugiar en «el bosque» para ponerte a resguardo! Enemigos de fuera… ¡pero también de dentro!, que son incluso peores, porque es bien difícil huir de ellos, y a menudo te sorprenden con la guardia baja. Esas seducciones, vicios, apegos, complejos, manías y miedos, tentaciones… Pues el Señor los vence, los «expulsa» de ti, los aleja… aunque a ti te toca poner de tu parte, claro. Es la alegría de verse liberado.

En tercer lugar. EL SEÑOR SERÁ REY EN MEDIO DE TI. Él puede tomar posesión de ti. No hay ninguna zona oscura de tu vida, de tu corazón, de tu historia, a donde no pueda llegar Él para salvarte. Allí entra él con toda tu fuerza. Es cuestión de hacer silencio, quitar candados y pestillos, y dejarle que vaya pasando en tu oración, en tu Eucaristía… hasta el centro de tu Castillo Interior, a cada rincón, y acomodándolo todo a su gusto. La alegría de tener siempre contigo al Rey Huésped.

Y tal vez la más sorprendente: EL SE GOZA Y SE COMPLACE EN TI, TE AMA Y SE ALEGRA CON JÚBILO. Esta es la razón principal de la alegría y de la fiesta. Dios está enamorado apasionadamente de ti. Se ha fijado concretamente en ti para ofrecerte todo su cariño. Te lleva observando desde siempre, hagas lo que hagas, con un cariño impresionante. No te lo mereces, claro. Te pondrás mil máscaras, te esconderás detrás del activismo y tus ocupaciones y superficialidades, te salpicarás de barro. ¡Es igual, no le importa! Te olvidarás de Él, pero como buen enamorado, Él seguirá buscándote y esperándote. Nos cuesta creerlo, siempre nos vemos poco dignos de que entre en nuestra casa. Pero realmente le importamos, tanto que es capaz de vencer a la mismísima muerte, para poder estar siempre con nosotros. Y cuando uno sabe que alguien le ama de esa manera… se llena de sorpresa y de alegría… ¿no?

En resumen: EL SEÑOR ESTÁ CERCA. Está cerca en Navidad y en cada Eucaristía, hablándote y poniendo en común contigo todo lo que es y puede y le dejes. Está cerca en el hermano y en la comunidad cristiana. Está cerca: en el pobre y en el que sufre. Está tan cerca de ti como tu propio corazón: precisamente ahí. Y entonces se esfuman los temores: su victoria ante cualquier tropiezo, fracaso, dificultad ¡es la nuestra! Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Nada ni nadie os preocupe; sino que, en toda ocasión, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Tendremos problemas, es obvio, pero los enfrentaremos de otra manera: con esperanza, con serenidad, con equilibrio, con fortaleza. «Y la Paz protegerá y cuidará de nuestros pensamientos y corazones en Cristo Jesús».

Necesitamos esta alegría: es más sencilla, dura más, no cuesta dinero y merece la pena. Cuando esta alegría nos envuelve, podemos planteamos vivir una Navidad de otra manera. Y entonces, ¿qué hacemos?, podríamos preguntarle al Bautista, o al Evangelio. ¿Cómo vivir una Navidad alegre, distinta?

– ¿Por qué no recuperamos a los verdaderos Reyes Magos, que llevaron sus mejores regalos a una familia pobre de Belén, en vez de atiborrarnos de objetos innecesarios y carísimos?

– ¿Por qué no leemos todos los días, junto al Belén, solos, aunque mejor en familia, unas palabras del Evangelio, y hacemos una sencilla oración?

– ¿Por qué no pensamos a quién podríamos dar una gran alegría, una sorpresa con una visita, una llamada, una invitación a cenar o tomar algo con nosotros?

– ¿Por qué no nos repasamos o aprendemos, con los más pequeños, los villancicos de siempre, y dejamos a un lado tantas cancioncillas insulsas y vacías, que ni huelen a Navidad ni a nada?

– ¿Por qué no, en vez de comprar alimentos carísimos para la Nochebuena y Navidad, preparamos algo todos juntos, aunque sea sencillo? La Navidad es la ocasión en que más comida se tira a la basura.

– ¿Por qué no, en vez de hacer limpieza de ropa y juguetes en casa «para los pobres», compramos algo nuevo, en condiciones, para los que nunca tienen casi nada?

– ¿Por qué no preparamos una buena bendición de la mesa para el día de Nochebuena/Navidad?

– ¿Por qué no damos a Cáritas (o donde mejor te parezca) un porcentaje del dinero que vamos a gastar y hasta derrochar estos días?

– ¿Por qué no nos acercamos a «cancelar» esa deuda que tenemos con Dios, celebrando el sacramento del Perdón?

– ¿Por qué no nos sentamos en familia a hablar de cosas importantes: Qué tal le va a cada uno, qué le preocupa de veras, qué necesita de verdad?

Mejor no digo más porque las Navidades son las fiestas de la fantasía. La fantasía de Dios le llevó hasta un Portal en Belén. A ver a dónde nos lleva a cada uno de nosotros la nuestra. Ahí dejo la pregunta del Bautista para que cada cual se la responda: Entonces, ¿qué hacemos?