Comunicado ante la situación actual

En estos difíciles momentos por los que esta atravesando la Residencia de Jesús Nazareno y la Comunidad Hospitalaria Franciscana de Jesús Nazareno, la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina quiere mostrar todo su apoyo y cariño a nuestras Hermanas Hospitalarias, residentes y todo el personal que trabaja en sus instalaciones.

Rogamos a Nuestros Sagrados Titulares que los protejan y los cuiden en esta delicada situación.

Evangelio 29° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,15-21):

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»
Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»

Palabra del Señor

¿QUÉ SIGNIFICA HOY DAR A DIOS LO QUE ES DE DIOS?

Lo del César y lo de Dios. Lo de Dios y lo del César. A Jesús le quieren tentar los fariseos y herodianos para que tome partido por una de las dos opciones. Es una pregunta trampa: si optara por el César… llevaría la contraria a la Ley de Dios, pues Dios está por encima de todas las cosas, de todos los reyes, de todos los poderes. Es el mandamiento principal… y no estaría conforme con la fe judía. Si opta por Dios… es denunciable al césar, porque nadie puede anteponerse a él. Los fariseos estarían esperando la primera opción, pues son totalmente contrarios al sometimiento a Roma del pueblo judío. Los herodianos, en cambio, no consentirían que alguien se oponga a la autoridad del César… y lo denunciarían. La respuesta que Jesús les ha dado se ha prestado a múltiples interpretaciones, actualizaciones y aplicaciones… procurando cada cual arrimar el ascua a su sardina. Y la separación y distinción y mutua implicación entre política y religión, entre Estado e Iglesia no termina de estar suficientemente clara en muchos ámbitos.

Si damos la palabra a los Santos Padres, por ejemplo a san Hilario y Lorenzo de Brindisi:

  • Conviene por lo tanto que nosotros paguemos a Dios lo que le debemos, esto es, el cuerpo, el alma y la voluntad. La moneda del César está hecha en el oro, en donde se encuentra grabada su imagen; la moneda de Dios es el hombre, en quien se encuentra figurada la imagen de Dios; por lo tanto dad vuestras riquezas al César y guardad la conciencia de vuestra inocencia para Dios».
  • «Hay que pagar al César la moneda que lleva su efigie y la inscripción del César, a Dios lo que ha sido sellado con el sello de su imagen y semejanza… Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26). Eres hombre, ¡oh cristiano! Eres la moneda del tesoro divino, una moneda que lleva el sello y la inscripción del emperador divino. Por tanto, pregunto con Cristo: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?» Tú respondes: «De Dios.» Yo te respondo: ¿Por qué, entonces, no das a Dios lo que es suyo?»». Quiere decirse, entonces, que el hombre, todo hombre, merece un respeto que ningún «emperador», partido político, ideología, interés económico, religioso, nacionalista o cualquier otro, pueden pretender ignorar o suprimir. Y que es nuestra tarea como seres humanos y como seguidores de Jesús… defender y proteger esa «moneda» que solo pertenece a Dios y de la que nada ni nadie se puede apropiar: el ser humano, todo ser humano.

No dar a Dios lo que es de Dios (por poner unos pocos ejemplos) significa y supone:

  • Que muchos jóvenes, inmigrantes y personas mayores de 45 años tengan que asumir contratos abusivos y horarios agobiantes, para poder llevar algo de dinero a casa.
  • Que cuando los poderosos de la tierra se reúnen a organizar la economía mundial, tengan como criterio prácticamente exclusivo el beneficio económico de los países más ricos
  • Que cuando los organismos internacionales (incluida la Iglesia) hablan del hambre en el mundo, la destrucción de la naturaleza, y el creciente abismo entre ricos y pobres… no seamos capaces de tomar decisiones y empezar a renunciar a parte de nuestra comodidad y lujos, y cambiar estilos de vida.
  • Que llevemos un estilo de vida tan acelerado, con la agenda atiborrada, y nos falte tiempo para estar con la familia, comer juntos, tener una conversación tranquila… o encontrar tiempos y espacios de silencio para la oración y la meditación, la lectura reflexiva. Aunque sí encontramos «tiempo» para estar enganchados a las redes sociales, ir al cine, ver la televisión, o dejar pasar las horas de manera inconsciente y con poco sentido.
  • Que sigamos empeñados en meter en la cabeza de los jóvenes la importancia de estudiar y conseguir un buen puesto de trabajo, ser los primeros a toda costa… aunque luego sean unos egoístas, insolidarios, exigentes, comodones y señoritos. Los «valores» y el cultivo de lo que nos hace personas (la vida interior) están de capa caída, aunque seguramente harían esta sociedad mucho más humana.
  • Que ir a comprar no sea ya consecuencia de la necesidad de adquirir un producto determinado o necesario, sino una costumbre y un placer: «a ver qué encontramos». Luego nos vamos llenandoos de chismes inservibles y de cosas que realmente no necesitamos, y que no sabemos dónde poner, y acabamos buscando a quién dárselas porque ya no están de moda, no es «lo último», ocupa sitio…
  • Al césar tenemos que pagarle el tributo de tener un determinado aspecto físico -como sea, incluso llegando a enfermar -, invertir dinero en ropa no para vestir, sino para presumir y dar buena imagen; acudir a ciertos lugares de moda, ver tales películas, tener ciertos discos-libros-programas de ordenador, ver ciertos partidos de fútbol… mientras procuramos no ver a quienes ni agua tienen para lavarse…
  • Que las relaciones personales, en lugar de ser de verdadera amistad, se conviertan en «relaciones sociales» donde los favores se apuntan y se cobran… pero donde hay escasa confianza, libertad, gratuidad, confidencia…
  • Que la atención sanitaria y la futura vacuna excluya a los que no tienen recursos, a los que son muy mayores para ocupar una cama de hospital…
  • Que la fe se quiera arrinconar en el ámbito privado, o se ridiculice, o se convierta en acontecimiento turístico o folklórico, y que no repercuta ni afecte a la cultura, a las opciones políticas, al arte, a la educación… porque estas cosas son todas del «cesar» y Dios no tiene nada que decir.
  • Que además de las desastrosas consecuencias que está teniendo el coronavirus, y que se hagan (menos mal) tantos esfuerzos por encontrar una solución, nos «olvidemos» de que en 2018 enfermaron de tuberculosis 10 millones de personas, de las cuales 1,5 millones fallecieron a causa de la enfermedad. O que el número de personas que sufren hambre en el mundo llegó a 690 millones en 2019, unos diez millones más que en 2018. En América Latina y el Caribe, esa cifra alcanzó los 47,7 millones, hilvanando así cinco años consecutivos de aumento de ese lastre en la región.

¿Y QUÉ SERÁ, ENTONCES, DAR A DIOS LO QUE ES DE DIOS?

Pues lo de Dios es la felicidad del hombre. De toda persona: da igual su edad, sexo, condición social o económica, etnia…

Pueden usarse otros sinónimos: salvación, conversión, comunión, fraternidad universal (hay un solo Dios y padre de todos, por tanto Tutti Fratelli). Lo de Dios, tal como lo leemos en toda la escritura, es lo que huela a justicia, paz, compartir, curar, liberar de esclavitudes, madurar y profundizar en nosotros mismos y en nuestras relaciones, dar sentido a las pequeñas cosas de cada día, y también a las decisiones importantes… Dar a Dios lo que es de Dios es impedir que cualquier «hombre» o institución se tome atribuciones que no le corresponden para lograr sus propios beneficios en contra del ser humano, y en especial, de los colectivos más frágiles. Y, desde luego, no servirse del nombre de Dios (2 mandamiento) para «justificar» lo que es incompatible con Él. Esta es la tarea de todo ser humano, pero especialmente es la tarea de los que «son de Dios», de cualquier creyente que sabe cuál es el interés máximo del Dios de Jesús, y el modelo de vida que presentó Jesús, que es la Imagen de Dios por excelencia a la que intentamos parecernos. Hoy hace falta que todos los bautizados nos hagamos mucho más conscientes de que «dar a Dios lo que es de Dios» es el primero de los 10 mandamientos. Mientras no reconozcamos y adoremos el rostro de Dios no en un euro o un dólar, sino en el rostro de los más pobres de la tierra, no estaremos siendo fieles a nuestra fe. Es lo que Jesús nos ha pedido hoy: «Dad a Dios lo que es de Dios». Menos mal que a veces los «Ciros» de turno (primera lectura), aún no siendo conocedores de Dios, hacen mucho en su favor, sin saberlo. Bienvenido sea.

Festividad de la Virgen del Pilar

Hoy la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina, como está preceptuado en nuestros Estutos Cofrades, celebra la festividad de Nuestra Señora del Pilar.

Debido a la situación de emergencia sanitaria que vivimos y por mantener la seguridad y la salud de los residentes de nuestra Residencia y de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno no podremos celebrarla con toda la comunidad hospitalaria reunida en nuestra Iglesia y en nuestra Residencia.

No obstante desde la Vocalia de Formación, no queremos dejar pasar la oportunidad de reflexionar sobre esta importante festividad para nuestra Cofradía.

La devoción a la Virgen del Pilar es una de las más conocidas y difundidas a lo largo de toda la geografía española. En Córdoba, existe una interesante representación de la imagen que se venera en Zaragoza, y que suele pasar desapercibida para el gran público, pero no para los hermanos de nuestra Cofradía.
Se trata de una pequeña talla, atribuida al escultor granadino Pedro de Mena o su círculo, y que se venera en la capilla de Jesús Nazareno.
Según, nuestro hermano Fermín Pérez, la imagen llegó hasta la hermandad del Nazareno en los años 80 del siglo XVII, fruto de la donación de un marqués. La Virgen, en un corto espacio de tiempo, tuvo una acogida devocional muy grande, llegándose a realizar un retablo en su honor. Este retablo, una obra elaborada en yeso y que ya no se conserva, fue donado por el corregidor Ronquillo Briceño, muy unido por aquel entonces al Padre Cristóbal de Santa Catalina.
Tanta fue la devoción que atesoró la imagen, que la corporación instituyó una novena en su honor. Era el único culto mariano interno que se hacía en la cofradía, llegándose a realizar hasta mediados del paso siglo XX. La obra, una Virgen de tamaño académico, está enmarcada dentro de la estética de la escuela de Mena. Actualmente la imagen se conserva en un antiguo retablo dedicado a San José, desde la remodelación de la iglesia en la segunda mitad del siglo XIX. Dicho retablo, de una bella factura, está atribuido al retablista cordobés Marcos Sánchez de Rueda, de principios del siglo XVIII. Asimismo, su antiguo retablo desapareció, ya que los hermanos de aquel momento lo consideraron de «un escaso valor artístico».

Desde los años 80, la Virgen del Pilar ha presidido el Rosario de la Aurora, que nuestra Cofradía organizaba, hasta hace seis años, que la Cofradía decidió que la imagen mariana que realizara el rezo del Santo Rosario por las calles de la feligresía fuera María Stma. Nazarena.
Logicamente, el culto no ha cesado. La Cofradía desde entonces, viene celebrando una Eucaristía en honor a la Virgen del Pilar, en el día de su onomástica, como marcan sus estatutos y además un dia de convivencia con los ancianos de nuestra Residencia. Actos que este año no podrán celebrarse.

Hoy en la festividad de Ntra Sra del Pilar, Lucas nos habla a través de su Evangelio.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,27-28):

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»
Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.»

Palabra del Señor.

Queridos hermanos:

En esta fiesta de Nuestra Señora del Pilar, en la que homenajeamos a la Madre de Jesús, la liturgia nos regala este texto evangélico en el que Jesús homenajea a su madre dando relieve al vínculo de la fe frente al vínculo de la carne y la sangre. Y es que ésta idea racial había sido para Israel una permanente raíz de malentendidos. Se vinculaba tanto la salvación con el hecho de pertenecer al pueblo elegido, que se caía en un nacionalismo religioso excluyente. Jesús anuncia un Dios para todos, sin exclusiones, al que se llega desde la fe, no reivindicando el «pedigree» religioso. El evangelio de Juan -en especial el episodio de la samaritana-, es prototípico al respecto.

Nosotros también podemos caer en ese riesgo. «Al cielo iremos los de siempre», decía una chiste del humorista Mingote, ironizando sobre esa actitud del creyente tradicional que se fía más de la herencia recibida y las costumbres adquiridas que de la auténtica respuesta personal.

Dios no es una ‘póliza de seguros’ que se pueda conseguir a cambio de cumplir ciertos ritos o mantener ciertas conductas. Quien se acerca a Dios así corre el riesgo de manipular hasta lo más sagrado en beneficio propio. Y puede ser que tenga todos los papeles en regla, pero lo más probable es que Dios le diga: «No te conozco». Pues lo que son medios para el encuentro con Dios los ha convertido en arneses y correas para sentirse seguro. Y lo que son vías para recibir la justicia salvadora los han transformado en sistemas para sentirse justo, para autojustificarse.

Este fue el conflicto religioso de fondo con los fariseos: El pasaje del fariseo y el publicano cuando oran en el templo nos indica por donde van las preferencias de Dios.

Por tanto, universalismo sin excluisones, apertura, humildad de corazón, sentirse herederos de un don gratuito. Para que Jesús no tenga que volvernos a decir: «los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos…»

Evangelio 28° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.» Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?» El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra del Señor

El Rey que invita y las reacciones de los invitados.

Domingos anteriores Jesús nos presentaba diferentes invitaciones relacionadas con la Viña de Dios. En esta ocasión las invitaciones tienen que ver con un Banquete de Bodas, en el que encontramos algunos puntos sorprendentes y relevantes:

Lo primero es que no estamos muy habituados a que nos hablen del Reino de Dios como de un «banquete de bodas». En este tipo de eventos están muy presentes la alegría, la convivencia, el encuentro, la amistad con quien nos ha invitado, pero también la comunión que va surgiendo entre todos los asistentes, incluso aunque muchos no se conozcan. Esta manera de presentar el Reino excluye que la entrada al Reino sea un asunto privado, o individualista: es con otros. Tampoco hay que hacer méritos, o ganarse que a uno le inviten. Basta con que el anfitrión quiera contar con nuestra presencia, depende más que nada de su amistad o cariño. Evidentemente una invitación así no se percibe como algo «obligatorio», pues más bien uno se siente halagado por haber sido invitado a un momento tan especial y trascendente para los novios. A eso se alude precisamente en la invitación a la comunión eucarística: «Dichosos» los invitados a la mesa/cena del Señor». A la mesa eucarística y a la mesa del Reino.

Jesús presenta a Dios como un Rey (el padre del novio) que invita, que hace una oferta: «Venid a mi fiesta»: quiero celebrar la salvación, que sois mis amigos, que me apetece que nos acompañéis en un momento tan gozoso y especial, porque la fiesta de mi hijo no sería tal fiesta si faltáis vosotros. Cabe esperar, además, que siendo el Rey quien invita, en el banquete no falte de nada, que sea un derroche: «manjares suculentos, un festín de vinos de solera…»

El amor de los novios y su boda es presentado a menudo en la Biblia como símbolo de la Alianza, un compromiso de amor entre Dios y su pueblo. Y esto nos tiene que recordar la escena de la última Cena de Jesús (también un banquete), donde Jesús habla de alianza (nueva y eterna), habla de amistad y de amor mutuo, de que ha sido él quien ha elegido a sus invitados/amigos, de su ardiente deseo de que sean uno entre ellos, y de que se sirvan (lavatorio) mutuamente…

Lo peculiar de este banquete, tal como lo profetiza Isaías, es que será multitudinario, porque estarán invitados «todos los pueblos». Importante: el pueblo de Dios no considera ya que la salvación sea exclusivamente para ellos. Y Jesús completa esa universalidad diciendo que son invitados «malos y buenos».

Soprendente nos puede resultar la reacción de los invitados. Es posible que alguna vez hayáis recibido la invitación de alguien con quien simpatizamos poco, o que nos incomode porque probablemente nos encontremos con otros invitados que preferimos evitar, o tal vez altere o estropee otros planes que habíamos hecho… y entonces procuramos buscarnos una buena excusa para no quedar mal. Mateo nos cuenta en otro lugar las excusas de algunos discípulos ante la llamada de Jesús: me he comprado una yunta que tengo que probar, o unas tierras, o se me ha muerto mi padre, o… El caso es que nuestros intereses, nuestros planes y nuestros sentimientos desembocan en un: «no voy». O quizá, más diplomáticamente, «cuánto siento no poder ir».

¿Qué pasa en este banquete de bodas, en que el Rey se encuentra con un plantón generalizado? ¿Por qué no tiene éxito la propuesta de Jesús?

Hay invitados que dicen “no” abiertamente, sin excusas ni rodeos. Son los que tienen cerrado el corazón, y esa alegría nupcial no va con ellos, esa boda no es para ellos una «buena noticia». Ese Rey les estropea sus planes, se ven en aprietos para ajustar sus agendas. Ese Rey es aburrido, no tiene nada que ofrecerles, no se lo van a pasar bien. Puede que hayan tirado directamente a la papelera la invitación sin pensarlo dos veces: No tengo ganas de molestarme. Mateo diría que están «prisioneros» de sus negocios, posesiones y costumbres. Como aquel joven rico: «qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos». Podríamos decir: qué difícil es que un rico se tome en serio las propuestas/invitaciones de Dios. Es más fácil «enhebrar camellos». No han pasado la experiencia de Pablo: que ha aprendido a vivir en pobreza y abundancia, en la hartura y el hambre, en la abundancia y la privación, sin renunciar a su misión y a su relación con el Señor. Estos invitados no saben de renuncias, sacrificio o privaciones.

Hay invitados que acuden a regañadientes. Quizá le habrían preguntado si se atrevieran: Pero «¿es obligatorio ir?». A lo mejor si no voy se enfada conmigo, se ofende… Y se les nota enseguida, porque en sus caras no está presente la alegría, no acuden con ilusión y con ganas. Toca ir y ya está. Y van un poco por inercia o por compromiso. Se me ocurría pensar si tal vez pudiera achacarse su rechazo a la actitud o el modo de presentarles la invitación los mensajeros del Rey: quizá les han reñido si no van, quizá les han dicho lo que les podría pasar si se quedan en casa, quizá les han puesto condiciones, quizá ellos mismos con su presencia ya desmotivaban… En tal caso no serían dignos mensajeros del Rey. Pero de la parábola al menos no se pueden extraer estas conclusiones.

Y hay invitados que la emprenden con los mensajeros. Les ofende o molesta o desagrada que haya un Rey, que esté organizada una boda, que acuda la gente, que molesten a los demás… Se sienten fastidiados, incómodos y ofendidos. Por supuesto que no se sienten invitados, aunque lo estén. Y pasan al ataque: a por los mensajeros, quitarlos de en medio, que se callen, que no molesten, que se vayan, que mejor y más libres sin ellos.

Y sorprendente lo tozudo que es el Rey. No se rinde ante los rechazos. Sus mensajeros son enviados numerosas veces: «Venid, está todo preparado». Pero ante el desastroso resultado, no suspende su fiesta, y decide buscar invitados improvisados por las plazas, por las afueras de la ciudad, por los cruces de caminos. Solían ser lugares peligrosos, no frecuentados por la gente bien, sino más bien por pobres, parados, desarraigados, vagabundos, criminales quizás, en todo caso personas poco deseables. Pero fueran buenos o malos, el Rey no filtra a los nuevos invitados.

Seguro que se sintieron encantados de que alguien les ofreciera alegría, alimento, convivencia, de que los hayan tenido en cuenta. Y acuden. Es lógico. Estos fueron los que mejor escucharon a Jesús por los cruces de caminos de Galilea, según cuentan los evangelistas. Estos que no tienen agendas superocupadas, ni negocios que supervisar, ni han comprado una yunta de bueyes, porque tampoco tienen bueyes… Parece lógico que el Rey se harte de sus «amigos» de siempre: en realidad falsos amigos, amigos interesados, amigos de pega, amigos que le atienden cuando les viene bien, amigos que no saben compartir, ni quieren les interesa el encuentro con otros, sobre todo si esos otros son los de los cruces de caminos (las periferias, que diría el Papa Francisco). Así que envía sus tropas para acabar con ellos y con su ciudad. Ya está bien de hipocresía y mala voluntad.

Sin embargo este Rey no acepta que llegue uno y diga “ya estoy”. Me apunto. Apuntarse (lo mismo que bautizarse, hacer la comunión o casarse, incluso ir a misa y comulgar, es relativamente fácil, y bastantes se apuntan…). Pero de entre todos los desarrapados de los caminos «uno» no está presentable. Esta excepción no supone forzar o contradecir el mensaje general de la parábola: la tradición cristiana siempre se ha referido al Bautismo como ponerse un «vestido nuevo», o «revestirse de Cristo». Podéis preguntarle a San Pablo. Jesús no quiere cortarle a nadie la digestión, pero sí quiere que se tomen en serio su invitación. No vale cualquier traje para compartir mesa con el Rey. Entre tantos invitados, es de suponer que bastantes -malos y buenos- no tendrían mucho que ponerse para la ocasión, teniendo en cuenta «dónde» los habían ido a buscar. Pero el Rey se fija SOLO EN UNO. Como símbolo de que hace falta «ponerse» la actitud adecuada, no simplemente aprovechar la ocasión. Me viene a la cabeza aquella Cena de despedida de Jesús, donde también uno de los comensales no aguantó… y optó por marcharse. Se sentía incómodo en aquella fiesta, por mucho cordero, mucha fiesta de Pascua y muchas canciones que hubiese. No quiso o no fue capaz de acoger al Rey en su corazón, y que le cambiase sus esquemas y prioridades. Estaba fuera de lugar. Jesús no tuvo que echarle fuera: se marchó él solo con su fracaso y sus ideas fijas.

Concluyendo: Hay llamadas del Rey-Dios, insistentes, a todas horas, a cualquier hora. ¿Quién las escuchará y se moverá para acudir? El Banquete de bodas (el Reino, la salvación, el seguimiento de Jesús, o como queramos llamarlo) está abierto a todos: buenos y malos. Nuestro Dios no es excluyente ni elitista. Algunos habrá que se queden fuera, como aquellas vírgenes necias que se quedaron sin aceite en sus lámparas. Algunos no querrán acudir a pesar de la invitación. Y algunos (esperemos que la mayoría) acepten la invitación y no pondrán «pegas» a encontrarse y aceptar y compartir con todo tipo de personas, convocadas por el Rey. Aunque tengan pocos méritos. Y todos… procuraremos ir debidamente «revestidos» y transformados por el Bautismo que hemos recibido.

Evangelio 27° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,33-43):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo.» Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: «Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.» Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?» Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

Palabra del Señor

Los dueños y señores de la Viña

¡Pues sí que parecen malvados, desagradecidos y criminales todos estos labradores a los que el dueño les encomendó su viña! Con premeditación y alevosía: “Este es el heredero; venid, lo matamos, y nos quedamos con su herencia”. De administradores, de encargados, quisieron pasar a ser dueños. Habían confiado en ellos para encomendarles su cuidado y aprovechamiento y se plantearon adueñarse de ella a cualquier precio. Pero para adueñarse de algo, hay que quitar al dueño de en medio, en este caso, al heredero. Uno se pregunta cómo es posible este cambio tan radical. ¿Se equivocó el dueño al elegirles para gestionar su viña? ¿Algo en ellos se «corrompió» al ocuparse de sus tareas en la viña? ¿Cómo es posible que «todos» sin excepción se pasaran al lado oscuro? La parábola no entra en esos detalles, pero a mí me ha inquietado bastante toda esta descripción de Jesús. Esta historia la dirige Jesús directamente nada menos que a los “sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”. Por una parte, de manera elegante y diplomática, anuncia su propia muerte el “heredero Jesús”. Y de una manera también elegante y diplomática, pero muy directa acusa y reprocha a los que se han hecho (o lo pretenden) dueños de Dios, de la salvación, de la Ley, de su Palabra, de su voluntad… Ciertamente que tiene no pocos riesgos e inconvenientes cantarles las verdades a los de arriba, a los que tienen la sartén por el mango, a los Jefes y «mandamás» (curiosa y significativa palabra, por cierto). Para ello se necesita tener mucha libertad de espíritu. A los de abajo cualquiera se atreve a decirles lo que sea. No hace falta ser muy valientes para decirles las verdades aunque duelan, porque tenemos una rara habilidad para detectar y echar en cara a los de abajo las cosas que hacen mal, pero con los de arriba hay que tantearse mucho, porque suelen contar con recursos para defender las «alturas» en las que andan situados. Pero toda esta situación, está parábola, ¿tiene algo que decir a nuestro mundo de hoy, y particularmente a la Iglesia? Porque, como dice la antífona del Salmo de hoy: «La Viña del Señor es la casa de Israel». O como decía Isaías: «La viña del Señor del universo es la casa de Israel y los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos derecho… esperaba justicia…». Nosotros somos su viña, y nosotros hemos recibido el encargo de cuidarla y ayudarla a producir. Puede que sea evidente, pero no está de más subrayarlo: nadie es, ni puede hacerse dueño de la Iglesia, porque ya tiene un Dueño. Y en ella todos somos viñadores, labradores, servidores, encargados. La Iglesia no tiene más dueño que Dios y su heredero Jesucristo. Todos los demás somos servidores y empleados. Muy bien que el Señor haya considerado que se puede fiar de nosotros, y nos haya encomendado su cuidado. Es todo un honor al que hay que saber corresponder, mostrar que no se ha equivocado al elegirnos.

Uno de nuestros teólogos ha escrito: «Sólo hay comunidad cristiana allí donde el Espíritu suscita la nueva obediencia a la soberanía de Cristo. Una Iglesia animada por el Espíritu no puede servir a otro Señor que no sea Jesucristo. Este señorío de Cristo es el que ha de liberar también hoy a la Iglesia de falsos señores, impuestos desde afuera o desde dentro. La Iglesia no es de la jerarquía ni del pueblo, ni siquiera de los pobres. Es de su Señor. No es de éste ni de aquel movimiento; no pertenece ni a la cultura moderna ni a una tradición concreta. Es de su Señor. Y ese señorío ha de impedir siempre que la Iglesia quede en manos de la autoridad absoluta de una jerarquía, o se convierta en una especie de “asamblea popular». Del señorío de Cristo nace una comunidad de hermanos que busca ser fiel a su único Señor”. A Jesús lo mataron literalmente los que se sentían dueños de la viña. Y esto ya no se puede repetir, claro. Pero hay otras maneras de quitar de en medio al “heredero» para hacernos dueños de su viña. Por ejemplo considerar al laicado como de segunda categoría en la Iglesia.

Ha dicho el Papa Francisco:

“Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por el proselitismo sino por la “atracción”. Pero ¿puede haber atracción allí donde uno es marginado y que carece de voz y decisión?”. La Iglesia ha tenido y sigue teniendo una gran tentación, en la que ha caído y cae no pocas veces: que una de sus partes necesarias e imprescindibles (la jerarquía y los sacerdotes) asuma/absorba todos los ministerios. Dueños de la Palabra. Dueños de las decisiones. Dueños de los discernimientos. Dueños de lo que se hace y se puede hacer. No es raro, por tanto, que los laicos (la inmensa mayoría de los fieles), a pesar de estar bautizados, y por ello ser como todos «sacerdotes, profetas y reyes», acaben sintiéndose y siendo «espectadores» en la Iglesia, simples oyentes, receptores de las decisiones que van tomando los que entienden y tienen la responsabilidad de mandar. Como si la viña no se les hubiera encomendado también a ellos como “viñadores y trabajadores”.A menudo ha pesado más el “señorío sacerdotal” que el «Señorío de Jesús”. Y hay que reconocer con tristeza que una inmensa mayoría de laicos no se plantea qué puede y debe aportar a la comunidad cristiana en la que vive su fe. El lenguaje, que es limitado pero significativo, no habla de participar o celebrar la Cena del Señor, sino de «oír» misa. ¡Con lo que queda expresado su rol principal: el de «oír»! Y así no es rato escuchar aquello de “yo no creo en la Iglesia”, la Iglesia “es de los curas”… Aunque no está de más decir que también encontramos laicos más clericales que el propio clero, y que quieren imponer a toda costa sus puntos de vista. Al menos desde el Concilio Vaticano II se está intentando devolverles lo que es suyo. O si se quiere: redistribuir y mentalizar a unos y a otros que nadie sobra, que todos los carismas y ministerios son necesarios. Y más si cabe en estos tiempos de «deserción» en la fe de tantos hermanos. Últimamente venimos hablando mucho de «sinodalidad». Hasta hay previsto un sínodo. Ha dicho el Papa: «una Iglesia sinodal, es una Iglesia de la escucha. Escuchar y sentir. Es una escucha recíproca: pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma. Los unos escuchando a los otros, y todos a la escucha del Espíritu Santo, el espíritu de verdad, para saber qué dice Él a la Iglesia». Precisamente «sínodo» significa «caminar juntos». Se trata, por tanto -y así hay que enfrentar este Tercer Milenio-, de recuperar la conciencia del Señorío de Jesús en la Iglesia y a la vez recuperar la conciencia de que todos los demás somos “viñadores y labradores”, cada uno según su carisma. La Iglesia no es de unos pocos. La Iglesia es de Jesús. Y sólo será verdadera Iglesia cuando logre ser la Iglesia del Señorío de Jesús, que se pone sinodalmente a la escucha de lo que el Espíritu Santo tiene que decirnos hoy.

En este mes de Octubre, misionero por excelencia, en el que celebraremos pronto el Domund, y la fiesta del gran Misionero Claret… es tiempo de preguntarnos todos: qué hago yo y qué mas puedo hacer por la viña del Señor, y cómo. Pues cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará conmigo?