2° Día de Triduo a Ntra. Sra. de la Soledad

Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-10)

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle.
Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: «¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.» Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: «¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.» Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

Palabra del Señor

El capítulo 15 de Lucas es un capítulo consagrado todo a la misericordia y a la alegría de Dios cuando “recupera” a los que se habían alejado de su corazón de Padre.
Solo Jesús podía hablar así de Dios porque hablaba por experiencia. Y ciertamente desconcierta que todo un Dios se comporte así, ¿a quién se le ocurre tal imprudencia de dejar todo para ir en busca de una oveja que no está seguro de encontrar? o ¿vaciar toda una casa para buscar una simple moneda?
Estos gestos “inesperados o imprudentes” hablan de esa pasión de Dios por el hombre, de hacer todo lo posible porque cada hombre vuelva a encontrar en su corazón de Padre la alegría, la paz y la seguridad para hacer en condiciones el camino de la vida ¿Quién pueda hablar del Dios de Jesús sin decir que el amor le hace cometer locuras?
“Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido”
Sentir la misericordia divina es motivo de alegría, da sentido a la vida y nos permite mirar al mundo de otra manera. Por eso hay que compartirlo con los demás. No podemos guardarnos para nosotros la felicidad de saber que podemos comenzar de nuevo el camino, porque Él ha borrado nuestros pecados y nos permite de nuevo escribir en la página en blanco de nuestra vida.

Festividad de los Fieles Difuntos y 1° Día de Triduo a Ntra. Sra. de la Soledad

Lectura del santo Evangelio según san Juan (14,1-6):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

Palabra del Señor

Creemos por fe que la muerte no es el final de la existencia humana, sino la entrada en una condición de vida nueva y definitiva.
Creemos en la muerte pero no en la muerte ajada de los cementerios, que hace temblar nuestro corazón y angustia nuestra existencia, sino en la muerte vencida, dada la vuelta por Jesucristo.
Oremos hoy por nuestros difuntos, oremos por los que ya partieron «a las moradas del Padre» y todavía no han sido purificados del todo. Que nuestra oración les sirva de ayuda y consuelo. Pasarán los días, pero vuestro amor y vuestros gestos hacen que se mantengan vivos nuestros recuerdos. ¡No os hemos olvidado hermanos difuntos!

Evangelio Solemnidad de Todos los Santos

«Los que ya llegaron y los que estamos en camino»

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5,1-12):

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor

Hoy es el día de Todos los Santos. La fiesta de los que ya llegaron. De los Santos que brillan hoy allá arriba, pero, que todo empezó aquí abajo, cuando nadie todavía podía imaginar que habían escogido la mejor parte; cuando pasaban desapercibidos o, peor aún, parecía que llevaban las de perder; cuando tomaron el camino difícil, desconcertante de las Bienaventuranzas. Su gloria de ahora hunde sus raíces en su vida de entonces, quizá apagada, monótona, nada espectacular.
Hoy también es el día de todos nosotros, llamados a ser santos, hoy es el día de dar gracias a Dios porque no dejan de apuntar por todas partes brotes de una nueva manera de vivir, al estilo de aquella que Jesús nos presentó como camino hacia el Padre. Gente honrada, amigos de verdad, fieles a la palabra dada, sin odio en el corazón, generosos, compasivos… ¡No está del todo este mundo perdido! No en vano lleva ya Dios mucho tiempo trabajando, silenciosamente, el corazón de cada hombre, de todos los hombres, como levadura en la masa hará crecer esa semilla. Dios hará que ese fermento acabe transformando toda la masa. Y un día el mundo entero, redimido, sonreirá feliz como un inmenso campo llenos de flores abiertas

¡Felicidades!

Evangelio 31° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (19,1-10)

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»
Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

Palabra del Señor

En contra de lo que nos imaginamos, no somos nosotros los que buscamos a Dios; Él es el primero en buscarnos. No hemos sido hechos para amar a Dios, aunque también, sino para que Dios pueda amarnos. ¡Somos buscados por Alguien! Ése es el secreto de nuestra fe y de nuestra felicidad: «Zaqueo baja, hoy me quedo yo en tu casa».

Zaqueo quería ver y lo que se le reveló fue la herida de Dios: su amor a los hombres. Zaqueo no había pedido nada y fue Dios mismo el que le suplicó: «quiero hospedarme en tu casa» ¿Estaremos a la altura de tan singular huésped?

Si es así, este encuentro te cambiará totalmente la vida, como cambió la vida de Zaqueo.

Hoy la Iglesia celebra el día de los sin techo. Que dura se tiene que hacer la vida cuando se te privan de los derechos principales como es una vivienda o trabajo digno. Pongámonos hoy en la piel de lo sin techo, seamos solidarios con su causa, y por qué no, atrévete a acoger a alguno en tu casa, es lo que Jesús ha hecho con Zaqueo y con nosotros.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 29° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (18,1-8)

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario.» Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.»»

Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Palabra del Señor

¡Qué fructífero es el “trabajo” de la oración! Porque Dios acabará dándole la razón al que ora a tiempo y a destiempo, en todo momento y ocasión.

La oración cristiana no es otra que la oración misma de Cristo, pues su Espíritu ora en nosotros como nosotros mismos no sabemos hacerlo.

La oración aparece como la respiración honda que eleva al mundo hasta el destino prometido: Dios justifica el esfuerzo de los hombres.

Echar puentes entre el mundo y Dios, entre nuestro hoy laborioso y los cumplimientos inesperados: tal es la grandeza de la oración.

Vivamos la oración como si fuera nuestro mejor oficio, nuestra mejor vocación: hacer vivir al mundo rezando a Dios.

¡Feliz domingo!

Evangelio 28° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17,11-19).

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Palabra del Señor

Este pasaje evangélico podía ser no más que un relato de curación. Unos leprosos condenados por la ley a vivir apartados de todos, gritan en la distancia a Jesús porque le «duele su lepra» y Jesús los ve y les dice: «Iros a presentaros a los sacerdotes» y mientras lo hacen quedan curados. Pero el genio del evangelista Lucas hace de este texto un himno a la fe. Y solo uno se da cuenta que la fe comienza cuando un hombre se echa a los pies de Jesús para glorificar a Dios.

El relato podría haberse quedado en un mero relato de curación: Dios salva, Dios libera, Dios sana… pero el Evangelista lo convierte en un relato de revelación: !No hay ningún otro nombre por el que podamos salvarnos! Y así tenemos que aprender todos los que formamos esta Iglesia nuestra que tenemos que ser un pueblo de adoradores que glorifican a Dios en Jesucristo: «por Él, con Él y en Él».
Este relato podía ser una hermosa exhortación a saber dar gracias a Dios por los beneficios que recibimos, pero solo uno de entre los diez se vuelve para dar gracias a Jesús; pero el escándalo de este pasaje evangélico radica precisamente en que Jesus alaba a un samaritano, doblemente excluido de la sociedad y religión judía por ser leproso y además samaritano, porque acude a Él para bendecir a Dios. En adelante, el verdadero encuentro entre el hombre y Dios no se dará en ningún templo ni monte sino en la persona de Jesús.

A Él es a quien hay que seguir en adelante, en la vida y en la muerte. En medio de tantas normas, costumbres folklores y ritos ¿seremos capaces de comprender que la fe cristiana consiste SÓLO en seguir a Jesus? Si es así, no te canses de vivir bajo el signo de la gratuidad y de la acción de gracias.


Pero no es suficiente un «te doy gracias por todo, Señor», dicho así en general». Es mucho mejor y nos hace mayor bien, un agradecimiento sorprendido, concreto (con rostros, momentos y lugares), sintiéndonos en deuda de corresponder, -aunque sea torpemente- a sus dones. Al menos reconocerlos. Esto nos ayudará también a ser agradecidos con las personas: valorando sus detalles y esfuerzos, aprendiendo de ellos, y multiplicándolos también nosotros. Un corazón agradecido abre las puertas de la salvación. Un corazón agradecido tiende puentes y reafirma las relaciones. Un corazón agradecido nos hace mucho mejores. Y yo tengo tanto que agradecer a Dios. Y tengo tantos con los que estar agradecido y expresarlo…

¡Feliz Domingo!

Evangelio 27° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17,5-10)

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

Palabra del Señor

La fe no es una manera de salirnos con la nuestra, de ganar para nosotros un trato preferencial de parte del Señor. Por mucho que hagamos no somos quienes para exigir nada de Dios.
Hoy Jesús en el evangelio nos aclara un punto que nos pone en camino para comprender mejor qué es la verdadera fe. Usando un viejo esquema de amos y criados, Jesús nos dice que lo nuestro es hacer la voluntad del Señor, lo mejor que podamos. Pero eso no nos da pie para exigir. “Vosotros, cuando hayáis hecho lo mandado, decid: “somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. O sea, que la fe nunca puede ser una palanca para mover a Dios y traerlo a nuestro terreno. De eso, nada.
La fe no es una clave secreta para comprender, sino para confiar, para fiarse de, para esperar, a veces contra toda esperanza. La fe no exime del esfuerzo ni de la lucha. No nos lleva en volandas para que nuestro pie no se lastime con las piedras. Por eso, cuando los apóstoles piden: “auméntanos la fe”, no se puede estar refiriendo sólo a esta pobre fe nuestra, tan mezclada a veces de magia, de superstición, de ventajismo milagrero. “Si tuvieras fe como un granito de mostaza…” No se trata de tener mucha fe, sino buena. Como la tuvo Él, Jesús: que, con ser mucha y buena, jamás la empleó en conseguir del Padre Dios un solo milagro en su provecho.
Ojalá que entendamos hoy el mensaje de Jesús: el hacer bien las cosas no es para nosotros una fuente de méritos, sino sencillamente el cumplimiento de una obligación. Que la fe nos llega por una puerta diferente, llamada “gracia”: es pura bondad, pura misericordia del Padre.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 26° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (16,19-31)

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle la llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.» Pero Abrahán le contestó: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.» El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.» Abrahán le dice: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.» El rico contestó: «No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.»Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.»»

Palabra del Señor

Esta parábola inquieta a mi corazón. Veo en el rico Epulón la actitud de la despreocupación que lo encierra en si mismos, en sus bienes y seguridades, y aunque no es malo con el pobre, sus riquezas le impiden verlo.
Y veo, a los pobres, que lamentablemente forman parte del paisaje, de ese claro-oscuro que se ve cada día en nuestras calles sin realmente verlo.
Desde hace mucho tiempo, hemos capitulado ante la fatalidad del mundo. ¿Y cómo reconocerse culpable cuando ya nadie llega a sentirse responsable? Cada cual se encierra en su actitud de reserva, aislado, protegido, cegado…
Pero he aquí que el rico muere, el despreocupado, muere. Será necesaria la muerte para que tome conciencia. Ahora ve las cosas con la mirada interior que proporciona la eternidad. Se da cuenta que su infierno empezó en la tierra cuando vivió de espaldas a los demás. Y ahora quiere avisar a los suyos. Conciencia trágica, pues se ha dado cuenta y quiere vivir y ya no puede. Tampoco es ya posible disculparse con un «no sabía», ya que la preocupación por el otro es una llamada del corazón que todo hombre siente si no embota su corazón aislándose.
Parábola de los que lo tienen todo y están eternamente aislados de la vida. Es trágicamente cierto que el infierno puede comenzar en la tierra. Y el cielo también cuando crecemos en comunión, cuando vivimos no dándole la espaldas a nuestros hermanos necesitados.

¡Feliz día del Señor!

Evangelio 25° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (16,1-13)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: «¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.» El administrador se puso a echar sus cálculos: «¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.» Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi amo?» Éste respondió: «Cien barriles de aceite.» Él le dijo: «Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.» Luego dijo a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?» Él contestó: «Cien fanegas de trigo.» Le dijo: «Aquí está tu recibo, escribe ochenta.» Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.»

Palabra del Señor

El Evangelio de este domingo, parece sacado de ese ambiente común que domina nuestro mundo, que elogia al que es hábil para robar y enriquecerse. Los astutos, como el administrador injusto del texto, son felicitados por el amo: “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”. Lo tienen claro.
Jesús nos previene contra un enemigo astuto: el dinero. Es tan hábil y tan ambicioso que no se para en barras: su meta es -nada menos- ocupar en nuestra vida ese lugar que sólo corresponde a Dios.
¿Cómo calibrar su peligrosidad? La Palabra de Jesús es tajante: «no podéis servir a Dios y al dinero».
Se trata de un enemigo peligroso. Descubrir su juego, vencerlo en toda regla, ponerlo al servicio de los valores del reino: he ahí el serio deber de todos los que seguimos a Jesús.
No nos confundamos, Jesús no alaba esa astucia deshonesta en la que el fin justifica los medios, cualesquiera que estos sean de este administrador injusto.
La clave para entender la provocativa parábola de Jesús está en las palabras con que la concluye: “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.
Jesús nos quiere astutos, sagaces, inteligentes, con nuestra gente si es que somos hijos de la luz. Así como hay que tener habilidad para “salvarse” de las situaciones apuradas en que nos pone la vida.
Es en el trato con estos bienes, reales, pero no definitivos, donde se pone a prueba si somos realmente hijos de la luz o sólo hijos de este mundo. Los que son sólo hijos de este mundo se entregan a estos asuntos en cuerpo y alma, y, por obtener este género de bienes, no sólo “usan” el dinero, sino que se inclinan ante él como si fuese Dios; no se sirven de él, sino que “lo sirven”: se hacen siervos del dinero y de los bienes que desean poseer.
En cambio, si somos hijos de la luz, entonces estamos llamados, no a inhibirnos de estas dimensiones de nuestra vida (también somos hijos de este mundo), sino a llevarlos a la luz, a iluminarlos con la sabiduría que proviene de Dios, a usarlos sin entregarles nuestro corazón ni hacernos servidores suyos.

¡Feliz Domingo!

Solemne Función Principal en honor a María Santísima Nazarena

Después de escuchar esta parábola podría haber motivos para el desánimo ¡cuánta Palabra sembrada y qué poco frutos! En cambio esta parábola es profundamente optimista. Jesús tiene confianza de que en algún sitio, en algún corazón encontrará la Palabra un terreno propicio, y su fuerza será entonces irresistible.
¿Os habéis dado cuenta de que Dios sigue sembrando su Palabra cada día? ¿Qué estamos «sobrealimentado» de Palabra? La escuchamos en misa, en la liturgia de las horas, en el evangelio del día, en Facebook, por whatsapp ….. ¿Pero dónde está cayendo tanta Palabra escuchada y proclamada? Habrá que verificar la calidad del terreno, la bondad de la tierra, porque la semilla ya está echada, falta sus frutos:»por sus frutos nos conocerán». ¿Y tus frutos?

Hoy celebramos la familia franciscana la fiesta de la impresión de las llagas de Nuestro Padre San Francisco. Desde su conversión, el Seráfico Padre veneró con grandísima devoción a Cristo crucificado. Hasta su muerte no cesó, con su vida y su palabra, de predicar al Crucificado. En 1224, dos años antes de su muerte, mientras estaba sumido en contemplación divina en el monte Alvernia, el Señor Jesús imprimió en su cuerpo los estigmas de su pasión. Era tal su identificación con Cristo que deseaba sentir en su propia carne el mismo dolor que sufrió Cristo en la cruz y el Señor se lo concedió. ¿Llegaremos nosotros tan lejos en el seguimiento de Cristo pobre y crucificado?

La Solemne Función de esta noche se podrá seguir en directo a partir de las 21:00 h a través del canal de YouTube de la Cofradía: