Ayer por la mañana la Vocalía de Caridad de la Cofradía hizo entrega de una nueva partida de leche a la Cáritas parroquial de San Andrés.
De esta forma la Cofradía quiere continuar con su compromiso de ayudar a los más necesitados del barrio, canalizando las ayudas a través de la Cáritas parroquial.
Esta noche, Viernes de Dolores, a partir de las 21:00 h tendrá lugar el rezo del piadoso ejercicio del Via Crucis presidido por nuestro sagrado titular, Nuestro Padre Jesús Nazareno, por las calles del barrio.
Desde las 19:30 h, la Iglesia Hospital de Jesús Nazareno permanecerá abierta al público en general para que puedan visitar a nuestros titulares.
Recordamos a todos los hermanos que participarán en el Via Crucis, que tendrán que estar a las 20:15 h en la Iglesia Hospital. Se ruega a todos los participantes que acudan provistos de mascarilla negra, así como traje oscuro y corbata negra.
En la tarde de hoy una representación de la Cofradía ha acompañado a la Hermandad de la Agonía en su solemne Traslado a la Santa Iglesia Catedral.
De esta forma la Cofradía de Jesús Nazareno ha estado presente en este solemne acto de nuestra hermandad hermana de la Agonía.
Aprovechamos estas líneas para agradecer a nuestros hermanos de la Agonía el exquisito trato a la representación de nuestra Cofradía, así como que nos hayan permitido durante un tramo del camino portar al Santísimo Cristo de la Agonía en su solemne Traslado a la Santa Iglesia Catedral.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor
Mirad a esta mujer. Ha perdido su aire altivo y no se atreve ni a levantar la cabeza. Esta mujer ha pecado, ha transgredido la ley y la ley lo único que puede hacer es denunciar el pecado pero no puede hacer nada por el pecador. La mujer está muerta, pues todos esos hombres, que la desnudan con la mirada, sólo ven en ella a la esposa adúltera. Se la reduce a su pecado, y ya no puede vivir. Mirad también a Jesús. En silencio escucha y ve la dramática situación. Con el dedo escribe en la arena, quiero imaginar lo que pondría: «estos no se están enterando de nada, amor, amor y misericordia es lo que he venido a traer». Y Jesús denuncia el juicio. Su astucia reside en abordar a los fariseos no en el terreno donde ellos atacan, sino en el de su propia conducta: «Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Hay que ser severos con el error y misericordioso con el errado.
Mirad a los fariseos. No buscan liberar a esta mujer, les importa muy poco su salvación. Disfrutan siendo jueces de lo ajeno. Y con las piedras en las manos, señal inequívoca de su dureza de corazón, para colmo, esperan coger a Jesús en un renuncio. Y uno a uno, tanto jóvenes como viejos, tiran sus piedras, cierran sus bocas, agachan su mirada y se marchan consciente de sus pecados aún no reconocidos ni, por lo que se ve, necesitados de perdón.
Y Jesús la mira, y ella alza su mirada. Es el cruce de miradas que Dios está dispuesto hacer con todo el que se sienta pecador: «Mujer ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno». Hasta entonces nadie le había hablado. Se había hablado de ella, de su pecado. Ahora alguien le dirige la palabra sin identificarla con su falta:»mujer». Y a pesar de tanto derroche de misericordia, el proceso contra Jesús ya ha comenzado. No se salva la vida de otros sin dar la propia. Cuando rehabilita a la acusada, Jesús ya está en el monte de los olivos. De hecho, el juicio ya está pronunciado: matar al liberador mientras abre el camino de la salvación y el perdón. ¡Quién entiende el corazón del hombre! Y Cristo le dice: «yo tampoco te condeno». No te quedes en el polvo, con los ojos vueltos hacia tu pecado, pues Dios te llama a la vida, Dios te quiere libre: «anda, en adelante no peques más». Y tú ¿qué haces con tu pecado?¿te acerca a Dios? o ¿prefieres mirar al pecado de los demás?
El próximo día 8 de abril, Viernes de Dolores, a las 21:00 h desde la Iglesia Hospital de Jesús Nazareno tendrá lugar el Solemne Via Crucis presidido por la Sagrada Imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
El rezo del piadoso Via Crucis discurrirá por la calles Jesús Nazareno, Yerbabuena, Buen Suceso, Arroyo de San Andrés, Hermanos López Dieguez, Plaza de San Andrés, Realejo, Santa María de Gracia, San Lorenzo, Roelas, San Rafael, Plaza de Juan Bernier, Buen Suceso, Jesús Nazareno y entrada en la Iglesia Hospital de Jesús Nazareno.
Desde las 19:00 h estará abierta la puerta de la Iglesia Hospital para que todos los hermanos y devotos que lo deseen, puedan visitar a Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima Nazarena antes del inicio del Via Crucis.
Todos los hermanos y devotos que deseen participar en el Via Crucis todavía están a tiempo, tienen que ponerse en contacto con el Vocal de Estación de Penitencia en el correo electrónico penitencia@nazarenocordoba.es o en el móvil 665 25 91 34 (José Manuel).
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.» El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.» Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.» Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.» Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.» Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.» El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»»
Palabra del Señor
Dios es Padre en estado puro. Un Padre que solo vive de paternidad, es decir, del don de sí, de gratuidad, de ternura. No escucha para nada la confesión debidamente preparada de su hijo. Corre para abrazarlo y no teme el ridículo de las efusiones ni de una fiesta que para cualquier «justo» sería motivo de guasa. Del pecador hace un príncipe, y del desvergonzado un recién nacido. ¡Mi hijo ha vuelto a la vida! ¿Qué es, lo que nos impide comprender que la reconciliación no tiene su centro en nuestras confesiones, sino en el corazón de Dios? El hijo mayor no se ha quejado de nada, nunca ha festejado nada, y de repente, se pone celoso, furioso, obstinado. Su universo religioso se tambalea con la vuelta de su hermano menor, del vagabundo, dicho con otras palabras, con la revelación del corazón de Dios. No puede comprender nada de Dios, porque está encerrado en su estricta justicia distributiva, en sus méritos, en sus contratos de toma y daca. En el fondo, solo el hijo pródigo puede comprender a Dios. Sólo él ha podido experimentar la ternura del perdón, la locura de la resurrección y la fiesta de la renovación reconocerá este rostro nuevo del Padre. ¿Cómo comprender el amor si no somos más que «niños obedientes», atados a nuestro deber, sin sospechar nunca que la relación con Dios únicamente comienza más allá del deber? El hijo prodigo vive alegre después de reconocer que ya no merece nada y lo recibe todo. El hijo mayor que cree que se lo merece todo no ha entendido nada.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,1-9):
En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.» Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero el viñador contestó: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas».»
Palabra del Señor
Dios no se rinde. Quiere seguir, una y otra vez, intentando lo imposible: que nos convirtamos. Ante la falta de respuesta de nuestra «higuera», Él en vez de cortarla ha preferido trabajar nuestro corazón con la advertencia: «Si no os convertís todos pereceréis». Ha echado por delante, a través de la historia multitud de ejemplos, que nos orienten, de castigo que nos adviertan:»Estas cosas sucedieron en figura para nosotros». Todo esto le sucedió como ejemplo.
El Señor quiere poner en juego todos los recursos que su amor va inventando cada día. Es una mezcla impresionante de amor, paciencia, de búsqueda constante, de recurso que puedan ayudar al otro sin obligarlo, sugerirle sin imponerle, animarlo sin coaccionarlo.
Es exponerse, sí, a que el otro termine no queriendo: «sino, el año que viene la cortáis». Pero también y sobre todo, un bonito acto de fe en la capacidad de conversión del otro. Todo para que alguna vez, sin prisa, cuando hayamos acabado de madurar por dentro, cuando en ese interior misterioso y personalísimo donde se toma la decisiones libres nos parezca oportuno, nuestro corazón se abra con una sonrisa; y le digamos que sí, y empecemos a dar fruto. Entonces habrá valido la pena esperar un año más, Y estercolar, y cavar en torno a nuestra pobre higuera. Así, cuando la higuera de fruto, podremos con todo derecho echar al vuelo las campanas de la alegría, porque otro hombre habrá dado, en plena libertad, el paso de decir a Dios que sí. Habrá mucha alegría en el cielo por cada con pecador que se convierta.