Evangelio Festividad del Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina

Lectura del santo evangelio según san Mateo

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló muchas cosas en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron.

Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.

Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos, que oiga».

Palabra del Señor

El texto que la liturgia nos presenta hoy nos narra la llamada del profeta Jeremías, sus luchas a la hora de responder y la misión que se le encomienda. Dios lo elige antes de ser engendrado y lo consagra antes de nacer. Lo nombra profeta de los gentiles y él, sobrecogido de temor y temblor, se escuda en que no sabe hablar por su corta edad. Del mismo modo, Dios nos elige, nos consagra por el bautismo, y tiene para cada uno de nosotros su proyecto para que colaboremos con Él en su Plan de Salvación. ¿En qué nos escudamos nosotros ante su llamada?

¿Cuáles son nuestras resistencias para responder y seguir su proyecto?

Las escusas del profeta se ven desmontadas por Dios y con la imposición de: Donde te envíe irás, y lo que yo te mande lo dirás. La obediencia es requisito indispensable en la misión profética y en el discipulado. ¿Cómo es nuestra obediencia? ¿Vivimos a la escucha de su Palabra? ¿Vivimos el “HÁGASE TU VOLUNTAD” o sólo lo decimos de palabra?

El Señor es fiel y no nos abandona, está con el profeta para librarlo y también con cada uno de nosotros. Nos invita a la confianza y nos asegura que ha puesto su Palabra en nuestros labios y en nuestros corazones.

Por último, el Señor le muestra al profeta la misión: Te establezco sobre pueblos y reyes para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar. También a nosotros nos pide arrancar y arrasar todo lo que nos impide seguirle fielmente; destruir y demoler los ídolos y las falsas imágenes que tenemos de Dios; edificar y plantar nuestra vida en el único cimiento: Jesucristo (1Cor 3, 11)

La semilla cayó en tierra buena y dio fruto
El Evangelio de hoy está formado por dos partes: por un lado la introducción al discurso parabólico de Jesús que contiene siete parábolas, y por otro, se nos narra la primera parábola que es la del sembrador.

Ésta es una parábola que el mismo Jesús explica en los versículos 18 al 23 de este capítulo 13. Cristo es el sembrador y la semilla es su palabra que Él siembra con abundante generosidad. Nosotros somos la tierra que recibe esa Palabra y sí, la recibimos, pero no siempre la acogemos ni siempre lo hacemos de la misma manera. A veces nuestra tierra está endurecida por los golpes de la vida o la indiferencia. Otras veces está agobiada por los afanes y las preocupaciones y tampoco es bien acogida. Tenemos que procurar vivir más en sintonía con el Sembrador y su Palabra, limpiando y liberando nuestra tierra de pedruscos y malezas, regándola en la oración con la lluvia del Espíritu, y así podremos dar el fruto que el Sembrador espera y desea.

¡¡¡ FELIZ DÍA DEL BEATO CRISTÓBAL DE SANTA CATALINA !!!

Evangelio 16° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,30-34)

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.» Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Palabra del Señor

Dios no puede ver con buenos ojos como el egoísmo de los hombres ha sido capaz de producir una masa tan grande de gente que no cuenta para nadie. Ni puede gustarle tanto sufrimiento que podría ser evitado. Ni tanto odio asomándose a tantos ojos. Ni tanto muro separando al hermano del hermano. Ni tantos muertos ahogados en el mar de la indiferencia del primer mundo. Este mundo ha llegado a no parecerse mucho a aquél que un día nació tan limpio, del fondo de su Amor.

Tampoco a Jesús le gusta el camino que está tomando los hombres: «les dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma».
Y la enseñanza de Jesús no es otra que optar por el camino de la entrega y del amor. Y para animarnos, Él mismo se pone a recorrerlo. Duro camino el de hacerse puente, para intentar unir dos riberas que se ignoran, o se odian. Y acaba, como era de esperar, muriendo crucificado: «Él es nuestra paz… Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolo en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio».

El camino, pues, está abierto, ya todo es posible. Y para, ello, hacen falta ‘cristos’ que, a cuerpo limpio, con los brazos abiertos -en forma de cruz-, vayan cubriendo la distancia que separa los corazones de los hombres, vayan derribando muros y tendiendo puentes, vayan dando muerte en ellos al odio. Aunque acabe costándoles -costándonos- la vida.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 15° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,7-13)

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Palabra del Señor

Todas las lecturas de este Domingo se puede resumir en una palabra: «misión». Dios elige a Amós y lo saca de en medio de sus tareas de pastor para que profetice a la casa de Israel. Pablo da gracias a Dios Padre por Jesucristo ya que con Él hemos recibido la gracia de ser hijos y la misión de vivir como tales. Jesús, en el Evangelio, envía a los Doce a predicar la conversión con el único equipaje que su confianza en Él, apoyado por un bastón y unas sandalias, y poco más, ligero de equipaje para que el enviado no se entretengas en «atender» a sus cosas o a emplear el tiempo apremiante de la misión en el.

Enviados con la firme certeza que afirma San Pablo: «hemos sido elegidos antes de la creación del mundo a ser santos e irreprochables ante él por el amor».

La tarea es apasionante, se nos pide ser buscadores incansables de caminos para que no muera el diálogo; artificieros capaces de desactivar todas las espirales de violencia; malabaristas especializados en dar saltos arriesgados hacia la paz; perdedores natos en todas las discusiones… Así se debe comportar los que nos sentimos «elegidos y enviados».

Que no vayamos por ahí poniendo cadenas, sino quitándolas, no fomentando el miedo, sino el amor; no produzcamos tristezas, sino alegría.

Como Jesús. Exactamente como Él. Hasta el último rincón de la tierra.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 14° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,1-6)

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano De Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»

Y esto les resultaba escandaloso.

Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»

No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra del Señor

¡Con cuánta fatiga la verdad se abre camino entre los hombres! Las lecturas de este Domingo nos presenta a tres personas para la misión: el profeta desterrado Ezequiel, Pablo el que presume de sus debilidades y Jesús, un carpintero, hijo de María y José. Todos experimentan el rechazo de los suyos, sus conocidos, vecinos, conciudadanos.

Es el riesgo que asume Dios al usar la mediación de los profetas. Seguro que el mensaje que quiere transmitirnos no llegará químicamente puro, sino mezclado, empobrecido con la ganga de las limitaciones humanas. Pero Él lo prefiere así. Prefiere que su Palabra llegue a los hombres no dicha desde arriba, a golpe de relámpago, sino envuelta en el ropaje sencillo de una palabra humana.

Existe, el riesgo, de que los hombres, al oír al profeta, se queden en la sola apariencia y no lleguen a darse cuenta de que, dentro de la pobre palabra del profeta, está tratando de llegar nada más y nada menos que la Palabra salvadora del Señor. No es extraño que así ocurra. Pasó con Jesús ¡y eso que era Jesús!: «¿De dónde saca todo esto….?, ¿no es éste el carpintero…? Y desconfiaban del él».

Pero la gloria del profeta es ver la alegría de su corazón agradecido porque Dios se ha dignado usar sus pobres harapos para vestir esa Palabra eterna que está queriendo decir a los hombres.

Dios cuenta con el hombre, ¿no es maravilloso?

¡Feliz Domingo!

Evangelio 13° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Marcos (5, 21-43 )

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando:
«Con solo tocarle el manto curaré».

Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:

«¿Quién me ha tocado el manto?».

Los discípulos le contestaban:

«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”».

Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.

Él le dice:

«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

«No temas; basta que tengas fe».

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:

«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.

Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor

Nuestro Dios es un Dios de vida, que ama la vida y lucha contra la muerte. Y la manera de conectarnos con esta corriente de vida es la fe.

Cristo es una corriente de vida que pasa junto a nosotros. Lleva dentro toda la vida de Dios y quiere comunicarla.

Jairo cayó a los pies de Jesús, rogándole con insistencia que curase a su hija. Luego, cuando le dijeron que la niña estaba muerta, prestó atención a las palabras alentadoras de Jesús: ‘Basta que tengas fe’. Y la tuvo. Fue así como una preciosa carilla de doce años resplandeció de nuevo con todos los colores de la vida. Lo mismo que aquella mujer enferma de hemorragias: se atrevió a ‘tocar’ a Jesús -la fe tuvo en ella más fuerza que el miedo a la ley- y, enseguida, ‘notó que su cuerpo estaba curado’.

Creer en Jesús es, pues, mirarse primero y verse enfermo, y triste, y pobre. Y dejar luego que brote y tome cuerpo en uno la sed de otra agua, el hambre de otra vida. Mirarlo después a Él, escucharlo, sentir que lleva la respuesta a todas mis preguntas, la llave de todos mis anhelos. Poner, finalmente, mi corazón de rodillas y tender hacia Él mis manos suplicantes. En esa medida exacta, en tanto en cuanto sea capaz de vaciarme de mí y abrirme a Él, su agua viva calmará mi sed, su medicina cerrará mis heridas, su Espíritu me llenará con su fuerza. Y entonces, me levantará de la tierra de los muerto, como a la hija de Jairo, para vivir para siempre en la tierra de la Vida.

Hoy el Señor te dice como a esta niña:»Talitha kum», contigo hablo, ¡Levántate!

¡Aleluya! ¡Amén!

¡Feliz Domingo!

Evangelio 12° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,35-40)

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.

Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!»

El viento cesó y vino una gran calma.

Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»

Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»

Palabra del Señor

El Evangelio de este domingo que podría ser un relato más para poner de relieve el poder de Jesús sobre el viento y el mar, el evangelista Marcos, quiere que sea un toque de atención, un aldabonazo a la fe de sus discípulos y a la nuestra cuando dejamos que nos abrume el miedo ante tantas tempestades y tormentas que amenazan con hundir la barca de la Iglesia y la nuestra propia: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

Hoy el Señor nos recuerda que sigue siendo el dueño y que Él lleva el timón del mundo. Y que a nosotros nos toca confiar y luchar ante las adversidades de la vida. Luchar contra viento y las olas, contra el desaliento y la tristeza, contra el lastre de los propios pecados, contra el ataque de todas las fuerzas del mal que sueñan con hundir algún día esa pobre y molesta barca de Pedro.

Si, a nosotros nos toca luchar apretando los dientes, exactamente como si todo dependiera de nosotros pero sabiendo que todo depende de El. Que Él sigue siendo el dueño del mar y del viento, que Él siempre, siempre está. A nosotros nos toca agarrarnos fuertemente a la oración y confiar, como si en esa lucha, todo dependiera de Dios.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 11° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,26-34)

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.»

Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor

¡Como para no estar asombrado! Detrás de todo, en el corazón de la vida, junto a nosotros hay una presencia amiga que no nos deja ni un instante. Es un aliento de vida, una fuerza divina que no deja de trabajar por dentro, en el mayor silencio. Algo así como ese misterioso empuje que, nadie sabe como, hace germinar y crecer la semilla.
No existe en la cosas de Dios proporción entre el esfuerzo y el resultado, se tiene esa extraña sensación de que no corresponde lo que tú haces con lo que después sucede; en el fondo vivimos asombrados porque estamos metidos en una obra que nos desconcierta, porque continuamente nos desborda.

Por eso Dios se complace de que sus obras arranquen de lo muy pequeño:»¿con qué podemos comparar el Reino de Dios? Con un grano de mostaza, la semilla mas pequeña».

Dios quiere que nunca nos tiente la soberbia cuando vemos que todo marcha viento en popa, ni caigamos en el desaliento cuando nuestros reiterados esfuerzos no encuentren la más pequeña respuesta.
Lo nuestro es trabajar, poner cuanto esté de nuestra parte. El resto, es bueno que lo dejemos a Él: es cosa suya. Y que confiemos, al fin y al cabo esta es la gran verdad de nuestra fe: saber confiar, saber esperar. ¡Estamos en buenas manos!

¡Feliz Domingo!

Evangelio 10° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según San Marcos (3, 20-35)

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:

«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».

El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:

«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.

En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».

Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.

La gente que tenía sentada alrededor le dice:

«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».

Él les pregunta:

«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».

Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:

«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Palabra del Señor.

Nuestro pasaje evangélico es un enérgico reproche a quienes optan por la ceguera, a quienes buscan explicaciones retorcidas con tal de no reconocer el poder y autoridad de Jesús. Pecan contra la luz, contra el Espíritu Santo, lo que equivale a situarse deliberadamente al margen de su acción salvífica. No es que deje de ofrecérseles el perdón, sino que, en su inmovilista y autosuficiente soberbia, huyen de la salvación.“Todo se le podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que diga, pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrán perdón”

Nada puede Dios ante un corazón que aparta su obrar de su intención. Dios no puede hacer saltar la prisión de quién se cierra en ella dando dos vueltas a la llave; Nadie puede ser liberado de su ceguera si se niega a que una luz venida al exterior pueda despertarlo a la claridad del día. Ojalá tengamos un corazón humilde, siempre abierto a la sorpresa de la acción sanadora y creadora de Jesús, especialmente cuando se nos acerca en su Palabra y en sus Sacramentos.

Ojalá que seamos contados entre los suyos, sus íntimos, la nueva familia de los hijos de Dios, los que escuchamos su Palabra y la ponemos en práctica: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Evangelio de la Festividad del Corpus Christi

Lectura del santo evangelio según san Marcos (14,12-16.22-26)

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?» Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

Palabra del Señor

Éste del Cuerpo de Cristo es uno de los misterios más hondos de nuestra fe y para descubrirlo es preciso ahondar, pasar barreras tras barreras, ir cada vez más adentro. Y después salir y mirar de nuevo la vida quizás con otros ojos.

Hay que pasar primero la corteza de este espectáculo maravilloso de ver por las calles engalanadas de nuestra ciudad una custodia riquísima sobre carroza de postín acompañado del clero y corporaciones y de una multitud devota y festiva al son de marchas procesionales. Pues esta es la primera barrera que hay que pasar: conseguir que la atención no se nos quede prendida entre tanta ceremonia, que no nos engañe el brillo de tanto lujo y seamos capaces de descubrir el mensaje de pobreza y abandono, de amor y de cruz que va escondido en este Sacramento. No es pequeña barrera. Ni pequeña tarea.

Y conseguido traspasar esta barrera queda otras muchas, por ejemplo la de los signos. Los signos aquí son pan y vino, y están para ayudarnos a comprender una verdad más profunda: Un cuerpo que se entrega y una sangre que se derrama.

Quien consigue traspasar estas barreras descubrirá verdades más honda que le dejará el corazón en estado de alegría: un Dios que nos ama hasta el disparate de encarnarse. Un Cristo que toma su propia carne y nos la entrega, hasta dejarse moler y amasar como el pan, hasta dejarse pisar y escanciar como el vino. Un Espíritu que hace posible que ese Cristo, vivo ya y glorioso para siempre, se siga ofreciendo en alimento y bebida a los que creen en El…

Y finalmente, los ojos que han descubierto en la Hostia el amor de Cristo que da su vida por los hermanos vuelven a la vida de cada día con una luz nueva: y de ahora en adelante van a ser capaces de descubrirlo en todo hermano que sufre, en todo hombre que sangra, en todo niño de ojos tristes y vientre hinchado por el hambre. Quien ha llegado a descubrir el misterio del amor hecho Eucaristía sigue adorando a Jesús, desde luego, en la Hostia consagrada, sigue participando de la misa, pero lo hace desde otra perpectiva más viva, más encarnada: desde el amor a Cristo que está también presente en los hermanos. Comulga, ciertamente, pero a la alegría del encuentro con Él une la preocupación por los hermanos que faltan, por tantos hermanos que no tienen mesa, ni mantel, ni pan. Y, cuando sale, continúa su comunión: sigue comulgando con el Cristo-pobre, con el Cristo-niño abandonado, con el Cristo-transeúnte, con el Cristo-enfermo….

Y lo mejor del caso es que, al hacerlo así, el cristiano se está convirtiendo a su vez en ‘signo’ para los que aún están lejos, un signo más comprensible para ellos que un pedazo de pan y un poco de vino, que nada les dice todavía.

¡Feliz día del Corpus!

Evangelio de la Festividad de la Santísima Trinidad

Lectura del santo Evangelio según San Mateo (28,16-20)

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra del Señor

Ha zarpado el barco de la Iglesia. A impulsos de una palabra «id», ha soltado las amarras que lo mantenían atado a la presencia visible de Jesús. Es la hora de su ‘envió’, de su ‘misión’. Tiene por delante una descomunal tarea: llevar a ‘todos los pueblos’ la buena noticia de que Jesús nos salva: toda una aventura, llena de peligro y esperanza… ¡No temas, Iglesia! Vas en el nombre del Señor -Padre, Hijo y Espíritu- Él será tu fuerza. Él hará posible la utopía de ese programa que predicas: la civilización del amor, un mundo de hermanos, de hijos. Suyo será el mérito, suya la gloria. Por eso es tan importante que te mantengas fiel. Que nunca te creas la dueña, que todo lo hagas «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

Feliz día de la santísima Trinidad, feliz día Pro Orantibus, donde bajo el lema, «Contemplando tu rostro, aprendemos a decir: “¡Hágase tu voluntad!”» recordamos a los consagrados y consagradas contemplativos porque han hecho de la actitud orante —que es inherente a la fe, pero se modula de distintos modos según los carismas— regla y medida de todas las cosas. Siempre cerca de Dios y de la humanidad que sufre.

¡Feliz Domingo!