Evangelio 33° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Marcos (13,24-32)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»

Palabra del Señor

Cuando el año litúrgico está para finalizar, el evangelista Marcos quiere preparar a su comunidad para el final que se avecina y aunque parece que hasta lo más sagrado va a tambalearse y caer como el propio sol que alumbra, les invita a la confianza y a la esperanza: ¡Estad preparados!

Es importante que nos paremos a pensar dónde estamos amarrando nuestra esperanza, en qué punto de apoyo estamos haciendo descansar nuestro corazón. Es importante que pesemos en esa balanza los esfuerzos que hacemos, las preocupaciones que nos asaltan, la amargura que, tantas veces, nos frena en seco. Sería triste que, el día menos pensado -ese que sabe ‘solo el Padre’-, nos encontráramos con que hemos vivido aferrados a cosas que se van a ir también, corriente abajo, en ese último amanecer.

Aprendamos a interpretar los signos, como el rebrotar de la higuera que anuncia el verano, hay también muchos signos en la naturaleza que nos hablan de nuestras limitaciones y caducidad y de la necesidad de aprender a vivir de otras maneras: las pandemias, el calentamiento global, las inundaciones, las Danas…No controlamos todo (aunque nos guste creérnoslo), y todo puede cambiar en breve tiempo.

Que el ejemplo Santa Isabel de Hungría, que acogió a Dios en su corazón y entregó toda su vida al servicio de los más necesitados, nos ilumine a todos especialmente a los franciscanos seglares que la tienen como patrona.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 32° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,38-44):

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero; muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

Palabra del Señor

El evangelio de hoy es una pedagogía de la mirada. Jesús invita a mirar de otro modo, no como todos ven las cosas. En las primeras líneas, vemos una crítica a la vanidad y ostentación de los escribas, personas a las que les gustaba que se les prestara una atención especial, exagerada, incluso. Para la gente sencilla, el modo de dar culto a Dios era “darle culto” a ellos. Hasta ese extremo habían llegado las cosas. Las largas túnicas les distinguían del resto de los mortales. Así se significaban.

Jesús critica ese deseo de sobresalir, de llamar la atención. Y no solo eso, sino que, además, en vez de proteger a los más desfavorecidos – las viudas – se dedicaban a explotarlas, aprovechándose de ellas, y dejándolas sin nada. Con el pretexto de largos rezos… Por su culpa, seguramente, muchas personas se alejarían de la fe, cansados y arruinados. Un abuso, por una parte, y una pena, por otra.

Después, en el episodio de la viuda, un hecho a primera vista menudo, irrelevante, Jesús nos enseña a ver todo el significado de que es portador. Es un gesto de desasimiento radical y de radical abandono en las manos de Dios. Un ejemplo para todos. Sobre todo, para los que no acabamos de fiarnos del todo de Dios.

¿Por qué es importante este gesto de la viuda? Es verdad que muchos ricos echaban, hablando en términos absolutos, muchísimo más que aquella pobre viuda; pero Jesús pone de relieve que echaban de lo que les sobraba. En cambio, la viuda echó todo lo que tenía. Sí, para las arcas del templo y para una mirada común, aquello era un donativo desdeñable. No se habría echado de menos, aunque la viuda se lo hubiera guardado en el regazo.

Pero para la mirada de Jesús, que cala más hondo, el gesto de la mujer había sido admirable. Y se lo hizo notar a los discípulos. Así es como mide Dios, que ve en lo profundo y no se deja engañar por las apariencias. Ese Dios que lleva cuenta hasta del vaso de agua que se da a uno de los pequeños por ser discípulo de Jesús.

Cuando nuestro Sumo Sacerdote aparezca de nuevo, vendrá para llevarse a aquellos rescatados con su sacrificio. Esa muerte de cruz nos ha liberado de toda culpa, si aceptamos seguir al Maestro y vivir como Él nos enseñó. Lo que se espera es que podamos responder como Dios se merece.

Cuando estamos hablando de cómo conseguir llegar al Reino de Dios, en este texto tenemos un modelo a seguir. Esta viuda logró alcanzarlo por solo dos moneditas. Otros entran ofreciendo un vaso de agua fresca (Mt 10, 42). El precio a pagar es sencillo: el Reino de Dios vale todo lo que tienes, por poco o mucho que sea.

Ninguna de nuestras vidas es insignificante ante Dios. Todas son valiosas, sumamente valiosas. Tenemos una vocación de amor generoso que Dios sabe medir como nadie. Respondamos a la vocación recibida.

Evangelio 31° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,28b-34)

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Respondió Jesús: «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que éstos.»

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor

Jesús, al responder al letrado, nos da la quintaesencia de toda su doctrina: amar. Pero ¿Y las normas? ¿De qué sirve las normas, si el corazón de quien debe cumplirlas respira en otra sintonía? ¿No será mucho mejor convertir ese corazón al amor, de modo que él mismo vaya descubriendo lo que ese amor le pide, las obras que debe realizar como expresión de ese amor? ¿Para qué los sacrificios de animales, sino brotan de un corazón que ama?

Pero hay todavía otra genial precisión de Jesús: la unión indisoluble que hace entre el amor a Dios y el amor al hermano. Corta así toda escapatoria hacia una vida de engaños, de hipocresía. El amor al prójimo es lo que mejor demuestra que ese amor que decimos tener a Dios no es una falsa.
“No estás lejos del reino de Dios”, dice Jesús al letrado. Quien escucha la Palabra de Dios y acepta que su amor, hecho vida en el amor al hermano, es lo más importante en la vida; que ese amor vale más que todas las normas, incluso que los mejores pacto del culto del Señor, está ya a las puertas del Reino de Dios. Es esta la novedad que Jesús ha traído, la que ha repetido tantas veces y ha hecho vida en su vida de tantas maneras. Para hacerse discípulo suyo, habrá que enderezar los pasos por este camino.
Vale la pena pararnos hoy y hacernos esta pregunta: ¿estoy cerca o lejos del Reino de Dios?

Os invito a dirigiros a Dios para pedir por el pueblo valenciano y el resto de poblaciones afectadas ante la mortales consecuencias de la Dana con estas palabras:

Señor, Creador y soberano de cielos y tierra, acoge con misericordia a las víctimas de las recientes inundaciones y consuela a sus familias. Que los gobernantes provean soluciones inmediatas, y todos nosotros, movidos por tu amor, contribuyamos a socorrer las necesidades de los damnificados.

¡Feliz Domingo!

1° Día Triduo Nuestra Señora de la Soledad

Hoy a las 20.30 horas dará comienzo el primer día de Triduo a Ntra Sra de la Soledad.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,22-30)

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos»; y él os replicará: «No sé quiénes sois.» Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.» Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.» Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.»

Palabra del Señor

¿Quiénes son los últimos?, ¿Quiénes los primeros? Jesús nos vuelve a meter (con el cariño que le distingue) el dedo en el ojo. ¿Qué será de los que estamos tan seguros de estar salvados, porque hemos comido y bebido con el Señor, hemos comulgado tantas veces su Cuerpo y su Sangre? ¿Es posible que el Señor nos diga como le dijo a este hombre que se le acercó a preguntarle si se salvarían muchos, no sé quiénes sois? Seguimos empeñados en entrar por la puerta principal, por la ancha, por la de primera división y Jesús nos dice una y otra vez: “Esforzados en entrar por la puerta estrecha”.No se trata de presentarse con certificados de buena conducta. Para entrar en el Reino no hay privilegios que valga. No hay más que una condición: pasar por la puerta. Y esa puerta se llama “Jesús”. Ese es el verdadero salvaconducto: un hombre, no una teoría; un amor, no un sistema.“Yo soy la puerta” dice Jesús y hago saltar las murallas del miedo, de la culpabilidad y de la estrechez.“Yo soy la puerta” dice Jesús, el que pasa por ella se une a la comunidad en la que los lazos internos de conocimiento, de amor y de generosidad son más fuerte que la constricciones y los preceptos.“

Evangelio 30° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52)

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»

Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»

Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»

Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor

Al borde de todos los caminos del mundo están “los ciegos”, pidiendo limosna. Marginados, como muertos, tienden sus manos por si alguien, desde la vida, les echa unas migajas por el amor de Dios.

Jesús pasa por ese camino, entre la gente. Y el ciego empezó a gritar: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Se había encendido una lucecita en su corazón.

Pero los gritos del ciego molestan a los que iban con Jesús. Pasa siempre. Esos gritos rompen la paz, y ellos querían disfrutar a solas del maestro, como si Él hubiese venido para eso: para que se lo repartan los sanos.
Sin embargo, el oído de Jesús, atento a los que necesitan médico, oyó el grito creciente de Bartimeo y mandó que lo llamasen, que aquellos mismo que lo querían hacer callar le diesen la ‘buena noticia’ de que el Maestro lo llamada.

Y fue cuando este ciego comprendió que su largo túnel oscuro desembocaba en la Luz: ‘Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús’. Soltó todo el lastre de muerte que le sobraba, dio el salto a la vida y se acercó a la fuente de la luz. De ahí en adelante su vida iría alguna parte. Valía la pena seguir a quien le estaba abriendo los ojos: ‘Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino’.
Es una historia que se repite. Al borde del camino por el que vamos, alegres, los seguidores de Jesús, hay mundos de muerte: cantidad de gente que no ha descubierto todavía la fiesta del color, que no tiene posibilidad de sacudirse la tristeza. Marginados y pobres de todo tipo: jóvenes con el corazón apagado, ancianos huérfanos de hijos, niños con los ojos muy abiertos, hogares con la chimenea inútil, pobres de dinero, o de cariño, o de esperanza… Todos tendiendo su mano, y su grito, por si alguien, todavía, quiere ayudarles a seguir muriendo.
Ahora nos toca a nosotros los que vamos junto a Jesús, ¿oiremos ese grito, que nos llega desde el borde del camino?
Ahí están con oídos atentos y mirada profunda nuestros misioneros y misioneras dispuestos a acercar a Jesús a tantos hombres y mujeres marginados al borde del canino de esta vida para anunciarles: ¡ánimo, el Señor te llama!

Hoy celebramos la jornada mundial de los de sin techo, acojamos su grito, dignifiquemos su vida y llevémoslo a Jesús.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 29° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,35-45)

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»

Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»

Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»

Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»

Contestaron: «Lo somos.»

Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.»

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

Palabra del Señor

¡Que previsible es la condición humana! Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, lo tienen claro: buscan ocupar un ‘buen puesto’ al lado de Jesús, y, a decir verdad no me sorprende demasiado pues en el fondo todos buscamos asegurar nuestra felicidad de algún modo. Más me sorprende que Santiago y Juan declaren con tanta rapidez que están dispuesto a compartir con Jesús el cáliz, la copa, que ha de beber.

Así es la condición humana. En medio de los Doce, Santiago y Juan quieren destacar, sobresalir del resto y, esto que pudiera ocasionar malestar en el grupo, Jesús con su sabiduría, lo aprovecha para profetizar la muerte que Santiago padecerá por su fidelidad radical al Maestro y al Evangelio.
Y así, Jesús, de nuevo, vuelve a recordarnos que «el puesto de honor», el «ser el primero» a los ojos de Dios se mide en la entrega y el servicio.

Servir es uno de los verbos que debe practicar el buen discípulo. Servir no significa servilismo o renunciar a tu propia libertad, sino adentrarte en el horizonte de una total expropiación personal y de una entrega completa de nosotros mismos al Padre.

Servir es lo que hacen nuestros hermanos misioneros invitando a todos al banquete de la vida. Recemos por nuestros misioneros y colaboremos con las misiones.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 28° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Marcos (10,17-27)

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:

«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».

Jesús le contestó:

«Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».

Él replicó:

«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».

Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».

A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:

«¿Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».

Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:

«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».

Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».

Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».

Palabra del Señor

El cristiano es alguien que ha descubierto un tesoro que le ha cambiado la vida y le ha producido una alegría honda, contagiosa: ha descubierto el amor, el amor entero y limpio, auténtico y perdurable. Y ese amor a Dios le llena de tal manera el alma, que cualquier cosa que no sea amor ha dejado de interesarle. Ha encontrado otra sabiduría y entonces, “todo lo estimo pérdida, con tal de ganar a Cristo».

El joven rico del Evangelio de hoy, no había descubierto ese tesoro. Cumplía la ley, si, («todo eso lo he cumplido desde pequeño»), por eso estaba en el camino y Jesús lo miró con amor, con cariño. Pero se había quedado en la pura ley, sin dar el paso al amor, todavía pesaba el oro de su corazón hasta el punto que frunció el ceño y se marchó pesaroso. SE QUEDÓ CON SU DINERO, PERO SE LE ESCAPÓ LA ALEGRÍA.

Y claro está, si no se ha descubierto este tesoro, no tiene sentido dejar el dinero y abrazarse a la pobreza. Quien sigue a Jesús no es que se le pida desprenderse del dinero, es mucho más fácil, es que el dinero ha dejado de interesarle.

Y es que el dinero, con valer poco, puede, sin embargo, redimirse, rescatarse, pasar a ser un valor del Reino, un tesoro en el cielo, cuando con él, somos capaces de cambiar en sonrisa el llanto de un hermano, cuando, con él, contribuimos a restablecer en el mundo, si quiera un poquito, el equilibrio de la justicia, de la honesta distribución de unos bienes que Dios hizo para todos. Entonces, sí, el dinero se convierte en “gracia” porque ha pasado a ser expresión de amor. Por eso es fuente de alegría para el que lo recibe y, más todavía, para el que lo da.

¿Cuál es tu riqueza?

¡Feliz Domingo!

Evangelio 27° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,2-16)

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»

Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»

Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»

Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.» De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»

Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»

Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor

El amor, tal como manó del corazón inmenso de Dios, era un bloque de oro puro: sin ganga de egoísmo, sin fisuras de incomprensión, hecho para crecer y hacer crecer, para dar felicidad, para sembrar vida. No es que el hombre pudiera así, de pronto, conseguir y poseer ese amor perfecto, pero estaba llamado a tender hacia él, a intentar cada día subir un poco, si quiera un palmo, hacia esa meta utópica de parecerse al puro y fiel amor del Padre Dios. Se contaba con la posibilidad de caídas, de cansancios, de traiciones, pero para eso estaban las lágrimas del arrepentimiento y el bálsamo del perdón, la alegría del abrazo redescubierto.

Pero ocurrió que el hombre, muchos hombres, cansado de intentarlo una y otra vez, se fueron sentando al borde del camino y dieron en pensar que por qué tanto esfuerzo para alcanzar lo inalcanzable, y a santo de qué había que pensar en el otro, estando yo más cerca. Y que por qué razón aguantar, disculpar, tolerar, comprender, perdonar, siendo más fácil dar el portazo e irse. Y por qué someterse a que alguien, aunque sea el mismísimo Dios, me diga lo que he de hacer, siendo como soy libre…Y así, paso a paso, lentamente al principio y desmadradamente después, se produjo el desastre.

Por eso Jesús en el Evangelio hace dos afirmaciones relevantes. La primera de todas es que no es voluntad de Dios que el hombre esté por encima de la mujer, porque fueron creados iguales para formar juntos una nueva realidad, «una sola carne», con la expresión bíblica. De modo que los dos juntos, entregándose, amándose, uniéndose y siendo fecundos… son la imagen de Dios.
En segundo lugar: la Ley de Moisés había buscado un «cauce» legal para los casos en que el matrimonio no funcionaba, por culpa de la «estrechez de corazón», la terquedad de los hombres. Esa Ley mosaica intentaba defender a la mujer, concediendo al varón el «derecho» a dejarla «libre» de su matrimonio, sin que se la pudiera acusar de adulterio. De ahí se pasó a una mentalidad divorcista donde el varón podía hacer casi lo que le diera la gana con ellas. Pues bien: Jesús no entra al trapo de las discusiones rabínicas sobre los motivos para poder romper el vínculo matrimonial, ni tampoco descalifica directamente la Ley de Moisés, como esperaban los fariseos. Sino que se remonta y «recuerda» cuál era el proyecto primero de Dios: El amor para siempre.

Ese amor que han vivido ¿Todos? No, ciertamente. Pero si un grupo, un grupo pequeño de fieles, de soñadores, de hombres y mujeres que siguen diciendo, y lo demuestran con sus vidas, que sí, que el amor, el único amor de verdad, es aquel que salió de las manos y del corazón de Dios, y que es posible, con su gracia, y que da la felicidad: tanto, que, para conseguirlo, vale la pena todo el esfuerzo que cuesta. Pocos, sí, pero ¿acaso se necesita mucha levadura para que toda la masa fermente?

Habrá quien quiera seguir otros caminos, ¡bueno! él verá lo que hace. Pero que no quiera decirnos que el camino es ése. Y menos aún pretenda que Dios -la Iglesia-baje listón, que rebaje al amor hasta ponerlo en la medida de nuestra mediocridad.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 26° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,38-43.45.47-48)

En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»

Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»

Palabra del Señor

Los que estamos dentro de la Iglesia, hemos de reconocer que, todavía, nos solemos parecer más a esos discípulos de corazón pequeño: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en su nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no era de los nuestros»; que a la actitud abierta, confiada, generosa de Jesús: «el que no está contra nosotros, está a favor de nosotros»

Aún nos frenan demasiados los recelos, los capillismos, los anatemas, la resistencia a reconocer que en el “otro” hay también una huella, una verdad, una Palabra viva del Señor que nos interpela.

El Espíritu del Señor salta los muros más altos y borra las fronteras más infranqueables. No es miope el Señor, ni celoso de que su nombre se extienda por el mundo con otros apellidos.

¡Déjate envolver por el aire fresco que trae el espíritu, deja de ver enemigos, adversarios y fantasmas donde solo hay hermanos a los que querer y servir!

¡Feliz Domingo!

Evangelio 24° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,27-35)

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus díscípulos:

«¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»

Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»

Él les prohibió terminantemente decirselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.

Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»

Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

Palabra del Señor

Es fácil seguir a Jesús cuando todo sonríe, cuando todo sale bien. Pero cuando azota el viento del dolor, la prueba, la dificultad, el rechazo por creer o la muerte ¿quién se atreve a mantenerse fiel a Jesús? ¿Quién es capaz de mirar al cielo y decir: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”?

Pedro respondió muy bien a la pregunta de Jesus, dió en el clavo, pero no del todo.

Ciertamente que Jesús es el Mesías, pero no de la manera que Pedro imaginaba. No se trata, Pedro, solo de decir, se trata de comprender. Y no solo de comprender sino, sobre todo de vivir: “¿De qué le sirve a uno, nos dice hoy la carta de Santiago, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿es que esa fe lo podrá salvar?

Hoy el Señor nos invita a revisar nuestro talante ante la cruz, a descubrir cuál es nuestra actitud ante el dolor inevitable, nuestra capacidad de arriesgar algo por amor, nuestra respuesta al sufrimiento de la gente que tenemos cerca o que nos grita desde lejos, nuestra manera de compartir, nuestra disponibilidad desarraigada, nuestra opción por quién y cómo….

La cruz está ahí, siempre. Si queremos seguir a Jesús, habrá que abrazarse a ella.

¡Feliz Domingo!