Evangelio 7° Domingo de Pascua, Festividad de la Ascensión del Señor

Conclusión del santo evangelio según san Lucas (24,46-53)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Palabra del Señor

La Ascensión es como un broche de oro. Es la plenitud de la resurrección, la rúbrica de la victoria de Cristo sobre la muerte.
Mientras lo vemos partir, subir, triunfar, algo canta dentro de nosotros. Es la esperanza, porque el camino está abierto, ya es posible dejar atrás tanto barro y tanta muerte, y volar, volar hacia una altura de libertad absoluta, de felicidad total. La primicia es Cristo, un día llegará nuestra hora. ¡Aleluya!
Pero hasta que llegue ese día, ¡baja hombre! Pon los pies en el suelo que aun no es la hora de tu victoria. Tú tienes, todavía una tarea que cumplir aquí. Él ya llegó, pero no sin antes haber llenado cada página de su vida, hasta la ultima, con lo que el Padre le fue pidiendo escribir. Tú llegarás también un día, sí. Llegaremos. Pero primero tenemos que seguir construyendo aquí, entre todos, un reino de los cielos, aquel mundo diferente que Él dejó iniciado con su amor.

¡Buen domingo!

Evangelio 6° Domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan (14,15-21)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».

Palabra del Señor

El resucitado ha cambiado la vida de sus discípulos cada vez más valientes, más pacíficos, más alegres y ahora, además, acompañados para siempre con su Espíritu.
El Espíritu ha entrado en nosotros de la mano del Señor Resucitado. Es verdad, que ya estaba antes, sí, de otra manera: cuando el Padre trabajaba en silencio nuestro corazón, cuando su amor nos cortejaba, cuando su Palabra nos llamaba desde la tempestad, o desde el ejemplo de un amigo, o desde la belleza de un amanecer.
Pero sólo el día en que nuestra alma decidió, libremente, rendirse al «acoso» de Dios, sólo entonces, el Espíritu de Jesús se nos entró por las puertas y tomó posesión de nuestra casa.

Por eso, «el mundo no puede percibirlo porque no lo ve ni lo conoce » y solo podrá percibirlo si los cristianos lo hacemos visible con nuestra alegría, con nuestro amor, con nuestra tenaz esperanza. Dicho de otra manera: si nuestras comunidades no viven en estado de alegría, si no se nota que nos queremos, si nuestras mutuas relaciones no están basadas en la justicia y la verdad, ¿no será que, por más que pensemos lo contrario, no vive en nosotros el Espíritu del Señor?

¡Feliz Domingo!

Evangelio 5° Domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-12)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre».

Palabra del Señor

Para algunos el no va más de su fe se resume en esta frase:”tiene que haber algo”, y ahí se quedan. Otros hablan de un ser supremo, primer arquitecto de todo cuánto somos y vemos, pero ahí paran también el carro. Con eso se creen que creen. Y no digamos nada de los que dan categoría de dios a todo aquello que les produce miedo, o placer…

Quien ha conocido a Jesús, tiene el camino abierto para llegar más, mucho más lejos. En Jesús, Dios se nos ha traducido tanto, que se ha hecho palabra nuestra, se ha venido tan cerca, que podemos escuchar perfectamente el latido de su corazón. Jesús es el rostro humano de Dios. «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre «.

Con Jesús, ya hay camino para conocer a Dios. En Él descubrimos que Dios no es algo impersonal, impreciso, sino Alguien. Que ese Alguien nos ama apasionadamente, como un Padre. Que su Padre quiere, por encima de todo, que seamos felices. Y es tan grande Dios, que en Él cabemos todo; más aún, tenemos cada uno nuestro lugar reservado. Y tan inabarcable, que hay infinitas maneras de conocerlo, de expresarlo; de modo que nadie puede presumir de sabérselo entero. Y es tan padrazo ese Padre, que sale en busca nuestra cada vez que nos perdemos, y ha empeñado hasta el límite cuanto tenía con tal de rescatarnos y ha puesto su mejor abogado para defendernos.

¡Hay camino! No sólo para conocer a Dios, sino para llegar hasta Él, Jesús, clavado en la cruz, con sus brazos extendidos desde la tierra al Padre, se nos ha hecho puente y puerta. Para que ya nadie pueda decir que estamos dejados de la manos de Dios, o que esto no hay quien lo arregle, o que paren el mundo porque quieren bajarse…

Quien piensa, pues, que no hay camino, es que no ha conocido todavía Jesús. Quien piensa que a Dios no le importamos, es que no ha medido todavía el amor que supone entregarnos a su propio Hijo.

Quien piensa, a estas alturas, que es cristiano sólo porque alcanza decir: «tiene que haber algo», es que no ha sido todavía evangelizado, no se ha enterado de la Buena Noticia que nos ha traído Jesús: que Dios es Padre, y que nos ama disparatadamente.

¡Feliz Domingo!

Evangelio IV Domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan (10,1-10)

En aquel tiempo, dijo Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

Palabra del Señor

Jesús, a lo largo de su vida, fue dando forma a esa manera nueva de ser «pastor».
Jesús no sólo entra por la puerta, y llama a las ovejas por su nombre, y las saca afuera para que coman, retocen y vivan, sino que Él mismo es la puerta: «Yo soy la puerta de las ovejas». Jesús está reclamando para así el tratamiento que le corresponde: el del señor. Quien crea en Él deberá reconocerlo como su único Señor. El es la puerta, la única puerta. Así absoluto, exclusivo. «El que no entra por la puerta es ladrón y bandido». Todo el que, diciendo que cree en Él, quiere mandar de otra manera, tendrá que vérselas con Jesús.

Ahora bien, Jesús no es una puerta que cierra, sino una puerta que libera. Su apriscos no es una cárcel, sino un refugio para no perecer en la tormenta. No ha venido a condenar a todo el que no entra por el aro, sino a ofrecer la salvación a todos los que quieran. Partidario insobornable de la vida y de la liberación. Abogado más que juez. Amigo y padre: «He venido para que tengan vida»

Hacen falta pastores así. Como Jesús, el Buen Pastor. Para que Él pueda seguir, en ellos, llamando, y entregándose, y salvando. Pastores con su sello inconfundible. Dispuestos a mandar-sirviendo. Dispuesto a dar la vida. Nada de rebajas para hacerlo más fácil. Nada de bajar el listón para que aumente el número. A tope.
Pidamos al Señor, en esta Jornada mundial por las vocaciones, que siga enviando obreros a sus mies que refleje el rostro de tu Hijo el Buen Pastor.
¡Feliz Domingo!

Evangelio 3° Domingo de Pascua

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (24,13-35)

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:

«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».

Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:

«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».

Él les dijo:

«¿Qué?».

Ellos le contestaron:

«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».

Entonces él les dijo:

«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:

«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.

Pero él desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro:

«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Parece tan fácil, tan simple.»Se les abrieron los ojos y lo reconocieron». Pero no es nada sencillo. Abrirle los ojos del alma y reconocer al Señor resucitado es el final de un largo camino, el fruto del diálogo difícil que requiere mucho tiempo entre Dios y un hombre libre. Toda una obra de arte, hecha a la medida de cada corazón.

Ocurrió en la fracción del pan. «Sentado a la mesa con ellos, tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio». Fue ahí donde lo reconocieron, donde tuvieron la «experiencia» de Jesús resucitado. Pero ese camino arranca de muy atrás.

Unos hombres vienen de vuelta, desanimados y triste. Tan desanimados, que no le han hecho mella los rumores de una aparición de ángeles que decía que Jesús ha resucitado. Tan en lo suyo vienen, que apenas perciben que se le ha juntado un nuevo compañero de camino: Jesús mismo. «Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». Ver con los ojos del cuerpo es rápido y sencillo, otra cosa es ver con los ojos del corazón. Pero no importa. Jesús ya está ahí, caminando junto a ellos. Ha entrado en sus vidas, y ahora empieza a ver la manera de entrar en su corazón.

Antes que nada, hay que hacer algo para poner en marcha a unos hombres tocados de desaliento. Lo primero, hacerles salir de sí mismo, provocar su desahogo. «¿Qué conversación es esa que tenéis mientras voy de camino?» Hay que romper el cerco de la soledad, tender puentes al diálogo. Y nace una primera corriente de comunicación.

Luego hay que empezar a construir. Lo primero enseñar a ver todo lo sucedido con unos ojos diferente: «empezando por Moisés y siguiendo por los profetas» pero con una clave nueva:»¿No era necesario que el Mesías pareciera esto para entrar en su gloria?».

Andar juntos un trozo de camino, compartir preocupaciones y sentimientos, dejar que la palabra de Dios lo bañe todo con una luz diferente. Falta el último paso: que sus corazones tomen la iniciativa de invitar libremente al forastero para que entre sus vidas:»Quédate con nosotros». A Jesús no le gusta andar por ahí llamando a las puertas, y no suele manifestarse a quien antes no ha tenido el gesto de ofrecer algo de su pobreza.

Ahora sí. La hospitalidad ha hecho posible que haya sobre la mesa una buena hogaza de pan. Y que Jesús, al partirla, pueda al fin hacerse presente, manifestarte, en ese gesto suyo, tan característico…

Largo y difícil, maravilloso camino para todos los que queremos seguir a Jesús. Así es el camino de Emaús, hay que vivir plenamente todas sus etapas sino nunca podremos tener la experiencia del Señor resucitado. Y sin tenerla, ¿cómo podemos ser sus testigos?

¡Feliz Domingo!

Evangelio del 2° Domingo de Pascua, Domingo de la Misericordia

Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor.

El Señor Resucitado sigue apareciéndose a sus discípulos agazapados por el miedo y el temor y, siempre les trae paz. En esta ocasión no estaba Tomás y cuando le comunican llenos de alegría que han visto al Señor, él no les cree, necesita ver para crecer, tocar para asegurarse. Es la fe de tantos que necesitan evidencias para creer. Jesús subrayó su incredulidad para facilitarnos el camino a tantos pobres mortales que nos veríamos después en parecidas circunstancias.

Con la resurrección la fe aprende a vivir de pura confianza en Jesús resucitado, la misma que arrancará de Tomás una de las mas hermosas y sencilla profesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío!

Sin duda que hoy las palabras de Jesús nos suenan a gloria: «Dichosos los que crean sin haber visto». Ahí estamos todos los que hemos creído que Jesús está vivo sin que nuestros ojos lo hayan podido comprobar. Estas palabras de Jesús nos saben a palmada de amigo sobre el hombro.

Tu, ¿de qué lado estás: del primer Tomás «si no veo… no creo», o del segundo «¡Señor mío y Dios mío!? Hay una manera fácil de descubrirlo: comprobar si por nuestra banda, el Reino de Dios crece o va perdiendo terreno.

¡Feliz Domingo de la misericordia!

Evangelio Domingo de Resurrección

Lectura del santo Evangelio según san Juan (20,1-9)

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

Anoche volvimos a escuchar el grito que cambiará para siempre al mundo, que reescribirá la vida de los hombres:

¡Cristo resucitó y está vivo!

Del grano muerto de trigo, brotó el milagro de la espiga nueva. Una vida diferente, sin sombra alguna de muerte, se hizo dueña de la situación dentro de aquel sepulcro vigilado. Y desde aquel punto, lenta pero imparable, esa Vida comenzó a sanar desde dentro toda la podredumbre del mundo.

Ya no hay motivo para el miedo, dejas las lágrimas propias del Vienes Santo, deja la tristeza del Sábado Santo y corre y salta de alegria como las mujeres y los discípulos, porque Cristo está vivo.

Atrévete, hermano a gritar hoy y siempre ¡Cristo vive! Porque es el grito de guerra de los que creemos en Jesús y nos da una clave nueva para entender las cosas de siempre: el tiempo, el amor, la cruz, el sufrimiento, la vida, el otro…¡Cristo vive! Hay que gritarlo a los cuatro vientos. Qué tristeza tan grande no enterarse de esta noticia: ¡Hay tanta gente necesitando saberlo!

¡Cristo vive en mi! Solo una vida que cruce las fronteras de la existencia terrena merece ser llamada verdadera. Ahora todo es diferente, ahora vivo de verdad.

¡Aleluya!

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Evangelio del Jueves Santo

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (26,14-25)

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso:

«¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»

Él contestó:

«ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.»»

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.

Mientras comían dijo:

«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»

Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

«¿Soy yo acaso, Señor?»

Él respondió:

«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

«¿Soy yo acaso, Maestro?»

Él respondió:

«Tú lo has dicho.»

Palabra del Señor

Me conmueve esta insistencia litúrgica en proponernos ayer y hoy prácticamente la misma escena, desde otra perspectiva: ayer el evangelista Juan, hoy Mateo. Pero la historia es la misma: la traición, la ruptura.

Comienza la cena, y todos intuyen que ha llegado la hora. Pero la señal del mundo nuevo no será una conspiración contra el orden establecido, sino su sangre derramada, testimonio de su vida entregada sin condiciones. La señal es un poco de pan partido, fermento de un mundo unido en una comunión sin precedente. La señal es un maestro arrodillado ante sus discípulos para lavarles los pies.

El vino nuevo es derramado, y huele bien la voluntad de Dios ¡Pobre Judas que no lo comprendió y creyó poder remediar un vestido viejo con una pieza nueva! La copa de la Nueva Alianza ya está de mano en mano. Ha nacido el mundo nuevo, fundado en el amor del Siervo.

Celebración de la Palabra

El Jueves Santo a las 10:30 h todos los hermanos de Jesús Nazareno, y en especial los que participan en la Estación de Penitencia, compartirán un momento íntimo de oración en el patio del Colegio de Jesús Nazareno.

La entrada se realizará por la puerta del Colegio de Jesús Nazareno, que estará abierta desde las 10:00 h.

Tras la finalización del mismo se dará apertura a la Iglesia Hospital de Jesús Nazareno para que la ciudad de Córdoba pueda visitar a nuestros Sagrados Titulares y permanecerá abierta hasta las 13 h.

Evangelio del Domingo de Ramos

Lectura del santo evangelio según. San Mateo (26,14–27,66)

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

-«¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

-«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»

Él contestó

-«Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.»

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

última cena

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:

-«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»

Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

-«¿Soy yo acaso, Señor?»

Él respondió:

-«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido. »

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

-«¿Soy yo acaso, Maestro?»

Él respondió:

-«Tú lo has dicho.»

Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

-«Tornad, comed: esto es mi cuerpo.»

Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:

-«Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre. »

Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.

Entonces Jesús les dijo:

-«Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»

Pedro replicó:

-«Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»

Jesús le dijo:

-«Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. »

Pedro le replicó:

-«Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. »

Y lo mismo decían los demás discípulos.

Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:

-«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»

Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Y dijo:

-«Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»

Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:

-«Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»

Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro:

-«¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil. »

De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

-«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.»

Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:

-«Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»

Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:

-«Al que yo bese, ése es; detenedlo.»

Después se acercó a Jesús y le dijo:

-«¡Salve, Maestro!»

judas

Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

-«Amigo, ¿a qué vienes?»

Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.

Jesús le dijo:

-«Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.»

Entonces dijo Jesús a la gente:

-«¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»

Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas.

En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:

-«Éste ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»»

El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:

-«¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»

Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:

-«Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»

caifas

Jesús le respondió:

-«Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.»

Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:

-«Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?»

Y ellos contestaron:

-«Es reo de muerte.»

Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:

-«Haz de profeta, Mesías; ¿Quién te ha pegado?»

Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:

-«También tú andabas con Jesús el Galileo.»

Él lo negó delante de todos, diciendo:

-«No sé qué quieres decir.»

Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:

-«Éste andaba con Jesús el Nazareno.»

Otra vez negó él con juramento:

-«No conozco a ese hombre.»

pedro

Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:

-«Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.»

Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:

-«No conozco a ese hombre.»

Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:

-«He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»

Pero ellos dijeron:

-«¿A nosotros qué? ¡Allá tú!»

Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:

-«No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»

Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»

Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

-«¿Eres tú el rey de los judíos?»

Jesús respondió:

-«Tú lo dices.»

Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

-«¿No oyes cuántos cargos presentan contra fi?»

Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado.

Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:

-«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? »

Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

-«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»

Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: –

«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»

Ellos dijeron:

-«A Barrabás. »

Pilato les preguntó:

-«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»

Contestaron todos:

-«Que lo crucifiquen.»

Pilato insistió:

-«Pues, ¿qué mal ha hecho?»

Pero ellos gritaban más fuerte:

-«¡Que lo crucifiquen!»

Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:

-«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»

Y el pueblo entero contestó:

-«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»

Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:

-«¡Salve, rey de los judíos!»

flagelacion

Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos».

Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:

-«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»

Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:

-«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»

Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

Jesus

Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

-«Elí, Elí, lamá sabaktaní.»

Es decir:

-«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:

-«A Elías llama éste.»

Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían:

-«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»

Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. 

Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:

-«Realmente éste era Hijo de Dios.»

cruz

Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro.

A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:

-«Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.»

Pilato contestó:

-«Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis. »

Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

Palabra del Señor

En vísperas de su pasión y muerte, Jesús hace su entrada triunfal en Jerusalén

Jesús quiere que no nos engañemos cuando, en los próximos días, lo veamos apurar el cáliz hasta el fondo. No quiere que nos quedemos en la superficie negra de su pasión y muerte.

Quiere que lo veamos bajo esta luz profética del Domingo de Ramos: ese Jesús, a quien veremos sufrir y morir, acabará venciendo a la muerte con su muerte: «Bendito el que viene en el nombre del Señor».

Que vivas una Santa Semana Santa y que el Espíritu del Señor haga resucitar algo de tu vida.

¡Feliz Domingo de Ramos!

¡Feliz Semana Santa!