Evangelio 20° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (15,21-28):

En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella los alcanzó y se postró ante Él, y le pidió de rodillas: «Señor, socórreme». Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.

Palabra del Señor.

Hoy contemplamos la escena de la cananea: una mujer pagana, no israelita, que tenía la hija muy enferma, endemoniada, y oyó hablar de Jesús. Sale a su encuentro y con gritos le dice: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo» (Mt 15,22). No le pide nada, solamente le expone el mal que sufre su hija, confiando en que Jesús ya actuará. Jesús “se hace el sordo”. ¿Por qué? Quizá porque había descubierto la fe de aquella mujer y deseaba acrecentarla. Ella continúa suplicando, de tal manera que los discípulos piden a Jesús que la despache. La fe de esta mujer se manifiesta, sobre todo, en su humilde insistencia, remarcada por las palabras de los discípulos: «Atiéndela, que viene detrás gritando» (Mt 15,23). La mujer sigue rogando; no se cansa. El silencio de Jesús se explica porque solamente ha venido para la casa de Israel. Sin embargo, después de la resurrección, dirá a sus discípulos: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15). Este silencio de Dios, a veces, nos atormenta. ¿Cuántas veces nos hemos quejado de este silencio? Pero la cananea se postra, se pone de rodillas. Es la postura de adoración. Él le responde que no está bien tomar el pan de los hijos para echarlo a los perros. Ella le contesta: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos» (Mt 15,26-27). Esta mujer es muy espabilada. No se enfada, no le contesta mal, sino que le da la razón. Tienes razón, Señor! Parece como si le dijera: —Soy como un perro, pero el perro está bajo la protección de su amo. La cananea nos ofrece una gran lección: da la razón al Señor, que siempre la tiene. —No quieras tener la razón cuando te presentas ante el Señor. No te quejes nunca y, si te quejas, acaba diciendo: «Señor, que se haga tu voluntad».

¡Feliz Domingo!

Evangelio de la Festividad de la Asunción de María Santísima

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-56):

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.

Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor

En esta fiesta de la Asunción resuenan, una vez más porque ya forma parte de la oración diaria en la liturgia de las horas, las palabras de María en el Magnificat.

Para ser realistas, no sabemos si fueron esas con exactitud las palabras de María en aquel momento. Actualmente estamos acostumbrados a que siempre haya un periodista con un micrófono o una cámara que registre exactamente lo que pasa en un momento determinado. Entonces no era así. Todo se basaba en la memoria, en los recuerdos. Y ya sabemos de la fragilidad de nuestra memoria. Casi seguro que no fueron sus palabras exactas.

Pero lo que es seguro es que el autor del Evangelio de Lucas puso en labios de María al que coincidía con su forma de ser, de pensar, de sentir, de creer. Es decir, que igual no fueron las palabras exactas que dijo en aquel momento pero que las podía haber dicho perfectamente. Su contenido es el de alguien que había comprendido perfectamente el mensaje rompedor de Jesús, el mensaje del Reino de Dios que pone patas arriba nuestro mundo, que da la vuelta a todo: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” y “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Esa es la misericordia de Dios que llega a sus fieles de generación en generación.

El Magnificat es la expresión de alegría y gozo de alguien que siente ya la presencia del Reino entre nosotros. Sólo con este canto ya podríamos decir que María es la primera discípula. Y que su grandeza proviene sobre todo de haber seguido a Jesús, de haber guardado en su corazón los misterios del Reino y de haber puesto su vida a su servicio.

A lo largo de la vida de Jesús encontramos a María siempre cerca. Desde las bodas de Caná hasta orando con los discípulos después de su muerte, pasando, como no podía ser de otra manera, por el momento de la cruz, en el que no abandonó ni a su hijo ni su confianza en que él era el Salvador. Todos eran los misterios vividos y experimentados del Reino de un Dios que es misericordia y amor para todos, sobre todo para los más débiles y pobres.

Evangelio 19° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo.

Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.

Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.

Jesús les dijo enseguida:

«Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».

Pedro le contestó:

«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».

Él le dijo:

«Ven».

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:

«Señor, sálvame».

Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:

«Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».

En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:

«Realmente eres Hijo de Dios».

Palabra del Señor.

Con la lectura de este episodio de Mateo, la «marcha sobre las aguas», se evocan muchas cosas de las experiencias de la resurrección. De hecho es muy fácil entender que este no es simplemente un episodio histórico de la vida de Jesús y los suyos, sino que encierra experiencias pascuales. No hace falta más que poner atención en las expresiones que se usan en esos momentos, incluso en cómo se postran los discípulos ante el Señor resucitado. Y es que, en la comunidad primitiva, no podía evocarse este momento de la vida de Jesús sino como «Salvador» y «Señor», lo cual sucede especialmente a partir de la resurrección.

Es significativo que Jesús, después de la multiplicación de los panes, episodio inmediatamente anterior, se retira a solas para orar y entrar en contacto con Dios en una experiencia muy personal y particular, que refleja muy a las claras dónde recibe Jesús esa «fuerza» salvífica. Los discípulos, en la barca, están en sus faenas. Sabemos, se ha dicho frecuentemente, que en el evangelio de Mateo esa barca representa a la comunidad, a la Iglesia, a la que el evangelista quiere trasmitir este mensaje.
El hecho mismo de que Pedro represente un papel particular en este episodio, también habla de ese misterio de la Iglesia, que necesita la fuerza y el coraje de su Señor. Pedro es en el evangelio de Mateo el primero de ese grupo de los doce, de la Iglesia, que necesita buscar y encontrar al Señor por la fe. Incluso es representado con sus debilidades. Porque la Iglesia en el Nuevo Testamento no es el grupo de los perfectos, sino de los que necesitan constantemente fe y salvación.

«Soy yo, no tengáis miedo», es una palabra salvadora, de resurrección. Ya hemos dicho que este relato está envuelto en ese lenguaje en el que Jesús domina el tiempo y el espacio, las aguas y el fuego si fuera necesario. Es el lenguaje teológico de la resurrección, cuando Jesús es confesado como Señor. Pero de la misma manera que Dios se «manifestó» a Elías en el Horeb. Ante la desesperación de los suyos, no viene en medio del terremoto, sino «caminando» sobre las aguas, que es como decir: «en la serenidad de la noche», en el «silencio» imperceptible y cuando hace falta.

Evangelio Domingo 18° del Tiempo Ordinario

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 17,1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

«Levantaos, no temáis».

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Palabra del Señor.

Antes no se usaba esta expresión, se decía “estropear el final”, “contar cómo termina” o “destripar la historia”. Da igual cómo lo digamos el caso es que Jesús lo hizo. Tomó a sus amigos más íntimos, se los llevó a lo alto de la montaña y allí pudieron contemplar el final de la historia: vieron la gloria de Dios en la humanidad de Jesús.

Tuvo que ser una visión espeluznante porque san Mateo lo narra con toda clase de detalles extraordinarios: mientras oraba, el aspecto del rostro de Jesús cambió, sus vestidos brillaban de blancos, y Moisés y Elías aparecieron con gloria hablando con Él.

Para un judío de aquella época no había nadie más grande que estos dos: Moisés, el que hablaba con Dios cara a cara como un amigo con un amigo; y Elías, el profeta que había sido arrebatado hacia el cielo en un carro de fuego, aquel que el pueblo esperaba que volviera como precursor del Mesías. “Moisés y Elias”, era lo mismo que decir “la ley y los profetas”. Los dos habían estado en la cima de la montaña para recibir la revelación de Dios. Y ahora, ¿de qué hablaban? De la muerte de Jesús, que iba a consumar en Jerusalén.

¡Vaya momento! ¡Menuda oración la de Jesús aquel día! Si siempre el Padre le hablaba en ese tiempo de encuentro, en aquel lugar apartado que Jesús buscaba para su oración; hoy la cosa adquirió una dimensión extraordinaria: toda la historia de la salvación apuntaba a la cruz, todo lo anterior era preparación y anuncio anticipado de lo que iba a suceder aquel año en Jerusalén. De hecho, sabemos que aquel acontecimiento marcará para siempre un antes y un después en el calendario de la humanidad. La muerte y la resurrección de Jesús serán el fin de lo antiguo y el comienzo de lo nuevo.

Si siempre Jesús era instruido por el Padre en sus largas noches de oración, esta vez la ocasión era especial y de eso fueron testigos Pedro, Santiago y Juan. Le vieron transfigurado porque un día, en otro monte, el de los Olivos, lo verán desfigurado. Le vieron lleno de gloria porque lo verán lleno de heridas y de dolor en su pasión. Lo vieron sostenido y amado por el Padre porque en la cruz le oirán gritar abandonado por su Dios.
Se sintieron por un momento en la gloria bendita, como en el cielo y quisieron eternizar el momento y quedarse allí. “Haremos tres chozas”, dijo Pedro.
Pero no sabía lo que decía; como Santiago y Juan cuando pedían estar a su derecha y a su izquierda en la gloria.

Por eso cuando entraron en la nube de su gloria y escucharon la voz del Padre se llenaron de temor.

Solo cuando vieron a Jesús solo se les quitó el miedo. Solo cuando lo vieron como siempre, pobre y humilde, le siguieron por el camino. Eso sí, aunque no se lo contaron a nadie, nunca se les olvidó aquella voz potente que les había dicho: “escuchadlo”.
Dios. Jesús se ha ido «aparte» con los suyos. Su oración no es siempre «a solas».

Y a veces no le importa que le acompañen, que le pregunten, que le escuchen hablar con su Padre, A menudo elige para que le acompañen a aquellos discípulos a quienes más ama. Orar «con» quienes amamos es un gran signo de cariño e intimidad. Los grandes discípulos de Jesús fueron a la vez los grandes compañeros de su oración. Sólo se llega a ser un buen discípulo, pasando muchos ratos «aparte», con él, escuchándolo. También nosotros necesitamos orar juntos, escucharle juntos, aprender juntos. Y dejarnos juntos cambiar por él, «levantarnos» y echar fuera nuestros «miedos». Que esas últimas palabras nos acompañen…. y nos animemos a buscar algún Tabor… estos días de verano… o cuando sea… pero sin dejarlo siempre «para mañana».

¡Feliz Domingo!

Evangelio 17° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,44-52):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»

Ellos le contestaron: «Sí.»

Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»

Palabra del Señor

Encontrar el reino de Dios es algo así como volverse loco, sí. O, lo que es lo mismo, es algo parecido a enamorarse. Es tropezarse en la vida con algo que, de pronto, nos pone patas arriba nuestra escala de valores, nos rompe de un plumazo todos los esquemas. Y empezamos hacer cosas extrañas: como reír sin motivo aparente, perder el sentido del tiempo y del espacio, dejar de interesarnos por cosas que ante nos obsesionaban, vibrar ante pequeñeces que a otros resultan ridículas…

El criado descubre un valioso tesoro cuando trabaja en el campo. Un anticuario encuentra la piedra preciosa que no esperaba. ¡Ambos arriesgan todo para hacerse con maravilla semejante!
¡La pasión induce a cometer locuras! Sólo podemos hablar del Reino en términos de seducción; no se puede ser discípulo a menor precio: el Reino no acepta los términos medios.

Son acontecimientos inesperados; la vida da muchas vueltas, y los dos hombres intentan vender todo lo que poseen para adquirir lo que no tiene precio.

¡Arriesgarlo todo! Jesús tenía razón: sólo se arriesga la vida cuando se ha descubierto un verdadero rostro. Hacemos locuras cuando estamos dominados por una verdadera pasión. Pero ¿tiene nuestra fe algo que ver con el amor y la locura? «Ve, vende lo que tienes». Arriesga tu vida, pues el tesoro, desde luego, es la salvación, el amor, la pasión que Dios siente por nosotros.

¿Harías tú lo mismo por el Reino? Si es así, eres un verdadero discípulo.

¡Feliz Domingo!

Evangelio Festividad del Beato Padre Cristóbal de San Catalina

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (12,38-42)

En aquel tiempo, algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, queremos ver un signo tuyo.»

Él les contestó: «Esta generación perversa y adúltera exige un signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.»

Palabra del Señor

Cuánta razón tiene el dicho: no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Los que fueron capaces de ver la mano de Dios en Jonás y en Salomón, los escribas y fariseos, no ven el gran signo de Jesús que es más que Jonás y más que Salomón.

Y el signo-Jesús no es otro que el tomar sobre sí el yugo de los hombres, sus enfermedades y sus miserias. No hay otro signo que un hombre que se hace cargo de la dura realidad de la condición humana, un hombre que muere.

¿Sientes el alivio, el consuelo, la presencia de Dios en tu vida? No hay otro nombre bajo el cielo que pueda salvarnos. No te canses de alabar y bendecir al que murió por amor a ti.

¡Feliz día del Beato Cristóbal de Santa Catalina!

Evangelio 16° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,24-43)

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?» Él les dijo: «Un enemigo lo ha hecho.» Los criados le preguntaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?» Pero él les respondió: «No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.»»

Les propuso esta otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»

Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.»

Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré los secretos desde la fundación del mundo.»

Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:

«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»

Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que oiga.»

Palabra del Señor

En este domingo se proclama el Evangelio de la parábola del trigo y la cizaña. Es una parábola que nos habla de la paciencia de Dios para con nosotros.

Trigo y cizaña crecen en nuestro corazón – en el de todos y en el de cada uno -, uno al lado del otro.

Trigo y cizaña crecen juntos, allí donde hay hombres y mujeres, sea cual sea su edad, su condición social, su situación económica, su desarrollo intelectual, sus creencias religiosas.

Constantemente escuchamos la llamada a llevar nuestra vida por el camino del bien, y también la tentación del mal, que aparece incluso, muchas veces, escondida bajo una apariencia de bien. Esta es una realidad de la que no podemos escaparnos, por mucho que lo queramos y por mucho esfuerzo que hagamos.

Pero Dios es infinitamente paciente con nosotros, porque nos ama. Permite que la cizaña crezca junto al trigo, que el mal y el bien convivan hasta el tiempo de la siega, porque no quiere que ni un solo grano de trigo se pierda, enredado en la mala hierba. Conoce nuestras limitaciones y sabe que necesitamos tiempo y esfuerzo para afianzarnos en el bien; por eso permite que éste transcurra sin afanes, y que ponga a cada uno en el lugar que le corresponde.
Con esta parábola, el Maestro nos enseña a ser prudentes, vigilantes y atentos, operadores del bien pero no fanáticos justicieros.

La yerba de la que se habla se refiere al actuar humano, y el hombre cualquiera que sea su situación moral sigue siendo la creatura que está en el corazón de Dios, hasta el punto que por amor a nosotros, enfermos en el espíritu, el Hijo de Dios se ha encarnado y ha dado la vida.

Aprendamos de Dios y de su infinita paciencia y sabiduría que nos invita a vivir juntos el trigo y la cizaña, y no caigamos en la tentación de pensar que la solución está en arrancar la cizaña de cuajo, pues las prisas y las urgencias «purificadoras» terminarían arrancando parte del trigo al querer arrancar la cizaña.

¿Cómo armonizas y convives con tu trigo y tu cizaña? ¿Con el trigo y la cizaña de los demás? ¿Dónde está tu paciencia?

¡Feliz Domingo!

Evangelio 15° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,1-23)

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»

Palabra del Señor

La parábola del sembrador evoca el encuentro del grano con la tierra, es decir, de la Palabra divina con el corazón del hombre. Y de tal encuentro, deberíamos esperar una abundante cosecha, pero no es así. De los seis versículos de la parábola ¡cuatro hablan de fracaso! Ha sido mucha la semilla de la Palabra que no ha dado fruto en el corazón del hombre.

¿Cómo es posible que nuestra Iglesia, nuestro mundo, nuestro corazón, nuestra tierra sembrada durante siglos por la Palabra de Dios sepa aún al egoísmo que marchita el amor; al odio y el orgullo que ahogan a la justicia? ¿Por qué somos los cristianos aún como la roca de fríos y de duros, cuando el Evangelio ha llenado con su semilla nuestros corazones?

La semilla necesita acogida, la semilla necesita tierra abonada, pero Dios no se cansa y como buen Padre insiste a tiempo y a destiempo. Dios confía su simiente a la tierra y espera que los rigores del invierno y las intempestivas lluvias puedan arreciar para que el grano bien hundido en el surco germine sin la menor duda. Y Dios se alegra ya de la buena cosecha en muchos de los corazones de sus hijos.

Pregúntate hoy; ¿La Palabra ha cambiado mi vida?

¡Feliz Domingo!

Evangelio 14° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-30)

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Palabra del Señor

Hoy Jesús ora en voz alta al Padre con esta preciosa bendición: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se la has dado a conocer a los sencillos».
Jesús no bendice al Padre en primer lugar por haber escondido estas cosas a los sabios del mundo sino antes que nada porque las ha «dado a conocer a los sencillos».

Jesús sabe que solo un corazón de niño puede acceder al amor verdadero, a la fe. Solo un corazón sin doblez, trasparente, puede reconocer a Dios Padre en el rostro de Jesucristo. Solo la sencillez es la sabiduría necesaria para ser discípulo y poder conocer los secretos del Reino. Solo el hombre sencillo ha entendido la humildad de nuestro Dios que se abaja para enseñarnos a recorrer el único camino que lleva a la vida, el del anonadamiento, el del servicio a todos, en definitiva, el dar la vida por los demás.

Esta es la sabiduría del discípulo, una vida entregada, un corazón sencillo y una palabra transparente. Así nos quiere Dios.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 13° Domingo de Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,37-42)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

Palabra del Señor

Duras palabras y difícil de entender en la boca de Jesús del que tenemos que aprender a ser «manso y humilde de corazón». Una vez más nos muestra el Evangelio la importancia de la fe en Cristo y, en especial, en su persona. Una fe que tiene que estar por encima de las cosas más sagradas y más grandes de la vida. Seria una fe falsa aquella que, para no romper los vínculos familiares o amistosos, permaneciera en un nivel superficial o lo fuera solo de nombre, sin ninguna exigencia. La fe verdadera, para el Evangelio, significa optar clara y decididamente por la persona de Cristo, aunque esto supusiera, renunciar a los sentimientos más profundos del corazón pues lo que cuenta es la opción por Cristo frente a todos los demás valores e ideales de la vida.

Ser capaz de reafirmar la fe en Cristo y el Evangelio es una necesidad vital para el cristiano de este tiempo sometido a los nuevos ídolos de la humanidad moderna que atrapan su corazón en el placer, el bienestar, la técnica o el consumismo y que amenazan con oxidar la fe hasta el punto de anularla, dejando de ser un factor determinante en la vida.

¡Todo un desafío, hacer de Cristo y a su Evangelio la opción fundamental de mi vida sobre la cual pilote todos los demás valores de mi existencia!

¡Feliz Domingo!