Lectura del santo evangelio según san Mateo (20:20-28):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?»
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.»
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»
Palabra del Señor
Santiago apóstol, testigo y mártir
Mi nombre es «Jacob» en hebreo. Jacobo en griego o latín. Y varía según vuestras diferentes lenguas: Jacob, Jacobo, Jakob, Sant-Iago, Yago, Thiago, Santiago, Jacques, James, Giacomo, Diego, Jaime…
No me confundáis con Santiago el hijo de Alfeo, otro de los Doce apóstoles, al que Marcos llama “el menor”. Ni tampoco con Santiago “el hermano del Señor”, como le llama Pablo de Tarso. Éste ni siquiera fue de nuestro grupo de los Doce. Yo soy Santiago “el hermano de Juan”, “el hijo de Zebedeo”. Llamadme “Santiago, el mayor” o “Santiago, el peregrino” si preferís.
Soy judío de Galilea, nací en la orilla norte del lago. En la cercana ciudad de Cafarnaúm teníamos nuestra barca. Mi hermano Juan y yo trabajábamos en la industria pesquera de mi padre Zebedeo, asociados con otros dos hermanos: Pedro y Andrés.
Cuando aquel maestro de Nazareth nos dijo “seguidme”, lo dejamos todo… aún hoy no me explico bien por qué, pues no nos dio ninguna explicación. Pero es cierto que sentí un fuerte impulso del corazón y muchas ganas de «cambiar de aires», de rutinas, de olor a pescado… En la vida hay que saber arriesgarse algunas veces. Y en la fe, sin riesgo, aventura, y «cambios»… no hay realmente seguimiento.
Mayor fue mi sorpresa cuando Jesús me llamó por mi nombre para formar parte de un grupo especial de DOCE y entonces sí que nos dejó muy clara su finalidad:
1. Para que fuéramos su grupo de acompañamiento, algo así como sus más estrechos colaboradores “para que estuviéramos con Él” (Mc 3,14). Estar con él. Eso es ser discípulo.
2. Para que lleváramos su mensaje, nosotros seríamos los primeros anunciadores del Reino, nos llamaba “para enviarnos a anunciar, dar testimonio” (Mc 3,14). Testigos de lo que vivimos. Eso es ser discípulo.
3. Para que encarnáramos y simbolizáramos el nuevo Pueblo de Dios, como las doce tribus del antiguo Israel “para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 18,38). Una nueva comunidad fraterna, siempre somos discípulos «con otros», en comunidad.
Yo fui muy importante entre los DOCE, no hay más que fijarse en las cuatro listas de apóstoles que se conservan en el NT: Yo estoy siempre en el segundo puesto (después de Pedro) o en el tercero (después de Andrés o Juan). Con PEDRO y mi hermano JUAN, fui del grupo de los TRES ÍNTIMOS de Jesús.
PEDRO, JUAN Y YO … fuimos testigos excepcionales de los momentos más importantes de Jesús. Destaco tres:
• Primer momento: la resurrección de la niña Tabita (Gacela). Allí comprendimos el PODER de Jesús sobre la muerte y que su REINO era un reino de vida.
• Segundo momento: Testigos del destello de su divinidad en el monte Tabor, y vimos su GLORIA, en la Transfiguración: que era realmente DIOS, a pesar de su humilde aspecto.
• Tercer momento: fuimos testigos de su angustia ante la muerte, en el Huerto de los Olivos, profundamente HUMANO.
Los tres momentos juntos revelan el misterio de Jesús en su totalidad.
A mi hermano Juan y a mí Jesús nos puso un sobrenombre: «Boanerges». Nos resultó un sobrenombre extraño. Marcos hizo una traducción aproximada: «hijos del trueno». Y ¿por qué “HIJOS DEL TRUENO”? No creáis que tenía algo que ver con nuestro carácter impetuoso, apasionados, exaltado, autoritario… Jesús no se preocupaba de la psicología, miraba más adentro… y sabía que no ahorrábamos esfuerzos en la misión encomendada ni calculábamos riesgos en la aventura del Reino.
Os presento tres situaciones en las que nuestro ímpetu fue tan exagerado que los Hijos del Trueno metimos la pata:
El exorcista desconocido (Mc 9,38-40).
Mi hermano Juan increpó duramente a un desconocido, que expulsaba demonios, sin ser de los nuestros. Fue una metedura de pata. Cómo nos gusta controlar al otro, y poner etiquetas, y dividir el mundo en «nosotros», y «los otros» a los que tenemos que controlar. Cuidado con esto, que la reprensión de Jesús vale para todos los suyos.
El rechazo samaritano (Lc 9,52-56).
Otro día fue todavía peor: mi hermano Juan y yo pedimos fuego del cielo para acabar con una aldea samaritana que se había negado a recibirnos. La agresividad, la venganza, el «te vas a enterar»… Estas cosas no construyen Reino: otra dura reprimenda de Jesús nos lo hizo ver.
La petición de los primeros puestos (Mc 10, 35-41).
Tal vez la mayor metedura de pata fue nuestra ambición de conseguir los primeros puestos. Nos gustan lo títulos, las ventajas, el ser importantes y considerados, sentirnos por encima de los demás…. Me da vergüenza recordarlo. No habíamos entendido nada del proyecto de Jesús. El resultado fue que los otros Diez se enfadaron con nosotros. ¡Qué bien hacéis en procurar recuperar la «sinodalidad» de los comienzos y en desclericalizar la Iglesia! Servir al Reino, servir al que sufre, «rebajarse»…
Pues a pesar de nuestro arrojo, cuando Jesús fue prendido en el huerto, le dejamos completamente solo; huimos todos deprisa y fuimos a refugiarnos en el Cenáculo, cerrando las puertas a cal y canto. Jesús nos tuvo que enseñar la humildad, el servicio, la valentía de resistir a la violencia sin violencias… Aprendimos a reconocer y aceptar nuestra fragilidad, nuestra debilidad, nuestra imperfección. ¡Todo esto fue fundamental (de «fundamento») cuando nos tocó construir la comunidad cristiana…!
Esto ocurrió después, el primer día de la semana, cuando Jesús Resucitado se presentó en medio de nosotros, y sopló mientras nos decía: “recibid el Espíritu Santo, como el Padre me envió os envío yo”, y nos lanzamos a anunciar por todas partes la Buena Noticia de la Resurrección.
Herodes Agripa I, queriendo contentar a los judíos, molestos con el éxito de nuestra predicación, decidió dar un escarmiento a nuestra comunidad cristiana …y en los años 41-44, me hizo decapitar. Pero no os quedéis en mi muerte … que yo, en Jesús, también he resucitado. Venid a mi encuentro… os invito a hacer mi camino, como tantos peregrinos, a través de los siglos…
… En SANTIAGO de COMPOSTELA me encontráis, esperando vuestro abrazo, yo que soy amigo y testigo de Jesús, como vosotros y con vosotros. Y no olvidéis nunca que ser persona y ser discípulo significa siempre caminar. Porque Jesús quiso ser EL CAMINO.