Evangelio 22° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,1-8.14-15.21-23):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.» Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»

Palabra del Señor

A VUELTAS CON LAS LEYES Y TRADICIONES

“Las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir heredados del pasado ya no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de cosas.” (Gaudium et Spes 7)

Cuando Dios sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, del sometimiento a los caprichos del poderoso y endiosado Faraón, para enseñarles a ser libres, y a convivir en fraternidad y justicia, les ofreció una «carta de la libertad», lo que se llamó los «Diez Mandamientos». Una especie de «Constitución» básica que garantizaba esa libertad y esa convivencia justa y sana, y que tenía como fin primordial el bien del pueblo. Ese era el deseo y el proyecto de Dios.

No hará falta decir que Dios nunca «dictó» literalmente cada una de esas normas, ni las escribió con su dedo en unas tablas de piedra… sino que Moisés y los Ancianos, con la ayuda de Dios, y con la experiencia de los conflictos vividos durante aquella larga peregrinación por el desierto… acertó a recoger en aquellas diez claves lo que ayudaba a que se hiciera posible y se cumpliese esa voluntad de Dios: un pueblo libre, responsable y unido. En ese sentido se puede decir con toda verdad que eran «diez palabras de Dios», porque el Dios de Israel es el que va hablando en la historia, en los acontecimientos… leídos desde la fe.

Cuando las circunstancias sociales cambiaron y tuvieron que enfrentar la dura realidad de cada día… se presentaron nuevas situaciones. y muchas dudas sobre lo que era o no correcto hacer en cada caso. Las autoridades religiosas del pueblo se encargaron de concretar y aterrizar aquellas diez normas generales con otras leyes auxiliares: prohibiciones, leyes, ritos, mandatos etc. La Biblia recoge cómo fueron evolucionando y adaptándose muchos de aquellos preceptos, según lo iban requiriendo las nuevas circunstancias y la maduración cultural de Israel.

Sin embargo, este proceso tan humano y tan necesario… se convirtió en un problema cuando todos aquellos preceptos humanos (lo que el Evangelio llama la «tradición de los mayores») se empezaron a poner a la misma altura que los Mandamientos, sacralizándolos y convirtiéndolos en «intocables».

Esto trajo consigo algunas consecuencias:

Quienes interpretaban y actualizaban las leyes se convirtieron en «portavoces» de Dios y de su voluntad (a pesar de que el segundo mandamiento manda: «no tomarás el nombre de Dios en vano», es decir, no te servirás de la autoridad de Dios (el Nombre) para imponer cosas que no son de Dios.

Y es que en no pocas ocasiones, aquellas «adaptaciones» no eran según la mentalidad de Dios… sino conforme a otros intereses, que llegaron a dejar la auténtica voluntad de Dios en segundo plano. «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

Y además empezó a extenderse la «mentalidad de mínimos» (lo mínimo que hay que hacer, y lo que hay que evitar para «estar en regla con Dios»), numerosas minucias para «cumplir» lo que correspondía a un buen israelita. Así la relación personal y social con Dios quedaba convertida en normas y prohibiciones… Tantas, que sólo estaban al alcance de unos pocos selectos que podían dedicarse a estudiarlas y aprenderlas, de manera que otros muchos quedaban casi «excluidos» de la buena relación con Dios.

A Jesús le entristece y le enfada esa mentalidad rígida y legalista, y que usen el Nombre de Dios y las tradiciones de los mayores para atacarle personalmente y descalificarle. Les reprocha que cumplan escrupulosamente mil condiciones para participar en los ritos religiosos… pero su culto estaba vacío, pues el corazón (el centro espiritual de la persona, la conciencia, las opciones de vida) estaba muy lejos de Dios. Era un culto separado de la vida, que no tocaba/cambiaba la vida, simples ceremoniales aunque fueran tan solemnes… como si eso fuera lo que a Dios le importara más. Y no era eso lo importante. A Dios le importa el pobre, el huérfano, la viuda, el emigrante… la justicia, la misericordia (Segunda Lectura de hoy). Jesús les reclama contar con la propia conciencia y el estilo de vida (el corazón), como criterios de moralidad. Y no las normas externas ni los cumplimientos mínimos, ni las prácticas religiosas.

Intentando trasladar a nuestra realidad eclesial de hoy la escena del Evangelio… pues también tenemos muchas tradiciones, normas, ritos, obligaciones, mandatos… Son necesarios por nuestra condición humana. Pero:

No se puede identificar «lo que siempre ha sido así» con la voluntad de Dios. Las leyes humanas y eclesiásticas no son «sagradas», y tienen que adaptarse continuamente, buscando siempre el bien y la dignidad del ser humano. “Las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir heredados del pasado ya no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de cosas.” (Gaudium et Spes 7, Vaticano II)

No se pueden confundir las «mediaciones» con lo esencial. A veces pierde uno la paciencia cuando algunos defienden y confunden como algo «fundamental e intocable, que siempre se ha hecho así» con la voluntad de Dios, o la fidelidad a la Iglesia/fe: que si se comulga en la mano o en la boca, que si hay que arrodillarse o ponerse de pie, que si estas palabras las dice solo el cura o también las pueden decir los fieles, que si comemos carne en cuaresma o la sustituimos por una buena merluza fresca, que sea más importante faltar a misa un domingo que faltarle el respeto a tu pareja o pagar en dinero negro a un trabajador… Que si no he podido comulgar porque me faltaban 10 minutos para cumplir el ayuno eucarístico, que si los seglares no son dignos para dar la comunión, que si tocar la Eucaristía con las manos (al comulgar) es una falta der respeto a Dios… Uuuuuffffff

Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a Dios. (Fratelli tutti, 74). Para orientar adecuadamente los actos de las distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas (Fratelli tutti, 91)

Otra cosa que nos impide avanzar en el conocimiento de Jesús, en la pertenencia de Jesús es la rigidez: la rigidez de corazón. También la rigidez en la interpretación de la Ley. Jesús reprocha a los fariseos, los doctores de la ley por esta rigidez. Que no es la fidelidad: la fidelidad es siempre un don para Dios; la rigidez es una seguridad para mí mismo. Rigidez. Esto nos aleja de la sabiduría de Jesús; te quita la libertad. Y muchos pastores hacen crecer esta rigidez en las almas de los fieles, y esta rigidez no nos deja entrar por la puerta de Jesús». (JBergoglio. en Santa Marta, 5 de mayo de 2020).

No se pueden confundir las tradiciones eclesiales y las normas eclesiásticas… con la voluntad de Dios. Pretenden orientar, ayudar, pero todas esas cosas no son «Dios». Y si se cambian no afectan a lo esencial de la fe cristiana. Decía el gran San Agustín: «En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad».

Lo de «doctores tiene la santa madre Iglesia», o «lo que diga el padre, o el Papa o el Obispo, o el Catecismo… se queda corto para los cristianos maduros. Hay que «recuperar el corazón», como indicaba Jesús, la propia conciencia, la responsabilidad personal, sin dejarlas cómodamente en las manos de otros. Sí que nos pueden orientar/ayudar para formarnos, para discernir, para buscar la verdad, lo moralmente bueno… pero la decisión y la responsabilidad es nuestra.

La fe tiene que ser vivida en las circunstancias culturales de hoy, no de otra época. Y por eso conviene hacer las adaptaciones que sean necesarias. Las Tradiciones y la Memoria merecen un gran respeto, pero no pueden ser la razón para «momificar» nuestra fe, nuestro culto, nuestras creencias. Creo que el gran poeta uruguayo Eduardo Galeano lo decía muy bien:

A orillas de otro mar, un alfarero se retira en sus últimos años. Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan: ha llegado la hora del adiós. Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor. Así manda la tradición entre los indios del noroeste de América: el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia. Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el suelo, la rompe en mil pedacitos, recoge sus pedacitos y los incorpora a su arcilla.

Benditos pedacitos. Y bendita la ayuda de nuestro Alfarero, que no se va nunca del todo…. y nos ayuda a hacer las mejores vasijas para cada momento de la historia.

Festividad de San Bartolomé

Lectura del Evangelio según San Juan 1,45-51

En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le contestó: «Ven y verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?» Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

Hoy es la fiesta de San Bartolomé Apóstol titular de nuestra Cofradía desde su fundación. Llamado en el Evangelio Natanael. San Bartolomé recibe la llamada de Jesús a través de Felipe.

Damos gracias por las personas que nos han ayudado a encontrarnos a Jesús y pedimos a Dios que nos dé acierto para ayudar a otros a conocer al Maestro.

Natanael tiene prejuicios: “De Nazaret puede salir algo bueno?” Pero es capaz de superarlos.
Qué los prejuicios no te impidan crecer como persona y como cristiano. Pide al Señor luz para reconocerlos y fuerza para superarlos.

Feliz día de San Bartolomé Apóstol a todos.

*Apóstol*

Vamos, amigo,
no te calles ni te achantes,
que has de brillar
como fuego nocturno,
como faro
en la tormenta,
con luz
que nace en la hoguera de Dios.
Vamos, amigo,
no te rindas ni te pares,
que hay quien espera,
anhelante, que compartas
lo que Otro te ha regalado.
¿Aún no has descubierto
que eres rico para darte a manos llenas?
¿Aún no has caído en la cuenta
de la semilla que, en ti,
crece pujante
fértil, poderosa,
y dará frutos de vida y evangelio?
Vamos, amigo.
Ama a todos
con amor único y diferente,
déjate en el anuncio
la voz y las fuerzas,
ríe
con la risa contagiosa
de las personas felices,
llora las lágrimas
valientes del que afronta la intemperie
Hasta el último día,
hasta la última gota,
hasta el último verso.
En nombre de Aquél
que pasó por el mundo
amando primero.

(J. M. R. Olaizola, sj)

Evangelio 21° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69):

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Palabra del Señor

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

Según el parecer de los entendidos sólo dos de las tribus de Israel (Efraim y Manasés) hicieron el recorrido del desierto (éxodo), desde Egipto, tal como lo tenemos recogido en los libros sagrados. Otras tribus habrían llegado por diversos medios hasta la Tierra Prometida. A todas ellas las ha convocado Josué en el santuario de Siquem, para que tomen una decisión importante: ¿Están dispuestos a participar de su misma fe, la que han ido descubriendo y purificando por el desierto? ¿Quieren dejarse proteger por el Dios del Sinaí, dar un sentido a sus vidas desde Él, desde sus leyes y valores?

Josué es un hombre valiente, y respeta profundamente la libertad de sus hermanos: «Escoged a quien servir, a los dioses falsos o al Dios que nos ha salvado de la esclavitud, el Dios de la libertad». Y él es el primero en pronunciarse: «Yo y toda mi casa serviremos al Señor».

Últimamente no está de moda creer. Nuestra manera de comportarnos está muy lejos de la de Josué. Por una parte nos ha entrado una especie de complejo de llamarnos cristianos. El entorno social nos está haciendo creer que ser cristiano es una cosa trasnochada, es ir contra corriente, no es moderno o progresista… Por otra parte, un cierto número de personas han optado por vivir sin Dios, o tal vez sea mejor decir por servir a otros dioses más cómodos, inventados por nosotros mismos, dioses a la carta que tranquilizan conciencias, dioses de los que acordarse cuando haga falta. «Algo debe haber», dicen algunos. «No necesito a Dios, son cosas del pasado», dicen otros. Y algunos siguen creyendo, pero sin saber muy bien en qué, sin saber explicarse demasiado en qué consiste lo de «ser creyente». Y se autodefinen como «creyentes no practicantes» (dos conceptos, por cierto, incompatibles entre sí).

Los que todavía creen. Sin embargo, hay otros que aún se mantienen. A menudo desconcertados porque los amigos, los parientes, los compañeros de trabajo ya no creen. Y lo llevan un poco a escondidas. Llegan a cansarse o desmotivarse para hacer el bien, defender la verdad y la justicia, y el amor no es criterio de sus opciones… al ver cómo los «valores» a su alrededor son otros. Y, casi sin darse cuenta, van poco a poco perdiendo su identidad cristiana.

Pero, ¿qué es eso de la fe? Se han dado definiciones muy abstractas como lo de «creer lo que no vimos», o «cumplir los mandamiento de Dios y de la Iglesia», o «practicar una serie de ritos, obligaciones y cultos». Ciertamente que estas definiciones están alejadas de la experiencia de Israel. Si nos fijamos en las palabras de Josué en la primera lectura: «Serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios». Está proclamando sobre todo un estilo de vida: Creer es servir al Señor, es escucharle y poner en práctica sus mandatos.

El fragmento del Evangelio de hoy es la conclusión del discurso del Pan de Vida, que venimos meditando estos últimos domingos. Es el último de los siete discursos de Jesús, en los que ha ido explicando a modo de una larga catequesis el sentido de la Eucaristía, en la que no han faltado frases bien exigentes y de denuncia: «Vosotros estáis conmigo porque habéis llenado el estómago, no porque os interese mi mensaje», «si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida eterna»…

Claro que Jesús no estaba hablando en este momento de «comulgar», tal como lo entendemos nosotros ahora, aunque nos ayude a darle su auténtico sentido. En su Última Cena, antes de darles a comer su carne y sangre, les pidió: «Haced esto en memoria mía», es decir: Convertíos vosotros mismos en pan para que otros se alimenten, haceos migas por los demás; sed capaces de derramar vuestra vida como el vino de este cáliz; sed capaces de ir hasta la muerte por poner en práctica la tarea del Padre para hacer un mundo mejor… En una palabra: sed como yo. Este es el significado y la condición para comulgar realmente, con verdad: vivir como él, totalmente para Dios y para los hombres. Hace mucho más explícita y comprometida la opción de Josué.

Y a esto se refería cuando hablaba de una Alianza nueva y eterna: participar en la Eucaristía cada vez es sellar una Alianza Nueva con Dios, por la cual nos comprometemos a acoger su amor, recibir su perdón y a asumir hasta la muerte el estilo de vida de Jesús, resumido en el mandamiento del amor: Amar como él… hasta la cruz.

Aquí tenemos, por tanto, la clave de lo que es «tener fe»: haber hecho una opción de vida, por la que nos iremos configurando, identificando, haciendo nuestro el estilo de vida de Jesús: sus palabras, sus preferidos, su modo de situarse ante el poder, el dinero, la política, la injusticia, la pobreza, etc. Por tanto no se puede «creer» sin poner en práctica, sin «hacer», sin irse transformando (convirtiendo). Ciertamente que la cosa es bien difícil y exigente. Dice Jesús: «sin mí no podéis hacer nada», Por eso lo necesitamos como Pan de Vida, para tener vida en nosotros. Por eso comulgamos los que hemos querido sellar esa Alianza de Vida con él.

Jesús no se andaba con paños calientes. «Muchos discípulos de Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con él». Les parecía demasiado exigente, se escandalizan… ¡y se van!. Está claro que habían «comprendido» lo que suponía ser discípulo. No tengo tan claro que bastantes de los que hoy se echan atrás sea por este mismo motivo. Me parece más bien que muchos ni siquiera han llegado a enterarse de lo que significa «creer», y «dejan» lo que nunca asumieron.

Hoy Jesús nos plantea a nosotros la misma pregunta que a sus discípulos: ¿También vosotros queréis marcharos?. Nos coloca ante una alternativa: la valentía de decirle que no y ser coherentes con ese no… o hacer nuestras las palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? En tus palabras hay vida eterna y nosotros creemos».

Y Pedro fue coherente, como el resto de sus compañeros, y tantos otros después de ellos, ¡hasta derramar su sangre! No era fácil creer entonces: las arenas del circo, los leones, la cárcel, las palizas, lapidaciones… Y tampoco es fácil creer hoy, porque no es fácil vivir una vida con sentido, una vida de entrega, una vida de exigencias. Pero entonces ¿a quién iremos? ¿quién guiará nuestros pasos? ¿quién nos ofrecerá una vida que merezca la pena?

Evangelio de la Festividad de la Asunción de la Virgen María

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-56):

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de Maria, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor

La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado!. El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición como respuesta a las palabras de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata.

Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilér”, sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.

Los temas, pues, podrían exponerse así: (1) la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal; (2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y (4) su especial misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en expectativa de un Liberador.
Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.

Evangelio 19° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Palabra del Señor

PAN PARA EL CAMINO

Con frecuencia se ha comparado la vida con un camino, un viaje: Hay un punto de partida, una meta, un equipaje, unas etapas, unos compañeros, un montón de imprevistos… Los que han hecho alguna vez el Camino de Santiago o alguna otra peregrinación lo saben muy bien.

AIsrael fue un pueblo que se forjó en un largo camino, con muchas dificultades. Y caminando tuvo ocasión de ir conociendo a Dios y purificando su imagen, acogiendo muchos dones, enfrentando tentaciones… Y aprendiendo también a caminar «con otros». Así lo quiso Dios.

Por un camino de huida, el profeta Elías necesitó pan y agua, cuando se sentía derrotado y a punto de abandonarlo todo.

En los comienzos del «camino» (que así se autodenominaban los primeros cristianos), y también en nuestros comienzos del camino de la fe, recibimos el don del Espíritu, que nos «selló» como propiedad de Dios (2 lectura). Y recibimos el Pan de Vida para «ser todos discípulos de Dios».

Son los medios que Dios y su Hijo ofrecen a los que caminan, a los que se ponen en marcha, para los que se mueven, para los que no se conforman en donde están, para los que buscan, aunque sea a tientas o equivocadamente… Precisamente porque el camino es difícil, y no pocas veces agotador.

EL CAMINO ESTÁ SALPICADO POR LAS CRISIS

Elías podría presentarnos una larga y bien detallada descripción de su hartazgo, cabreo, decepción, cansancio existencial y estrés por intentar hacer las cosas como «creía» que Dios se las había pedido, tal como él entendía o se imagina a Dios… Equivocándose completamente. Le faltó «discernimiento». Digamos que actuó en nombre de Dios… pero sin contar debidamente con Él.

Las primeras comunidades (muy parecidas a las nuestras) nos podrían describir lo complicada que fue la convivencia entre hermanos, y el amor al prójimo, sobre todo al más cercano. La Carta a los Efesios tiene que advertirles sobre la ira, los enfados, los insultos, la maldad (que es una palabra «fina» para describir la mala leche que tenían algunos «hermanos»)…

Tampoco a Jesús le faltaron las dificultades. En la escena de hoy, se topa con un buen grupo de murmuradores y escandalizados por lo que acaba de decir. Resulta que Dios quiso hacerse cercano («carne», como lo llama este Evangelio), y compartir, y enseñarnos a aceptar y enfrentar la debilidad, los conflictos, las dificultades… Quería también purificar su «pobre» concepto de Dios, atado a ritos, leyes y lugares «sagrados», para que lo encontraran en la vida cotidiana, y sobre todo en el otro. Pero las mentes cerradas y la obsesión por las tradiciones de siempre no le impedían abrirles caminos: ¡Tú que vas a ser un enviado de Dios, si sabemos perfectamente quién es tu familia y cuál tu pueblo! ¡Quién te crees que eres para cambiarnos nada!

LO DE MURMURAR ES MUY HABITUAL

– El profeta Elías murmura de su pueblo, que ni le hace caso ni le apoya; murmura de la reina Jezabel a la que intentaba convertir un poco por la fuerza, y sobre todo murmura de Dios por meterle en semejantes berenjenales. Cuando las cosas no salen conforme a nuestros planes, protestamos, nos quejamos, echamos culpas a quien sea. Incluso a Dios.

Las comunidades cristianas -los bautizados- también eran dadas a murmurar de sus prójimos, ponerles verdes porque eran como eran y no como debieran ser. Murmuraron de Pedro, de Pablo y de cualquiera que intentara ayudarlos a responder a Dios (lo que llamamos «corrección fraterna»). Les dice a los de Éfeso: Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros. La amargura, la ira, los enfados e insultos, la maldad, la falta de perdón… no son rasgos de un «hijo de Dios». El hermano no era visto como un compañero de camino, sino como un obstáculo que les hacía tropezar.

AL CAMINAR … LO NORMAL ES «CANSARSE»

Por una parte está el peso mismo del camino, que se deja sentir en nuestras piernas. Todos hemos pasado momentos en los que no teníamos ganas de ir a ningún sitio; las metas nos resultaban inalcanzables, y nos tentaba dejarlas. Así que nos sentamos junto a cualquier retama a ver pasar los días y los acontecimientos, dándole vueltas a todo, repartiendo culpas, y masticando la amargura.

Por otra parte, en el camino siempre ocurren imprevistos, no salen las cosas como habíamos calculado. No conseguimos ponernos de acuerdo con los compañeros de viaje, y saltan chispas y puede que algún que otro incendio.

También está el peso de las propias limitaciones: ya no puedo más, no sé si me habré equivocado, siempre estoy igual, siempre caigo en lo mismo, parece que no avanzo, que no salgo de esto…

Y está el cansancio de las personas, sobre todo de ciertas personas. Fácilmente, cuanto más cercanas, más nos cansan… Hay que reconocer que algunas personas nos ponen muy difícil caminar con ellas….

O el cansancio por el ambiente que nos rodea, los espejismos, las tentaciones, los malos ejemplos, las injusticias, las tantas malas noticias de cada día…

Nos pasa entonces como a Elías: «Ya es demasiado», «¡basta ya!»

¿Y CUÁL ES LA TERAPIA QUE OFRECE DIOS?

Menos mal que Dios no abandona a Elías con su cansancio, aunque buena parte del mismo sea por su propia culpa. El ángel de Dios le recuerda que EL CAMINO ES SUPERIOR A SUS FUERZAS y le pone delante un pan, una jarra de agua y una propuesta: Levántate, come y sigue caminando. Tendrá que aprender a discernir: Que Dios no es lo que él se pensaba, y sus planes y caminos no eran los de Dios. Tendrá que dejar de mirar para atrás y a tener una esperanza. Y a contar con el pan de Dios (como el mamá del desierto que Israel necesitó para llegar a su meta).

Sólo el que camina se cansa. Sólo el que no se acomoda, el que no se deja llevar, el que intenta superarse cada día, el que busca la voluntad de Dios… necesita el Pan de Dios. Los demás no lo necesitan. Comulgamos para echarnos a andar. Comulgar implica moverse, encontrar fuerzas en Dios para hacer su voluntad.

Para los cristianos Jesús se ha presentado/revelado a sí mismo diciendo: «Yo soy el Pan Vivo bajado del cielo». Y también se revelará un poco más adelante: «Yo soy el camino». Es decir: Dios nos ofrece Pan y Camino (con mayúsculas) O también: Jesús nos ofrece el pan para el camino y se ofrece como Pan para el camino.

Tendremos que seguir sus pasos, recorrer sus mismos caminos. Éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera en el empeño, para que tenga vida eterna. Y al añadir «para la vida del mundo» está subrayando que nuestro camino y nuestro pan tienen una ineludible dimensión social, un compromiso con el mundo y su vida.

Así que concluyo con las palabras de Dios a Elías: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo». ¡Y tanto!

Evangelio 18° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,24-35):

En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»

Palabra del Señor

EL PAN DE VIDA Y DE LA LIBERTAD

La primera lectura nos presenta una de las ocasiones en que el proyecto de ser un pueblo libre en una tierra libre, guiados por el Dios que escuchó su clamor cuando eran esclavos… es puesto en cuestión ante las dificultades que se encuentran en el camino. No es fácil ser libre, ser libres juntos, y con una estructuras/leyes que aseguren esa libertad.

Vivimos en un país libre, es lo que se suele decir. Hemos ido ganando muchas cuotas de libertad en muchos ámbitos: laborales, sociales, políticos, económicos, personales… Aunque también vemos últimamente algunos retrocesos y cuestionamientos sobre ciertos logros en igualdad, respeto, derechos humanos… Pero resulta que, realidad, no somos tan libres.

Vivimos muy pendientes y condicionados por la opinión de los demás, y nos cuesta mucho ser nosotros mismos.

Nos vemos enredados en una sociedad de consumo, que necesita multiplicar nuestras necesidades, aun a costa de esquilmar el planeta. Nunca tenemos suficiente, y nos puede la ansiedad de tener/comprar, visitar, viajar, acumular, probar… de un modo compulsivo y absurdo, derrochando y malgastando, sin valorar y cuidar, en cambio, lo que es realmente importante… y a los que necesitan todo para poder simplemente vivir.

Esta sociedad de la comunicación y de las redes sociales nunca como ahora nos había condicionado y «engañado» con las falsas noticias, los bulos, la información que se esconde (o se impide investigar con la fuerza de los votos la gestión política, los dineros en negro, las adjudicaciones a dedo, las comisiones ilegales…), porque como se destape el asunto…

Los mensajes políticos se lanzan, se adaptan o se esconden a golpe de lo que revelan las encuestas, y si ayer dije «X», es que me interpretaron mal, o las circunstancias han cambiado… La confusión de valores, la desinformación y la manipulación mediática no son nunca una ayuda para nuestra libertad. Al contrario. Ya lo dijo Jesús: La verdad os hará libres…

Por otro lado se nos multiplican los miedos: miedo al emigrante que «nos invade». Miedo a que ganen el poder los que no son de los nuestros. Miedo a perder el puesto de trabajo que parecía tan seguro. Miedo a perder la salud, o a no ser bien atendidos si no tenemos un seguro privado. A no tener una jubilación suficiente… El miedo provocado no es un ingrediente compatible con la libertad.

También nos «atan» nuestra historia y heridas personales, las relaciones que se han roto, o que no somos capaces de romper, los errores cometidos, las etiquetas que nos han puesto…

La Revolución Francesa colocó la «libertad» en un altar (junto a otras dos, formando una auténtica trinidad indivisible: igualdad y fraternidad). Pero estamos lejos de aquellos ideales. Habría que empezar por ponernos de acuerdo en lo que realmente significa esta «mágica» palabra. Nadie puede apropiarse de ella, como bandera o estandarte, dando a entender que «los otros» nos la quitarían. Cuando la política se dedica a dividir en «buenos y malos» deja de ser política.

Tiene que ir de la mano de la responsabilidad, y estar al alcance de todos, y no solo de los que están mejor económicamente, pues cuando se carece de lo básico no hay libertad (por eso acabaron así los israelitas en Egipto).

Precisamente el libro del Éxodo nos muestra cómo la libertad por la que Dios opta consiste en «liberar» del trabajo esclavo, de la falta de medios de subsistencia, del manejo del Faraón y sus leyes abusivas… aunque tengan el estómago lleno y les permitan ciertas «libertades» para que estén contentos y no se quejen (hoy diríamos: toros, fútbol, culebrones familiares, conciertos, «Sálvame», «Supervivientes», «First of Dates»…). Aquella libertad planteada por Dios exigía aprender a ser un pueblo unido y justo. Por eso es tan necesario lo que nos ha pedido San Pablo: «despojaos del hombre viejo», de las «ideas vacías», renovar la mente y el espíritu…

El maná y las codornices que vienen «del cielo» fueron la ayuda necesaria de Dios para poder caminar y vencer las dificultades. Precisamente cesarán cuando entren en la Tierra Prometida.

Cuando Jesús se presenta a sí mismo como el verdadero pan del cielo que nos da su Padre, y que baja para dar vida al mundo… nos está llamando a la libertad, a la fraternidad, a la comunión. Nos falta mucho «éxodo» para ser libres y necesitamos mucho ese Pan que nos ha ofrecido el Padre para construir la «civilización del amor». Cuando el sacerdote ponga en tus manos el Maná Eucarístico…. ya sabes que es para ponerte en camino, salir de tantas ataduras, despojarte del hombre viejo, corrompido por sus apetencias seductoras; para renovarte en la mente y en el espíritu y ser revestidos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. «Señor, danos siempre de este Pan».