Evangelio Festividad de Santiago Apóstol

Lectura del santo evangelio según san Mateo (20:20-28):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?»
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.»
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

Palabra del Señor

Santiago apóstol, testigo y mártir

Mi nombre es «Jacob» en hebreo. Jacobo en griego o latín. Y varía según vuestras diferentes lenguas: Jacob, Jacobo, Jakob, Sant-Iago, Yago, Thiago, Santiago, Jacques, James, Giacomo, Diego, Jaime…

No me confundáis con Santiago el hijo de Alfeo, otro de los Doce apóstoles, al que Marcos llama “el menor”. Ni tampoco con Santiago “el hermano del Señor”, como le llama Pablo de Tarso. Éste ni siquiera fue de nuestro grupo de los Doce. Yo soy Santiago “el hermano de Juan”, “el hijo de Zebedeo”. Llamadme “Santiago, el mayor” o “Santiago, el peregrino” si preferís.

Soy judío de Galilea, nací en la orilla norte del lago. En la cercana ciudad de Cafarnaúm teníamos nuestra barca. Mi hermano Juan y yo trabajábamos en la industria pesquera de mi padre Zebedeo, asociados con otros dos hermanos: Pedro y Andrés.

Cuando aquel maestro de Nazareth nos dijo “seguidme”, lo dejamos todo… aún hoy no me explico bien por qué, pues no nos dio ninguna explicación. Pero es cierto que sentí un fuerte impulso del corazón y muchas ganas de «cambiar de aires», de rutinas, de olor a pescado… En la vida hay que saber arriesgarse algunas veces. Y en la fe, sin riesgo, aventura, y «cambios»… no hay realmente seguimiento.

Mayor fue mi sorpresa cuando Jesús me llamó por mi nombre para formar parte de un grupo especial de DOCE y entonces sí que nos dejó muy clara su finalidad:

1. Para que fuéramos su grupo de acompañamiento, algo así como sus más estrechos colaboradores “para que estuviéramos con Él” (Mc 3,14). Estar con él. Eso es ser discípulo.

2. Para que lleváramos su mensaje, nosotros seríamos los primeros anunciadores del Reino, nos llamaba “para enviarnos a anunciar, dar testimonio” (Mc 3,14). Testigos de lo que vivimos. Eso es ser discípulo.

3. Para que encarnáramos y simbolizáramos el nuevo Pueblo de Dios, como las doce tribus del antiguo Israel “para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 18,38). Una nueva comunidad fraterna, siempre somos discípulos «con otros», en comunidad.

Yo fui muy importante entre los DOCE, no hay más que fijarse en las cuatro listas de apóstoles que se conservan en el NT: Yo estoy siempre en el segundo puesto (después de Pedro) o en el tercero (después de Andrés o Juan). Con PEDRO y mi hermano JUAN, fui del grupo de los TRES ÍNTIMOS de Jesús.

PEDRO, JUAN Y YO … fuimos testigos excepcionales de los momentos más importantes de Jesús. Destaco tres:

• Primer momento: la resurrección de la niña Tabita (Gacela). Allí comprendimos el PODER de Jesús sobre la muerte y que su REINO era un reino de vida.

• Segundo momento: Testigos del destello de su divinidad en el monte Tabor, y vimos su GLORIA, en la Transfiguración: que era realmente DIOS, a pesar de su humilde aspecto.

• Tercer momento: fuimos testigos de su angustia ante la muerte, en el Huerto de los Olivos, profundamente HUMANO.

Los tres momentos juntos revelan el misterio de Jesús en su totalidad.

A mi hermano Juan y a mí Jesús nos puso un sobrenombre: «Boanerges». Nos resultó un sobrenombre extraño. Marcos hizo una traducción aproximada: «hijos del trueno». Y ¿por qué “HIJOS DEL TRUENO”? No creáis que tenía algo que ver con nuestro carácter impetuoso, apasionados, exaltado, autoritario… Jesús no se preocupaba de la psicología, miraba más adentro… y sabía que no ahorrábamos esfuerzos en la misión encomendada ni calculábamos riesgos en la aventura del Reino.

Os presento tres situaciones en las que nuestro ímpetu fue tan exagerado que los Hijos del Trueno metimos la pata:

El exorcista desconocido (Mc 9,38-40).

Mi hermano Juan increpó duramente a un desconocido, que expulsaba demonios, sin ser de los nuestros. Fue una metedura de pata. Cómo nos gusta controlar al otro, y poner etiquetas, y dividir el mundo en «nosotros», y «los otros» a los que tenemos que controlar. Cuidado con esto, que la reprensión de Jesús vale para todos los suyos.

El rechazo samaritano (Lc 9,52-56).

Otro día fue todavía peor: mi hermano Juan y yo pedimos fuego del cielo para acabar con una aldea samaritana que se había negado a recibirnos. La agresividad, la venganza, el «te vas a enterar»… Estas cosas no construyen Reino: otra dura reprimenda de Jesús nos lo hizo ver.

La petición de los primeros puestos (Mc 10, 35-41).

Tal vez la mayor metedura de pata fue nuestra ambición de conseguir los primeros puestos. Nos gustan lo títulos, las ventajas, el ser importantes y considerados, sentirnos por encima de los demás…. Me da vergüenza recordarlo. No habíamos entendido nada del proyecto de Jesús. El resultado fue que los otros Diez se enfadaron con nosotros. ¡Qué bien hacéis en procurar recuperar la «sinodalidad» de los comienzos y en desclericalizar la Iglesia! Servir al Reino, servir al que sufre, «rebajarse»…

Pues a pesar de nuestro arrojo, cuando Jesús fue prendido en el huerto, le dejamos completamente solo; huimos todos deprisa y fuimos a refugiarnos en el Cenáculo, cerrando las puertas a cal y canto. Jesús nos tuvo que enseñar la humildad, el servicio, la valentía de resistir a la violencia sin violencias… Aprendimos a reconocer y aceptar nuestra fragilidad, nuestra debilidad, nuestra imperfección. ¡Todo esto fue fundamental (de «fundamento») cuando nos tocó construir la comunidad cristiana…!

Esto ocurrió después, el primer día de la semana, cuando Jesús Resucitado se presentó en medio de nosotros, y sopló mientras nos decía: “recibid el Espíritu Santo, como el Padre me envió os envío yo”, y nos lanzamos a anunciar por todas partes la Buena Noticia de la Resurrección.

Herodes Agripa I, queriendo contentar a los judíos, molestos con el éxito de nuestra predicación, decidió dar un escarmiento a nuestra comunidad cristiana …y en los años 41-44, me hizo decapitar. Pero no os quedéis en mi muerte … que yo, en Jesús, también he resucitado. Venid a mi encuentro… os invito a hacer mi camino, como tantos peregrinos, a través de los siglos…

… En SANTIAGO de COMPOSTELA me encontráis, esperando vuestro abrazo, yo que soy amigo y testigo de Jesús, como vosotros y con vosotros. Y no olvidéis nunca que ser persona y ser discípulo significa siempre caminar. Porque Jesús quiso ser EL CAMINO.

Evangelio 16° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,30-34):

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Palabra del Señor

QUEDARNOS A SOLAS CON JESÚS

Hemos vivido y seguimos viviendo un tiempo muy convulso, que ha removido, cuestionado, eliminado, alterado, puesto en crisis o dejado en evidencia la fragilidad… en tantas cosas de nuestra vida: las relaciones familiares y sociales, la economía, la relación con la naturaleza, el papel de la ciencia y el de los políticos, la responsabilidad personal, la solidaridad, el sacrificio de muchos… Y también ha afectado a la vivencia y práctica de «la fe». Hemos perdido muchas vidas, la salud física y mental ha quedado perjudicada en bastantes casos, y los sentimientos de soledad, depresión, ansiedad, tristeza, desesperanza… se han multiplicado. No es necesario entrar en detalles y descripciones que todos conocemos de primera mano. Hemos andado bastante a tientas y a ciegas viviéndolo todo.

Por eso resulta tremendamente oportuna la invitación que hoy hace Jesús a los suyos de entonces y de hoy: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Quiere compartir, comentar, reflexionar y orar sobre lo que han vivido los apóstoles en su primer envío. Y a nosotros hoy darnos respiro, descansarnos, abrirnos a él, comentar juntos y buscar algún sentido a todo esto que nos está pasando.

Hay muchos modos de orar:

• Litúrgico/grupal (misas, liturgia de las horas, grupos de oración: carismáticos, Taizé, etc…)

• Rezos diversos (rosario, devociones, santos, oraciones escritas…)

• Pedir y dar gracias al final del día

• Lectura del Evangelio del día, apoyándose con algún comentario…, etc

Bastantes de ellos se han mantenido durante este tiempo «online». No a todos les ha servido o ayudado lo mismo.

En general no nos hemos esforzado mucho en la Iglesia por enseñar a orar al estilo de Jesús, orar como oraba él. Una oración que conecte la fe/evangelio con la vida de cada día, que tenga en cuenta las distintas circunstancias personales: estados de ánimo, tiempo disponible, lugar en que uno se encuentra… Lo que se ha vivido y lo que se ve llegar, lo que hemos visto en la gente, las decisiones que hay que ir tomando…

En el Evangelio de hoy encontramos algunas claves  para esa oración con/como Jesús. Los discípulos se reúnen con él después de una intensa actividad apostólica, para contarle todo lo que han dicho y han hecho. Es que al Señor le interesa lo que han vivido, y quiere escucharles. Pero además aún les queda mucho para asimilar las enseñanzas del Maestro, y no siempre les va a acompaña el éxito en sus tareas. Es decir: que «estar con Jesús a solas» (oración) significa no sólo «contarle» sino reposar, repasar y compartir con otros lo vivido, y con Jesús profundizar, revisar, corregir, interpretar las cosas a la luz de sus enseñanzas.

Por ejemplo, podríamos preguntarnos:

– Qué, a quién y cómo tengo que agradecer algo, qué he recibido de los demás, de Dios…; de qué estoy contento/satisfecho y por qué…

– Qué, con quién tengo que corregir algo, pedir disculpas, cambiar; qué me ha dolido o me ha dejado tocado, y cómo quiero gestionar ese dolor.

– Qué se me ha quedado sin hacer, o está por completar, y cómo y cuándo hacerlo…

– De qué manera las enseñanzas de Jesús aportan, iluminan, dan sentido a todo lo que estoy y estamos viviendo, qué tendría que pedirle a Jesús,  ¿qué me parece que me diría el?…

Pero estando con Jesús se presenta la gente, les interrumpen. Él observa a una multitud y se «compadece» de ella, es decir que se estremece profundamente, se siente conmovido, afectado por dentro por lo que percibe en los que le buscan. Podemos decir que la gente les «descentra» en el mejor sentido de la palabra. El Señor decide atenderlos porque estaban «como ovejas sin pastor». Es decir: que estando con Jesús (orando) aprendemos a mirar a la gente (no sólo a los nuestros, que también) de otra manera, comprometedora, dejándonos afectar, tocar por dentro… para intentar ofrecerles alguna respuesta. Así que la oración cuando es realmente con Jesús, y como la de Jesús nos ayuda a mirar a los demás de otro modo: con compasión o misericordia.

Dice el Evangelio que: eran tantos los que iban y venían, muchos los vieron marcharse, Jesús vio una multitud. Uno piensa espontáneamente en nuestra propia Iglesia. Son «muchos» los que se han alejado de nosotros, por múltiples causas. También ha ocurrido durante la pandemia. Y son «muchos» los que todavía buscan.

Me voy haciendo cada vez más consciente de cuántos buscan a alguien que les escuche, los acompañe, les ayude a enfrentar sus problemas, a salir de sus atascos, a sentirse un poco comprendidos, estimulados, animados, sin ser juzgados, ni despachados con prisa… Y no tiene que ver mucho la edad, aunque yo los encuentro más a menudo entre los jóvenes y los mayores. Resumiendo: necesitan ser «acogidos». Es cada vez más frecuente que me digan: «¿no podemos hablar de todo esto más despacio, en otro lugar (fuera del confesonario, y desde luego no en un pasillo o en la sacristía)»? «¿Y no podríamos hablar esto juntos, mi pareja y yo con usted?». ¿Y no podría usted quedar algún día con mi hijo…?». Etcétera… Y yo procuro estar disponible, aceptar… pero no llega uno a tantos. Y otros «muchos», seguro, ni se atrevan a pedirlo. Es una tarea no sólo de los que somos pastores, pero también. Y me parece que cada vez es más necesario: ofrecerlo expresamente y pedirlo quienes lo echen en falta.

Pues aquí dejo dos tareas pendientes. Aprender y enseñar a orar/estar con Jesús, descansar en él. Y aprender a ser pastores unos de otros, acogernos y hacer que menos hermanos se nos alejen por no encontrar lo que necesitan. Que nos duela, nos afecte y cuestione su alejamiento para ofrecer humildemente alguna respuesta. O al menos que nos puedan «interrumpir» y nos inquieten (más) sus necesidades.

Evangelio 15° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,7-13):

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Palabra del Señor

SER CRISTIANO ES SER ENVIADO

Al situarnos delante del Evangelio de hoy es fácil que bastantes corran el riesgo de considerar que «estas indicaciones» de Jesús van especialmente dirigidas para otros: los misioneros, los catequistas, los religiosos, o aquellos pocos laicos que echan una mano en «tareas pastorales». Pero ocurre que los evangelistas, al poner por escrito las palabras de Jesús, no tenían delante una Iglesia ni un cristianismo como el nuestro, con una historia y un reparto de tareas y vocaciones muy determinado. Y cambiable, por cierto. Ellos pensaban sencillamente en los «seguidores de Jesús», en los que iban aceptando la Buena Noticia del Reino. Es decir: que los destinatarios de sus escritos eran «globalmente» los hermanos en la fe. Todos.

Los apóstoles, el grupo de los Doce, representan en los Evangelios lo que cualquier seguidor o discípulo de Jesús está llamado a ser y a vivir. No todos del mismo modo, claro, según la llamada que el Maestro ha dirigido a cada uno. Nos ha dicho hoy San Pablo: “Dios nos eligió en la persona de Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos”. Es decir: que todo cristiano ha sido llamado en Jesús a ser hijo de Dios… Y también que todo cristiano ha sido destinado en Jesús a ser irreprochable en el amor… Esta es la vocación común, algo que nos concierne a todos: a ti y a mí y a cualquier bautizado. Dice el Papa Francisco : «Un bautizado que no sienta la necesidad de proclamar el Evangelio, de anunciar a Jesús, no es un buen cristiano». Por tanto: Santos, irreprochables en el amor, hijos. Esto de entrada.

Como Amós, no vale que le pongamos excusas: Es que «yo no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos». Es que no tengo tiempo. Es que soy mayor. Es que soy joven. Es que no estoy preparado. «Esque»…. Porque tendremos que ser aquello que el Señor haya decidido, aunque nos parezca incómodo, difícil o poco apetecible.

San Marcos nos ha contado un poco antes que Jesús eligió a doce apóstoles «para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar demonios». Tendríamos aquí los elementos que definirían lo que es «ser cristiano/discípulo»: estar con él y ser enviados.

Primero: ESTAR CON ÉL: La intimidad con el Maestro. Jesús ya no está ya físicamente con nosotros, como estaba entonces. «Estar con Jesús» significa tener una relación personal, de intimidad, de amistad, de cariño con él. Aceptar que él ha querido contar conmigo, que ha salido a buscarme, me ha llamado, me quiere y me necesita en el grupo de los suyos.

Concretando un poco más, estar con él supone:

– Escuchar sus enseñanzas. «Discípulo» significa literalmente «el que aprende de». Pero sus enseñanzas no son simplemente ideas, ni criterios éticos, ni opiniones, ni normas, ni dogmas… Son un estilo de vida. Los discípulos, estando con Jesús, tuvieron que ir cambiando su mentalidad, sus costumbres, sus valores, su manera de rezar y de entender a Dios, de relacionarse con los demás… Así: compartir, servir, perdonar, acoger al otro aunque sea distinto, ayudar a los pobres, ser limpios de corazón o trabajar por la justicia y la paz… empezaron a ser las claves de un nuevo modo de ser y estar juntos.

– Orar al estilo de Jesús: Era muy especial la oración de Jesús. Él encontraba a Dios a cada paso, en todas las cosas, especialmente en la vida de los hombres y en la suya propia. Todo eso se convertía en «materia» para hablar con Dios… y de todo lo que iba viviendo y haciendo hablaba con Dios. Continuamente acudía al Padre para preguntarle cuál era su voluntad, cómo tenía que hacer las cosas, como enfrentar las dificultades del camino. Porque se sentía«hijo amado» y enviado del Padre.

– Estar con Jesús es inseparable de «estar» con los compañeros de Jesús. Les dirá más adelante «vosotros sois mis amigos… si os amáis». Es decir: que ser discípulo es ser «hermano»; ser comunidad. Y es él quien elige a mis hermanos y compañeros. No tienen por qué caerme bien, ni pensar en todo como yo, ni ser de mi misma edad, ni un pequeño grupito con el que sentirme a gusto y hacer juntos alguna actividad pastoral o solidaria… La fe cristiana nunca es una especie de asunto privado entre Dios y yo, ni entre yo y un grupo de selectos con los que sintonizo. No hay fe cristiana en solitario ni en grupos aislados o encerrados. No hay cristiano sin comunidad fraterna. Y si tengo el gran regalo de tener una pequeña comunidad de hermanos… me tiene que servir y ayudar a compartir y apreciar a las demás comunidades. Porque la mía siempre será pequeña, limitada, incompleta. Los dones del Espíritu son siempre para el bien común. De todos.

SER ENVIADOS. Es decir: Compartir su proyecto de vida. A TODOS los que «están con él»… los va a enviar. No a unos sí y a otros no. No salen unos a la misión, mientras otros se quedan a hacerle compañía. Los envía de dos en dos, para que conste esta dimensión comunitaria del Evangelio, y también para que se ayuden en las inevitables dificultades que se irán encontrando por el camino. Van como «TESTIGOS» de lo que han aprendido y de cómo ellos mismos han cambiado como consecuencia de su relación con Jesús. Esta será la tarea, la misión con las gentes.

Escribía el Papa Pablo VI:

“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan; o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio… Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante el testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad” (Pablo VI, EN, 41)

Y el Papa Fracisco: «No somos testigos de una ideología, no somos testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades».

El contenido de su mensaje es la «conversión». Literalmente significa «cambiar la mente» para abrirse a Dios, para acoger el mensaje del Evangelio, para empezar a ser «otros»… tal como los propios discípulos han experimentado. Pero no se trata sólo de palabras y discursos. También las obras: la lucha contra los «espíritus inmundos», contra los demonios, contra todas las fuerzas que reducen la dignidad de los hombres, contra todo lo que esclaviza, hace sufrir, despersonaliza, manipula o destruye al hombre. Jesús no les ha dado «autoridad» sobre las personas, ni sobre sus conciencias, no tienen que imponerse, ni mandar… sólo tienen autoridad/poder para luchar a tope contra lo «inmundo». Si las gentes no les reciben, ni les escuchan… que se vayan a otro sitio. O sea: que el éxito no está garantizado y que habrá amenazas y rechazos. Bien lo sabe Jesús que acaba de ser expulsado de la sinagoga de su pueblo y rechazado por los suyos.

Quedan puntos por meditar, claro: lo que tienen que llevar para el camino, dónde hay que ir, los demonios… Pero nos quedarnos aquí: Se trata de hacernos todos más conscientes de que cada bautizado tiene una tarea que hacer. El día en que asumí mi condición de bautizado, acepté que el Señor me llama para estar con él y para ser enviado. A lo mejor todavía ando con mis rebaños y con mis higos… Hoy te dice el Señor: «ve y profetiza a mi pueblo». O como diría Jesús: «Yo os envío: haced discípulos». Son las palabras finales de cada Eucaristía: «podéis ir en paz», con el pan, la Palabra, la paz y la fuerza del Espíritu que hemos recibido.

100 años de servicio y entrega

El Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Cofradía de Jesús Nazareno quiere felicitar en nombre de todos los que formamos parte de esta corporación a nuestra querida Hna. Agustina el día de su 100 cumpleaños.

Ella siempre ha tenido una muestra de cariño y ternura con todos los que visitamos la casa y agradecemos a Jesús Nazareno el haber puesto en nuestro camino a esta gran persona que ha dedicado su vida entera al servicio de los demás.

Rogamos a Jesús Nazareno y a su bendita madre para que nos permita pronto volver a disfrutar de ella y de todos los residentes de la casa. Ellos son los que nos muestran el verdadero rostro de Jesús.

Evangelio 14° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,1-6):

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra del Señor

¡QUÉ MAL NOS SIENTAN LOS PROFETAS!

Rara vez ocurre en la Liturgia de los domingos que las tres lecturas tengan algo en común. Hoy la tienen: las tres nos hablan del «rechazo» del mensaje de Dios, y a la vez, del rechazo de sus intermediarios.

Ezequiel había sido deportado a Babilonia, junto con todos los judíos «útiles» o aprovechables para los intereses del Imperio. Alli escuchar una llamada de Dios que le manda dirigirse a un pueblo «que tiene dura la cerviz y el corazón obstinado», un pueblo testarudo y rebelde. Ezequiel era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalem y estaba orgulloso de pertenecer a una familia noble. El Señor se dirige a él llamándole «hijo de hombre», recordándole su humilde condición, es decir: que es alguien con defectos, debilidades, como también limitaciones psíquicas y mentales de las que ningún mortal está exento. Ezequiel tenía algo parecido a lo que hoy llamamos «trastorno bipolar», y pasaba de momentos de euforia a momentos de abatimiento, era propenso a la depresión y se encerraba, a veces, en prolongados mutismos. Hablaba bien, eso sí, y la gente corría a escucharlo.

En cuanto a sus compatriotas deportados con él, no eran más pecadores que otros. Pero se dejaban seducir por falsas esperanzas, por quienes les ofrecían opciones fáciles, tentadoras y atractivas, pero que no conducían a la vida. Y aunque la misión de este profeta iba a fracasar, Dios le dice a Ezequiel: “Te hagan caso o no te hagan caso”… Es decir: El deseo de Dios es que no puedan reprocharle que ha callado o ha dejado abandonado a su pueblo en momentos difíciles… aunque no le hayan hecho caso.

Nos quedamos con estos dos aspectos: Un profeta frágil, una persona normal es llamada por Dios… y sus compatriotas testarudos que no le quieren hacer caso.

Por su parte, Pablo se dirige a la comunidad de Corinto, que tantos disgustos le dio. Algunos de tendencia tradicionalista o conservadora que habían llegado a la comunidad trataban de difamarlo, poniendo en cuestión su autoridad y su ministerio. Sus adversarios llegados desde la Iglesia Madre de Jerusalem le reprochan sus modales tímidos y apocados, le lanzan venenosas insinuaciones respecto a cierta enfermedad o defecto. Pablo la llama «aguijón o espina en la carne», sin que sepamos concretar a qué se refiere, pero que le perjudicaba en su tarea pastoral. El caso es que los corintios se han puesto de parte de los visitantes/inspectores, rechazando las «novedades» que Pablo había introducido en el cristianismo. Querían que todo siguiera «como siempre», con las normas y leyes de siempre, con el culto como siempre. O sea. «Nada de cambios, ni adaptaciones, ni de tomarse libertades». Él no es nadie para hacerlo.

El Apóstol había pedido «tres veces» al Señor que le quitara aquel «aguijón». Pero sin resultados. Tendrá que asumirlo y, ayudado por la gracia de Dios, seguir adelante con su ministerio. Aquel «emisario de Satanás que le abofetea» le servirá a Pablo para no caer en el orgullo por sus éxitos misioneros, para reconocer su debilidad y, seguramente ser más comprensivo con las debilidades ajenas. Pero sobre todo para que su apostolado se centre en el Mensaje de Cristo, y no en el instrumento del mensaje que era él mismo. Cuanto más frágil sea el mensajero, más clara quedará la fuerza del Evangelio.

Destacamos también otros dos aspectos: la debilidad o fragilidad del apóstol… y el ataque y rechazo de sus propios hermanos en la fe, de «los de dentro».

En cuanto a la experiencia de Jesús, nos la describe Marcos con palabras rotundas: desconfían y se escandalizan de él, lo desprecian sus propios parientes y vecinos, y Jesús se extraña de su falta de fe. No nos detalla el evangelista el contenido de su enseñanza, pero poco antes nos ha explicado que en la sinagoga de Cafarnaúm había sido rechazado por los que le reprochaban saltarse la sagrada Ley del Sábado, y por cuestionar la sacrosanta división entre puros/impuros. Su manera de hablar de Dios no les entraba en sus cerradas cabezas. Además: ¿quién se ha creído éste que es para poner nuestras tradiciones y enseñanzas y prácticas religiosas en cuestión? ¡Si es uno más de nuestro pueblo, si le conocemos perfectamente a él y a su familia: no puede venir de parte de Dios! Capacidad de «asombro» ninguna, es demasiado normal, ni se molestan en atenderle. Jesús no encuentra en ellos ninguna disposición a la novedad, al cambio de planteamientos que él trae. «Falta de fe» lo llama Jesús.

Podemos sacar algunas CONCLUSIONES de las tres lecturas:

– Primero: Dios tiene el gusto y la costumbre de elegir personas frágiles para que sean sus portavoces. Si el mensajero tiene limitaciones (siempre las tiene) hay que pasar por encima de ellas para prestar atención al mensaje.

– Segundo: la fragilidad, la falta de prestigio, incluso el riesgo probable de no tener éxito y no ser escuchado… no son nunca un motivo para que el profeta, el portavoz de Dios renuncie a su misión, o se calle. El bautismo nos ha hecho a todos «profetas, sacerdotes y reyes», y por lo tanto no podemos callar cuando tengamos que denunciar o defender algo en conciencia. O cuando haya que corregir a un hermano (esto no los pide expresamente el Evangelio como un deber muy serio).

– Tercero: el repetido peligro de que los principales opositores, enemigos y obstáculos a la creatividad del Espíritu sean o seamos «los de dentro», en virtud de que somos «alérgicos» a los cambios y a la novedad. Nos sentimos cómodos pensando que ya estamos en la verdad y que estamos en orden con Dios… y que no hay nada que adaptar, cambiar o renovar a fondo. El pasado y la tradición son un «escudo» contra la novedad de Dios. Y el frecuente argumento (?) de que «siempre ha sido así» o que hay que callar al que es distinto… no son realmente ningún argumento. Hay que ser fieles a la tradición, sí, pero también a los signos de los tiempos, a los hombres de hoy, a las nuevas necesidades y retos del mundo y de la Iglesia.

Qué bien lo decía nuestro poeta y premio nobel Juan Ramón Jiménez:

Lo querían matar los iguales porque era distinto.
Si veis un pájaro distinto, tiradlo;
si veis un monte distinto, caedlo;
si veis un camino distinto, cortadlo;
si veis una rosa distinta, deshojadla;
si veis un río distinto, cegadlo…
si veis un hombre distinto, matadlo.

Seguro que Jesús habría hecho suyos los últimos versos de su poema:

si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.

Porque Dios es distinto. Y porque a su Hijo lo mataron los de dentro, los iguales. Pero en nuestra debilidad como profetas del Señor, no lo olvidemos, «nos basta su gracia» o su Espíritu que es lo mismo.