Evangelio 8° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

Palabra del Señor.

MAESTROS DE VIDA PARA DISCERNIR

Siguiendo con el Sermón de las Bienaventuranzas, y después de llamarnos al perdón y al amor a los enemigos, y a ser misericordiosos como su Padre… propone Jesús una breve parábola sobre los «guías» ciegos y la necesidad del arte del discernimiento y del acompañamiento. Para saber cómo ponerlas en práctica, necesitamos orientación, apoyo, acompañamiento para no quedarnos en generalidades, vaciarlas de contenido o desanimarnos ante sus exigencias. Realmente es difícil que uno, por sí mismo, con su único y personal criterio crezca y madure en su fe, progrese en el discipulado o vaya descubriendo la voluntad de Dios sobre él. Y no es extraño atascarse, darle mil vueltas a ciertos aspectos, autoengañarse, cansarse, conformarse, confundir «lo bueno» con lo que el Señor realmente espera de mí, plantearme unas exigencias tan elevadas que acaben por agotarme, etc

Es decir: que necesitamos a alguien que nos guíe, nos muestre el camino, algún Maestro de Vida que nos ayude a «aterrizar» el Evangelio en nuestras circunstancias personales concretas… pero sin imponernos, sin tomar decisiones por nosotros, que nos respete… que no sean «guías ciegos». ¿De quién o de quiénes hablamos?

Pues en primer lugar, claro, el Espíritu Santo. Jesús nos dice en el Evangelio de Juan que «cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará»(Jn 16, 13-14). Es un Espíritu que el Padre dará a los que se lo piden (Lc 11,13) y que ya ha sido derramado en nuestros corazones, somos sus Templos. Por tanto, podemos fácilmente pedirle ayuda en la oración: Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. (Secuencia de Pentecostés).

Y después podemos contar con «personas de Espíritu» que nos iluminen y saquen de nuestras dudas y callejones sin salida. No se trata de un «especialista» que nos suelta un rollo teórico y abstracto, ni nos llena la cabeza de ideas, o de normas y condiciones. Menos todavía toma decisiones que nos competen, ni nos impone ni nos manda nada. Sino que más bien nos muestra un camino práctico, experiencial, que nos va guiando hacia la gloria del Señor, sin esquivar el sacrificio, la renuncia o el sufrimiento de la cruz. El Espíritu nos conduce siempre por los caminos de la compasión, de la solidaridad, del amor, de la entrega personal, de la verdad, de la justicia, del encuentro, de la paz.

Por eso explica Jesús que lo primero que tenemos que reparar y perfeccionar es nuestro modo de mirar y de juzgar. La comparación que usa es bien clara: me tengo que sacar primero la viga de mi ojo antes de pretender sacar la brizna de hierba del ojo de mi hermano. El Papa Francisco insiste a menudo en la sana costumbre de “acusarse uno mismo, en vez de (o antes) de acusar a los demás».

Hay que revisar esa seguridad de que tenemos razón y que todo lo tenemos claro porque nos condicionan muchas veces, que serían como vigas que lo tapan y deforman todo. Por eso, hay que empezar por detectar en mí los afectos, las ideas, los prejuicios, las vendas que pueden cegar o hacer que mi juicio sea equivocado. No podemos encontrar o discernir el bien y la verdad si, por ejemplo, nos encastillamos en nuestras ideas y posturas previas, en los nuestros, en los que piensan y son como yo (la polarización tan extendida últimamente, la cerrazón, la rigidez). Así no hay discernimiento ni acompañamiento que valga, puesto que somos seres de encuentro, para tender puentes, facilitar diálogos y acuerdos, relativizar posturas cerradas…

Como tampoco podemos buscar la voluntad de Dios si sólo tenemos en cuenta nuestro bien particular, nuestros gustos y conveniencias, perdiendo de vista o ignorando a los otros, a los que están peor (esos «bienaventurados»…).

Por último, el Maestro presenta el criterio de los frutos. Cada árbol se reconoce por su fruto. No por los bellos ramajes, o por su tamaño, o porque adorna y queda bien. Los higos o los racimos no brotan de cualquier árbol. Si el corazón va sacando el bien, la bondad, el perdón, la solidaridad, la generosidad, la paz, la justicia, la dignidad, el respeto… querrá decir que estamos en el camino correcto. Y se notará hasta en las palabras que salgan de nuestra boca.

Concluyendo:

  • Primero es necesaria la guía y la acción del Espíritu y el empeño de buscar en nuestra vida la voluntad de Dios. En esto no podemos quedarnos atascados: «ya soy bueno», o «no sé qué más debiera hacer».
  • Segundo, son mas necesarios que nunca auténticos maestros de vida que nos ayuden a caminar y a seguir dando fruto incluso en la vejez, estando lozanos y frondosos (así nos ha dicho el Salmo).
  • Tercero: coger la grúa y empezar a quitar tantas vigas de en medio que nos tapan la mirada.
  • Y cuarto: Los frutos. Son lo que vale. No los discursos ni las palabras.

Llamamiento del Papa Francisco

Desde la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina nos unimos al llamamiento del Santo Padre e invitamos a todos los hermanos a participar con nuestra oración y ayuno, para que reine la paz entre las naciones y por una resolución pacífica del conflicto en Ucrania.

Que María Santísima Nazarena, reina de la paz, preserve al mundo de la locura de la guerra.

Boletín de Cuaresma 2022

Ya ha visto la luz el Boletín de la Cofradía para este año 2022 con toda la información para este Cuaresma. A lo largo de esta semana los hermanos de la Cofradía lo recibirán en su domicilio.

Mientras tanto, puedes verlo completo aquí.

Exaltación y Presentación del Cartel Cuaresma 2022

El próximo domingo 27 de febrero, en la Iglesia Hospital de Jesús Nazareno a las 13:00 h. tendrá lugar la Exaltación y Presentación del Cartel anunciador de la Cuaresma 2022 de nuestra Cofradía.

El Cartel está basado en una fotografía antigua de María Santísima Nazarena del archivo fotográfico privado de nuestro Hermano D. Francisco Román Morales, que desinteresadamente ha cedido para la ocasión, además de realizar todo el trabajo de edición de la misma.

La fotografía original es obra del fotógrafo cordobés FAGA, que tenía su estudio en la calle San Pablo esquina con la plaza de Orive en las décadas de los 40 a los 70 del pasado siglo.

Francisco Román Morales

Francisco Román Morales nació el 20 de Junio del año 1956 en Córdoba, en la plaza del D. Arias, aneja a la plaza del Juramento, siendo bautizado en San Rafael por encontrarse San Lorenzo de obras. De niño recuerda que cuando iba con su madre a la plaza, en San Agustín, nunca faltaba la visita a Nuestro Padre Jesús Nazareno. Cursó sus estudios en el colegio de los Salesianos. Posteriormente se Licenció en Geografía e Historia por la Universidad de Córdoba. Experto en fotografía antigua de Córdoba y cofrade, como historiador amante de la cultura cordobesa, ha colaborado en varias promociones como: Córdoba Capital, el Libro de Oro de Córdoba, la ilustración de la Historia de Córdoba, los grabados de la ciudad y Las Calles de Córdoba.

Fue hermano fundador de la Hermandad de la Borriquita cuando se refundó en el Colegio Salesiano, y también ha pertenecido a la Hermandad del Prendimiento, de la que su padre fue hermano fundador.

En al actualidad pertenece a la nómina de hermanos de la Hermandad de la Sagrada Cena y del Nazareno. En el año 2012 fue el encargado realizar la Exaltación y la Presentación del Cartel de Cuaresma de la Cofradía del Nazareno.

Como ya publicamos en pasadas fechas el encargado este año de realizar la Exaltación será nuestro Hermano D. Jesús Daniel Carmona Gutiérrez, auxiliar del equipo de Capataces de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

Daniel Jesús Carmona Gutiérrez

Daniel Jesús Carmona Gutiérrez nace el 19 de Agosto del año 1976 en la localidad de Puente Genil.  Cursa sus estudios en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos Mateo Inurria de Córdoba en la especialidad de restauración, obtiene la FPO de Administración Comercial, Creación y Gestión de empresas así como la titulación de Comunity Management por la UNED. Actualmente ejerce como CEO de Costales Er tío der saco y Comunity Manager.

Desde niño ya denotaba especial predilección por todo lo relacionado con la Semana Santa, y solía acompañar en las filas de nazarenos durante su discurrir penitencial a imágenes como “La Amargura”, “El Preso” o “El Terrible”.  Su inquietud por el mundo cofrade motiva que en 1991 entre a formar parte de la cuadrilla de hermanos costaleros del Señor de los Afligidos, donde finalmente asienta y afianza su fe, siempre bajo la atenta mirada del Señor de sus amores.  Es bajo este paso donde Daniel “echa los dientes” y tiene su primer contacto con el mundo del costal y la trabajadera, realizando su primera Estación de Penitencia. Desde entonces hasta la actualidad han sido numerosas las cuadrillas donde ha desarrollado el oficio del costal, tanto en su ciudad natal, Córdoba capital y múltiples lugares de la geografía andaluza, y que ha compaginado a lo largo de los años con su labor al frente del paso del Señor de los Afligidos (1994-2016) o de Nuestro Padre Jesús de las Penas (2001-2010) también de la localidad de Puente Genil entre otros, o actualmente formando parte del equipo de capataces de Nuestro Padre Jesús Nazareno desde el año 2019.

En el año 2002 pronuncia el V Pregón del Costalero en el Ex-Convento de Ntra. Sra. de la Victoria de Puente  y en 2007 el Pregón de la Semana Santa de Puente Genil en Madrid. En el último Salón Cofrade de Córdoba expuso la Conferencia “La Purísima Concepción: Dogma, Iconografía e historia de 361 años de devoción en Puente Genil”. Ha participado en numerosas mesas redondas de capataces y costaleros y en 2014 ofrece la charla “Origen, Historia y herramientas del costalero” en la Casa Hdad. de Ntro. P. Jesús Nazareno de la localidad cordobesa de Santaella.

En 2015 exalta el Sábado de Pasión de la Agrupación Parroquial de Ntro. P. Jesús del Amor en su Prendimiento y María Stma. de la Concepción. Será este mismo año cuando pronuncié el pregón de la Hdad. del Rocío de Cabra, en 2018 pregona la gloria de Ntra. Sra. del Rocío y realiza la obra que anunciará la Navidad en su hermandad de Écija.

Como buen andaluz y persona de costumbres arraigadas, fue componente del Coro de la Hdad. del Rocío de Puente Genil, ha acompañado a cuadros flamencos y participado en Romerías por la geografía andaluza.  Su devoción a la imagen mariana del Rocío, propicia que Daniel acompañe en su peregrinar al Simpecado de la Hdad. de Puente Genil hasta tierras almonteñas como tamborilero durante diez años. Actualmente acompaña al Simpecado de su Hdad. de Écija y desde 1991 no ha faltado un Lunes de Pentecostés ante la Stma. Virgen.

Evangelio 7° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»

Palabra del Señor

VENCER A LOS ENEMIGOS

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto

(Salmo 120)

Dicen que el culmen del mensaje evangélico está recogido en estas palabras: «amad a vuestros enemigos…para que seáis hijos de nuestro Padre celestial».

La palabra «enemigo» es una palabra fuerte, y probablemente evitemos aplicarla, e incluso digamos: «Yo no tengo enemigos». Un enemigo sería alguien que no nos quiere bien, que pretende hacernos daño, que nos lleva por sistema la contraria o desprecia nuestros puntos de vista, su presencia nos incomoda, compite con nosotros para dejarnos por debajo…

El Papa Francisco ha escrito:

«… me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?

(Evangelii Gaudium 100)

Habrá quien tenga enemigos porque él mismo se los busca con su manera inadecuada de ser o estar (alguien antipático, borde, mentiroso, inmaduro, manipulador…).  Pero otras veces no hay una justificación: Si hasta el mismísimo Jesús tuvo enemigos declarados, porque sus valores, actitudes y opciones chocaban abiertamente con las de otros que se sentían amenazados o puestos en evidencia por él.

Para comprender la radicalidad y el alcance de las palabras de Jesús, que pide a sus discípulos: «amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada… y seréis hijos del Altísimo» nos vendrá bien repasar brevemente algunos con quienes tenemos que ponerlas en práctica:

El otro, es decir, el que tiene distinto carácter, criterios, ideas, intenciones… O sea, el diferente. El que no tiene mis gustos, mis ideas, no comparte mis puntos de vista. Aquel con quien me resulta tan difícil un entendimiento aceptable. No los podemos aguantar. Entre nosotros hay incompatibilidad de caracteres, de mentalidad, de temperamento. Ocurren fácilmente malentendidos, incomprensiones y sufrimiento. ¿Recordáis aquello que decía Sartre: «el infierno son los otros»?

El adversario, el que por la razón que sea, compite conmigo, me suele llevar la contraria, intenta ponerse por encima de mí, salirse con la suya, quiere tener siempre la razón, imponerme su manera de ver las cosas. ¡Cuántas veces alguien de casa: pareja, hijos, padres, hermano!, o un compañero de trabajo…

El pesado o inoportuno, que me hace perder el tiempo, que me repite las cosas mil veces como si no me hubiese enterado, el que tiene la habilidad de interrumpirme en el peor momento, que me cansa, me aburre, me agota. 

El chismoso que va haciendo comentarios a mis espaldas, o tiene que poner verde a alguien, el que me desprestigia, el que hace correr rumores y comentarios con fundamento o sin él, es indiscreto, no sabe guardar un secreto, ni disculparme…

El hipócrita que tiene varias caras, y ocultas intenciones, que disimula cuando le conviene, que no te puedes fiar de él, que no sabes si va o si viene, o lo que realmente piensa… No está muy lejos del «mentiroso».

El antipático, el que me cae mal, no me gusta su forma de ser o estar, con el que no tengo casi nada en común, me cuesta mucho aguantarle, y prefiero evitarlo…

Y el arrogante, el aprovechado, el celoso, el que me la ha jugado, el manipulador…

¿Qué nos pide Jesús que hagamos con todos estos «personajes»?

Primero cuatro peticiones generales:

  • Amad a vuestros enemigos
  • Haced el bien a los que os odian,
  • Bendecid (hablad bien) a los que os maldicen,
  • Orad por los que os calumnian.

Y luego algunos comportamientos concretos:

  • Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra;
  • Al que te quite la capa, no le impidas que se lleve la túnica.
  • A quien te pide, dale
  • Al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames

Es decir, que la vieja Ley del Talión («Ojo por ojo, diente por diente») no vale. Tampoco hacerles frente, esto es, no corresponder con sus mismas actitudes. Si ellos «disparan» y yo también disparo… entonces me he puesto a su altura, y de algún modo se puede decir que me han ganado. Y luego, encima, me sentiré mal. Yo no quería disparar. Pero en el fondo se han llevado su merecido. Total, que la enemistad y la violencia permanecen.

No invita Jesús a la «pasividad», a dejarse pisotear, a que se aprovechen de ti. Se trata más bien, como dice la Escritura en otros lugares, de «vencer el mal a fuerza de bien». No echar más basura a la que ya hay. Incluso ser «excesivos» en nuestro modo de tratarles «bien». Amarles para desarmarles.

Ahora bien: «amarles» no significa:

Quitarle importancia a lo que nos ha hecho daño. Si la tiene, hay que dársela.

Tampoco significa «aquí no ha pasado nada». Porque ha pasado. Puede que el otro se corrija y cambie de actitud… o quizá no. Puede que no fuera muy consciente del daño que me hacía, y procure disculparle, como hizo Jesús en la cruz con sus asesinos («perdónales porque no saben lo que hacen»). Es el triunfo del amor en mí, por encima del dolor, la rabia o el deseo de maldecir o vengarme.

Para que esto sea posible es necesario contar con la ayuda de Dios, con ese amor sin condiciones con que Él me ha tratado a mí, un amor que nunca me retira aunque yo me lo merezca. Quien es consciente de sus limitaciones y errores y  experimenta que Dios le trata bien a pesar de todo… deja de ser intransigente con los demás.

No tengo por qué tener sentimientos positivos hacia él. Los sentimientos no se pueden forzar. Surgen o no surgen. No dependen de nuestra voluntad. Si alguien me cae mal… no puedo obligarme a mí mismo a que me caiga bien, por ejemplo. Pero puedo tratarle bien, correctamente, amablemente, educadamente. No es necesario que me lo lleve a comer a casa.

Las heridas tardan en cerrarse. Aunque yo perdone… no deja de dolerme automáticamente. Necesito darme tiempo. Quizá nunca me deje de doler. Pero tampoco es nada conveniente seguir dándole vueltas a lo que pasó, haciendo que la herida se mantenga abierta o incluso se profundice y se pudra. Eso es como «darles poder» para que nos amarguen la vida, aunque haya pasado tiempo de aquello. Es un modo absurdo de traer el presente… lo que es mejor dejar en el ayer.

Este es el reto de Jesús: Sed perfectos como lo es nuestro Padre celestial. Una perfección que consiste y está centrada en nuestro trato con los demás, y no en esa «autoperfección» en la que tanto esfuerzo gastaban los fariseos. Una perfección que sólo es posible en la medida en que experimentamos en nosotros el amor/misericordia de Dios.

Evangelio 6° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacian vuestros padres con los falsos profetas.»

Palabra del Señor

LA FELICIDAD QUE NO TENEMOS

Después del Bautismo, Jesús pronunció su primera homilía en la sinagoga de su pueblo, Nazareth. Lo meditamos hace un par de domingos. Allí ya «proclamó» que venía a traer una Buena Noticia a los pobres. Su pretensión no fue bien recibida por sus paisanos, como ya sabemos. Luego eligió o llamó a unos compañeros para que fueran «pescadores de hombres». No les dio mayores explicaciones en aquel momento: Ni cómo, ni para qué, ni nada. Sólo les anunció que «los hombres» era lo más importante, especialmente aquellos que están peor.

Hasta el momento de comenzar su misión, Jesús pasó largos años callado o apartado de la escena pública: Observando, compartiendo la realidad cotidiana de la gente, orando, sintiendo, discerniendo, buscando.., Necesitaba encontrar un punto de partida o de «enganche» que fuera válido, importante, necesario, para todo el que le escuchara. Tenía que ser algo positivo, ilusionante, esperanzador. No sólo para algunos fieles judíos, ni siquiera sólo para creyentes: ¡Para todos!. Y lo encontró en el profundo deseo de felicidad que todos llevamos dentro. En definitiva: su planteamiento consistiría en una propuesta, un camino, un proyecto para poder vivir una vida en plenitud, feliz.

Muchos, muchos, pero que muchos de sus paisanos no eran felices. Ellos lo necesitaban más que nadie. A ellos decidió dedicar toda su vida hasta desvivirse. Y para ellos fueron sus primeras palabras. La tarea principal de los recién llamados «pescadores de hombres» sería «empezar a vivir así». Mostrar con el propio testimonio un nuevo modo de vivir, que les vieran felices y lo contagiasen. La raíz y la motivación de todo esto era que Dios desde el principio, cuando colocó al hombre en el paraíso, deseó y procuró que fuera feliz. La Historia de la Salvación es la peregrinación de un pueblo que, guiado por Dios, fue aprendiendo el camino de la felicidad en libertad y comunitariamente, contando con todos.

El hombre ha sentido siempre una gran nostalgia de felicidad. También hoy. Existen indicadores que nos hablan de un «malestar», de que somos pocos felices: Hay más de 50 (nuevas) terapias enfocadas en el bienestar emocional, psicológico, mental… libros de autoayuda, un creciente consumo de psicofármacos. 2020 ha sido el de más suicidios en la historia de España: Cada día se quitan la vida 11 personas: una cada 2 horas y cuarto. Con particular incidencia en los menores de 30 años. Algo no va bien en nuestra sociedad.

No es éste el lugar para analizar estos síntomas y sus causas. Dice Marino Pérez, catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo que los individuos se están centrando demasiado sobre sí mismos: “Vivimos en una sociedad muy individualista en la que ya somos considerados más como consumidores que como ciudadanos”, y los consumidores siempre tienen que estar satisfechos, siempre supervisando su propio bienestar”. Los consumistas van quedando atrapados por ese individualismo que les hace insolidarios, ciegos a las necesidades ajenas, indiferentes. El lema de esta jornada de MANOS UNIDAS va por aquí: «Nuestra indiferencia nos hace cómplices». Nuestro individualismo consumista nos hace cómplices (dura palabra).

Muchos se han creído que lo decisivo para ser feliz es «tener dinero», porque nos abriría todas las puertas. Por lo tanto, trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar cosas o alcanzar algunos planes y proyectos. Poseer cosas, acumular experiencias para adquirir una posición y ser algo/alguien en la sociedad. Como si la felicidad consistiera en «vivir mejor». Aunque luego comprobamos que no es verdad, pero no cambiamos.

El bienestar, la seguridad, el éxito, la satisfacción de placeres, la buena imagen, el dinero, el poder, los viajes… son todo ocasiones de girar en torno a uno mismo. Incluso llegamos a mentir, defraudar, destrozarnos unos a otros para conseguir lo que creemos «necesario», traicionando los mejores valores.

Procuramos satisfacer inmediatamente cualquier deseo, sin discernir si se trata de un deseo superfluo o necesario, sin esfuerzo a ser posible, sin sacrificios ni renuncias. No aceptamos los límites de la condición humana: el dolor, la enfermedad, el envejecimiento, la muerte… no queremos contar con ellos, y cuando llegan… se convierten a menudo en fuente de frustración y miedo.

Tampoco ponemos cuidado en nuestras relaciones personales, que se vuelven frágiles, virtuales, pasajeras, prescindibles… y entonces la soledad se vuelve inseparable compañera de muchos, que no la soportan.

Nuestra civilización de la abundancia nos ha ofrecido medios de vida pero no razones para vivir, para trabajar, luchar, gozar, sufrir y esperar. Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices. O quizás nos da miedo serlo.

Y, ¿si Jesús tuviera razón?¿No tendremos que imaginar una sociedad diferente, cuyo ideal no sea el desarrollo material sin fin, un consumismo que nos están consumiendo a todos y lo consume todo… sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más?

Jesús pretende que todos los hombres – y de manera especial los que nos llamamos discípulos suyos- vivamos de una manera nueva y provocativa, alternativa, modelada por valores diferentes: compasión, defensa de los últimos, servicio a los desvalidos, acogida incondicional, lucha por la dignidad de todo ser humano.

El Papa Francisco, en su catequesis sobre el Padrenuestro, comentaba:

Hay una ausencia impresionante en el texto del Padrenuestro. Si yo os preguntara cuál es esa ausencia, ¿qué falta? Una palabra. Una palabra por la que en nuestro tiempo (quizás siempre ha sido así) todos sienten una gran estima. Cuál es esa palabra que falta en el Padre nuestro que rezamos todos los días? (…) Falta la palabra «yo». Nunca se dice «Yo». Jesús nos enseña a rezar teniendo en nuestros labios primero el «Tú», porque la oración cristiana es diálogo: «santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad». No mi nombre, mi reino, mi voluntad. “Yo” no, no va. Y luego pasa al «nosotros». Toda la segunda parte del Padrenuestro se declina en la primera persona plural: «Danos nuestro pan de cada día, perdónanos nuestras deudas, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal». Incluso las peticiones humanas más básicas, como la de tener comida para satisfacer el hambre, son todas en plural. En la oración cristiana, nadie pide el pan para sí mismo: dame el pan de cada día, no, danos, lo suplica para todos, para todos los pobres del mundo”. (13 Febrero 2019)

Para rezar el Padrenuestro de corazón hace falta vivir el espíritu de las bienaventuranzas. Reducir los «yo» y multiplicar los «nosotros» .

Es decir: Que dejemos de creernos el ombligo del mundo, que renunciemos a nuestra autosuficiencia, a nuestros planteamientos tan profundamente individualistas, de estar tan preocupados por nuestras cosas, por los nuestros (que no son sino una prolongación del «yo»). No existe felicidad en primera persona. Yo me imagino al Buen Padre Dios, mirándonos y diciendo desde los cielos: ¡Ay, ay, ay pero qué torpes los hombres, malgastando su vida buscando algo que sólo conseguirán con otros, dándose, saliendo de sí mismos al encuentro de los otros. !Ay, ay, ay!, pero qué pena.

Aniversario de la Fundación de la Congregación

Hoy por la mañana hemos compartido junto a la Comunidad Educativa del Colegio Jesús Nazareno la Eucaristía en conmemoración de la Fundación de la Congregación de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno.

Recordamos que con está efeméride se conmemora el día que el Beato Cristóbal de Santa Catalina recibió por parte de la antigua Cofradía de Jesús Nazareno la gestión del Hospital de San Bartolomé y entró a formar parte de la nómina de hermanos de Jesús Nazareno.

Esta noche, en la Iglesia Hospital de Jesús Nazareno, también estaremos muy presentes en la celebración que marcará el inicio de los actos conmemorativos del 350° Aniversario que se desarrollarán a lo largo de todo este año. Acompañaremos a las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno en esta importante celebración.