Los próximos sábados, 1 y 15 de junio a las 20:00 h celebraremos en la Iglesia Hospital de Jesús Nazareno las Misas de Hermandad de este mes de Junio, que serán las últimas de este curso 2023/2024 y que estarán presididas por nuestro Consiliario, el Rvdo. P. D. José Luis Moreno Modelo.
Además, durante todos los viernes de este mes de Junio, nuestra Iglesia Hospital de Jesús Nazareno estará abierta en horario de 18.30 h a 20.30 h para poder visitar a nuestros Sagrados Titulares.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo (28,16-20)
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Palabra del Señor
Ha zarpado el barco de la Iglesia. A impulsos de una palabra «id», ha soltado las amarras que lo mantenían atado a la presencia visible de Jesús. Es la hora de su ‘envió’, de su ‘misión’. Tiene por delante una descomunal tarea: llevar a ‘todos los pueblos’ la buena noticia de que Jesús nos salva: toda una aventura, llena de peligro y esperanza… ¡No temas, Iglesia! Vas en el nombre del Señor -Padre, Hijo y Espíritu- Él será tu fuerza. Él hará posible la utopía de ese programa que predicas: la civilización del amor, un mundo de hermanos, de hijos. Suyo será el mérito, suya la gloria. Por eso es tan importante que te mantengas fiel. Que nunca te creas la dueña, que todo lo hagas «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Feliz día de la santísima Trinidad, feliz día Pro Orantibus, donde bajo el lema, «Contemplando tu rostro, aprendemos a decir: “¡Hágase tu voluntad!”» recordamos a los consagrados y consagradas contemplativos porque han hecho de la actitud orante —que es inherente a la fe, pero se modula de distintos modos según los carismas— regla y medida de todas las cosas. Siempre cerca de Dios y de la humanidad que sufre.
Lectura del santo Evangelio según san Juan (20,19-23)
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra del Señor
Una manera nueva de estar entre los suyos. No ya desde fuera, hablándoles, animándolos, orientándolos; sino desde dentro: llenando su vida y actuando a través de ellos, en el mundo: “recibid el Espíritu Santo”
Una bonita manera de multiplicar su presencia entre nosotros. «Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra». Estaba naciendo la Iglesia.
Y todo empezó a cambiar. El miedo -puertas cerradas- se apagó con el soplo de aquel «viento recio» que llenó la casa donde se encontraban. Aquellas «lenguas como llamaradas» fueron encendiendo sus corazones adormilados. La paz del Señor fue cambiando la tristeza en alegría, la desunión simbolizada en la torre de Babel, dio paso a la unión:»Quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua». Y el barco de la Iglesia, con las velas hinchadas, se estaba haciendo a la mar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Lo nuestro es mantener izadas las velas y el barco a punto. Lo demás -el timón que marca el rumbo y el viento que da el impulso- ya son cosas de Él, del Espíritu Santo, del Señor.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos (16,15-20)
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Palabra del Señor
La fiesta de hoy es, fundamentalmente, la culminación de la Resurrección de Jesús, su vuelta el Padre donde ya está el Señor, ‘por encima de todo principado… por encima de todo nombre’. Pero en esta fiesta hay también una vertiente que mira hacia nosotros. Jesús -acabada la tarea que el Padre le encomendó- nos mira y nos dice: ¡ahora os toca a vosotros! ‘Id por todo el mundo’.“Id”, es decir: ¡Poneos en marcha!
Se acabó el tiempo de apoyaros visiblemente en mí, de contar con mi Palabra recién hecha y a la medida. Salid a campo abierto. Que el frío y la lluvia, el sol y el viento vayan curtiendo vuestra piel: al tiempo que la persecución, la soledad, y la duda van robusteciendo vuestro frágil corazón. “Yo estoy con vosotros”, ciertamente, pero de otra manera. A veces, muchas quizá, no me sentiréis, y os vendrá la tentación de pensar que me he desentendido de vosotros como dejados de la mano de Dios.
Poneos, pues, en marcha, sin deteneros. El mundo os necesita. Y no temáis. Yo iré delante de vosotros. Alentadora despedida de Jesús. Para nosotros, para su Iglesia, porque ha llegado la hora de la verdad.
A partir del próximo viernes, 10 de mayo, la Iglesia Hospital de Jesús Nazareno volverá abrir sus puertas todos los viernes en horario de 18:30 h a 20:30 h para que todos los hermanos y devotos que lo deseen puedan visitar y rezar ante Nuestros Sagrados Titulares.
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-17):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»
Palabra del Señor
DEL MIEDO AL AMOR
No se trata de una frase más. Este mandato, cargado de misterio y de promesa, es la clave del cristianismo: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor». Estamos tocando aquí el corazón mismo de la fe cristiana, el criterio último para discernir su verdad. Únicamente «permaneciendo en el amor» podemos caminar en la verdadera dirección. Olvidar este amor es perdernos, entrar por caminos no cristianos, deformarlo todo, desvirtuar el cristianismo desde su raíz.
Y, sin embargo, no siempre hemos permanecido en este amor. En la vida de bastantes cristianos ha habido y hay todavía demasiado temor, demasiada falta de confianza filial en Dios. La predicación que ha alimentado a esos cristianos ha olvidado demasiado el amor de Dios, ahogando así aquella alegría inicial, viva y contagiosa que tuvo el cristianismo.
Aquello que un día fue «Buena Noticia», porque anunciaba a las gentes «el amor insondable» de Dios, se ha convertido para bastantes en la mala noticia de un Dios amenazador, que es rechazado casi instintivamente porque no deja ser ni vivir.
Sin embargo, la fe cristiana solo puede ser vivida, sin traicionar su esencia, como experiencia positiva, confiada y gozosa. Por eso, en este momento en que muchos abandonan un determinado «cristianismo» –el único que conocen–, hemos de preguntarnos si, en la gestación de este abandono, y junto a otros factores, no se esconde una reacción colectiva contra un anuncio de Dios poco fiel al evangelio.
La aceptación de Dios o su rechazo se juega, en gran parte, en el modo en que lo sentimos de cara a nosotros. Si lo percibimos solo como vigilante implacable de nuestra conducta haremos cualquier cosa para rehuirlo. Si lo experimentamos como amigo que impulsa nuestra vida, lo buscaremos con gozo. Por eso, uno de los servicios más grandes que la Iglesia puede hacer al ser humano es ayudarle a pasar del miedo al amor de Dios.
Sin duda hay un temor a Dios que es sano y fecundo. La Escritura lo considera «el comienzo de la sabiduría». Es el temor a malograr nuestra vida cerrándonos a él. Un temor que despierta a la persona de la superficialidad y le hace volver hacia Dios. Pero hay un miedo a Dios que es malo. No acerca a Dios. Al contrario, aleja cada vez más de él. Es un miedo que deforma el verdadero ser de Dios, haciéndolo inhumano. Un miedo dañoso, sin fundamento real, que ahoga la vida y el crecimiento sano de la persona.
Para muchos, este puede ser el cambio decisivo. Pasar del miedo a Dios, que no engendra sino rechazo más o menos disimulado, a una confianza en él que hace brotar en nosotros esa alegría prometida por Jesús: «Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a la plenitud».