Evangelio 1° Domingo de Cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Mateo (4,1-11):

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».
Pero él le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».
Jesús le dijo:
«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los
reinos del mundo y su gloria, y le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».
Entonces le dijo Jesús:
«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

Palabra del Señor

«El Espíritu empujó a Jesús al desierto».

El desierto siempre recuerda que vamos de paso. Es lugar de purificación y de esperanza. Lugar de las grandes batallas y para los grandes encuentros.
Y Jesús, como uno más, entró en el desierto. A solas con su limitación y con su miedo, cercado por una naturaleza que se le encrespa: «vivía entre alimañas»; sin seguridades en que apoyarse «dejándose tentar por satanás»; desgastado por el hambre y la sed. Una batalla que no será vencida de una vez para siempre, que irá ganando día a día, hasta el fracaso de la cruz.
Nosotros, en este primer domingo de Cuaresma, estamos invitados también a entrar en el desierto de nuestro corazón. En él nos vamos convenciendo de la inutilidad de tantas cosas que antes creíamos necesarias; de los débiles que eran nuestros puntos de apoyo. El desierto invita a dejar pesos inútiles que nos impiden caminar con paso firme; las comodidades que acabaran enmoheciendo la disponibilidad; el consumismo que pone en peligro toda nuestra escala de valores y, las seguridades que nos tientan a que apartemos los ojos del que es nuestra única seguridad: el Señor.
En el desierto, en definitiva, nos damos cuenta de nuestra radical pobreza, y se abre la hermosa posibilidad de acabar descubriendo que Dios es nuestra riqueza.
Y así, superaras las grandes tentaciones de la vida de los hombres: poder, placer y poseer, saldremos fortalecidos y deseosos de vivir la vida con la libertad de los hijos de Dios.

¡Feliz Domingo!

Evangelio del Miércoles de Ceniza

Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

Palabra del Señor

Hay que estar muy atento a lo que acontece en tu corazón porque Dios quiere que sientas toda su vida en él.

El tiempo de cuaresma que empezamos hoy con la imposición de la ceniza, unida a la austeridad de las prácticas del ayuno, la abstinencia, la oración y la limosna nos invita a poner nuestro corazón en «estado de reforma». Necesitamos un largo retiro, una estancia prolongada en el desierto de nuestro corazón para que allí descubramos la verdad de nuestra vida, las seguridades a las que nos aferramos y los dioses reales a los que rendimos pleitesía. Por eso es tiempo de cambiar, de elegir, de conversión, de reforma, la del corazón.

Hay que vivir de otra manera, respirar con otro ritmo, sumergirnos de nuevo en el Evangelio. Comprometernos a ayunar de nuestros excesos que nos hacen tan insolidarios, a orar para poder mirar la vida y las cosas más allá de nosotros mismos, a hacer limosnas, es decir, a gritar que nada es «mío» porque lo nuestro es la fraternidad.

Es tiempo para hacer limpieza interior, «cuando ayunéis no andéis cabizbajos… sino perfúmate la cabeza», vaciarse de uno mismo para que al fin Dios encuentre un sitio en el fondo de nosotros mismos. La verdadera fiesta a la que nos invita

Dios es interior, en lo secreto de tu corazón, en el fondo de nuestra mirada interior.

¡Buen inicio de cuaresma, buen camino hacia la Pascua!

Evangelio 7° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5,38-48)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Palabra De Dios

No cabe duda, es la piedra de toque, es la prueba de fuego de nuestra fe: la alegría de perdonar. El perdón al enemigo es lo más característico del mensaje nuevo que trae Jesús: «Si amáis a los que os aman qué mérito tendréis? ¿no hacen lo mismo también los publicamos?»

Si respondes con violencia a la violencia estás ayudando a que se desenlace una espiral que no tiene fin. La manera de desarticular la violencia es meterle una cuña distinta, desconcertante: cede de tu derecho, presenta la otra mejilla, «dale también la capa». La paz vale más que tu derecho.

Pero Jesús no se para ahí, da un paso más, te pide que devuelvas bien por mal: «haced el bien a los que os aborrecen «. Te pide que perdones, que ames. «Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo».
Ante este mensaje mi mente y corazón dice:¡Es imposible! Nada de eso.

Pero en cambio tengo que reconocer que El nos abrió camino: respondió con mansedumbre al que le dio una bofetada y perdonó desde la Cruz, y lo hizo finalmente, amando: disculpando, quitando importancia a lo que estaban haciendo con él. Es el escándalo de la Cruz. ¡Chocante¡ Algo que jamás habríamos descubierto si Él no lo hubiera dicho. Algo difícil, muy difícil, pero posible, con su ayuda. Algo que pone el corazón flotando, traspasado por una alegría diferente, inesperada, mucho mejor que la venganza.

¿Pero quien actúa así? He visto algunos alejarse de los sacramentos por no estar dispuesto a dar este paso generoso, tan difícil, de perdonar a quienes les ha hecho tanto daño. He visto a cristianos de comunión frecuente, hasta diaria, pero respirando al mismo tiempo odio y violencia por los cuatro costados, o lo que es peor, creerse que perdonan, pero no, porque lo hacían como desde arriba, como sintiéndose y creyéndose mejor que el otro, humillando más que amando al hermano.

En la medida en que haya cristianos que sean de verdad testigos de esta manera nueva de vivir amando, el mundo acabará abriendo los ojos y comprendiendo que no está todo perdido, que este laberinto tiene aún salida.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 6° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-37)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».

Palabra del Señor

La ley, en sí, no es suficiente, se ha quedado pequeña y pobre. La propia ley, se cae por su base cuando no refleja el corazón de Dios. Es preciso completarla, darle plenitud. Y a eso ha venido Jesús. «Si no sois mejores que los de escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». Porque ellos dejaron de servir a la ley para convertirse en dueña de ella. La letra de la ley acabó en ellos matando al espíritu. Cayeron en la hipocresía de un cumplimiento meramente externo, perdiendo de vista al autor de esa norma: Dios.

Lo que mejor refleja el último sentir del corazón de Dios es el amor, ya que Dios es amor. Un amor que no puede quedarse en pura teoría sino que se verifica y se traduce cuando se hace más cercano, cuando se constata en el amor a los hermanos. De ahí que la ofrenda hecha el propio Dios nada valga ante sus ojos cuando parte de un corazón que no ama: «Vete primero a reconciliarte con tu hermano «.

Y es así como nuestra verdad más honda responde a la verdad de Dios. Cumpliendo la ley, sí: «Antes pasará el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley «. Pero hay que llegar más lejos: llevar a la propia ley ante la corte suprema del Amor.

La verdad, sin amor, se convierte en mentira; ¿de qué no sirve entonces? La ley, sin amor, se convierte en tropiezo: el lugar de acercarnos a Dios, puede acabar apartándonos del Él.

¿Queda claro? Ahora viene lo difícil: hacerlo. El terremoto de Siria y Turquía es una buena ocasión para practicar la ley del amor en forma de oración por las víctimas y en forma de ayuda y solidaridad a los que lo han perdido todo.

¡Feliz Domingo de Manos unidas!

Evangelio 5° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5,13-16)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

Palabra del Señor

A Dios le duele este mundo nuestro donde todavía pesa mucho el egoísmo y, el hombre no logra ser feliz a pesar de tantos avances y progresos. Por eso Jesus invita a todos a la construcción de un mundo nuevo bajo las coordenadas exactas de las bienaventuranzas.

Pero para ello, necesitamos vaciarnos de todo lo que nos estorba para podernos llenar de lo que vale de verdad: la confianza plena en el Padre.

Y los que ponen toda su confianza en el Señor, son como la sal y la luz, que colocados bien dentro del mundo, codo con codo -como Él lo hizo- con nuestros hermanos los hombres para que el mundo se renueve y no se pudra. Para que la gente no se muera de frío, ni de tristeza. Viviendo a tope nuestra aventura de buscadores, de descubridores, de constructores.

Pero todo esto tiene un precio: la muerte. La sal tiene que morir para dar sabor, la vela tiene que quemarse para dar luz y calor. El grano de trigo no da fruto si no se pudre. Solo por la cruz se llega a la victoria. Los cristianos tenemos que estar dispuestos a perder la vida para ganarla. Y ahí está precisamente la fuerza transformadora -levadura- del Evangelio: vivir un amor que se entrega hasta la muerte, es el único camino para salvar a este mundo que ha pedido el rumbo y va derecho, aceleradamente, hacia su propia destrucción.

Y es así como crecerá el Reino de Dios. No hay otra manera que ésta de Jesús. Ardiendo, entregándose, muriendo para dar vida. Crecerá rápidamente, o a ritmo lento: eso ya depende del número de cristianos que nos decidamos a ser luz y sal.

¡Feliz domingo!

Evangelio 4° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12)

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor

El primer discurso de Jesús al pueblo, en el Evangelio de Mateo, son las Bienaventuranzas. Y es que el programa de vida cristiana no podía empezar de otra manera sino como una llamada a la dicha ocho veces repetidas. Las Bienavebturanzas invitan a descubrir, en el fondo de las situaciones exteriormente menos desfavorables una plenitud de vida.

Ya todo es distinto y la alegría está asegurada pues Dios ha intervenido en la historia, y desde entonces, el hombre no nace ya en un mundo hostil, sino en un mundo traspasado por una promesa: ¡somos eternos!

Conocemos los dramas del mundo, sus angustias, su proyectos, sus fracasos, sus enfrentamientos y dificultades. Pero somos dichosos, pues sabemos que Dios teje la tela de su gracia a través de esta trama de enfrentamientos dolorosos.

El tiempo en que vivimos forma parte de una eternidad que Dios tiene bajo su mano. Dichosos los locos de Dios que aceptan poner el mundo boca abajo y hacen de las Bienaventuranzas una fuerza de cambio.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 3° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (4,12-23)

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos,porque está cerca el reino de los cielos».
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Palabra del Señor

El Evangelio de hoy nos recuerda el momento en que Jesús comenzó a predicar. El evangelista Mateo nos lo presenta como el momento en que se cumple una antigua profecía de Isaías: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande”. Y esa luz es Él mismo, es su presencia y su palabra.
Jesús llega como con prisa: apremiando, sacudiendo por el hombro a los soñolientos, a los demasiados tranquilos, a los instalados. Para que quede bien claro, desde el principio, que hay mucha tarea por delante. Que el Reino de Dios no es una fruta silvestre, al alcance de la mano del primero que pasa; sino más bien el final de un largo esfuerzo, donde se han ido amasando, codo a codo, el pequeño sudor del hombre y la gracia vivificante del Señor. Que no hay tiempo que perder. Que hay que poner manos a la obra.
¿Y cuál es la tarea? Nada más y nada menos que esta: «convertíos» Así de claro, así de radical.
Convertíos es tanto como decirnos que nos hemos equivocado de camino, que igual llevamos demasiado tiempo dando vuelta a la noria de nuestro yo, que no podemos seguir acumulando riquezas que terminaran pudriéndose un día en nuestras manos. Que ya está bien de desigualdades y guerras, de pisar al otro, de las mentiras, odios y violencias. Convertirse es cambiar de vida, hacer borrón y cuenta nueva.
Y algo tuvieron que encontrar en Él aquellas gentes sencillas y humildes que le siguieron. Con dudas y vacilaciones, pero le siguieron. Y con prontitud como los discípulos: “y dejando las redes le siguieron”.

He aquí la cuenta nueva: “Proclamar el Evangelio”. Es decir, abrir de par en par el corazón, y dejar que lo refresque la lluvia limpia de la Palabra. Es dejarse conducir, en la niebla, por la mano de Alguien que nos ama. Es fiarse plenamente del Padre: ver con sus ojos, intentar amar con su corazón. Es decirle un ‘sí’ grande, total, como el de sus discípulos a la orilla del lago que dejándolo todo, firmaron un cheque en blanco y le siguieron. Es en definitiva, acercarse a todo hombre e invitarle a formar parte de esta manera tan divina de ver la vida y de cuidar a los hombres, nuestros hermanos.
¿Estamos en ello?
Seguimos orando para que todos seamos uno.
¡Feliz Domingo de la Palabra!

Evangelio 2° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,29-34)

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.
Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Palabra del Señor

El domingo pasado celebramos la fiesta del bautismo del Señor con el que Jesús inicia su misión de anunciar a todos los hombres la Buena noticia de la salvación que trae para todos.

Pero antes que inicie su misión, en el evangelio de este domingo, el Bautista nos hace una presentación de Jesús dándonos su testimonio personal sobre él. Y usa una expresión que conocemos bien, pues la repetimos en cada Eucaristía: «Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»

El Bautista intuye el destino de Jesús: un día sería inmolado como aquel cordero, cuya sangre sobre los dinteles de las casas en aquella noche de Pascua en Egipto había librado a sus padres esclavos del Faraón de la masacre del ángel exterminador de la décima plaga, y que con su sangre quitaría a las fuerzas del mal la capacidad de hacer daño. Su sacrificio libraría al hombre del pecado y de la muerte.

Es decir, que el bautista profetiza lo que le ocurrirá a Jesús: tomará sobre sí todas las debilidades, todas las miserias, toda la maldad de los hombres, y con su mansedumbre y con la ofrenda de su vida, las aniquilará.

No se trata de un simple perdón por las meteduras de pata que a menudo cometemos los seres humanos. Sino que introducirá en el mundo un dinamismo nuevo, una fuerza irresistible –su Espíritu– que llevará los hombres al bien y a la vida. Es un cambio radical: el mal, el sufrimiento, el pecado, la muerte ya no tendrán nada que hacer con nosotros, quedaremos definitivamente liberados, como aquella noche pascual en que Israel pudo escapar de tanto dolor y tanta penuria en su esclavitud.

Las palabras del bautista:

“¡He aquí el cordero de Dios!”

Significa que es Jesús, entregado por Dios al mundo para ser sacrificado, como Isaac pero es Jesús quien, libremente y por amor, se entrega al Padre para ser amarrado sobre el altar de la cruz.


¿Y como participamos nosotros de esta gracia que trae el Cordero De Dios? Pues participando en la eucaristía. Al comulgar es como si nos «untáramos» con la sangre de Cristo para que nos defienda, proteja y salve de tantos males como nos acechan, en los que nos metemos, y en los que otros nos meten. Necesitamos que alguien más poderoso que el mal, que el pecado, que la muerte… nos libere de nuestras esclavitudes, nos «marque» (con su propia sangre/vida) para que podamos ponernos en camino hacia la tierra de la libertad, para que seamos realmente hijos De Dios.

Seamos testigos del Cordero, de su entrega y de su amor por cada uno de nosotros. Es lo que Dios quiere que cada hombre, acogiendo su amor y poniéndolo en el centro de su vida, alcance la plena realización de sí mismo, que se haga hijo de Dios.

¡Feliz Domingo!

Evangelio Solemnidad del Bautismo de Jesús

Lectura del santo evangelio según san Mateo (3,13-17)

En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
Jesús le contestó:
«Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz de los cielos que decía:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

Palabra del Señor

La Navidad termina hoy con la fiesta del Bautismo del Señor. Jesús, adulto ya, va a comenzar su misión.
Jesús como uno más, se pone a la fila de los pecadores para recibir el bautismo de Juan por el agua del Jordán. Entra en el agua como un hombre más que en ella buscara sepultar sus pecados para salir renovado.
Pero se produce un efecto sorprendente: no es el bautismo el que santifica a Jesús, sino que es Jesús el que santifica el bautismo. Al entrar en él lo ilumina por dentro, lo transforma y se convierte para nosotros el inicio a una vida nueva porque es el Hijo amado De Dios. Es la misma voz del Padre la que nos lo presenta: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Es como si dijera Dios: Es el rostro humano, reconocible, de mi amor. Es mi Palabra, hecha pequeña palabra vuestra. Es vuestro hermano, sí, pero también vuestro Señor. Es el resultado, no lo olvidéis, de muchos milagros juntos, es el fruto de un esfuerzo todopoderoso para hacernos comprensibles mis designios. Es vuestra gran oportunidad. El camino definitivo para que nadie se pierda, sino que haya vida abundante para todos.
Vale la pena, amigos, que lo reconozcamos. Que lo escuchemos. Que lo sigamos.
Necesitamos escuchar esta voz, necesitamos poner mirada atenta, oído vigilante a Jesús, a su vida y a su Palabra, pues solo así creceremos y viviremos verdaderamente como hijos de Dios.
¡Renueva hoy tus promesas bautismales! !vive con más pasión y entrega tu bautismo, tu ser hijo y entones, te lo aseguro, serás feliz.

¡Buen Domingo!

Evangelio solemnidad del Dulce Nombre de Jesús

Lectura del santo Evangelio según san Juan (1,29-34)

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: «Trás de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.» Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»

Palabra del Señor

Con la mirada todavía puesta en el Niño de Belen, el Evangelio de hoy pone en boca del Bautista una confesión de fe que ha pasado a formar parte de la vida de todos los creyentes: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

La escuchamos en cada Eucaristía, la repite el sacerdote antes de la comunión. Quizá por eso nos hemos acostumbrado y no nos asusta la grandeza de este Misterio de amor que encierra. Es que nos acostumbramos muy pronto al Misterio. Como que tuviéramos derecho a ello.

Quizá nosotros, desde la infancia, tenemos la suerte de escuchar esas palabras, si no cada día, sí cada domingo, y a fuerza de oírla y repetirla nos hemos acostumbrado a ella, y en cambio, estamos llamados a hacerlas vida. Si el Cordero de Dios, el Esperado, el Mesias está entre nosotros quiere decir que Dios ha venido a quedarse para siempre: ¡Corre por nuestras venas la savia del amor eterno de Dios y eso se nos tiene que notar!

¡Feliz día del Dulce Nombre de Jesús!

Como preceptúan nuestros Estatutos Cofrades, hoy celebraremos la Solemnidad del Santísimo Nombre de Jesús. Debemos invocarlo con confianza plena de que obtendremos toda bendición y gracia en esta vida terrenal y futura.

Nos reuniremos en torno a la mesa del Señor, hoy a las 20.30 hrs en nuestra Iglesia de Jesús Nazareno, para celebrar en comunidad esta Festividad tan importante para todos nosotros.