Evangelio 3° Domingo de Adviento

DOMINGO DE GAUDETE

Lecturas del santo evangelio según san Juan (1,6-8.19-28):

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
El dijo: «No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor», como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Palabra del Señor

ESTAD ALEGRES,
PORQUE EL SEÑOR ESTÁ CERCA

Cuando nos dirigimos a Dios nos ponemos muy, pero que muy serios. ¿Por qué será? En nuestras iglesias no está bien visto saludar, hablar y reírse. En las homilías se riñe mucho. Nuestras celebraciones a menudo son distantes, serias, frías. A algunos les da pereza cantar, dar la mano, sonreír abiertamente. Hasta la palabra «celebración» resulta un poco rara si las comparamos con las «celebraciones» que tenemos por ahí fuera. Y a Dios le pintamos muy solemne, a Cristo paciente, a los ángeles con la cara estirada…¿Es que Dios no sabe reír? ¿Es que a Cristo sólo le tocó sufrir? ¿Es que sólo se puede ser santo a base de renuncias y sacrificios? ¿Es que el placer, el gozo, la alegría, son malos? ¿Es verdad aquello de que «todo lo que me gusta es pecado o engorda?»

Hay bastantes cristianos que viven con intensidad la cuaresma, la Semana Santa, el Viernes Santo… pero luego se «apagan» cuando llega el momento cumbre de la Pascua. No es raro que aquel pensador llamado Nietzsche dijera que «no encontraba a Dios en nuestros templos porque le parecían tumbas gigantescas, y que teníamos muy poca cara de salvados. Que parecía que nuestro Dios estaba viejo, agonizante, decadente». De tanto asociar a Dios con el dolor y la seriedad, resulta que nos acordamos de él sobre todo cuando algo nos duele o nos va mal. En las alegrías, pocas veces le tenemos en cuenta, si acaso cruzamos los dedos para que no nos las quite demasiado pronto.

Pero un Dios que es Amor no puede ser un Dios triste, enfadado, amargado… Es todo corazón, y un Corazón que ama y provoca amor… tiene que ser feliz. Cuando su Espíritu llega y nos invade, hace vibrar de gozo todo nuestro ser: «Alégrate, llena de gracia… porque el Espíritu descenderá sobre ti»…

¿No fueron invitados a la alegría los pastores de Belén al recibir la Buena Noticia? ¿No daba saltos de alegría el niño Bautista – aún el seno de Isabel- al recibir la visita de la Virgen?¿No estallaron en cánticos alegres los ángeles de Belén?

El Adviento es un tiempo que nos invita a recuperar y profundizar la alegría. La profunda, la auténtica. Pero al vernos rodeados de tanto Papá Noel con su«jojojó», al recibir tantos deseos de felicidad, al escuchar tantos villancicos enlatados (cada vez más en inglés), al rodearnos de tantas lucecitas de colores, al consumir tantísimo champán y vinos… uno sospecha que andamos escasos de esa sincera y profunda alegría. Y que la confundimos con otras cosas.

No recuerdo quién escribió que «el hombre actual no parece acertar con el camino que conduzca a una vida feliz; y el cristianismo, por su parte, no acierta a presentar a Dios como amigo de la felicidad humana y fuente de vida sana e integral». Y también que: «Todos los crímenes, todos los odios, todas las guerras, pueden reducirse a la infelicidad».

Especialmente en este tiempo que vivimos parece que la tristeza y el desánimo lo envuelven todo. Pues podemos y debemos encontrar y aprovechar y provocar muchas PEQUEÑAS OCASIONES que nos alegren el corazón:

– La alegría de enamorarse. Si Dios es amor… está ahí en medio, acompañando la alegría de los que se aman.

– Disfrutar de tu canción favorita.

– Tumbarte en la cama a escuchar cómo llueve fuera, cómo golpea la lluvia los cristales…

– Salir de la ducha y dejarte acariciar y envolver por una toalla suave y olorosa…

– Conseguir aprobar un examen gordo, final, preparado durante tiempo.

– Una llamada inesperada de alguien que se ha acordado de ti.

– Encontrarte triste y que alguien se dé cuenta y te pregunte con interés qué te pasa.

– Tener una profunda y sabrosa conversación que te aporta algo, de esas que merecen la pena (y no son frecuentes), donde se intercambia algo más que palabras.

– Encontrarte dinero olvidado en un bolsillo o en un cajón.

– Mirarte en el espejo y reírte de ti mismo y de lo en serio que te tomas algunas cosas.

– Encontrarte a alguien que te dice que tienes buen aspecto, que estás guapo/a, que se alegra de verte.

– Enterarte de que han hablado bien de ti.

– Despertarte, mirar el reloj, y descubrir que aún te queda un ratito para dormir.

– Tener con quien darte una vuelta y tomar algo.

– Un abrazo o un beso, o una caricia, que no sea rutinario ni simple cortesía (cuando se pueda, claro).

– Hacer nuevos amigos y conservar y disfrutar de los de siempre.

– Disfrutar de una buena película, o de un concierto, o de un museo….

– Sentir cosquillas en el estómago esperando algo o a alguien.

– Ganar un juego, un premio, un sorteo…

– Sentir la satisfacción de un trabajo bien hecho…

– Contemplar felices a las personas que te importan, a las que quieres (de esto saben muchos los abuelos).

– Ir a visitar ese sitio tan especial al que hace tanto tiempo que no vas.

– La cara de alegría que ponen cuando has acertado con tu regalo.

– Gozar de un bello paisaje, un cuadro, un mensaje que alguien te ha enviado.

– Contemplar a un niño que se lo está pasando en grande o que se ríe con ganas.

– Escuchar un «te quiero», un «gracias», un «me apetece verte»…

– Beberse un buen vaso de agua fresca cuando hace calor; o gozar del calorcito de casa cuando hace tanto frío en la calle…

Son pequeñas grandes alegrías para disfrutar y para hacer disfrutar a otros. Son los mejores regalos para uno mismo y para otros en este tiempo. Y no hace falta gastarse dinero. Sólo una persona feliz puede hacer felices a otros.

Pero ¿y cuando las cosas van mal? ¿Y si hay verdaderas razones para la tristeza? ¿Y si nos falta alguien importante en nuestra vida? ¿Y si perdemos para siempre la salud? ¿Y si me parece que mi vida es un desierto reseco, que no merece mucho la pena? ¿Y si compruebo que mis manos son débiles para seguir dando, trabajando, acariciando, esperando poder recibir? ¿Y si a mis rodillas vacilantes les cuesta caminar, y tiemblan ante el peso que tienen que soportar? ¿Y si mi corazón se ha vuelto cobarde, está encogido, reseco, desconfiado, herido, fastidiado, o incluso agresivo, celoso, enrabietado, atravesado por el dolor? ¿Y si mis ojos no ven salida, si no escucho palabras que acaricien mis oídos, si no me llegan gestos de comprensión, de cariño, de consuelo…?

Sólo la fe puede venir en nuestra ayuda. Se viste entonces de esperanza, de paciencia, de confianza…

«Por el camino empinado, arenoso y estrecho, arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores (la fe y la caridad), que la llevan de la mano, va la pequeña esperanza, y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación de dejarse arrastrar como un niño que no tuviera fuerza para caminar. Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos, y la que las arrastra, y la que hace andar al mundo entero y la que le arrastra. Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña». (Charles Peguy)

Es la promesa de Dios por boca de sus profetas: el propio Dios viene a vuestro encuentro. Viene a estar con nosotros (Emmanuel), a acompañar y vencer nuestras tristezas. A este Dios le van la misericordia y la ternura. Habéis oído sus palabras: «Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor». Y me viste un traje de gala y me envuelve en un manto de triunfo. Así que «estad siempre alegres», aunque ahora os toque sufrir. Buscad razones para la alegría y la esperanza. Porque las hay. Especialmente una: El Señor está cerca, en medio de vosotros, como nos ha señalado Juan. Porque ya acampó entre nosotros y viene para que tengamos vida en abundancia. Así es siempre la presencia del Señor. Y por eso la añoramos y la pedimos: Ven, Señor…

Jesús Nazareno, Padre de Amor

Oración para hoy sábado día 12 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Jesús Nazareno, Padre del Amor. Gracias porque por haber cobijado en tu santa mano, en tu paz, y en salud, a todas las hermanas hospitalarias, residentes y trabajadores que han sufrido por culpa de esta pandemia. Gracias por acoger en tu seno a hermanos y hermanas de nuestra Residencia que partieron a tu encuentro. Te pedimos que el próximo año podamos reunirnos de nuevo, visitar a nuestros residentes y así, en nuestra Cofradía daremos testimonio de que tu amor y tu Espíritu han reinado en este hogar nazareno; porque tú tienes y tendrás el primer lugar en nuestras vidas.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Bendita seas, María Santísima Nazarena

Oración para hoy viernes días 11 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Madre Nazarena, gracias por todo lo que nos has dado y no hemos valorado; gracias por la vida, las penas y las alegrías de nuestra Residencia, gracias por cubrir con tu manto a las Hermanas hospitalarias, residentes y trabajadores que se han visto afectados por esta pandemia; gracias por tu intercesión ante tu Divino Nazareno, nuestro Padre Celestial para nuestro perdón. Bendita seas Santísima Virgen Nazarena, Rosa Mística, Madre de Dios y Madre nuestra.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Jesús Nazareno, Ayer, Hoy y Siempre

Oración para hoy jueves día 10 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Jesús Nazareno, hoy queremos darte las gracias por ayudar a hermanas hospitalarias, residentes y trabajadoras de nuestra Residencia a superar el coronavirus, Tú eres el mismo ayer, hoy y siempre.
Gracias por haber tenido compasión del sufrimiento de sus cuerpos, sus heridas emocionales. Gracias por bendecirles y ayudarles a encontrar la salud.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre Cristóbal, siempre a nuestro lado

Oración para hoy miércoles día 9 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.


Beato Cristóbal de Santa Catalina, te damos gracias por interceder ante Jesús Nazareno, en todo este tiempo que nuestra Residencia ha pasados por momentos críticos. Te damos gracias por haber estado en todo momento asistiendo con tu brazo y protegiendo a todos los que lo han pasado mal en este tiempo. Y por todos los trabajadores que siguiendo tu ejemplo, han estado en todo momento al lado de los residentes.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

María Nazarena, Llena de Gracia

Oración para hoy martes día 8 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Madre Nazarena, cuando te asaltó la incertidumbre, cuando las cosas se te hacían complicadas, supiste confiar.
¡Y cómo confíaste! En el momento cumbre de la historia con decisión y firmeza
pronunciaste aquel bienaventurado
«Hágase», del que vienen tantos nunca te apartaron la santa confianza. Obtén, Santa María Nazarena el auxilio divino de todos los residentes de nuestra residencia, que les permita superar las incertidumbres que ahora les acosan..
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Festividad de la Inmaculada Concepción

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1.26-38):

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

Queridos hermanos:

Hay cuatro libros bíblicos que llamamos “evangelios”; y, como es sabido, evangelio es una palabra griega que significa “Buena Noticia”. Según esto, toda la biblia debiera ser designada como “evangelio”, pues toda ella es Buena Noticia. Incluso cuando encontramos a Yahvé “disgustado” por comportamientos incorrectos de sus fieles, al final aparece un horizonte de vida y plenitud; esa perspectiva nunca cambia.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción nos ofrece un gran mensaje de vida. Como en casi todas las culturas, también en la bíblico-semita la serpiente es animal temible, venenoso, portador de muerte. Pero la descendencia de la mujer, es decir, la humanidad, los hijos de Dios, le aplastará la cabeza: el mal no es el horizonte final. Y esto por decisión de Dios mismo: es él quien establece la enemistad, la incompatibilidad entre ser sus hijos y estar sometidos a poderes de muerte.

La carta a los Efesios nos habla de ese destino deslumbrante que Dios ha diseñado para todos: “ser santos e irreprochables ante Él por el amor” para ser “alabanza de su gloria”; y para ello nos ha colmado de “toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Al proponernos esta lectura, la Iglesia quiere que, en María, contemplemos nuestro propio destino ya realizado; obedece así a la afirmación conciliar, bien fundamentada bíblicamente, de que María es el icono de la Iglesia en su plenitud (LG 65), esa Iglesia que, según la misma carta a los Efesios, Jesús quiere “presentarse a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5,27).

Lo que la carta a los Efesios dice de todos los creyentes, el evangelista Lucas lo dice en particular de María de Nazaret. Ella es la llena de la predilección de Dios, de “su gracia”, la que vive “a la sombra de su Espíritu y bajo la acción de su poder” (Lc 1,35); por ello es “santa e inmaculada”

Todo esto es, naturalmente, un gran regalo, en el caso de María y en el nuestro: Dios nos predestinó. Pero no es solo don, sino tarea. En el pasado se contempló a María simplemente como la “sin pecado original”, santificada de manera casi irresistible o bajo una especie de fatalismo (en el mejor sentido de la palabra). Pero el texto evangélico la presenta más bien como “activamente receptiva”, dando su consentimiento. La santidad inicialmente regalada María tuvo que hacerla presente, activa, poniendo su decisión. En torno a ella había violencia, avaricia, lascivia, resentimiento frente al poder romano, y tantas otras manifestaciones del mal; y Dios no la sacó de ese “pecado ambiental”, sino que la robusteció para que no sucumbiese a él, para que fuese capaz de discernir y optar.

La fiesta de la  Inmaculada Concepción es el día de celebrar nosotros que el don de Dios precede a todo, que Él “nos eligió antes de crear el mundo”, “nos amó primero” y que estamos llamados a decir “sí”, o “hágase en mí”, a esa orientación primordial en cada nueva situación. No es (como a veces popularmente se ha confundido) la fiesta de la virginidad de María, ni menos aún de su purificación fisiológica puerperal. Es la fiesta de la fidelidad, de su permanencia  y la nuestra en el “sí permanente” a lo iniciado por Dios en nosotros, del “no” al poder de la serpiente.

Jesús Nazareno, Danos Esperanza

Oración para hoy lunes 7 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Jesús Nazareno, hoy te pedimos por nuestra Cofradía y por todos sus hermanos para que a lo largo de estos 9 meses hayamos sentido tu presencia y la de tu Madre Nazarena, aún sin poder veros, y hayamos experimentado tu amor fraternal y tu Madre haya sido nuestro refugio.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Jesús Nazareno, se nuestro alimento

Oración para hoy domingo día 6 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Dulce Jesús Nazareno, te ruego que tu Pasión sea virtud que fortalezca, proteja y defienda a todas las hermanas hospitalarias que lo han pasado mal en estos días; que tus llagas sean comida y bebida que les alimente, calme la sed y conforte a los residentes de nuestra Residencia; que la aspersión de tu sangre lave todos sus delitos; que tu muerte les dé la vida eterna y tu cruz sea su gloria sempiterna. Que en esto encuentren el alimento, la alegría, la salud y la dulzura de mi corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Evangelio 2° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,1-8):

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»»
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

Palabra del Señor

UNA PALABRA DE CONSUELO

“Donde está el peligro también crece la salvación” (Friedrich Holderlin) Isaías es un profeta que vale para todos los tiempos. Su palabra no era simplemente el fruto de un rato de reflexión, sino la expresión viva de su profunda experiencia de Dios. Procuraba mirar la realidad de su tiempo, a la que estaba muy atento, con los ojos y el corazón de Dios. El profeta sabe que la historia es siempre «historia de salvación». Cuando él escribe, su pueblo está bastante perdido, desilusionado, desesperanzado, desconcertado, desanimado, – y todos los «des» que queramos añadir- por la situación política, económica y personal de todos ellos, pues se encuentran «desterrados», no tienen «tierra» bajo sus pies donde sostenerse, donde levantar sus vidas. Están de prestado, exiliados, dispersos, inseguros. La gris niebla envuelve su presente, y les impide ver su futuro. No hay futuro. Por su parte, los jefes del pueblo no están a la altura, preocupados -como tantas veces- por sus mezquinos intereses, y dominados por el miedo y la resignación. O «adaptados» a las circunstancias, procurando que les vaya lo mejor posible. No es una situación muy diferente de la nuestra. No es necesario indicar los rasgos de lo que todos estamos viviendo en estos tiempos difíciles: Desánimo, soledad, tristeza, ira, miedo, desencanto… Pues en aquellos tiempos de Isaías -y cada vez que se repiten circunstancias semejantes- Dios tiene una palabra que decir a través de los que tienen un corazón «bien lleno de Dios». Suele servirse de oráculos, de portavoces, de mediadores… para hacerse presente. En este caso Dios lanza un deseo, una petición, casi una orden a quienes puedan y quieran escucharle: «Consolad a mi pueblo y habladle al corazón». Nunca está de más una palabra de consuelo, y siempre llega más una palabra que hable al corazón que a la cabeza. No cualquier palabra: estamos saturados de palabras vacías y de mensajes de «autoayuda» que no ayudan en nada.

Consolar significa estar con el que se siente solo, con el que sufre, con el que se encuentra en dificultades y aliviar su carga, calmar la inquietud, fortalecer su fragilidad, suavizar la angustia… de modo que pueda vivir más sosegadamente, más esperanzadamente, con más confianza. El consuelo no elimina el dolor, y tampoco lo «relativiza» (al menos no siempre) pero sí ensancha la esperanza y fortalece el coraje para afrontarlo. En el Evangelio de hoy escuchamos: «Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor». Desierto es una palabra inquietante en nuestros días. Casi el 33% de la superficie terrestre está ocupada por desierto. Y la proporción va en vertiginoso aumento. Leo, por ejemplo, que el ritmo de deforestación en Brasil ha aumentado a unos 4.430 campos de fútbol por día y que entre agosto de 2019 y julio de 2020, 11.088 kilómetros cuadrados de selva haya sido talados en la región. Cada año cientos de miles de hectáreas de terreno cultivable se convierten en desierto. Y millones de personas, se han visto obligadas a dejar atrás sus tierras, por el desierto que avanza. Pero existe otro desierto: no fuera, sino en medio de nosotros; no en zonas remotas del planeta, sino dentro de nuestras propios ciudades: Es el «secarral» de las relaciones humanas, la soledad, la indiferencia, el aislamiento, el anonimato. El desierto es ese lugar donde si gritas nadie te oye, si yaces en tierra acabado nadie se te acerca, si una feroz bestia te asalta nadie te defiende, si experimentas un gran gozo o una gran pena no tienes con quien compartirla. ¿Y no es esto lo que ocurre en muchas en nuestras ciudades? Nuestro agitarnos yendo y viniendo y quejándonos, ¿no es también un gritar en el desierto? Y también hay un desierto, quizá más peligroso: el que cada uno de nosotros lleva dentro. Justamente el corazón puede transformarse en un desierto: árido, apagado, sin afectos, sin esperanza, infecundo. ¿Por qué muchos no logran despegarse del trabajo, apagar el móvil, la radio, la tele, el WhatsApp, los auriculares…? Tienen miedo de reconocerse en ese desierto. La naturaleza, dicen, tiene «horror del vacío», y también el hombre rehuye el vacío. Si nos examinamos honestamente, veremos cuántas cosas hacemos para evitar encontrarnos solos, cara a cara con nosotros mismos y frente a la realidad. Cuanto más crecen los medios de comunicación y las redes sociales, más disminuye la verdadera comunicación. Tenemos la sensación de que este mundo es como un desierto sin sendas. Donde los gritos de auxilio no son acogidos, no obtienen respuesta tapados por nuestros ruidos, y engañados por los espejismos y oasis que nos ayudan a olvidarnos de todo… Ante esa situación de desolación del pueblo de Israel, Dios toma partido de una vez para siempre. Se coloca al frente del rebaño como un pastor amoroso. Pero no se queda en simples palabras: su consuelo va acompañado de acciones. El texto nos lo describe muy bien: los montes se abajan, los valles se levantan y Dios mismo se pone al frente. Las acciones orientan y abren caminos. El consuelo nos habla al oído en el presente y nos infunde una esperanza que nos hace encarar el futuro desde la seguridad y la confianza de saber que no nos encontramos solos en medio del “desierto” de nuestros miedos y dudas. El apóstol Pedro nos dice que los cristianos «ESPERAMOS UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA DONDE HABITE LA JUSTICIA». Pero ¿es un sueño al estilo Walt Disney? Pues no: ese sueño tiene mucho que ver con las palabras de Juan Bautista: «PREPARADLE EL CAMINO AL SEÑOR, ALLANAD SUS SENDEROS». El cristiano es un eterno inconformista, y está convencido de que hay muchos obstáculos que remover. Su esperanza no es una ilusión evasiva de la realidad, ya que somos seguidores de Alguien que se dejó el pellejo en la cruz por luchar a favor de ese Mundo Nuevo. Y además contamos con la fuerza y el discernimiento del Espíritu. Cuando escuchamos hoy: «AQUÍ ESTÁ VUESTRO DIOS», es la señal de salida para ponernos manos a la obra, empezando por nosotros mismos. Dios sale al encuentro de quien se pone a remover obstáculos: siempre podemos tender puentes a aquellos que se han alejado de nosotros por tener opiniones o criterios distintos; siempre podemos revisar nuestro consumismo desenfrenado; siempre podemos poner más ternura en las relaciones humanas; siempre podemos buscar espacios de silencio y oración para dejar que Dios nos hable al corazón y nos ayude a encontrar sendas en cualquiera de nuestros desiertos; siempre podemos ayudar a alguien a ser más feliz, a sufrir menos… y podemos porque Cristo pudo, y ser discípulo suyo es creernos que ese mundo nuevo es posible, y la lucha por él es la que da sentido a nuestro caminar. La única batalla que se pierde es aquella en la que dejamos de luchar. Nunca rendirnos ni conformarnos ni acostumbrarnos. Nunca renunciar a seguirlo intentando. Nunca perder nuestra dignidad humana y nuestra confianza en nosotros mismos y en Dios: Él es la fuerza de nuestra fuerza. Este segundo domingo de Adviento quiere consolarnos, sacarnos de nuestra desesperanza y modorra, de modo que no nos venzan las cosas malas que nos envuelven, para no dejar que nada ni nadie nos quite la paz del corazón y nuestros deseos de ser mejores y hacer un mundo siquiera un poquito mejor. Para eso vino Dios a la tierra, y sigue viniendo y no se cansa de venir. Hasta que todo esto sea realmente UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA donde habite la justicia. Y la paz. Y la fraternidad.