Festividad de San Bartolomé

Lectura del Evangelio según San Juan 1,45-51

En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le contestó: «Ven y verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?» Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

Hoy es la fiesta de San Bartolomé Apóstol titular de nuestra Cofradía desde su fundación. Llamado en el Evangelio Natanael. San Bartolomé recibe la llamada de Jesús a través de Felipe.

Damos gracias por las personas que nos han ayudado a encontrarnos a Jesús y pedimos a Dios que nos dé acierto para ayudar a otros a conocer al Maestro.

Natanael tiene prejuicios: “De Nazaret puede salir algo bueno?” Pero es capaz de superarlos.
Qué los prejuicios no te impidan crecer como persona y como cristiano. Pide al Señor luz para reconocerlos y fuerza para superarlos.

Feliz día de San Bartolomé Apóstol a todos.

*Apóstol*

Vamos, amigo,
no te calles ni te achantes,
que has de brillar
como fuego nocturno,
como faro
en la tormenta,
con luz
que nace en la hoguera de Dios.
Vamos, amigo,
no te rindas ni te pares,
que hay quien espera,
anhelante, que compartas
lo que Otro te ha regalado.
¿Aún no has descubierto
que eres rico para darte a manos llenas?
¿Aún no has caído en la cuenta
de la semilla que, en ti,
crece pujante
fértil, poderosa,
y dará frutos de vida y evangelio?
Vamos, amigo.
Ama a todos
con amor único y diferente,
déjate en el anuncio
la voz y las fuerzas,
ríe
con la risa contagiosa
de las personas felices,
llora las lágrimas
valientes del que afronta la intemperie
Hasta el último día,
hasta la última gota,
hasta el último verso.
En nombre de Aquél
que pasó por el mundo
amando primero.

(J. M. R. Olaizola, sj)

Evangelio 21° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69):

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Palabra del Señor

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

Según el parecer de los entendidos sólo dos de las tribus de Israel (Efraim y Manasés) hicieron el recorrido del desierto (éxodo), desde Egipto, tal como lo tenemos recogido en los libros sagrados. Otras tribus habrían llegado por diversos medios hasta la Tierra Prometida. A todas ellas las ha convocado Josué en el santuario de Siquem, para que tomen una decisión importante: ¿Están dispuestos a participar de su misma fe, la que han ido descubriendo y purificando por el desierto? ¿Quieren dejarse proteger por el Dios del Sinaí, dar un sentido a sus vidas desde Él, desde sus leyes y valores?

Josué es un hombre valiente, y respeta profundamente la libertad de sus hermanos: «Escoged a quien servir, a los dioses falsos o al Dios que nos ha salvado de la esclavitud, el Dios de la libertad». Y él es el primero en pronunciarse: «Yo y toda mi casa serviremos al Señor».

Últimamente no está de moda creer. Nuestra manera de comportarnos está muy lejos de la de Josué. Por una parte nos ha entrado una especie de complejo de llamarnos cristianos. El entorno social nos está haciendo creer que ser cristiano es una cosa trasnochada, es ir contra corriente, no es moderno o progresista… Por otra parte, un cierto número de personas han optado por vivir sin Dios, o tal vez sea mejor decir por servir a otros dioses más cómodos, inventados por nosotros mismos, dioses a la carta que tranquilizan conciencias, dioses de los que acordarse cuando haga falta. «Algo debe haber», dicen algunos. «No necesito a Dios, son cosas del pasado», dicen otros. Y algunos siguen creyendo, pero sin saber muy bien en qué, sin saber explicarse demasiado en qué consiste lo de «ser creyente». Y se autodefinen como «creyentes no practicantes» (dos conceptos, por cierto, incompatibles entre sí).

Los que todavía creen. Sin embargo, hay otros que aún se mantienen. A menudo desconcertados porque los amigos, los parientes, los compañeros de trabajo ya no creen. Y lo llevan un poco a escondidas. Llegan a cansarse o desmotivarse para hacer el bien, defender la verdad y la justicia, y el amor no es criterio de sus opciones… al ver cómo los «valores» a su alrededor son otros. Y, casi sin darse cuenta, van poco a poco perdiendo su identidad cristiana.

Pero, ¿qué es eso de la fe? Se han dado definiciones muy abstractas como lo de «creer lo que no vimos», o «cumplir los mandamiento de Dios y de la Iglesia», o «practicar una serie de ritos, obligaciones y cultos». Ciertamente que estas definiciones están alejadas de la experiencia de Israel. Si nos fijamos en las palabras de Josué en la primera lectura: «Serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios». Está proclamando sobre todo un estilo de vida: Creer es servir al Señor, es escucharle y poner en práctica sus mandatos.

El fragmento del Evangelio de hoy es la conclusión del discurso del Pan de Vida, que venimos meditando estos últimos domingos. Es el último de los siete discursos de Jesús, en los que ha ido explicando a modo de una larga catequesis el sentido de la Eucaristía, en la que no han faltado frases bien exigentes y de denuncia: «Vosotros estáis conmigo porque habéis llenado el estómago, no porque os interese mi mensaje», «si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida eterna»…

Claro que Jesús no estaba hablando en este momento de «comulgar», tal como lo entendemos nosotros ahora, aunque nos ayude a darle su auténtico sentido. En su Última Cena, antes de darles a comer su carne y sangre, les pidió: «Haced esto en memoria mía», es decir: Convertíos vosotros mismos en pan para que otros se alimenten, haceos migas por los demás; sed capaces de derramar vuestra vida como el vino de este cáliz; sed capaces de ir hasta la muerte por poner en práctica la tarea del Padre para hacer un mundo mejor… En una palabra: sed como yo. Este es el significado y la condición para comulgar realmente, con verdad: vivir como él, totalmente para Dios y para los hombres. Hace mucho más explícita y comprometida la opción de Josué.

Y a esto se refería cuando hablaba de una Alianza nueva y eterna: participar en la Eucaristía cada vez es sellar una Alianza Nueva con Dios, por la cual nos comprometemos a acoger su amor, recibir su perdón y a asumir hasta la muerte el estilo de vida de Jesús, resumido en el mandamiento del amor: Amar como él… hasta la cruz.

Aquí tenemos, por tanto, la clave de lo que es «tener fe»: haber hecho una opción de vida, por la que nos iremos configurando, identificando, haciendo nuestro el estilo de vida de Jesús: sus palabras, sus preferidos, su modo de situarse ante el poder, el dinero, la política, la injusticia, la pobreza, etc. Por tanto no se puede «creer» sin poner en práctica, sin «hacer», sin irse transformando (convirtiendo). Ciertamente que la cosa es bien difícil y exigente. Dice Jesús: «sin mí no podéis hacer nada», Por eso lo necesitamos como Pan de Vida, para tener vida en nosotros. Por eso comulgamos los que hemos querido sellar esa Alianza de Vida con él.

Jesús no se andaba con paños calientes. «Muchos discípulos de Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con él». Les parecía demasiado exigente, se escandalizan… ¡y se van!. Está claro que habían «comprendido» lo que suponía ser discípulo. No tengo tan claro que bastantes de los que hoy se echan atrás sea por este mismo motivo. Me parece más bien que muchos ni siquiera han llegado a enterarse de lo que significa «creer», y «dejan» lo que nunca asumieron.

Hoy Jesús nos plantea a nosotros la misma pregunta que a sus discípulos: ¿También vosotros queréis marcharos?. Nos coloca ante una alternativa: la valentía de decirle que no y ser coherentes con ese no… o hacer nuestras las palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? En tus palabras hay vida eterna y nosotros creemos».

Y Pedro fue coherente, como el resto de sus compañeros, y tantos otros después de ellos, ¡hasta derramar su sangre! No era fácil creer entonces: las arenas del circo, los leones, la cárcel, las palizas, lapidaciones… Y tampoco es fácil creer hoy, porque no es fácil vivir una vida con sentido, una vida de entrega, una vida de exigencias. Pero entonces ¿a quién iremos? ¿quién guiará nuestros pasos? ¿quién nos ofrecerá una vida que merezca la pena?

Evangelio de la Festividad de la Asunción de la Virgen María

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-56):

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de Maria, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor

La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado!. El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición como respuesta a las palabras de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata.

Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilér”, sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.

Los temas, pues, podrían exponerse así: (1) la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal; (2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y (4) su especial misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en expectativa de un Liberador.
Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.

Evangelio 19° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Palabra del Señor

PAN PARA EL CAMINO

Con frecuencia se ha comparado la vida con un camino, un viaje: Hay un punto de partida, una meta, un equipaje, unas etapas, unos compañeros, un montón de imprevistos… Los que han hecho alguna vez el Camino de Santiago o alguna otra peregrinación lo saben muy bien.

AIsrael fue un pueblo que se forjó en un largo camino, con muchas dificultades. Y caminando tuvo ocasión de ir conociendo a Dios y purificando su imagen, acogiendo muchos dones, enfrentando tentaciones… Y aprendiendo también a caminar «con otros». Así lo quiso Dios.

Por un camino de huida, el profeta Elías necesitó pan y agua, cuando se sentía derrotado y a punto de abandonarlo todo.

En los comienzos del «camino» (que así se autodenominaban los primeros cristianos), y también en nuestros comienzos del camino de la fe, recibimos el don del Espíritu, que nos «selló» como propiedad de Dios (2 lectura). Y recibimos el Pan de Vida para «ser todos discípulos de Dios».

Son los medios que Dios y su Hijo ofrecen a los que caminan, a los que se ponen en marcha, para los que se mueven, para los que no se conforman en donde están, para los que buscan, aunque sea a tientas o equivocadamente… Precisamente porque el camino es difícil, y no pocas veces agotador.

EL CAMINO ESTÁ SALPICADO POR LAS CRISIS

Elías podría presentarnos una larga y bien detallada descripción de su hartazgo, cabreo, decepción, cansancio existencial y estrés por intentar hacer las cosas como «creía» que Dios se las había pedido, tal como él entendía o se imagina a Dios… Equivocándose completamente. Le faltó «discernimiento». Digamos que actuó en nombre de Dios… pero sin contar debidamente con Él.

Las primeras comunidades (muy parecidas a las nuestras) nos podrían describir lo complicada que fue la convivencia entre hermanos, y el amor al prójimo, sobre todo al más cercano. La Carta a los Efesios tiene que advertirles sobre la ira, los enfados, los insultos, la maldad (que es una palabra «fina» para describir la mala leche que tenían algunos «hermanos»)…

Tampoco a Jesús le faltaron las dificultades. En la escena de hoy, se topa con un buen grupo de murmuradores y escandalizados por lo que acaba de decir. Resulta que Dios quiso hacerse cercano («carne», como lo llama este Evangelio), y compartir, y enseñarnos a aceptar y enfrentar la debilidad, los conflictos, las dificultades… Quería también purificar su «pobre» concepto de Dios, atado a ritos, leyes y lugares «sagrados», para que lo encontraran en la vida cotidiana, y sobre todo en el otro. Pero las mentes cerradas y la obsesión por las tradiciones de siempre no le impedían abrirles caminos: ¡Tú que vas a ser un enviado de Dios, si sabemos perfectamente quién es tu familia y cuál tu pueblo! ¡Quién te crees que eres para cambiarnos nada!

LO DE MURMURAR ES MUY HABITUAL

– El profeta Elías murmura de su pueblo, que ni le hace caso ni le apoya; murmura de la reina Jezabel a la que intentaba convertir un poco por la fuerza, y sobre todo murmura de Dios por meterle en semejantes berenjenales. Cuando las cosas no salen conforme a nuestros planes, protestamos, nos quejamos, echamos culpas a quien sea. Incluso a Dios.

Las comunidades cristianas -los bautizados- también eran dadas a murmurar de sus prójimos, ponerles verdes porque eran como eran y no como debieran ser. Murmuraron de Pedro, de Pablo y de cualquiera que intentara ayudarlos a responder a Dios (lo que llamamos «corrección fraterna»). Les dice a los de Éfeso: Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros. La amargura, la ira, los enfados e insultos, la maldad, la falta de perdón… no son rasgos de un «hijo de Dios». El hermano no era visto como un compañero de camino, sino como un obstáculo que les hacía tropezar.

AL CAMINAR … LO NORMAL ES «CANSARSE»

Por una parte está el peso mismo del camino, que se deja sentir en nuestras piernas. Todos hemos pasado momentos en los que no teníamos ganas de ir a ningún sitio; las metas nos resultaban inalcanzables, y nos tentaba dejarlas. Así que nos sentamos junto a cualquier retama a ver pasar los días y los acontecimientos, dándole vueltas a todo, repartiendo culpas, y masticando la amargura.

Por otra parte, en el camino siempre ocurren imprevistos, no salen las cosas como habíamos calculado. No conseguimos ponernos de acuerdo con los compañeros de viaje, y saltan chispas y puede que algún que otro incendio.

También está el peso de las propias limitaciones: ya no puedo más, no sé si me habré equivocado, siempre estoy igual, siempre caigo en lo mismo, parece que no avanzo, que no salgo de esto…

Y está el cansancio de las personas, sobre todo de ciertas personas. Fácilmente, cuanto más cercanas, más nos cansan… Hay que reconocer que algunas personas nos ponen muy difícil caminar con ellas….

O el cansancio por el ambiente que nos rodea, los espejismos, las tentaciones, los malos ejemplos, las injusticias, las tantas malas noticias de cada día…

Nos pasa entonces como a Elías: «Ya es demasiado», «¡basta ya!»

¿Y CUÁL ES LA TERAPIA QUE OFRECE DIOS?

Menos mal que Dios no abandona a Elías con su cansancio, aunque buena parte del mismo sea por su propia culpa. El ángel de Dios le recuerda que EL CAMINO ES SUPERIOR A SUS FUERZAS y le pone delante un pan, una jarra de agua y una propuesta: Levántate, come y sigue caminando. Tendrá que aprender a discernir: Que Dios no es lo que él se pensaba, y sus planes y caminos no eran los de Dios. Tendrá que dejar de mirar para atrás y a tener una esperanza. Y a contar con el pan de Dios (como el mamá del desierto que Israel necesitó para llegar a su meta).

Sólo el que camina se cansa. Sólo el que no se acomoda, el que no se deja llevar, el que intenta superarse cada día, el que busca la voluntad de Dios… necesita el Pan de Dios. Los demás no lo necesitan. Comulgamos para echarnos a andar. Comulgar implica moverse, encontrar fuerzas en Dios para hacer su voluntad.

Para los cristianos Jesús se ha presentado/revelado a sí mismo diciendo: «Yo soy el Pan Vivo bajado del cielo». Y también se revelará un poco más adelante: «Yo soy el camino». Es decir: Dios nos ofrece Pan y Camino (con mayúsculas) O también: Jesús nos ofrece el pan para el camino y se ofrece como Pan para el camino.

Tendremos que seguir sus pasos, recorrer sus mismos caminos. Éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera en el empeño, para que tenga vida eterna. Y al añadir «para la vida del mundo» está subrayando que nuestro camino y nuestro pan tienen una ineludible dimensión social, un compromiso con el mundo y su vida.

Así que concluyo con las palabras de Dios a Elías: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo». ¡Y tanto!

Evangelio 18° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,24-35):

En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»

Palabra del Señor

EL PAN DE VIDA Y DE LA LIBERTAD

La primera lectura nos presenta una de las ocasiones en que el proyecto de ser un pueblo libre en una tierra libre, guiados por el Dios que escuchó su clamor cuando eran esclavos… es puesto en cuestión ante las dificultades que se encuentran en el camino. No es fácil ser libre, ser libres juntos, y con una estructuras/leyes que aseguren esa libertad.

Vivimos en un país libre, es lo que se suele decir. Hemos ido ganando muchas cuotas de libertad en muchos ámbitos: laborales, sociales, políticos, económicos, personales… Aunque también vemos últimamente algunos retrocesos y cuestionamientos sobre ciertos logros en igualdad, respeto, derechos humanos… Pero resulta que, realidad, no somos tan libres.

Vivimos muy pendientes y condicionados por la opinión de los demás, y nos cuesta mucho ser nosotros mismos.

Nos vemos enredados en una sociedad de consumo, que necesita multiplicar nuestras necesidades, aun a costa de esquilmar el planeta. Nunca tenemos suficiente, y nos puede la ansiedad de tener/comprar, visitar, viajar, acumular, probar… de un modo compulsivo y absurdo, derrochando y malgastando, sin valorar y cuidar, en cambio, lo que es realmente importante… y a los que necesitan todo para poder simplemente vivir.

Esta sociedad de la comunicación y de las redes sociales nunca como ahora nos había condicionado y «engañado» con las falsas noticias, los bulos, la información que se esconde (o se impide investigar con la fuerza de los votos la gestión política, los dineros en negro, las adjudicaciones a dedo, las comisiones ilegales…), porque como se destape el asunto…

Los mensajes políticos se lanzan, se adaptan o se esconden a golpe de lo que revelan las encuestas, y si ayer dije «X», es que me interpretaron mal, o las circunstancias han cambiado… La confusión de valores, la desinformación y la manipulación mediática no son nunca una ayuda para nuestra libertad. Al contrario. Ya lo dijo Jesús: La verdad os hará libres…

Por otro lado se nos multiplican los miedos: miedo al emigrante que «nos invade». Miedo a que ganen el poder los que no son de los nuestros. Miedo a perder el puesto de trabajo que parecía tan seguro. Miedo a perder la salud, o a no ser bien atendidos si no tenemos un seguro privado. A no tener una jubilación suficiente… El miedo provocado no es un ingrediente compatible con la libertad.

También nos «atan» nuestra historia y heridas personales, las relaciones que se han roto, o que no somos capaces de romper, los errores cometidos, las etiquetas que nos han puesto…

La Revolución Francesa colocó la «libertad» en un altar (junto a otras dos, formando una auténtica trinidad indivisible: igualdad y fraternidad). Pero estamos lejos de aquellos ideales. Habría que empezar por ponernos de acuerdo en lo que realmente significa esta «mágica» palabra. Nadie puede apropiarse de ella, como bandera o estandarte, dando a entender que «los otros» nos la quitarían. Cuando la política se dedica a dividir en «buenos y malos» deja de ser política.

Tiene que ir de la mano de la responsabilidad, y estar al alcance de todos, y no solo de los que están mejor económicamente, pues cuando se carece de lo básico no hay libertad (por eso acabaron así los israelitas en Egipto).

Precisamente el libro del Éxodo nos muestra cómo la libertad por la que Dios opta consiste en «liberar» del trabajo esclavo, de la falta de medios de subsistencia, del manejo del Faraón y sus leyes abusivas… aunque tengan el estómago lleno y les permitan ciertas «libertades» para que estén contentos y no se quejen (hoy diríamos: toros, fútbol, culebrones familiares, conciertos, «Sálvame», «Supervivientes», «First of Dates»…). Aquella libertad planteada por Dios exigía aprender a ser un pueblo unido y justo. Por eso es tan necesario lo que nos ha pedido San Pablo: «despojaos del hombre viejo», de las «ideas vacías», renovar la mente y el espíritu…

El maná y las codornices que vienen «del cielo» fueron la ayuda necesaria de Dios para poder caminar y vencer las dificultades. Precisamente cesarán cuando entren en la Tierra Prometida.

Cuando Jesús se presenta a sí mismo como el verdadero pan del cielo que nos da su Padre, y que baja para dar vida al mundo… nos está llamando a la libertad, a la fraternidad, a la comunión. Nos falta mucho «éxodo» para ser libres y necesitamos mucho ese Pan que nos ha ofrecido el Padre para construir la «civilización del amor». Cuando el sacerdote ponga en tus manos el Maná Eucarístico…. ya sabes que es para ponerte en camino, salir de tantas ataduras, despojarte del hombre viejo, corrompido por sus apetencias seductoras; para renovarte en la mente y en el espíritu y ser revestidos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. «Señor, danos siempre de este Pan».

Evangelio Festividad de Santiago Apóstol

Lectura del santo evangelio según san Mateo (20:20-28):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?»
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.»
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

Palabra del Señor

Santiago apóstol, testigo y mártir

Mi nombre es «Jacob» en hebreo. Jacobo en griego o latín. Y varía según vuestras diferentes lenguas: Jacob, Jacobo, Jakob, Sant-Iago, Yago, Thiago, Santiago, Jacques, James, Giacomo, Diego, Jaime…

No me confundáis con Santiago el hijo de Alfeo, otro de los Doce apóstoles, al que Marcos llama “el menor”. Ni tampoco con Santiago “el hermano del Señor”, como le llama Pablo de Tarso. Éste ni siquiera fue de nuestro grupo de los Doce. Yo soy Santiago “el hermano de Juan”, “el hijo de Zebedeo”. Llamadme “Santiago, el mayor” o “Santiago, el peregrino” si preferís.

Soy judío de Galilea, nací en la orilla norte del lago. En la cercana ciudad de Cafarnaúm teníamos nuestra barca. Mi hermano Juan y yo trabajábamos en la industria pesquera de mi padre Zebedeo, asociados con otros dos hermanos: Pedro y Andrés.

Cuando aquel maestro de Nazareth nos dijo “seguidme”, lo dejamos todo… aún hoy no me explico bien por qué, pues no nos dio ninguna explicación. Pero es cierto que sentí un fuerte impulso del corazón y muchas ganas de «cambiar de aires», de rutinas, de olor a pescado… En la vida hay que saber arriesgarse algunas veces. Y en la fe, sin riesgo, aventura, y «cambios»… no hay realmente seguimiento.

Mayor fue mi sorpresa cuando Jesús me llamó por mi nombre para formar parte de un grupo especial de DOCE y entonces sí que nos dejó muy clara su finalidad:

1. Para que fuéramos su grupo de acompañamiento, algo así como sus más estrechos colaboradores “para que estuviéramos con Él” (Mc 3,14). Estar con él. Eso es ser discípulo.

2. Para que lleváramos su mensaje, nosotros seríamos los primeros anunciadores del Reino, nos llamaba “para enviarnos a anunciar, dar testimonio” (Mc 3,14). Testigos de lo que vivimos. Eso es ser discípulo.

3. Para que encarnáramos y simbolizáramos el nuevo Pueblo de Dios, como las doce tribus del antiguo Israel “para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 18,38). Una nueva comunidad fraterna, siempre somos discípulos «con otros», en comunidad.

Yo fui muy importante entre los DOCE, no hay más que fijarse en las cuatro listas de apóstoles que se conservan en el NT: Yo estoy siempre en el segundo puesto (después de Pedro) o en el tercero (después de Andrés o Juan). Con PEDRO y mi hermano JUAN, fui del grupo de los TRES ÍNTIMOS de Jesús.

PEDRO, JUAN Y YO … fuimos testigos excepcionales de los momentos más importantes de Jesús. Destaco tres:

• Primer momento: la resurrección de la niña Tabita (Gacela). Allí comprendimos el PODER de Jesús sobre la muerte y que su REINO era un reino de vida.

• Segundo momento: Testigos del destello de su divinidad en el monte Tabor, y vimos su GLORIA, en la Transfiguración: que era realmente DIOS, a pesar de su humilde aspecto.

• Tercer momento: fuimos testigos de su angustia ante la muerte, en el Huerto de los Olivos, profundamente HUMANO.

Los tres momentos juntos revelan el misterio de Jesús en su totalidad.

A mi hermano Juan y a mí Jesús nos puso un sobrenombre: «Boanerges». Nos resultó un sobrenombre extraño. Marcos hizo una traducción aproximada: «hijos del trueno». Y ¿por qué “HIJOS DEL TRUENO”? No creáis que tenía algo que ver con nuestro carácter impetuoso, apasionados, exaltado, autoritario… Jesús no se preocupaba de la psicología, miraba más adentro… y sabía que no ahorrábamos esfuerzos en la misión encomendada ni calculábamos riesgos en la aventura del Reino.

Os presento tres situaciones en las que nuestro ímpetu fue tan exagerado que los Hijos del Trueno metimos la pata:

El exorcista desconocido (Mc 9,38-40).

Mi hermano Juan increpó duramente a un desconocido, que expulsaba demonios, sin ser de los nuestros. Fue una metedura de pata. Cómo nos gusta controlar al otro, y poner etiquetas, y dividir el mundo en «nosotros», y «los otros» a los que tenemos que controlar. Cuidado con esto, que la reprensión de Jesús vale para todos los suyos.

El rechazo samaritano (Lc 9,52-56).

Otro día fue todavía peor: mi hermano Juan y yo pedimos fuego del cielo para acabar con una aldea samaritana que se había negado a recibirnos. La agresividad, la venganza, el «te vas a enterar»… Estas cosas no construyen Reino: otra dura reprimenda de Jesús nos lo hizo ver.

La petición de los primeros puestos (Mc 10, 35-41).

Tal vez la mayor metedura de pata fue nuestra ambición de conseguir los primeros puestos. Nos gustan lo títulos, las ventajas, el ser importantes y considerados, sentirnos por encima de los demás…. Me da vergüenza recordarlo. No habíamos entendido nada del proyecto de Jesús. El resultado fue que los otros Diez se enfadaron con nosotros. ¡Qué bien hacéis en procurar recuperar la «sinodalidad» de los comienzos y en desclericalizar la Iglesia! Servir al Reino, servir al que sufre, «rebajarse»…

Pues a pesar de nuestro arrojo, cuando Jesús fue prendido en el huerto, le dejamos completamente solo; huimos todos deprisa y fuimos a refugiarnos en el Cenáculo, cerrando las puertas a cal y canto. Jesús nos tuvo que enseñar la humildad, el servicio, la valentía de resistir a la violencia sin violencias… Aprendimos a reconocer y aceptar nuestra fragilidad, nuestra debilidad, nuestra imperfección. ¡Todo esto fue fundamental (de «fundamento») cuando nos tocó construir la comunidad cristiana…!

Esto ocurrió después, el primer día de la semana, cuando Jesús Resucitado se presentó en medio de nosotros, y sopló mientras nos decía: “recibid el Espíritu Santo, como el Padre me envió os envío yo”, y nos lanzamos a anunciar por todas partes la Buena Noticia de la Resurrección.

Herodes Agripa I, queriendo contentar a los judíos, molestos con el éxito de nuestra predicación, decidió dar un escarmiento a nuestra comunidad cristiana …y en los años 41-44, me hizo decapitar. Pero no os quedéis en mi muerte … que yo, en Jesús, también he resucitado. Venid a mi encuentro… os invito a hacer mi camino, como tantos peregrinos, a través de los siglos…

… En SANTIAGO de COMPOSTELA me encontráis, esperando vuestro abrazo, yo que soy amigo y testigo de Jesús, como vosotros y con vosotros. Y no olvidéis nunca que ser persona y ser discípulo significa siempre caminar. Porque Jesús quiso ser EL CAMINO.

Evangelio 16° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,30-34):

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Palabra del Señor

QUEDARNOS A SOLAS CON JESÚS

Hemos vivido y seguimos viviendo un tiempo muy convulso, que ha removido, cuestionado, eliminado, alterado, puesto en crisis o dejado en evidencia la fragilidad… en tantas cosas de nuestra vida: las relaciones familiares y sociales, la economía, la relación con la naturaleza, el papel de la ciencia y el de los políticos, la responsabilidad personal, la solidaridad, el sacrificio de muchos… Y también ha afectado a la vivencia y práctica de «la fe». Hemos perdido muchas vidas, la salud física y mental ha quedado perjudicada en bastantes casos, y los sentimientos de soledad, depresión, ansiedad, tristeza, desesperanza… se han multiplicado. No es necesario entrar en detalles y descripciones que todos conocemos de primera mano. Hemos andado bastante a tientas y a ciegas viviéndolo todo.

Por eso resulta tremendamente oportuna la invitación que hoy hace Jesús a los suyos de entonces y de hoy: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Quiere compartir, comentar, reflexionar y orar sobre lo que han vivido los apóstoles en su primer envío. Y a nosotros hoy darnos respiro, descansarnos, abrirnos a él, comentar juntos y buscar algún sentido a todo esto que nos está pasando.

Hay muchos modos de orar:

• Litúrgico/grupal (misas, liturgia de las horas, grupos de oración: carismáticos, Taizé, etc…)

• Rezos diversos (rosario, devociones, santos, oraciones escritas…)

• Pedir y dar gracias al final del día

• Lectura del Evangelio del día, apoyándose con algún comentario…, etc

Bastantes de ellos se han mantenido durante este tiempo «online». No a todos les ha servido o ayudado lo mismo.

En general no nos hemos esforzado mucho en la Iglesia por enseñar a orar al estilo de Jesús, orar como oraba él. Una oración que conecte la fe/evangelio con la vida de cada día, que tenga en cuenta las distintas circunstancias personales: estados de ánimo, tiempo disponible, lugar en que uno se encuentra… Lo que se ha vivido y lo que se ve llegar, lo que hemos visto en la gente, las decisiones que hay que ir tomando…

En el Evangelio de hoy encontramos algunas claves  para esa oración con/como Jesús. Los discípulos se reúnen con él después de una intensa actividad apostólica, para contarle todo lo que han dicho y han hecho. Es que al Señor le interesa lo que han vivido, y quiere escucharles. Pero además aún les queda mucho para asimilar las enseñanzas del Maestro, y no siempre les va a acompaña el éxito en sus tareas. Es decir: que «estar con Jesús a solas» (oración) significa no sólo «contarle» sino reposar, repasar y compartir con otros lo vivido, y con Jesús profundizar, revisar, corregir, interpretar las cosas a la luz de sus enseñanzas.

Por ejemplo, podríamos preguntarnos:

– Qué, a quién y cómo tengo que agradecer algo, qué he recibido de los demás, de Dios…; de qué estoy contento/satisfecho y por qué…

– Qué, con quién tengo que corregir algo, pedir disculpas, cambiar; qué me ha dolido o me ha dejado tocado, y cómo quiero gestionar ese dolor.

– Qué se me ha quedado sin hacer, o está por completar, y cómo y cuándo hacerlo…

– De qué manera las enseñanzas de Jesús aportan, iluminan, dan sentido a todo lo que estoy y estamos viviendo, qué tendría que pedirle a Jesús,  ¿qué me parece que me diría el?…

Pero estando con Jesús se presenta la gente, les interrumpen. Él observa a una multitud y se «compadece» de ella, es decir que se estremece profundamente, se siente conmovido, afectado por dentro por lo que percibe en los que le buscan. Podemos decir que la gente les «descentra» en el mejor sentido de la palabra. El Señor decide atenderlos porque estaban «como ovejas sin pastor». Es decir: que estando con Jesús (orando) aprendemos a mirar a la gente (no sólo a los nuestros, que también) de otra manera, comprometedora, dejándonos afectar, tocar por dentro… para intentar ofrecerles alguna respuesta. Así que la oración cuando es realmente con Jesús, y como la de Jesús nos ayuda a mirar a los demás de otro modo: con compasión o misericordia.

Dice el Evangelio que: eran tantos los que iban y venían, muchos los vieron marcharse, Jesús vio una multitud. Uno piensa espontáneamente en nuestra propia Iglesia. Son «muchos» los que se han alejado de nosotros, por múltiples causas. También ha ocurrido durante la pandemia. Y son «muchos» los que todavía buscan.

Me voy haciendo cada vez más consciente de cuántos buscan a alguien que les escuche, los acompañe, les ayude a enfrentar sus problemas, a salir de sus atascos, a sentirse un poco comprendidos, estimulados, animados, sin ser juzgados, ni despachados con prisa… Y no tiene que ver mucho la edad, aunque yo los encuentro más a menudo entre los jóvenes y los mayores. Resumiendo: necesitan ser «acogidos». Es cada vez más frecuente que me digan: «¿no podemos hablar de todo esto más despacio, en otro lugar (fuera del confesonario, y desde luego no en un pasillo o en la sacristía)»? «¿Y no podríamos hablar esto juntos, mi pareja y yo con usted?». ¿Y no podría usted quedar algún día con mi hijo…?». Etcétera… Y yo procuro estar disponible, aceptar… pero no llega uno a tantos. Y otros «muchos», seguro, ni se atrevan a pedirlo. Es una tarea no sólo de los que somos pastores, pero también. Y me parece que cada vez es más necesario: ofrecerlo expresamente y pedirlo quienes lo echen en falta.

Pues aquí dejo dos tareas pendientes. Aprender y enseñar a orar/estar con Jesús, descansar en él. Y aprender a ser pastores unos de otros, acogernos y hacer que menos hermanos se nos alejen por no encontrar lo que necesitan. Que nos duela, nos afecte y cuestione su alejamiento para ofrecer humildemente alguna respuesta. O al menos que nos puedan «interrumpir» y nos inquieten (más) sus necesidades.

Evangelio 15° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,7-13):

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Palabra del Señor

SER CRISTIANO ES SER ENVIADO

Al situarnos delante del Evangelio de hoy es fácil que bastantes corran el riesgo de considerar que «estas indicaciones» de Jesús van especialmente dirigidas para otros: los misioneros, los catequistas, los religiosos, o aquellos pocos laicos que echan una mano en «tareas pastorales». Pero ocurre que los evangelistas, al poner por escrito las palabras de Jesús, no tenían delante una Iglesia ni un cristianismo como el nuestro, con una historia y un reparto de tareas y vocaciones muy determinado. Y cambiable, por cierto. Ellos pensaban sencillamente en los «seguidores de Jesús», en los que iban aceptando la Buena Noticia del Reino. Es decir: que los destinatarios de sus escritos eran «globalmente» los hermanos en la fe. Todos.

Los apóstoles, el grupo de los Doce, representan en los Evangelios lo que cualquier seguidor o discípulo de Jesús está llamado a ser y a vivir. No todos del mismo modo, claro, según la llamada que el Maestro ha dirigido a cada uno. Nos ha dicho hoy San Pablo: “Dios nos eligió en la persona de Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos”. Es decir: que todo cristiano ha sido llamado en Jesús a ser hijo de Dios… Y también que todo cristiano ha sido destinado en Jesús a ser irreprochable en el amor… Esta es la vocación común, algo que nos concierne a todos: a ti y a mí y a cualquier bautizado. Dice el Papa Francisco : «Un bautizado que no sienta la necesidad de proclamar el Evangelio, de anunciar a Jesús, no es un buen cristiano». Por tanto: Santos, irreprochables en el amor, hijos. Esto de entrada.

Como Amós, no vale que le pongamos excusas: Es que «yo no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos». Es que no tengo tiempo. Es que soy mayor. Es que soy joven. Es que no estoy preparado. «Esque»…. Porque tendremos que ser aquello que el Señor haya decidido, aunque nos parezca incómodo, difícil o poco apetecible.

San Marcos nos ha contado un poco antes que Jesús eligió a doce apóstoles «para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar demonios». Tendríamos aquí los elementos que definirían lo que es «ser cristiano/discípulo»: estar con él y ser enviados.

Primero: ESTAR CON ÉL: La intimidad con el Maestro. Jesús ya no está ya físicamente con nosotros, como estaba entonces. «Estar con Jesús» significa tener una relación personal, de intimidad, de amistad, de cariño con él. Aceptar que él ha querido contar conmigo, que ha salido a buscarme, me ha llamado, me quiere y me necesita en el grupo de los suyos.

Concretando un poco más, estar con él supone:

– Escuchar sus enseñanzas. «Discípulo» significa literalmente «el que aprende de». Pero sus enseñanzas no son simplemente ideas, ni criterios éticos, ni opiniones, ni normas, ni dogmas… Son un estilo de vida. Los discípulos, estando con Jesús, tuvieron que ir cambiando su mentalidad, sus costumbres, sus valores, su manera de rezar y de entender a Dios, de relacionarse con los demás… Así: compartir, servir, perdonar, acoger al otro aunque sea distinto, ayudar a los pobres, ser limpios de corazón o trabajar por la justicia y la paz… empezaron a ser las claves de un nuevo modo de ser y estar juntos.

– Orar al estilo de Jesús: Era muy especial la oración de Jesús. Él encontraba a Dios a cada paso, en todas las cosas, especialmente en la vida de los hombres y en la suya propia. Todo eso se convertía en «materia» para hablar con Dios… y de todo lo que iba viviendo y haciendo hablaba con Dios. Continuamente acudía al Padre para preguntarle cuál era su voluntad, cómo tenía que hacer las cosas, como enfrentar las dificultades del camino. Porque se sentía«hijo amado» y enviado del Padre.

– Estar con Jesús es inseparable de «estar» con los compañeros de Jesús. Les dirá más adelante «vosotros sois mis amigos… si os amáis». Es decir: que ser discípulo es ser «hermano»; ser comunidad. Y es él quien elige a mis hermanos y compañeros. No tienen por qué caerme bien, ni pensar en todo como yo, ni ser de mi misma edad, ni un pequeño grupito con el que sentirme a gusto y hacer juntos alguna actividad pastoral o solidaria… La fe cristiana nunca es una especie de asunto privado entre Dios y yo, ni entre yo y un grupo de selectos con los que sintonizo. No hay fe cristiana en solitario ni en grupos aislados o encerrados. No hay cristiano sin comunidad fraterna. Y si tengo el gran regalo de tener una pequeña comunidad de hermanos… me tiene que servir y ayudar a compartir y apreciar a las demás comunidades. Porque la mía siempre será pequeña, limitada, incompleta. Los dones del Espíritu son siempre para el bien común. De todos.

SER ENVIADOS. Es decir: Compartir su proyecto de vida. A TODOS los que «están con él»… los va a enviar. No a unos sí y a otros no. No salen unos a la misión, mientras otros se quedan a hacerle compañía. Los envía de dos en dos, para que conste esta dimensión comunitaria del Evangelio, y también para que se ayuden en las inevitables dificultades que se irán encontrando por el camino. Van como «TESTIGOS» de lo que han aprendido y de cómo ellos mismos han cambiado como consecuencia de su relación con Jesús. Esta será la tarea, la misión con las gentes.

Escribía el Papa Pablo VI:

“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan; o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio… Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante el testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad” (Pablo VI, EN, 41)

Y el Papa Fracisco: «No somos testigos de una ideología, no somos testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades».

El contenido de su mensaje es la «conversión». Literalmente significa «cambiar la mente» para abrirse a Dios, para acoger el mensaje del Evangelio, para empezar a ser «otros»… tal como los propios discípulos han experimentado. Pero no se trata sólo de palabras y discursos. También las obras: la lucha contra los «espíritus inmundos», contra los demonios, contra todas las fuerzas que reducen la dignidad de los hombres, contra todo lo que esclaviza, hace sufrir, despersonaliza, manipula o destruye al hombre. Jesús no les ha dado «autoridad» sobre las personas, ni sobre sus conciencias, no tienen que imponerse, ni mandar… sólo tienen autoridad/poder para luchar a tope contra lo «inmundo». Si las gentes no les reciben, ni les escuchan… que se vayan a otro sitio. O sea: que el éxito no está garantizado y que habrá amenazas y rechazos. Bien lo sabe Jesús que acaba de ser expulsado de la sinagoga de su pueblo y rechazado por los suyos.

Quedan puntos por meditar, claro: lo que tienen que llevar para el camino, dónde hay que ir, los demonios… Pero nos quedarnos aquí: Se trata de hacernos todos más conscientes de que cada bautizado tiene una tarea que hacer. El día en que asumí mi condición de bautizado, acepté que el Señor me llama para estar con él y para ser enviado. A lo mejor todavía ando con mis rebaños y con mis higos… Hoy te dice el Señor: «ve y profetiza a mi pueblo». O como diría Jesús: «Yo os envío: haced discípulos». Son las palabras finales de cada Eucaristía: «podéis ir en paz», con el pan, la Palabra, la paz y la fuerza del Espíritu que hemos recibido.

100 años de servicio y entrega

El Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Cofradía de Jesús Nazareno quiere felicitar en nombre de todos los que formamos parte de esta corporación a nuestra querida Hna. Agustina el día de su 100 cumpleaños.

Ella siempre ha tenido una muestra de cariño y ternura con todos los que visitamos la casa y agradecemos a Jesús Nazareno el haber puesto en nuestro camino a esta gran persona que ha dedicado su vida entera al servicio de los demás.

Rogamos a Jesús Nazareno y a su bendita madre para que nos permita pronto volver a disfrutar de ella y de todos los residentes de la casa. Ellos son los que nos muestran el verdadero rostro de Jesús.

Evangelio 14° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,1-6):

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra del Señor

¡QUÉ MAL NOS SIENTAN LOS PROFETAS!

Rara vez ocurre en la Liturgia de los domingos que las tres lecturas tengan algo en común. Hoy la tienen: las tres nos hablan del «rechazo» del mensaje de Dios, y a la vez, del rechazo de sus intermediarios.

Ezequiel había sido deportado a Babilonia, junto con todos los judíos «útiles» o aprovechables para los intereses del Imperio. Alli escuchar una llamada de Dios que le manda dirigirse a un pueblo «que tiene dura la cerviz y el corazón obstinado», un pueblo testarudo y rebelde. Ezequiel era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalem y estaba orgulloso de pertenecer a una familia noble. El Señor se dirige a él llamándole «hijo de hombre», recordándole su humilde condición, es decir: que es alguien con defectos, debilidades, como también limitaciones psíquicas y mentales de las que ningún mortal está exento. Ezequiel tenía algo parecido a lo que hoy llamamos «trastorno bipolar», y pasaba de momentos de euforia a momentos de abatimiento, era propenso a la depresión y se encerraba, a veces, en prolongados mutismos. Hablaba bien, eso sí, y la gente corría a escucharlo.

En cuanto a sus compatriotas deportados con él, no eran más pecadores que otros. Pero se dejaban seducir por falsas esperanzas, por quienes les ofrecían opciones fáciles, tentadoras y atractivas, pero que no conducían a la vida. Y aunque la misión de este profeta iba a fracasar, Dios le dice a Ezequiel: “Te hagan caso o no te hagan caso”… Es decir: El deseo de Dios es que no puedan reprocharle que ha callado o ha dejado abandonado a su pueblo en momentos difíciles… aunque no le hayan hecho caso.

Nos quedamos con estos dos aspectos: Un profeta frágil, una persona normal es llamada por Dios… y sus compatriotas testarudos que no le quieren hacer caso.

Por su parte, Pablo se dirige a la comunidad de Corinto, que tantos disgustos le dio. Algunos de tendencia tradicionalista o conservadora que habían llegado a la comunidad trataban de difamarlo, poniendo en cuestión su autoridad y su ministerio. Sus adversarios llegados desde la Iglesia Madre de Jerusalem le reprochan sus modales tímidos y apocados, le lanzan venenosas insinuaciones respecto a cierta enfermedad o defecto. Pablo la llama «aguijón o espina en la carne», sin que sepamos concretar a qué se refiere, pero que le perjudicaba en su tarea pastoral. El caso es que los corintios se han puesto de parte de los visitantes/inspectores, rechazando las «novedades» que Pablo había introducido en el cristianismo. Querían que todo siguiera «como siempre», con las normas y leyes de siempre, con el culto como siempre. O sea. «Nada de cambios, ni adaptaciones, ni de tomarse libertades». Él no es nadie para hacerlo.

El Apóstol había pedido «tres veces» al Señor que le quitara aquel «aguijón». Pero sin resultados. Tendrá que asumirlo y, ayudado por la gracia de Dios, seguir adelante con su ministerio. Aquel «emisario de Satanás que le abofetea» le servirá a Pablo para no caer en el orgullo por sus éxitos misioneros, para reconocer su debilidad y, seguramente ser más comprensivo con las debilidades ajenas. Pero sobre todo para que su apostolado se centre en el Mensaje de Cristo, y no en el instrumento del mensaje que era él mismo. Cuanto más frágil sea el mensajero, más clara quedará la fuerza del Evangelio.

Destacamos también otros dos aspectos: la debilidad o fragilidad del apóstol… y el ataque y rechazo de sus propios hermanos en la fe, de «los de dentro».

En cuanto a la experiencia de Jesús, nos la describe Marcos con palabras rotundas: desconfían y se escandalizan de él, lo desprecian sus propios parientes y vecinos, y Jesús se extraña de su falta de fe. No nos detalla el evangelista el contenido de su enseñanza, pero poco antes nos ha explicado que en la sinagoga de Cafarnaúm había sido rechazado por los que le reprochaban saltarse la sagrada Ley del Sábado, y por cuestionar la sacrosanta división entre puros/impuros. Su manera de hablar de Dios no les entraba en sus cerradas cabezas. Además: ¿quién se ha creído éste que es para poner nuestras tradiciones y enseñanzas y prácticas religiosas en cuestión? ¡Si es uno más de nuestro pueblo, si le conocemos perfectamente a él y a su familia: no puede venir de parte de Dios! Capacidad de «asombro» ninguna, es demasiado normal, ni se molestan en atenderle. Jesús no encuentra en ellos ninguna disposición a la novedad, al cambio de planteamientos que él trae. «Falta de fe» lo llama Jesús.

Podemos sacar algunas CONCLUSIONES de las tres lecturas:

– Primero: Dios tiene el gusto y la costumbre de elegir personas frágiles para que sean sus portavoces. Si el mensajero tiene limitaciones (siempre las tiene) hay que pasar por encima de ellas para prestar atención al mensaje.

– Segundo: la fragilidad, la falta de prestigio, incluso el riesgo probable de no tener éxito y no ser escuchado… no son nunca un motivo para que el profeta, el portavoz de Dios renuncie a su misión, o se calle. El bautismo nos ha hecho a todos «profetas, sacerdotes y reyes», y por lo tanto no podemos callar cuando tengamos que denunciar o defender algo en conciencia. O cuando haya que corregir a un hermano (esto no los pide expresamente el Evangelio como un deber muy serio).

– Tercero: el repetido peligro de que los principales opositores, enemigos y obstáculos a la creatividad del Espíritu sean o seamos «los de dentro», en virtud de que somos «alérgicos» a los cambios y a la novedad. Nos sentimos cómodos pensando que ya estamos en la verdad y que estamos en orden con Dios… y que no hay nada que adaptar, cambiar o renovar a fondo. El pasado y la tradición son un «escudo» contra la novedad de Dios. Y el frecuente argumento (?) de que «siempre ha sido así» o que hay que callar al que es distinto… no son realmente ningún argumento. Hay que ser fieles a la tradición, sí, pero también a los signos de los tiempos, a los hombres de hoy, a las nuevas necesidades y retos del mundo y de la Iglesia.

Qué bien lo decía nuestro poeta y premio nobel Juan Ramón Jiménez:

Lo querían matar los iguales porque era distinto.
Si veis un pájaro distinto, tiradlo;
si veis un monte distinto, caedlo;
si veis un camino distinto, cortadlo;
si veis una rosa distinta, deshojadla;
si veis un río distinto, cegadlo…
si veis un hombre distinto, matadlo.

Seguro que Jesús habría hecho suyos los últimos versos de su poema:

si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.

Porque Dios es distinto. Y porque a su Hijo lo mataron los de dentro, los iguales. Pero en nuestra debilidad como profetas del Señor, no lo olvidemos, «nos basta su gracia» o su Espíritu que es lo mismo.