Evangelio 26° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,38-43.45.47-48):

En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»
Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»

Palabra del Señor

DIBUJANDO EL ROSTRO DE LA IGLESIA DE JESÚS

Jesús había comenzado una especie de «cursillo intensivo» para ayudar a madurar a sus discípulos y aclarar cómo ha de ser el rostro de su Comunidad. Ya meditamos el domingo pasado los primeros «temas» de ese cursillo.  Hoy se presenta uno de los Zebedeos contando un «incidente» a propósito de alguien que andaba expulsando demonios en el nombre de Jesús y «se lo hemos querido impedir». ¡Ay qué pronto empezamos con prohibiciones, impedimentos y controles! ¿Y cuál es la razón para semejante «iniciativa»?

El  problema es que “no es de los nuestros”. No forma parte de nuestro grupo, dice el apóstol. Literalmente traducido: «no nos sigue a nosotros». Así que lo que les inquieta no es si “está o no con Jesús”, sino que “no está con nosotros”. Tampoco importa que “haga milagros”, “eche demonios”, “luche por la liberación de los demás”. Todo eso tiene poco valor para ellos. Lo que les importa es que “no es de nuestro equipo”, “no es de nuestro partido”, “no es de nuestra mentalidad”, “no habla nuestra lengua”, “no es de nuestro color”, “no es de nuestra clase social”, “no tiene nuestra religión”…

El grupo de los discípulos ha ocupado el lugar de Jesús, se sienten «dueños» de él. Aquel exorcista “no es de los nuestros”. El punto de referencia no es Jesús, sino “nosotros”. No importa si hace el bien, lo que importa es que “no es de los nuestros”. La comunidad apostólica aparece intolerante y sectaria, preocupada por su expansión y por el éxito del grupo. Juan personifica la actitud natural del que se preocupa de conquistar adeptos y de reforzar el propio grupo eclesial. No parece preocuparles la salud de la gente, sino su prestigio grupal. La queja del Zebedeo pone de manifiesto los celos del grupo ante el extraño, y deja entrever que la autoridad que Jesús les había concebido la han interpretado no en clave de servicio, sino como privilegio y esclusividad.

El reproche de Jesús quiere corregir la mirada de los suyos para que se fijen, no tanto en «quién» tiene esa autoridad, quién hace exorcismos, quién usa su nombre… cuanto en el servicio y el bien que se realiza con ella. Lo primero y más importante no es que crezca el pequeño grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo. Lo primero es liberar al ser humano de aquello que lo destruye y hace desdichado. Lo primero no es si tiene permiso, si está bautizado, si es creyente, si practica, si su vida está conforme a las prescripciones religiosas…. sino QUE HACE EL BIEN.

Una falsa interpretación del mensaje de Jesús nos ha conducido a veces a identificar el Reino de Dios con la Iglesia. Según esta concepción, el reino de Dios se realizaría dentro de la Iglesia, y crecería y se extendería en la medida en que crece y se extiende la Iglesia. Pues no.

En su recientísimo viaje a Bratislava, decía el Papa Francisco:

La Iglesia no es una fortaleza, no es una potencia, un castillo situado en alto que mira el mundo con distancia y suficiencia, sino más bien es la comunidad que desea atraer hacia Cristo con la alegría del Evangelio. El centro de la Iglesia no es ella misma. Salgamos de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por nuestras estructuras, por cómo nos mira la sociedad… Adentrémonos en cambio en la vida real, la vida real de la gente. A las nuevas generaciones no les atrae una propuesta de fe que no les deje su libertad interior, no les atrae una Iglesia en la que sea necesario que todos piensen del mismo modo y obedezcan ciegamente.

Estas cosas nos ocurren demasiado. En la tremenda polarización desatada en este tiempo, resulta que si el partido que gobierna no es de los nuestros… no hará nada bien. Siempre miente, siempre tiene ocultas intenciones, se equivoca de objetivos, es «el enemigo» que hay que derribar como sea… ¿De verdad que «el otro» no hace nada bien? ¿De verdad que no podemos encontrar puntos de encuentro y colaboración? ¿Sólo «los míos» lo harían mejor? ¿La actividad política no consiste en buscar consensos, acuerdos, unir fuerzas…?

Y lo mismo ocurre en el ámbito religioso: si no es de nuestro grupo-movimiento-parroquia, si no es de los nuestros… mejor no arrimarse ni mezclarse. Es como si dijeran «nosotros tenemos la verdad y correcta interpretación del Evangelio». No lo dicen, pero es como si lo dijeran. Sólo nuestros curas, nuestras celebraciones, nuestros cursillos, nuestros retiros, nuestras ideas, nuestros… Recuerda uno aquello que decía Machado: «¿Tú verdad? no, la verdad;  y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela». Cuando no queremos escuchar la opinión del otro y dialogar con él, es que no nos interesa la verdad, sino la seguridad que me proporciona «mi» verdad. El buscador y defensor de la verdad y el bien no le cierra la boca al que tiene otras ideas, ni lo convierte en enemigo, ni le prohíbe seguir pensando, investigando o expresándose, ni intenta controlar sus obras…

Y el grupo de Jesús es el que tiende puentes, el que crea comunión, el que sabe apreciar el bien venga de donde venga, el que suma fuerzas, el que se alegra de la riqueza de lo diferente, sin pretender uniformar, imponer, silenciar, excluir… «Católico» significa espíritu universal, que sabe descubrir lo valioso en los otros, siempre en búsqueda de la Verdad (1ª lectura), dialogando, porque de los otros siempre hay algo que aprender.

Otra advertencia importante de Jesús tiene que ver con el «escándalo». En la Biblia el «escándalo» no indica un mal ejemplo o un hecho indignante, sino una «trampa», algo que hace tropezar. A Jesús lo tacharon de escándalo sus adversarios, porque sus enseñanzas les descolocaban, les hacían dudar, les perturbaban. Aquí Jesús piensa en los que obstaculizan la fidelidad a él y a su palabra, hacen caer en el pecado, apartan a alguien de la fe, no le dejan «entrar en la vida».  Los “pequeños” que creen en Jesús, son los miembros más débiles de la comunidad. Y también lo que a uno mismo le hace tropezar, caer, perderse.

Con frases muy duras, propias de la cultura judía, Jesús menciona la mano, el pie, el ojo.

  • La mano: simboliza la actividad, lo que hacemos. Si nuestras obras nos hacen tropezar, es conveniente cortar con ellas por lo sano, para no acabar en el basurero. El mal obrar, el actuar con intenciones perversas o equivocadas, nos lleva al tropiezo, nos separa del Reino.

• El pie hace relación al camino, pues los senderos (metas) determinan a dónde vamos, como también a quién seguimos (modelos). El «camino» es, en la cultura semita y en muchas otras, simboliza el modo de vivir. Si nuestro estilo de vida nos hace tropezar, nos aparta de los caminos de Dios… es conveniente una buena poda.

• El ojo: Varias citas del Antiguo Testamento relacionan el ojo con un estilo de vida altanero, egoísta y aferrado a las riquezas. El ojo es símbolo de la relación con los bienes materiales; un ojo bueno/sano no es avaro ni envidioso; un ojo malo/enfermo es el que codicia y retiene para sí, desea desordenadamente. Si nuestra relación con las riquezas o bienes nos hace tropezar, si existimos para acumular y no compartir, si nuestras ambiciones y deseos no son adecuados…  acabaremos en el «basurero», y perderemos el Reino, que es plenitud de la vida compartida.

Es decir:  “Si tu manera de actuar (mano) te pone en peligro –te hace vivir desde y para la ambición-, cámbiala. Si vas por un camino equivocado (pie), que no lleva a la entrega y al servicio, modifica el rumbo. Si tus deseos (ojo) no van en esa misma línea de amor servicial a todos, transfórmalos”.

Escandaliza todo aquel que, con su actuación, obstaculiza o hace más difícil la vida digna y humana de los demás. Aunque la advertencia va para todos, especialmente tiene que ver con los que tienen responsabilidades, por ejemplo, en este sistema económico tan injusto, con la mala gestión política y la corrupción, con malos ejemplos de vida… deshumanizadores. Hemos escuchado la advertencia del Apóstol Santiago: «Mirad el jornal de vuestros obreros… Habéis vivido con lujo sobre la tierra»… Y también, claro, los que tienen responsabilidades pastorales, educativas…

En fin. Como decía Moisés: «¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!». ¡Ojalá que nadie del Pueblo del Señor escandalizara! ¡Ojalá que el centro de la Iglesia (y de la sociedad) fueran siempre las necesidades de los más pequeños!.

Evangelio 25° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,30-37):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

Palabra del Señor

NO ENTENDÍAN LO QUE DECÍA JESÚS

Llama la atención el despiste generalizado de los discípulos de Jesús. Siendo personas que lo han dejado todo por estar con él, que caminan cada día con su Maestro, y con Él conviven y comparten… y sin embargo casi no se enteran de nada.

Jesús iba «instruyendo a sus discípulos», dice Marcos. Es decir, les estaba transmitiendo algo que ellos debían retener, asimilar… y, como les pasa a veces a los estudiantes, los discípulos «no entendían aquello». Puede ser algo normal en alguien que está aprendiendo, que le cueste. Pero nunca es conveniente quedarse con las dudas: «Tenían miedo de preguntarle». ¿Por qué ese miedo? ¿Por dejar al descubierto su ignorancia? ¿Por no disgustar o entristecer a su maestro?

Esta es la segunda vez que oyen esta advertencia de Jesús. Aún podían recordar su reacción, con no poco enfado, cuando Pedro había intentado disuadirlo de la trayectoria hacia la cruz. En este punto el Maestro reaccionaba con dureza, no estaba abierto a dialogar ni a consentir que nadie le llevase la contraria o le propusiera otras opciones.

En este ocasión lo de «no entender» es «no querer enterarse». El destino que le espera al Hijo del hombre es incompatible con las creencias religiosas inculcadas por los rabinos, además de que no encaja con sus expectativas. ¿Cómo van a aceptar la idea de que Dios abandone a su elegido en manos de los malhechores? Tenían a su favor no pocos ejemplos de la tradición bíblica. Por ejemplo las palabras que el amigo sabio le decía a Job: “¿Recuerdas que algún inocente haya perecido? ¿Dónde se ha visto un justo exterminado?” (Job 4,7). O lo que proclamaba el Salmista: “Fui joven, ya soy viejo: Nunca he visto un justo abandonado” (Sal 37,25). O sea: ¿cómo comprender y aceptar que un Dios justo consienta la derrota y la muerte del Justo, del Hijo del hombre, de Jesús, el Hijo del Padre? Tendrá que ocurrir el acontecimiento Pascual para que puedan empezar a comprenderlo.

Para no pocos creyentes, este punto sigue siendo motivo de incomprensión y de escándalo: ¿Cómo Dios no evita que mueran los buenos, los justos, sus seguidores?¿Cómo podemos seguir afirmando que Dios es «Justo»? Así que no resulta extraño que, al escuchar por segunda vez este mismo anuncio, los discípulos no asuman el escándalo de la pasión del Mesías. Y se repliegan en sus cosas, en sus intereses, en sus pretensiones…

Queda claro que entre los discípulos y su Maestro había una distancia que hacía imposible el auténtico discipulado, pues no se hacían cargo del camino y del destino que ellos mismos debieran seguir. No estaría de más que nos preguntemos por las distancias que tenemos nosotros con Jesús. Porque muchas de sus enseñanzas tampoco las entendemos, y entonces seguimos como siempre: con nuestras cosas, ideas, pretensiones, obsesiones y manías… muy alejadas de las de Jesús.

Al llegar a Cafarnaúm, el Maestro les pregunta: “¿Qué estabais discutiendo por el camino?” (v. 33). Más que una pregunta es un reproche. Sabe de sobra la acalorada discusión que se traían durante el viaje. Y los discípulos callan, se sienten «pillados», avergonzados. Saben lo fuertemente que reacciona el Maestro cuando sale a relucir lo de buscar los primeros puestos.

El tema de las jerarquías y precedencias era muy debatido entre los rabinos. Necesitaban asignar cuidadosamente los puestos de honor a quienes les correspondían. Hasta debatían sobre las diferentes categorías de santos en el cielo. Los «justos» (según la Ley), naturalmente, tenían aseguradas las posiciones de prestigio; mientras que las personas impuras, los pobres de la tierra estaban destinados a la más completa marginación.

Jesús «se sienta», es decir asume la posición del rabino que se dispone a impartir una lección importante. Entonces llama a sus discípulos y les pide que se acerquen, quizá porque los siente distantes, lejos de él. Finalmente pronuncia su juicio solemne sobre la verdadera grandeza: “El que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos” (v. 35). Es la síntesis de su propuesta de vida. En la comunidad cristiana, quien ocupa el primer puesto, debe dejar a un lado toda pretensión de grandeza. La Iglesia no es un trampolín para alcanzar posiciones de prestigio, para sobresalir, para conseguir el dominio sobre los demás.

En una de sus homilías, el Papa Francisco comentaba:

“Algunos siguen a Jesús, pero un poco, no del todo conscientemente, un poco inconscientemente. Pero buscan el poder. El caso más claro es Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo, que pedían a Jesús la gracia de ser primer ministro y viceprimer ministro, cuando viniera el Reino. ¡Y en la Iglesia hay trepadores! Hay tantos que usan a la Iglesia para… ¡Pues si te gusta trepar, te vas al Norte y haces alpinismo: es más sano! ¡Pero no vengas a la Iglesia a trepar! Y Jesús reprocha a estos trepadores que buscan el poder”. (5 de mayo de 2014).

No, la comunidad de Jesús es ese lugar donde cada cual, con los dones recibidos de Dios, muestra su grandeza en el servicio humilde a los hermanos. A los ojos de Dios, el más grande es quien más se parece a Cristo que se hizo servidor de todos (cf. Lc 22,27). Para inculcar mejor la lección, Jesús hace un gesto significativo (vv. 36-37): Llama a un niño, lo coloca en el medio, lo abraza y agrega: “Quien acoge a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe”. Los niños son presentados por Jesús como símbolos del débil e indefenso que necesita protección y cuidado. En tiempos de Jesús, como hoy, los niños eran amados, pero no tenían relevancia social, no contaban nada desde un punto de vista legal, e incluso eran considerados impuros porque transgredían los requisitos de la ley. Queda claro el gesto de Jesús: quiere que la comunidad de sus discípulos ponga en el centro de su atención y esfuerzos a los más pobres, a los que no cuentan, los marginados, las personas impuras. Esos que el poeta uruguayo Galeano llamó «los nadies»:

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados…

(corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.)

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no profesan religiones, sino supersticiones.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que las balas que los matan. (E GALEANO, El libro de los abrazos)

En su viaje a La Habana (septiembre de 2015), explicaba el Papa:

Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Un amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Las personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de nuestros hermanos, luchar por su dignidad y vivir su dignidad. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta a los más frágiles.

Quedémonos hoy con estas palabras: acoger y servir a los niños de todas las edades, a los «nadies» de hoy. (También hay dentro de cada uno un «niño» que espera ser acogido). Y tachemos de nuestro diccionario personal y comunitario estas otras: mandar, mangonear, buscar el poder, el prestigio, trepar, ser primeros…

Evangelio 24° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,27-35):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus díscípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decirselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

Palabra del Señor

¿QUIEN ES JESÚS PARA MÍ?

En el esquema literario que se ha planteado Marcos, justamente en la mitad de su Evangelio, sitúa la escena que acabamos de escuchar. Jesús ya sabe que su tarea misionera tiene «fecha de caducidad», pues va notando las distintas reacciones a su presencia y a su mensaje. Y decide hacer como un «balance general», planteando a los discípulos una pregunta: ¿Qué dice la gente de mí? Que es algo así como si les preguntara: «¿Vosotros pensáis que la gente se está enterando de algo?».

Yo tengo la impresión de que esta pregunta le importa menos a Jesús que la siguiente: «¿Y vosotros?». Y tengo esa impresión porque Jesús tiene una inquietud lógica: «El día que yo falte, estos serán los que me tomen el relevo. ¿Qué contarán a las gentes? ¿Qué les dirán de mí?». En definitiva: ¿Qué han comprendido de mí?

Por una parte, cabría esperar que quienes pasan tanto tiempo con Jesús en público y en privado… se hayan enterado mejor que «la gente» de la identidad y las pretensiones de Jesús. Pero ya hemos visto que…¡no! Precisamente Pedro, en el nombre de los Doce, dejar ver que sus intereses, ideas, proyectos y pretensiones… condicionan su percepción. Suele decirse que no vemos las cosas como son, sino como somos nosotros. Y Pedro ha dado una «definición» correcta sobre Jesús, sí. Pero el contenido de la definición, lo que se esconde detrás de sus palabras… está bastante lejos de los planes de Jesús, provocando que el Maestro se enfade.

Es decir: que los que nos consideramos «cercanos», compañeros, y discípulos de Jesús tenemos el serio peligro de no captar el auténtico proyecto, las pretensiones, la identidad de Jesús de Nazareth… y sin embargo estar convencidos de que estamos en la verdad.

Al meditar esta escena evangélica… esta vez he sentido una llamada a dar mi respuesta personal a esta pregunta. Da un cierto pudor, pero la fe siempre ha sido un asunto de compartir, de contrastar, de vivirla con otros. Parafraseando a San Agustín: «Soy sacerdote para vosotros, y soy cristiano con vosotros». Y como cristiano, sin pretender dar lecciones, y tomando nota de la metedura de pata de Pedro… os comparto algunas cosas de las que digo y vivo:

Lo primero de todo es la convicción de que no lo conozco bien todavía, soy siempre un aprendiz, un buscador. Si nunca se puede decir de otra persona «te conozco de sobra», ni siquiera de uno mismo, mucho menos se puede decir del Señor. Me ha ayudado el estudio bíblico y teológico, claro. Y lo que enseña la Iglesia. Pero sobre todo me ha ayudado mi caminar cada día, mi propia experiencia personal… y los cuestionamientos y experiencias personales de los hermanos. Escuchar, confesar, acompañar, dialogar con personas muy distintas le hace a uno repensar, revisar, replantear cosas que parecían asentadas y claras.

Recuerdo a un grupo de matrimonios con los que me reunía para tratar temas, experiencias e inquietudes sobre la fe y la vida. No pocas veces querían saber mi opinión sobre lo que se estaba tratando, y me preguntaban. Y yo empezaba a responder… Un amigo del grupo solía darme una patada por debajo de la mesa, y me decía: No te hemos preguntado lo que «piensas» tú, o la Iglesia o lo que dice el Catecismo. Te preguntamos «¿esto cómo lo vives tú?». «Nos ayuda más saber tu vivencia (aunque sea pobre y limitada) que las ideas».. Y… ¡a menudo me costaba responder! Uno se pone en el rol de cura y tiene salidas y respuestas para todo. Pero si uno tiene que hablar desde sí mismo… Aprendí mucho de esas«patadas» por debajo de la mesa.

Me marcó mucho la experiencia del Apóstol San Pablo. Una frase que encontré en una de sus Cartas en los comienzos de mi formación como seminarista se me grabó muy dentro: «Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí… y vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí». Sentí que había ahí una clave «para mí». Era el reto de descubrir una Presencia interior que me acompaña y que quiere ir tomando posesión de todos los aspectos de mi vida… de modo que Él pueda actuar a través de mí. Se trata de una tarea interminable, para toda la vida. Y en ese «por mí» había un ofrecimiento generoso e incondicional suyo que aguardaba mi respuesta de amor y entrega. Él había entrado en mi vida, me llamaba y me acompaña desde entonces, aunque queden ámbitos de mi vida de los que aún no ha logrado apropiarse.

Mi trabajo pastoral y educativo me llevó a descubrir a Jesús como «el hombre de los encuentros». Esa capacidad que él tenía de acoger, sanar, reintegrar, defender, valorar, animar, comprender, salir a buscar… a tantos como se cruzaban en el camino. La vida con sentido, la vida feliz, tiene que ver con el irse «llenando el corazón de nombres» (P. Casaldáliga) … y dejando un poco de ti en el corazón de otros.

Me he sentido no pocas veces comprendido y perdonado por él, cuando yo me hacía mil reproches y me sentía culpable de caer en las mismas cosas una y otra vez. Y eso me ha enseñado a ayudar a los demás a que no se machaquen por sus errores y pecados, a que no se juzguen con tanta dureza, a ofrecerles de su parte misericordia, y animarles a encontrar caminos nuevos, sanar heridas…. Es que lo importante no es que seamos «perfectos», sino que, con imperfecciones incluidas, nos empeñemos en el amor… que es el centro del Evangelio.

Me encanta poder sentarme con él a la Mesa de la Acción de Gracias y sentirme de su familia, de sus discípulos, hermanarme con los que la comparten conmigo, orar con ellos, por ellos y desde ellos. Y sobre todo recordar que yo también tengo que ser pan que se parte, cuerpo/persona que se entrega, renovando en las Eucaristías ese «Cristo vive en mí» que tan grabado se me quedó.

El Jesús que yo vivo y «digo» con mi vida es un creador de comunidad. Él no quiso recorrer su camino misionero en solitario, y dedicó mucha atención y esfuerzos a crear «grupo/comunidad» de hermanos. Este es para mí hoy un gran reto, pues nuestra cultura y nuestra vivencia del seguimiento de Jesús es a menudo demasiado solitaria, individualista, «por libre», cada uno como puede. Y me resulta muy difícil. No me falta la inquietud por buscar a quienes deseen, necesiten, busquen compartir vida y fe con otros. No sé cuáles serían hoy los caminos más adecuados para convocar, ilusionar, contagiar ganas de construir comunidades de fe y vida. Y le sigo dando vueltas, porque pocas veces lo he conseguido.

Para más decir, el pasado viernes, con motivo de nuestro Capítulo General, el Papa Francisco nos hizo estas recomendaciones:

Que es importante pensar en una vida de oración y contemplación que nos permita hablar, como amigos, cara a cara con el Señor y contemplar el Espejo, que es Cristo, para que nos convirtamos en espejo para los demás”. Nos advirtió del enorme riesgo que supone la mundanidad espiritual y en la necesidad de guardar el sentido del humor. Que nuestra misión debe ser desde la cercanía y la proximidad. «No os olvidéis cuál es el estilo de Dios: proximidad, compasión y ternura. Así actuó Dios desde que eligió a su pueblo hasta el día de hoy. Y también nos ha pedido no ser pasivos ante los dramas que viven muchos de nuestros contemporáneos, sino que nos juguemos el tipo en la lucha por la dignidad humana, y por el respeto por los derechos fundamentales de la persona. Que seamos hombres de la esperanza que no conoce miedos, porque en nuestra fragilidad se manifiesta la fuerza de Dios.

Totalmente de acuerdo. Se ve que nos conoce bien. Y creo que estas palabras no son exclusivas para los Claretianos.

En fin, estas son algunas de las cosas que digo sobre «Jesús». Incompletas, imperfectas, con dudas, con dolor, no siempre con coherencia, y más veces son deseos que hechos. Pero siempre ilusionado y dispuesto a seguir aprendiendo y madurando. Ojalá que el Señor nunca me tenga que dar un tirón de orejas, como a Pedro, por pretender tenerlo claro, o encerrarle o adaptarlo a mis esquemas en intereses particulares. Y convencido de que hoy más que nunca necesitamos compartir fe, vida, oración, camino… porque Jesús no sobra en este siglo XXI. Puede que sobren palabras, inercias, modos más propios de otros tiempos…. pero no sobra Jesucristo ni sobran los testimonios personales sobre Jesús, esas«obras» de las que hablaba hoy el apóstol Santiago.

Y os dejo una tarea (de comienzo de curso): QUE CADA UNO RESPONDA A ESTA PREGUNTA DEL MAESTRO. Le interesa, le importa. Aunque cueste. ¡Y vaya si cuesta! A mí hoy me ha costado!

Festividad de la Natividad de la Virgen María

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,20-26):

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

Palabra del Señor

Felicidades

Hay nace la Virgen María. Es el cumpleaños de la Madre de la Iglesia. Un niño que nace revoluciona toda la familia. Eso nos ocurre ahora a nosotros. La liturgia, que es la oración propia de toda esta familia que es la Iglesia, abandona su tradicional austeridad, y se deja llevar por la alegría de la fiesta. Como una ambientación del día y una invitación al cumpleaños, vamos a abusar un poco de las citas litúrgicas: “Celebremos con alegría el Nacimiento de María, la Virgen; de ella salió el sol de justicia: Cristo, nuestro Dios”, dice la entrada de la Misa. “Cuando nació la santísima Virgen, el mundo se iluminó”, canta la antífona de Laudes. “Que se alegre tu Iglesia y se goce en el Nacimiento de la Virgen María, aurora de salvación”, insiste la oración de la Misa. En fin, para no alargarnos, acudimos a Lope de Vega que canta así: “Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella es tal, que el mismo Sol nace de ella”.

Como siempre, para darle la luz verdadera, miramos a María en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Hoy nace la carne limpia, la casa de oro, la casa encendida donde Dios plantará su tienda; esta niña que nace será la morada de Dios. Es decir, la maternidad divina de la Virgen ilumina y da sentido a toda su vida. Para volver, otra vez, a las imágenes bellas, con la oración de la Iglesia, vislumbramos a la Virgen María como Aurora luciente que dará a luz al Sol de justicia, Cristo, el Salvador de los hombres. El Evangelio de hoy nos cuenta una genealogía muy convencional. Al final de las promesas, el Mesías prometido. No falta, en esta genealogía, la sombra del pecado y la paganía; mujeres como Tamar, Rajab, Rut, Betsabé, evocadoras del mal, dejan paso a otra mujer, María “de la cual nació Jesús”. La carne de María es la carne de Jesús.

Al comienzo dela vida de Jesús entre nosotros lo hemos llamado siempre, misterio de la “Encarnación”. Es decir, “Jesús se hace carne, y habita entre nosotros”. Y esta carne, lo repetimos, es la carne de María. Con María, logramos a este Dios cercano, vecino de los hombres, solidario con tantas penas y dolores. Encarnación que nos permite tocar a Dios, celebrarlo en su Muerte y Resurrección, escuchar su palabra, “desayunar con él junto al lago” después de resucitar, comer su cuerpo y beber su sangre, tocar sus llagas como Tomás.

Si estamos de cumpleaños, estamos de alegría. Hay que celebrarlo y festejarlo. También le damos el regalo que prueba nuestro amor a ella. ¿Y qué regalo se nos ocurre hoy? Que cada uno se pregunte, ¿qué quiere la Virgen de mí? ¿Qué me pide? Hoy no podemos negarle nada. Esta alegría florece en nuestra tierra en forma de romerías y fiestas populares. Muchas, muchas ciudades y regiones celebran, hoy, a María, bajo el nombre de mil advocaciones. ¿Recordamos algunas? En la agenda litúrgica española de hoy aparecen nombres bonitos: Virgen de los Llanos, de Meritxell, del Pino, de la Peña, de Fuensanta, de la Cinta, de Montserrat, de Covadonga, de la Vega, de Nuria, del Coro, de Soterraña. Y mañana, de Aránzazu.

Muchos motivos para alegrarnos, celebrar y festejar. Hoy ha nacido María.

Evangelio 23° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,31-37):

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Palabra del Señor

«Es sordo y mudo el que no tiene oídos para oír la palabra de Dios, ni lengua para hablarla; y es necesario que los que saben hablar y oír las palabras de Dios ofrezcan al Señor a los que ha de curar». (San Beda)

Los evangelistas nos describen a menudo a Jesús en movimiento, caminando, recorriendo todos los lugares donde los hombres puedan necesitarle. El caso es que hoy se ha metido por territorios paganos. Y allí le salen al paso, presentándole un sordo con dificultades para hablar.

Una persona sorda o con dificultades auditivas a menudo sufre el «aislamiento» de su entorno, le cuesta más enterarse de lo que pasa, le resulta más difícil dar respuestas, y encuentra mayores dificultades para aprender a hablar.

En los profetas la sordera y la ceguera son símbolos de la resistencia o el rechazo ante el mensaje de Dios; se refieren a la persona seducida por voces engañosas. Por tanto, a este personaje sin nombre podemos tomarlo como representante de aquellos que -dentro y fuera del pueblo de Dios- no son capaces de prestar oído/obediencia a Dios. Como también de los que están «desconectados» de los demás, y de los que no tienen «voz».

Más allá de la sordera física, existe otra sordera de la que la humanidad, más que curada, tiene que ser salvada: “es la sordera del espíritu, que levanta barreras cada vez más altas a la voz de Dios y del prójimo, especialmente al grito de socorro de los últimos y de los que sufren, y que encierra al hombre en un profundo y corrosivo egoísmo”. (Benedicto XVI, Nov 2009).

Isaías anunciaba hoy que «Dios en persona» vendría a despegar los ojos del ciego, que abriría los oídos del sordo y cantaría la lengua del mudo. Esto nos ayuda a comprender mejor la escena del Evangelio y a situarnos de modo que esta historia… nos diga algo a cada uno.

No es extraño que nos volvamos sordos a nuestra propia voz interior. Esa voz que nos «dice» que nuestro estilo de vida realmente no nos gusta, que nos hemos dejado manejar por otros, que nos estamos volviendo muy superficiales o vulgares. Esa voz del corazón/conciencia que nos reprocha habernos puesto en el centro del mundo, haciendo caso sólo a lo que nos interesa y a los que nos interesan, volviéndonos sordos a lo que pudiera complicarnos la vida. Son esos sentimientos que nos dicen cómo somos de verdad, qué nos duele y por qué, lo que debiéramos corregir o cambiar, a qué se debe que nos sintamos incómodos, violentos, malhumorados, irritables, cansados o deprimidos…

Se trata de una sordera «voluntaria» e interesada, para la que echamos mano de ruidos, actividades, palabrería, superficialidad, viviendo pendientes de las vidas ajenas, y con escaso tiempo para la reflexión. Pero así ¿qué palabras verdaderas y con sentido podremos decir? ¿Cómo vamos a relacionarnos de corazón a corazón?… Esto nos pasa porque somos «cobardes de corazón» como decía hoy el profeta. Y por ese camino nos vamos volviendo unos «extraños» para nosotros mismos, y acabamos en «tierra extranjera».

También es frecuente la sordera para las ondas que nos están enviando nuestros hermanos los hombres. No nos llegan a los oídos los continuos mensajes que envían personas que viven con nosotros, incluso de nuestras propias familias. Nos están pidiendo, tal vez, una sonrisa, un rato de escucha, un detalle de cariño, un paseo juntos, una palabra de perdón o agradecimiento…

Y menos todavía los quejidos de dolor de «los otros».

La soledad de tantas personas mayores en sus casas o Residencias de Mayores, de tantos emigrantes que están lejos de sus familias, tratando de salir adelante para poder enviarles como sea algo de dinero, esos africanos que se juegan la vida en nuestras fronteras, para huir de la pobreza y de las guerras y de la escasez de recursos, La frustración de tantos jóvenes que no pueden desarrollar su vocación por el mercado laboral, no pueden independizarse de sus padres, comprar una vivienda… O los parados de larga duración. Y no oímos los tambores de guerra y hambre en tantos rincones de nuestro planeta: Siria, Yemen, Afganistán, Etiopía, República Democrática del Combo, Burkina Faso, Haiti, Mozambique, Libia…

También hay que escuchar de una vez el clamor de la Tierra, la “hermana tierra” que clama al cielo porque es oprimida y devastada por los hombres (Laudato Si, 2, Papa Francisco).

Por último está la sordera a la voluntad de Dios. No hemos aprendido mayoritariamente a leer el paso de Dios por nuestra vida y en los acontecimientos sociales, a escuchar (y entender) la Palabra de Dios, tratando de aplicarla a nuestra vida, o la voz de Dios en la Iglesia, en los pobres… Muchos no han sido formados en el discernimiento de su voluntad… También habría que contar con el miedo a responder a sus llamadas… que es como estar mudos… Así que, con toda seguridad, tenemos mucho en común con este personaje sin nombre que le llevan a Jesús.

Y qué hacé Jesús con aquel sordo, y por supuesto también con nosotros? ¿Cómo podrá sacarnos de nuestra sordera y nuestra dificultad para expresarnos?

Lo primero es apartarnos un poco de la gente. Es necesario que nos encontremos con nosotros mismos, en el silencio y la calma, para poder mirar las cosas con un poco de perspectiva. Es imposible que el Señor cure nuestra sordera mientras estemos empeñados en estar metidos hasta las cejas en el jaleo exterior y en la sordera interior. Prestar atención a la voz del corazón, donde a menudo nos habla el mismo Dios.

En segundo lugar quedarnos a solas con él, entrar en contacto con el Maestro y con su palabra. No basta con el silencio o con escuchar lo que llevarnos por dentro (aunque no es poco todo eso). Necesitamos que Él nos toque la lengua, los oídos, el cuerpo entero (la Eucaristía es el espacio ideal para que ocurra todo esto). Necesitamos echar una mirada al cielo, un «suspiro» que nos abra y acoja el poder del Espíritu, de modo que las Palabras de Jesús sean transformadoras para mí. Por ejemplo, «¡ábrete!», «sé fuerte», «no temas», «mira a tu Dios que viene a ti en persona»…

Luego vendrá el momento de contar a otros lo que Dios ha hecho conmigo, lo que me ha descubierto, los horizontes que me abre, las palabras que salen desde un corazón que sabe escuchar, y que son capaces de transmitir el asombro y la alegría. Entonces, como un discípulo al que el Señor espabila el oído cada mañana, y nos da una lengua de iniciados (así decía también Isaías en otro lugar) seremos enviados a atravesar todos los caminos y ciudades para salir al encuentro de tantos que aún no han descubierto ni se han asombrado de ese Señor que «todo lo ha hecho bien». Es necesario que los que saben hablar y oír las palabras de Dios ofrezcan al Señor a los que ha de curar». (San Beda)

Ábrenos los oídos, que a veces somos los sordos del Evangelio, que no te oímos bien y por eso no contamos el bien que vas haciendo en cada uno de nosotros, cuando te dejamos espacio en nuestra vida.

Evangelio 22° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,1-8.14-15.21-23):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.» Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»

Palabra del Señor

A VUELTAS CON LAS LEYES Y TRADICIONES

“Las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir heredados del pasado ya no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de cosas.” (Gaudium et Spes 7)

Cuando Dios sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, del sometimiento a los caprichos del poderoso y endiosado Faraón, para enseñarles a ser libres, y a convivir en fraternidad y justicia, les ofreció una «carta de la libertad», lo que se llamó los «Diez Mandamientos». Una especie de «Constitución» básica que garantizaba esa libertad y esa convivencia justa y sana, y que tenía como fin primordial el bien del pueblo. Ese era el deseo y el proyecto de Dios.

No hará falta decir que Dios nunca «dictó» literalmente cada una de esas normas, ni las escribió con su dedo en unas tablas de piedra… sino que Moisés y los Ancianos, con la ayuda de Dios, y con la experiencia de los conflictos vividos durante aquella larga peregrinación por el desierto… acertó a recoger en aquellas diez claves lo que ayudaba a que se hiciera posible y se cumpliese esa voluntad de Dios: un pueblo libre, responsable y unido. En ese sentido se puede decir con toda verdad que eran «diez palabras de Dios», porque el Dios de Israel es el que va hablando en la historia, en los acontecimientos… leídos desde la fe.

Cuando las circunstancias sociales cambiaron y tuvieron que enfrentar la dura realidad de cada día… se presentaron nuevas situaciones. y muchas dudas sobre lo que era o no correcto hacer en cada caso. Las autoridades religiosas del pueblo se encargaron de concretar y aterrizar aquellas diez normas generales con otras leyes auxiliares: prohibiciones, leyes, ritos, mandatos etc. La Biblia recoge cómo fueron evolucionando y adaptándose muchos de aquellos preceptos, según lo iban requiriendo las nuevas circunstancias y la maduración cultural de Israel.

Sin embargo, este proceso tan humano y tan necesario… se convirtió en un problema cuando todos aquellos preceptos humanos (lo que el Evangelio llama la «tradición de los mayores») se empezaron a poner a la misma altura que los Mandamientos, sacralizándolos y convirtiéndolos en «intocables».

Esto trajo consigo algunas consecuencias:

Quienes interpretaban y actualizaban las leyes se convirtieron en «portavoces» de Dios y de su voluntad (a pesar de que el segundo mandamiento manda: «no tomarás el nombre de Dios en vano», es decir, no te servirás de la autoridad de Dios (el Nombre) para imponer cosas que no son de Dios.

Y es que en no pocas ocasiones, aquellas «adaptaciones» no eran según la mentalidad de Dios… sino conforme a otros intereses, que llegaron a dejar la auténtica voluntad de Dios en segundo plano. «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

Y además empezó a extenderse la «mentalidad de mínimos» (lo mínimo que hay que hacer, y lo que hay que evitar para «estar en regla con Dios»), numerosas minucias para «cumplir» lo que correspondía a un buen israelita. Así la relación personal y social con Dios quedaba convertida en normas y prohibiciones… Tantas, que sólo estaban al alcance de unos pocos selectos que podían dedicarse a estudiarlas y aprenderlas, de manera que otros muchos quedaban casi «excluidos» de la buena relación con Dios.

A Jesús le entristece y le enfada esa mentalidad rígida y legalista, y que usen el Nombre de Dios y las tradiciones de los mayores para atacarle personalmente y descalificarle. Les reprocha que cumplan escrupulosamente mil condiciones para participar en los ritos religiosos… pero su culto estaba vacío, pues el corazón (el centro espiritual de la persona, la conciencia, las opciones de vida) estaba muy lejos de Dios. Era un culto separado de la vida, que no tocaba/cambiaba la vida, simples ceremoniales aunque fueran tan solemnes… como si eso fuera lo que a Dios le importara más. Y no era eso lo importante. A Dios le importa el pobre, el huérfano, la viuda, el emigrante… la justicia, la misericordia (Segunda Lectura de hoy). Jesús les reclama contar con la propia conciencia y el estilo de vida (el corazón), como criterios de moralidad. Y no las normas externas ni los cumplimientos mínimos, ni las prácticas religiosas.

Intentando trasladar a nuestra realidad eclesial de hoy la escena del Evangelio… pues también tenemos muchas tradiciones, normas, ritos, obligaciones, mandatos… Son necesarios por nuestra condición humana. Pero:

No se puede identificar «lo que siempre ha sido así» con la voluntad de Dios. Las leyes humanas y eclesiásticas no son «sagradas», y tienen que adaptarse continuamente, buscando siempre el bien y la dignidad del ser humano. “Las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir heredados del pasado ya no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de cosas.” (Gaudium et Spes 7, Vaticano II)

No se pueden confundir las «mediaciones» con lo esencial. A veces pierde uno la paciencia cuando algunos defienden y confunden como algo «fundamental e intocable, que siempre se ha hecho así» con la voluntad de Dios, o la fidelidad a la Iglesia/fe: que si se comulga en la mano o en la boca, que si hay que arrodillarse o ponerse de pie, que si estas palabras las dice solo el cura o también las pueden decir los fieles, que si comemos carne en cuaresma o la sustituimos por una buena merluza fresca, que sea más importante faltar a misa un domingo que faltarle el respeto a tu pareja o pagar en dinero negro a un trabajador… Que si no he podido comulgar porque me faltaban 10 minutos para cumplir el ayuno eucarístico, que si los seglares no son dignos para dar la comunión, que si tocar la Eucaristía con las manos (al comulgar) es una falta der respeto a Dios… Uuuuuffffff

Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a Dios. (Fratelli tutti, 74). Para orientar adecuadamente los actos de las distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas (Fratelli tutti, 91)

Otra cosa que nos impide avanzar en el conocimiento de Jesús, en la pertenencia de Jesús es la rigidez: la rigidez de corazón. También la rigidez en la interpretación de la Ley. Jesús reprocha a los fariseos, los doctores de la ley por esta rigidez. Que no es la fidelidad: la fidelidad es siempre un don para Dios; la rigidez es una seguridad para mí mismo. Rigidez. Esto nos aleja de la sabiduría de Jesús; te quita la libertad. Y muchos pastores hacen crecer esta rigidez en las almas de los fieles, y esta rigidez no nos deja entrar por la puerta de Jesús». (JBergoglio. en Santa Marta, 5 de mayo de 2020).

No se pueden confundir las tradiciones eclesiales y las normas eclesiásticas… con la voluntad de Dios. Pretenden orientar, ayudar, pero todas esas cosas no son «Dios». Y si se cambian no afectan a lo esencial de la fe cristiana. Decía el gran San Agustín: «En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad».

Lo de «doctores tiene la santa madre Iglesia», o «lo que diga el padre, o el Papa o el Obispo, o el Catecismo… se queda corto para los cristianos maduros. Hay que «recuperar el corazón», como indicaba Jesús, la propia conciencia, la responsabilidad personal, sin dejarlas cómodamente en las manos de otros. Sí que nos pueden orientar/ayudar para formarnos, para discernir, para buscar la verdad, lo moralmente bueno… pero la decisión y la responsabilidad es nuestra.

La fe tiene que ser vivida en las circunstancias culturales de hoy, no de otra época. Y por eso conviene hacer las adaptaciones que sean necesarias. Las Tradiciones y la Memoria merecen un gran respeto, pero no pueden ser la razón para «momificar» nuestra fe, nuestro culto, nuestras creencias. Creo que el gran poeta uruguayo Eduardo Galeano lo decía muy bien:

A orillas de otro mar, un alfarero se retira en sus últimos años. Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan: ha llegado la hora del adiós. Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor. Así manda la tradición entre los indios del noroeste de América: el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia. Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el suelo, la rompe en mil pedacitos, recoge sus pedacitos y los incorpora a su arcilla.

Benditos pedacitos. Y bendita la ayuda de nuestro Alfarero, que no se va nunca del todo…. y nos ayuda a hacer las mejores vasijas para cada momento de la historia.

Festividad de San Bartolomé

Lectura del Evangelio según San Juan 1,45-51

En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le contestó: «Ven y verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?» Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

Hoy es la fiesta de San Bartolomé Apóstol titular de nuestra Cofradía desde su fundación. Llamado en el Evangelio Natanael. San Bartolomé recibe la llamada de Jesús a través de Felipe.

Damos gracias por las personas que nos han ayudado a encontrarnos a Jesús y pedimos a Dios que nos dé acierto para ayudar a otros a conocer al Maestro.

Natanael tiene prejuicios: “De Nazaret puede salir algo bueno?” Pero es capaz de superarlos.
Qué los prejuicios no te impidan crecer como persona y como cristiano. Pide al Señor luz para reconocerlos y fuerza para superarlos.

Feliz día de San Bartolomé Apóstol a todos.

*Apóstol*

Vamos, amigo,
no te calles ni te achantes,
que has de brillar
como fuego nocturno,
como faro
en la tormenta,
con luz
que nace en la hoguera de Dios.
Vamos, amigo,
no te rindas ni te pares,
que hay quien espera,
anhelante, que compartas
lo que Otro te ha regalado.
¿Aún no has descubierto
que eres rico para darte a manos llenas?
¿Aún no has caído en la cuenta
de la semilla que, en ti,
crece pujante
fértil, poderosa,
y dará frutos de vida y evangelio?
Vamos, amigo.
Ama a todos
con amor único y diferente,
déjate en el anuncio
la voz y las fuerzas,
ríe
con la risa contagiosa
de las personas felices,
llora las lágrimas
valientes del que afronta la intemperie
Hasta el último día,
hasta la última gota,
hasta el último verso.
En nombre de Aquél
que pasó por el mundo
amando primero.

(J. M. R. Olaizola, sj)

Evangelio 21° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69):

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Palabra del Señor

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

Según el parecer de los entendidos sólo dos de las tribus de Israel (Efraim y Manasés) hicieron el recorrido del desierto (éxodo), desde Egipto, tal como lo tenemos recogido en los libros sagrados. Otras tribus habrían llegado por diversos medios hasta la Tierra Prometida. A todas ellas las ha convocado Josué en el santuario de Siquem, para que tomen una decisión importante: ¿Están dispuestos a participar de su misma fe, la que han ido descubriendo y purificando por el desierto? ¿Quieren dejarse proteger por el Dios del Sinaí, dar un sentido a sus vidas desde Él, desde sus leyes y valores?

Josué es un hombre valiente, y respeta profundamente la libertad de sus hermanos: «Escoged a quien servir, a los dioses falsos o al Dios que nos ha salvado de la esclavitud, el Dios de la libertad». Y él es el primero en pronunciarse: «Yo y toda mi casa serviremos al Señor».

Últimamente no está de moda creer. Nuestra manera de comportarnos está muy lejos de la de Josué. Por una parte nos ha entrado una especie de complejo de llamarnos cristianos. El entorno social nos está haciendo creer que ser cristiano es una cosa trasnochada, es ir contra corriente, no es moderno o progresista… Por otra parte, un cierto número de personas han optado por vivir sin Dios, o tal vez sea mejor decir por servir a otros dioses más cómodos, inventados por nosotros mismos, dioses a la carta que tranquilizan conciencias, dioses de los que acordarse cuando haga falta. «Algo debe haber», dicen algunos. «No necesito a Dios, son cosas del pasado», dicen otros. Y algunos siguen creyendo, pero sin saber muy bien en qué, sin saber explicarse demasiado en qué consiste lo de «ser creyente». Y se autodefinen como «creyentes no practicantes» (dos conceptos, por cierto, incompatibles entre sí).

Los que todavía creen. Sin embargo, hay otros que aún se mantienen. A menudo desconcertados porque los amigos, los parientes, los compañeros de trabajo ya no creen. Y lo llevan un poco a escondidas. Llegan a cansarse o desmotivarse para hacer el bien, defender la verdad y la justicia, y el amor no es criterio de sus opciones… al ver cómo los «valores» a su alrededor son otros. Y, casi sin darse cuenta, van poco a poco perdiendo su identidad cristiana.

Pero, ¿qué es eso de la fe? Se han dado definiciones muy abstractas como lo de «creer lo que no vimos», o «cumplir los mandamiento de Dios y de la Iglesia», o «practicar una serie de ritos, obligaciones y cultos». Ciertamente que estas definiciones están alejadas de la experiencia de Israel. Si nos fijamos en las palabras de Josué en la primera lectura: «Serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios». Está proclamando sobre todo un estilo de vida: Creer es servir al Señor, es escucharle y poner en práctica sus mandatos.

El fragmento del Evangelio de hoy es la conclusión del discurso del Pan de Vida, que venimos meditando estos últimos domingos. Es el último de los siete discursos de Jesús, en los que ha ido explicando a modo de una larga catequesis el sentido de la Eucaristía, en la que no han faltado frases bien exigentes y de denuncia: «Vosotros estáis conmigo porque habéis llenado el estómago, no porque os interese mi mensaje», «si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida eterna»…

Claro que Jesús no estaba hablando en este momento de «comulgar», tal como lo entendemos nosotros ahora, aunque nos ayude a darle su auténtico sentido. En su Última Cena, antes de darles a comer su carne y sangre, les pidió: «Haced esto en memoria mía», es decir: Convertíos vosotros mismos en pan para que otros se alimenten, haceos migas por los demás; sed capaces de derramar vuestra vida como el vino de este cáliz; sed capaces de ir hasta la muerte por poner en práctica la tarea del Padre para hacer un mundo mejor… En una palabra: sed como yo. Este es el significado y la condición para comulgar realmente, con verdad: vivir como él, totalmente para Dios y para los hombres. Hace mucho más explícita y comprometida la opción de Josué.

Y a esto se refería cuando hablaba de una Alianza nueva y eterna: participar en la Eucaristía cada vez es sellar una Alianza Nueva con Dios, por la cual nos comprometemos a acoger su amor, recibir su perdón y a asumir hasta la muerte el estilo de vida de Jesús, resumido en el mandamiento del amor: Amar como él… hasta la cruz.

Aquí tenemos, por tanto, la clave de lo que es «tener fe»: haber hecho una opción de vida, por la que nos iremos configurando, identificando, haciendo nuestro el estilo de vida de Jesús: sus palabras, sus preferidos, su modo de situarse ante el poder, el dinero, la política, la injusticia, la pobreza, etc. Por tanto no se puede «creer» sin poner en práctica, sin «hacer», sin irse transformando (convirtiendo). Ciertamente que la cosa es bien difícil y exigente. Dice Jesús: «sin mí no podéis hacer nada», Por eso lo necesitamos como Pan de Vida, para tener vida en nosotros. Por eso comulgamos los que hemos querido sellar esa Alianza de Vida con él.

Jesús no se andaba con paños calientes. «Muchos discípulos de Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con él». Les parecía demasiado exigente, se escandalizan… ¡y se van!. Está claro que habían «comprendido» lo que suponía ser discípulo. No tengo tan claro que bastantes de los que hoy se echan atrás sea por este mismo motivo. Me parece más bien que muchos ni siquiera han llegado a enterarse de lo que significa «creer», y «dejan» lo que nunca asumieron.

Hoy Jesús nos plantea a nosotros la misma pregunta que a sus discípulos: ¿También vosotros queréis marcharos?. Nos coloca ante una alternativa: la valentía de decirle que no y ser coherentes con ese no… o hacer nuestras las palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? En tus palabras hay vida eterna y nosotros creemos».

Y Pedro fue coherente, como el resto de sus compañeros, y tantos otros después de ellos, ¡hasta derramar su sangre! No era fácil creer entonces: las arenas del circo, los leones, la cárcel, las palizas, lapidaciones… Y tampoco es fácil creer hoy, porque no es fácil vivir una vida con sentido, una vida de entrega, una vida de exigencias. Pero entonces ¿a quién iremos? ¿quién guiará nuestros pasos? ¿quién nos ofrecerá una vida que merezca la pena?

Evangelio de la Festividad de la Asunción de la Virgen María

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-56):

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de Maria, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor

La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado!. El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición como respuesta a las palabras de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata.

Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilér”, sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.

Los temas, pues, podrían exponerse así: (1) la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal; (2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y (4) su especial misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en expectativa de un Liberador.
Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.

Evangelio 19° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Palabra del Señor

PAN PARA EL CAMINO

Con frecuencia se ha comparado la vida con un camino, un viaje: Hay un punto de partida, una meta, un equipaje, unas etapas, unos compañeros, un montón de imprevistos… Los que han hecho alguna vez el Camino de Santiago o alguna otra peregrinación lo saben muy bien.

AIsrael fue un pueblo que se forjó en un largo camino, con muchas dificultades. Y caminando tuvo ocasión de ir conociendo a Dios y purificando su imagen, acogiendo muchos dones, enfrentando tentaciones… Y aprendiendo también a caminar «con otros». Así lo quiso Dios.

Por un camino de huida, el profeta Elías necesitó pan y agua, cuando se sentía derrotado y a punto de abandonarlo todo.

En los comienzos del «camino» (que así se autodenominaban los primeros cristianos), y también en nuestros comienzos del camino de la fe, recibimos el don del Espíritu, que nos «selló» como propiedad de Dios (2 lectura). Y recibimos el Pan de Vida para «ser todos discípulos de Dios».

Son los medios que Dios y su Hijo ofrecen a los que caminan, a los que se ponen en marcha, para los que se mueven, para los que no se conforman en donde están, para los que buscan, aunque sea a tientas o equivocadamente… Precisamente porque el camino es difícil, y no pocas veces agotador.

EL CAMINO ESTÁ SALPICADO POR LAS CRISIS

Elías podría presentarnos una larga y bien detallada descripción de su hartazgo, cabreo, decepción, cansancio existencial y estrés por intentar hacer las cosas como «creía» que Dios se las había pedido, tal como él entendía o se imagina a Dios… Equivocándose completamente. Le faltó «discernimiento». Digamos que actuó en nombre de Dios… pero sin contar debidamente con Él.

Las primeras comunidades (muy parecidas a las nuestras) nos podrían describir lo complicada que fue la convivencia entre hermanos, y el amor al prójimo, sobre todo al más cercano. La Carta a los Efesios tiene que advertirles sobre la ira, los enfados, los insultos, la maldad (que es una palabra «fina» para describir la mala leche que tenían algunos «hermanos»)…

Tampoco a Jesús le faltaron las dificultades. En la escena de hoy, se topa con un buen grupo de murmuradores y escandalizados por lo que acaba de decir. Resulta que Dios quiso hacerse cercano («carne», como lo llama este Evangelio), y compartir, y enseñarnos a aceptar y enfrentar la debilidad, los conflictos, las dificultades… Quería también purificar su «pobre» concepto de Dios, atado a ritos, leyes y lugares «sagrados», para que lo encontraran en la vida cotidiana, y sobre todo en el otro. Pero las mentes cerradas y la obsesión por las tradiciones de siempre no le impedían abrirles caminos: ¡Tú que vas a ser un enviado de Dios, si sabemos perfectamente quién es tu familia y cuál tu pueblo! ¡Quién te crees que eres para cambiarnos nada!

LO DE MURMURAR ES MUY HABITUAL

– El profeta Elías murmura de su pueblo, que ni le hace caso ni le apoya; murmura de la reina Jezabel a la que intentaba convertir un poco por la fuerza, y sobre todo murmura de Dios por meterle en semejantes berenjenales. Cuando las cosas no salen conforme a nuestros planes, protestamos, nos quejamos, echamos culpas a quien sea. Incluso a Dios.

Las comunidades cristianas -los bautizados- también eran dadas a murmurar de sus prójimos, ponerles verdes porque eran como eran y no como debieran ser. Murmuraron de Pedro, de Pablo y de cualquiera que intentara ayudarlos a responder a Dios (lo que llamamos «corrección fraterna»). Les dice a los de Éfeso: Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros. La amargura, la ira, los enfados e insultos, la maldad, la falta de perdón… no son rasgos de un «hijo de Dios». El hermano no era visto como un compañero de camino, sino como un obstáculo que les hacía tropezar.

AL CAMINAR … LO NORMAL ES «CANSARSE»

Por una parte está el peso mismo del camino, que se deja sentir en nuestras piernas. Todos hemos pasado momentos en los que no teníamos ganas de ir a ningún sitio; las metas nos resultaban inalcanzables, y nos tentaba dejarlas. Así que nos sentamos junto a cualquier retama a ver pasar los días y los acontecimientos, dándole vueltas a todo, repartiendo culpas, y masticando la amargura.

Por otra parte, en el camino siempre ocurren imprevistos, no salen las cosas como habíamos calculado. No conseguimos ponernos de acuerdo con los compañeros de viaje, y saltan chispas y puede que algún que otro incendio.

También está el peso de las propias limitaciones: ya no puedo más, no sé si me habré equivocado, siempre estoy igual, siempre caigo en lo mismo, parece que no avanzo, que no salgo de esto…

Y está el cansancio de las personas, sobre todo de ciertas personas. Fácilmente, cuanto más cercanas, más nos cansan… Hay que reconocer que algunas personas nos ponen muy difícil caminar con ellas….

O el cansancio por el ambiente que nos rodea, los espejismos, las tentaciones, los malos ejemplos, las injusticias, las tantas malas noticias de cada día…

Nos pasa entonces como a Elías: «Ya es demasiado», «¡basta ya!»

¿Y CUÁL ES LA TERAPIA QUE OFRECE DIOS?

Menos mal que Dios no abandona a Elías con su cansancio, aunque buena parte del mismo sea por su propia culpa. El ángel de Dios le recuerda que EL CAMINO ES SUPERIOR A SUS FUERZAS y le pone delante un pan, una jarra de agua y una propuesta: Levántate, come y sigue caminando. Tendrá que aprender a discernir: Que Dios no es lo que él se pensaba, y sus planes y caminos no eran los de Dios. Tendrá que dejar de mirar para atrás y a tener una esperanza. Y a contar con el pan de Dios (como el mamá del desierto que Israel necesitó para llegar a su meta).

Sólo el que camina se cansa. Sólo el que no se acomoda, el que no se deja llevar, el que intenta superarse cada día, el que busca la voluntad de Dios… necesita el Pan de Dios. Los demás no lo necesitan. Comulgamos para echarnos a andar. Comulgar implica moverse, encontrar fuerzas en Dios para hacer su voluntad.

Para los cristianos Jesús se ha presentado/revelado a sí mismo diciendo: «Yo soy el Pan Vivo bajado del cielo». Y también se revelará un poco más adelante: «Yo soy el camino». Es decir: Dios nos ofrece Pan y Camino (con mayúsculas) O también: Jesús nos ofrece el pan para el camino y se ofrece como Pan para el camino.

Tendremos que seguir sus pasos, recorrer sus mismos caminos. Éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera en el empeño, para que tenga vida eterna. Y al añadir «para la vida del mundo» está subrayando que nuestro camino y nuestro pan tienen una ineludible dimensión social, un compromiso con el mundo y su vida.

Así que concluyo con las palabras de Dios a Elías: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo». ¡Y tanto!