Evangelio 3° Domingo de Pascua

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (24,13-35)

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:

«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».

Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:

«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».

Él les dijo:

«¿Qué?».

Ellos le contestaron:

«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».

Entonces él les dijo:

«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:

«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.

Pero él desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro:

«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Parece tan fácil, tan simple.»Se les abrieron los ojos y lo reconocieron». Pero no es nada sencillo. Abrirle los ojos del alma y reconocer al Señor resucitado es el final de un largo camino, el fruto del diálogo difícil que requiere mucho tiempo entre Dios y un hombre libre. Toda una obra de arte, hecha a la medida de cada corazón.

Ocurrió en la fracción del pan. «Sentado a la mesa con ellos, tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio». Fue ahí donde lo reconocieron, donde tuvieron la «experiencia» de Jesús resucitado. Pero ese camino arranca de muy atrás.

Unos hombres vienen de vuelta, desanimados y triste. Tan desanimados, que no le han hecho mella los rumores de una aparición de ángeles que decía que Jesús ha resucitado. Tan en lo suyo vienen, que apenas perciben que se le ha juntado un nuevo compañero de camino: Jesús mismo. «Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». Ver con los ojos del cuerpo es rápido y sencillo, otra cosa es ver con los ojos del corazón. Pero no importa. Jesús ya está ahí, caminando junto a ellos. Ha entrado en sus vidas, y ahora empieza a ver la manera de entrar en su corazón.

Antes que nada, hay que hacer algo para poner en marcha a unos hombres tocados de desaliento. Lo primero, hacerles salir de sí mismo, provocar su desahogo. «¿Qué conversación es esa que tenéis mientras voy de camino?» Hay que romper el cerco de la soledad, tender puentes al diálogo. Y nace una primera corriente de comunicación.

Luego hay que empezar a construir. Lo primero enseñar a ver todo lo sucedido con unos ojos diferente: «empezando por Moisés y siguiendo por los profetas» pero con una clave nueva:»¿No era necesario que el Mesías pareciera esto para entrar en su gloria?».

Andar juntos un trozo de camino, compartir preocupaciones y sentimientos, dejar que la palabra de Dios lo bañe todo con una luz diferente. Falta el último paso: que sus corazones tomen la iniciativa de invitar libremente al forastero para que entre sus vidas:»Quédate con nosotros». A Jesús no le gusta andar por ahí llamando a las puertas, y no suele manifestarse a quien antes no ha tenido el gesto de ofrecer algo de su pobreza.

Ahora sí. La hospitalidad ha hecho posible que haya sobre la mesa una buena hogaza de pan. Y que Jesús, al partirla, pueda al fin hacerse presente, manifestarte, en ese gesto suyo, tan característico…

Largo y difícil, maravilloso camino para todos los que queremos seguir a Jesús. Así es el camino de Emaús, hay que vivir plenamente todas sus etapas sino nunca podremos tener la experiencia del Señor resucitado. Y sin tenerla, ¿cómo podemos ser sus testigos?

¡Feliz Domingo!

Evangelio del 2° Domingo de Pascua, Domingo de la Misericordia

Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor.

El Señor Resucitado sigue apareciéndose a sus discípulos agazapados por el miedo y el temor y, siempre les trae paz. En esta ocasión no estaba Tomás y cuando le comunican llenos de alegría que han visto al Señor, él no les cree, necesita ver para crecer, tocar para asegurarse. Es la fe de tantos que necesitan evidencias para creer. Jesús subrayó su incredulidad para facilitarnos el camino a tantos pobres mortales que nos veríamos después en parecidas circunstancias.

Con la resurrección la fe aprende a vivir de pura confianza en Jesús resucitado, la misma que arrancará de Tomás una de las mas hermosas y sencilla profesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío!

Sin duda que hoy las palabras de Jesús nos suenan a gloria: «Dichosos los que crean sin haber visto». Ahí estamos todos los que hemos creído que Jesús está vivo sin que nuestros ojos lo hayan podido comprobar. Estas palabras de Jesús nos saben a palmada de amigo sobre el hombro.

Tu, ¿de qué lado estás: del primer Tomás «si no veo… no creo», o del segundo «¡Señor mío y Dios mío!? Hay una manera fácil de descubrirlo: comprobar si por nuestra banda, el Reino de Dios crece o va perdiendo terreno.

¡Feliz Domingo de la misericordia!

Evangelio Domingo de Resurrección

Lectura del santo Evangelio según san Juan (20,1-9)

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

Anoche volvimos a escuchar el grito que cambiará para siempre al mundo, que reescribirá la vida de los hombres:

¡Cristo resucitó y está vivo!

Del grano muerto de trigo, brotó el milagro de la espiga nueva. Una vida diferente, sin sombra alguna de muerte, se hizo dueña de la situación dentro de aquel sepulcro vigilado. Y desde aquel punto, lenta pero imparable, esa Vida comenzó a sanar desde dentro toda la podredumbre del mundo.

Ya no hay motivo para el miedo, dejas las lágrimas propias del Vienes Santo, deja la tristeza del Sábado Santo y corre y salta de alegria como las mujeres y los discípulos, porque Cristo está vivo.

Atrévete, hermano a gritar hoy y siempre ¡Cristo vive! Porque es el grito de guerra de los que creemos en Jesús y nos da una clave nueva para entender las cosas de siempre: el tiempo, el amor, la cruz, el sufrimiento, la vida, el otro…¡Cristo vive! Hay que gritarlo a los cuatro vientos. Qué tristeza tan grande no enterarse de esta noticia: ¡Hay tanta gente necesitando saberlo!

¡Cristo vive en mi! Solo una vida que cruce las fronteras de la existencia terrena merece ser llamada verdadera. Ahora todo es diferente, ahora vivo de verdad.

¡Aleluya!

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Evangelio del Jueves Santo

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (26,14-25)

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso:

«¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»

Él contestó:

«ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.»»

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.

Mientras comían dijo:

«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»

Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

«¿Soy yo acaso, Señor?»

Él respondió:

«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

«¿Soy yo acaso, Maestro?»

Él respondió:

«Tú lo has dicho.»

Palabra del Señor

Me conmueve esta insistencia litúrgica en proponernos ayer y hoy prácticamente la misma escena, desde otra perspectiva: ayer el evangelista Juan, hoy Mateo. Pero la historia es la misma: la traición, la ruptura.

Comienza la cena, y todos intuyen que ha llegado la hora. Pero la señal del mundo nuevo no será una conspiración contra el orden establecido, sino su sangre derramada, testimonio de su vida entregada sin condiciones. La señal es un poco de pan partido, fermento de un mundo unido en una comunión sin precedente. La señal es un maestro arrodillado ante sus discípulos para lavarles los pies.

El vino nuevo es derramado, y huele bien la voluntad de Dios ¡Pobre Judas que no lo comprendió y creyó poder remediar un vestido viejo con una pieza nueva! La copa de la Nueva Alianza ya está de mano en mano. Ha nacido el mundo nuevo, fundado en el amor del Siervo.

Evangelio del Domingo de Ramos

Lectura del santo evangelio según. San Mateo (26,14–27,66)

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

-«¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

-«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»

Él contestó

-«Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.»

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

última cena

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:

-«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»

Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

-«¿Soy yo acaso, Señor?»

Él respondió:

-«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido. »

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

-«¿Soy yo acaso, Maestro?»

Él respondió:

-«Tú lo has dicho.»

Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

-«Tornad, comed: esto es mi cuerpo.»

Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:

-«Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre. »

Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.

Entonces Jesús les dijo:

-«Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»

Pedro replicó:

-«Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»

Jesús le dijo:

-«Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. »

Pedro le replicó:

-«Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. »

Y lo mismo decían los demás discípulos.

Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:

-«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»

Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Y dijo:

-«Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»

Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:

-«Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»

Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro:

-«¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil. »

De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

-«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.»

Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:

-«Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»

Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:

-«Al que yo bese, ése es; detenedlo.»

Después se acercó a Jesús y le dijo:

-«¡Salve, Maestro!»

judas

Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

-«Amigo, ¿a qué vienes?»

Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.

Jesús le dijo:

-«Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.»

Entonces dijo Jesús a la gente:

-«¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»

Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas.

En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:

-«Éste ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»»

El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:

-«¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»

Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:

-«Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»

caifas

Jesús le respondió:

-«Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.»

Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:

-«Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?»

Y ellos contestaron:

-«Es reo de muerte.»

Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:

-«Haz de profeta, Mesías; ¿Quién te ha pegado?»

Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:

-«También tú andabas con Jesús el Galileo.»

Él lo negó delante de todos, diciendo:

-«No sé qué quieres decir.»

Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:

-«Éste andaba con Jesús el Nazareno.»

Otra vez negó él con juramento:

-«No conozco a ese hombre.»

pedro

Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:

-«Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.»

Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:

-«No conozco a ese hombre.»

Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:

-«He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»

Pero ellos dijeron:

-«¿A nosotros qué? ¡Allá tú!»

Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:

-«No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»

Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»

Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

-«¿Eres tú el rey de los judíos?»

Jesús respondió:

-«Tú lo dices.»

Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

-«¿No oyes cuántos cargos presentan contra fi?»

Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado.

Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:

-«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? »

Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

-«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»

Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: –

«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»

Ellos dijeron:

-«A Barrabás. »

Pilato les preguntó:

-«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»

Contestaron todos:

-«Que lo crucifiquen.»

Pilato insistió:

-«Pues, ¿qué mal ha hecho?»

Pero ellos gritaban más fuerte:

-«¡Que lo crucifiquen!»

Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:

-«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»

Y el pueblo entero contestó:

-«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»

Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:

-«¡Salve, rey de los judíos!»

flagelacion

Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos».

Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:

-«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»

Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:

-«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»

Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

Jesus

Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

-«Elí, Elí, lamá sabaktaní.»

Es decir:

-«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:

-«A Elías llama éste.»

Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían:

-«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»

Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. 

Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:

-«Realmente éste era Hijo de Dios.»

cruz

Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro.

A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:

-«Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.»

Pilato contestó:

-«Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis. »

Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

Palabra del Señor

En vísperas de su pasión y muerte, Jesús hace su entrada triunfal en Jerusalén

Jesús quiere que no nos engañemos cuando, en los próximos días, lo veamos apurar el cáliz hasta el fondo. No quiere que nos quedemos en la superficie negra de su pasión y muerte.

Quiere que lo veamos bajo esta luz profética del Domingo de Ramos: ese Jesús, a quien veremos sufrir y morir, acabará venciendo a la muerte con su muerte: «Bendito el que viene en el nombre del Señor».

Que vivas una Santa Semana Santa y que el Espíritu del Señor haga resucitar algo de tu vida.

¡Feliz Domingo de Ramos!

¡Feliz Semana Santa!

Evangelio 5° Domingo de Cuaresma

Domingo de Pasión

Lectura del santo Evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45)

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»

Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.

Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.

Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»

Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»

Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»

Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»

Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»

Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»

Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.

Dice Jesús: «Quitad la losa.»

Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»

Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»

Entonces quitaron la losa.

Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»

Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.

Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor

Este Jesús no tiene arreglo. Su empeño de tirar de nosotros hacia arriba, lo va poniendo todo en solfa. Nos va despegando, desinstalando. Unas veces la toma con el pan, otras con el agua y la sed, con la luz y la ceguera. Lo va a relativizando todo. Y a pesar de nuestra comodidad de querer ver las cosas como siempre, Jesús, con infinita paciencia, sigue despertando nuestra sed, nuestra hambre y nuestras ganas de verlo todo con otra óptica, desde un horizonte más amplio.

Hoy le toca el turno a la vida. Es el paso más atrevido. Para conseguir que nos cuestionemos la vida, nada mejor que empezar demostrándonos que tiene poder sobre ella. Para una arriesgada catequesis como ésta, todo un milagrazo: hacer que un muerto de cuatros días vuelva a la vida. Todo planeado minuciosamente: las personas, las distancias, los encuentros, cada palabra. Con un final impresionante:

«¡Lázaro, ven fuera!». Y Lázaro ahí, vivo.

La catequesis está servida. Una catequesis en la que Jesús nos va ayudando, primero en Marta, luego en María, a subir peldaño a peldaño, desde el desaliento a la esperanza, desde la ceguera a la luz. Y en la que, como de paso, va dejando caer conceptos cuyo significado profundo no alcanzamos todavía comprender: «tu hermano resucitara». «Yo soy la resurrección y la vida». «El que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre».

Nos resulta difícil dar el salto de la fe: creer que este pobre cuerpo al que vemos desmoronarse, que esta pobre vida que tenemos tan mezclada con muerte, van a brillar un día sin sombra alguna de tristeza, sin límite alguno de tiempo.

Un día lo comprenderemos todo: el día en que Él, rota las cadenas de la muerte, haga su entrada solemne en la Vida. Una vida ya sin asomos de muerte, ni de tristeza; sin el pellizco de pensar que algún día pueda escapársenos de las manos tanta dicha.¡Gracias, Lázaro! Porque aunque sabemos que volviste a morir, tu pequeña victoria de hoy nos prepara al paladar para saborear, cuando llegue el gran momento, la victoria definitiva de Jesús sobre la muerte. Nos ayuda a descubrir que, para nosotros también, la muerte tiene ya dos puertas: una de entrada y otra de salida. Y eso la hace menos terrible. Definitivamente menos terrible. En esta Vida creemos, hacia esa Vida caminamos. Esa certeza es la que nos mantiene en pie la esperanza mientras seguimos -mortales todavía- a este lado de la vida.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 4° Domingo se Cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1.6-9.13-17.34-38)

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»

Unos decían: «El mismo.»

Otros decían: «No es él, pero se le parece.»

Él respondía: «Soy yo.»

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»

Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»

Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»

Él contestó: «Que es un profeta.»

Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»

Y lo expulsaron.

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»

Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»

Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.

Palabra del Señor

Hay muchas clases de ceguera. Está la clásica del bastón y las gafas oscuras. Pero hay otras muchas cegueras ocultas, camufladas, difícilmente identificables etc… sobre éstas nos llama hoy la atención la Palabra de Dios: la ceguera del corazón.

Hay mucha gente que ve, sí, pero se queda en la superficie de las cosas, no llega a descubrir que hay otras luces: como la de comprender lo que hay en el fondo de cada mirada, o la de reconocer los propios errores, o la del amor, o la de la fe.

Al abrirse sus ojos, este ciego pronto comprendió que aquella no era, todavía la luz, la verdadera y definitiva luz.

Cristo viene a librar de la ceguera de la noche. «Yo soy la luz del mundo». Limpia el ciego de nacimiento los ojos del cuerpo, para que vea; y hasta le abre los del alma, para que crea. Y quiere que sus seguidores pasemos decididamente de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz. Más aún: que acabemos convirtiéndonos en luz. En otro tiempo eres tiniebla, ahora sois luz en el Señor.

Caminamos como hijos de la luz. Este evangelio nos puede ayudar a descubrir lo que es realmente la cuaresma para un cristiano: tiempo para mirar hacia dentro, para revisar y rectificar, para conocer nuestra ceguera y acudir a Jesús para que nos la cure. Para dar el paso -Pascua- de dejar atrás la noche y hacernos hijos de la luz. Para ser ya, definitivamente, testigos, misioneros de la luz.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 3° Domingo de Cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,5-42)

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»
Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La mujer le contesta: «No tengo marido».
Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»
Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»

Palabra del Señor

Es la sed, la que reúne junto al pozo, a Jesús y la mujer Samaritana, es el cansancio y la sed, con la que el Señor Jesús se hace el encontradizo: “dame de beber”, rompiendo así con la norma social, de no hablar con una mujer a solas en la calle. La mujer sorprendida le responde: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Y en este momento, empieza el Señor Jesús a acompañar a esta mujer a realizar el viaje a lo más profundo de su ser y a encontrarse con la verdad de su vida con estas palabras: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, le pedirías tú y él te daría agua viva”. Y así el Señor, nos hace caminar en la verdad de la vida y en descubrir que el verdadero culto a Dios se entabla en el corazón del hombre. Eso es lo que ha hecho con la samaritana, enseñarle a vivir su vida desde el interior, a caminar en la verdad y desde lo más profundo de su ser a alabar a Dios, a reconocerlo presente en su vida y a anunciarlo a los demás. Esta dicha, este encuentro con la vida hay que anunciarlo, hay que compartirlo con todos los que nos rodean.

De hoy en adelante en casi todas las iglesias de España no se celebrará la eucaristía. Desde casa tenemos que seguir alimentando nuestra fe y seguir descubriendo al Señor allí donde está en lo más profundo de tu corazón.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 2° Domingo de Cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9)

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Palabra del Señor

Jesús deja que tres de los suyos se asomen a su misterio. Precisamente porque estarán muy cerca de Él a la hora terrible de la agonía, quiere que hoy vean, un poco siquiera, lo que hay dentro de ese Jesús al que van conociendo; que vislumbran su gloria, que descubran su coherencia total con lo que venían anunciando la Ley y los Profetas. Así estarán preparados para que el mazazo de la cruz no los coja desprevenidos. Es necesario que sepan, de una vez por todas, que el sufrimiento y la muerte, presentes siempre en la vida de Jesús, no son un fallo en el plan del Padre, sino una manera suprema de amar a los hombres. Que hay unas realidades ocultas que convertirán, en su día, el fracaso más estrepitoso en la más definitiva de las victorias. Por eso levanta hoy Jesús, un poco, el velo de su misterio ante estos tres amigos: para que, cuando llegue la hora, entiendan.

Llegará la cruz, ciertamente; no vamos a ser más que nuestro Maestro. Pero al mirarla desde la fe, veremos que trae dentro, vivo y esperanzador, el germen de ese cielo nuevo y esa tierra nueva por los que tanto hemos orado y luchado.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 5° Día del Quinario a Nuestro Padre Jesús Nazareno

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5,20-26)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.»

Palabra del Señor

A menudo, aferrase a la ley, limitarse a cumplir lo establecido, llevaba al pueblo judío a vivir la fe en unos mínimos que no genera vida. Contentarse con la «justicia de los fariseos» termina impidiendo descubrir la novedad que trae Jesús.

Lo que urge no es tanto cumplir la ley cuanto reconciliarse con el hermano, con tal urgencia que la reconciliación esté antes que el culto; es decir: la liberación del hombre es lo primero en el designio de Dios.

Jesús se pone al nivel del amor, que es el único camino del futuro humano. Prohíbe nutrir la cólera, insultar o maldecir al otro, para no aumentar el peso de la ley, sino para abrir en nuestras vidas un espacio de amor suficiente que permita avanzar con libertad. Dios sabe que el pecado puede matar al hombre no sólo a causa de la falta, sino mucho más por el peso del remordimiento, de la culpabilidad y del reproche que gravita sobre las espaldas del pecador, por eso, Dios quiere que el hombre viva: quiere que seamos, los unos para los otros, fuente de vida y de futuro.

Este quinto día de quinario está dedicado a los costaleros y capataces de nuestros sagrados titulares.

La Santa Misa se aplicará por las intenciones de:

  • Familia Salas Muriel
  • Familia Santiago Moreno
  • Familia Santos Dueñas
  • Familia Sanz Cano
  • Familia Sanz Haro
  • Familia Tavera Rodriguez
  • Familia Tirado Pérez
  • Familia Valeriano Sanchez
  • Familia Valverde Serrano
  • Familia Velasco Valdivia
  • D. Santiago Tirado Pérez