Conclusión del santo evangelio según san Lucas (24,46-53)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor
La Ascensión es como un broche de oro. Es la plenitud de la resurrección, la rúbrica de la victoria de Cristo sobre la muerte. Mientras lo vemos partir, subir, triunfar, algo canta dentro de nosotros. Es la esperanza, porque el camino está abierto, ya es posible dejar atrás tanto barro y tanta muerte, y volar, volar hacia una altura de libertad absoluta, de felicidad total. La primicia es Cristo, un día llegará nuestra hora. ¡Aleluya! Pero hasta que llegue ese día, ¡baja hombre! Pon los pies en el suelo que aun no es la hora de tu victoria. Tú tienes, todavía una tarea que cumplir aquí. Él ya llegó, pero no sin antes haber llenado cada página de su vida, hasta la ultima, con lo que el Padre le fue pidiendo escribir. Tú llegarás también un día, sí. Llegaremos. Pero primero tenemos que seguir construyendo aquí, entre todos, un reino de los cielos, aquel mundo diferente que Él dejó iniciado con su amor.
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,15-21)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Palabra del Señor
El resucitado ha cambiado la vida de sus discípulos cada vez más valientes, más pacíficos, más alegres y ahora, además, acompañados para siempre con su Espíritu. El Espíritu ha entrado en nosotros de la mano del Señor Resucitado. Es verdad, que ya estaba antes, sí, de otra manera: cuando el Padre trabajaba en silencio nuestro corazón, cuando su amor nos cortejaba, cuando su Palabra nos llamaba desde la tempestad, o desde el ejemplo de un amigo, o desde la belleza de un amanecer. Pero sólo el día en que nuestra alma decidió, libremente, rendirse al «acoso» de Dios, sólo entonces, el Espíritu de Jesús se nos entró por las puertas y tomó posesión de nuestra casa.
Por eso, «el mundo no puede percibirlo porque no lo ve ni lo conoce » y solo podrá percibirlo si los cristianos lo hacemos visible con nuestra alegría, con nuestro amor, con nuestra tenaz esperanza. Dicho de otra manera: si nuestras comunidades no viven en estado de alegría, si no se nota que nos queremos, si nuestras mutuas relaciones no están basadas en la justicia y la verdad, ¿no será que, por más que pensemos lo contrario, no vive en nosotros el Espíritu del Señor?
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-12)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre».
Palabra del Señor
Para algunos el no va más de su fe se resume en esta frase:”tiene que haber algo”, y ahí se quedan. Otros hablan de un ser supremo, primer arquitecto de todo cuánto somos y vemos, pero ahí paran también el carro. Con eso se creen que creen. Y no digamos nada de los que dan categoría de dios a todo aquello que les produce miedo, o placer…
Quien ha conocido a Jesús, tiene el camino abierto para llegar más, mucho más lejos. En Jesús, Dios se nos ha traducido tanto, que se ha hecho palabra nuestra, se ha venido tan cerca, que podemos escuchar perfectamente el latido de su corazón. Jesús es el rostro humano de Dios. «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre «.
Con Jesús, ya hay camino para conocer a Dios. En Él descubrimos que Dios no es algo impersonal, impreciso, sino Alguien. Que ese Alguien nos ama apasionadamente, como un Padre. Que su Padre quiere, por encima de todo, que seamos felices. Y es tan grande Dios, que en Él cabemos todo; más aún, tenemos cada uno nuestro lugar reservado. Y tan inabarcable, que hay infinitas maneras de conocerlo, de expresarlo; de modo que nadie puede presumir de sabérselo entero. Y es tan padrazo ese Padre, que sale en busca nuestra cada vez que nos perdemos, y ha empeñado hasta el límite cuanto tenía con tal de rescatarnos y ha puesto su mejor abogado para defendernos.
¡Hay camino! No sólo para conocer a Dios, sino para llegar hasta Él, Jesús, clavado en la cruz, con sus brazos extendidos desde la tierra al Padre, se nos ha hecho puente y puerta. Para que ya nadie pueda decir que estamos dejados de la manos de Dios, o que esto no hay quien lo arregle, o que paren el mundo porque quieren bajarse…
Quien piensa, pues, que no hay camino, es que no ha conocido todavía Jesús. Quien piensa que a Dios no le importamos, es que no ha medido todavía el amor que supone entregarnos a su propio Hijo.
Quien piensa, a estas alturas, que es cristiano sólo porque alcanza decir: «tiene que haber algo», es que no ha sido todavía evangelizado, no se ha enterado de la Buena Noticia que nos ha traído Jesús: que Dios es Padre, y que nos ama disparatadamente.
Lectura del santo evangelio según san Juan (10,1-10)
En aquel tiempo, dijo Jesús: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».
Palabra del Señor
Jesús, a lo largo de su vida, fue dando forma a esa manera nueva de ser «pastor». Jesús no sólo entra por la puerta, y llama a las ovejas por su nombre, y las saca afuera para que coman, retocen y vivan, sino que Él mismo es la puerta: «Yo soy la puerta de las ovejas». Jesús está reclamando para así el tratamiento que le corresponde: el del señor. Quien crea en Él deberá reconocerlo como su único Señor. El es la puerta, la única puerta. Así absoluto, exclusivo. «El que no entra por la puerta es ladrón y bandido». Todo el que, diciendo que cree en Él, quiere mandar de otra manera, tendrá que vérselas con Jesús.
Ahora bien, Jesús no es una puerta que cierra, sino una puerta que libera. Su apriscos no es una cárcel, sino un refugio para no perecer en la tormenta. No ha venido a condenar a todo el que no entra por el aro, sino a ofrecer la salvación a todos los que quieran. Partidario insobornable de la vida y de la liberación. Abogado más que juez. Amigo y padre: «He venido para que tengan vida»
Hacen falta pastores así. Como Jesús, el Buen Pastor. Para que Él pueda seguir, en ellos, llamando, y entregándose, y salvando. Pastores con su sello inconfundible. Dispuestos a mandar-sirviendo. Dispuesto a dar la vida. Nada de rebajas para hacerlo más fácil. Nada de bajar el listón para que aumente el número. A tope. Pidamos al Señor, en esta Jornada mundial por las vocaciones, que siga enviando obreros a sus mies que refleje el rostro de tu Hijo el Buen Pastor. ¡Feliz Domingo!
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (24,13-35)
Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor
Parece tan fácil, tan simple.»Se les abrieron los ojos y lo reconocieron». Pero no es nada sencillo. Abrirle los ojos del alma y reconocer al Señor resucitado es el final de un largo camino, el fruto del diálogo difícil que requiere mucho tiempo entre Dios y un hombre libre. Toda una obra de arte, hecha a la medida de cada corazón.
Ocurrió en la fracción del pan. «Sentado a la mesa con ellos, tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio». Fue ahí donde lo reconocieron, donde tuvieron la «experiencia» de Jesús resucitado. Pero ese camino arranca de muy atrás.
Unos hombres vienen de vuelta, desanimados y triste. Tan desanimados, que no le han hecho mella los rumores de una aparición de ángeles que decía que Jesús ha resucitado. Tan en lo suyo vienen, que apenas perciben que se le ha juntado un nuevo compañero de camino: Jesús mismo. «Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». Ver con los ojos del cuerpo es rápido y sencillo, otra cosa es ver con los ojos del corazón. Pero no importa. Jesús ya está ahí, caminando junto a ellos. Ha entrado en sus vidas, y ahora empieza a ver la manera de entrar en su corazón.
Antes que nada, hay que hacer algo para poner en marcha a unos hombres tocados de desaliento. Lo primero, hacerles salir de sí mismo, provocar su desahogo. «¿Qué conversación es esa que tenéis mientras voy de camino?» Hay que romper el cerco de la soledad, tender puentes al diálogo. Y nace una primera corriente de comunicación.
Luego hay que empezar a construir. Lo primero enseñar a ver todo lo sucedido con unos ojos diferente: «empezando por Moisés y siguiendo por los profetas» pero con una clave nueva:»¿No era necesario que el Mesías pareciera esto para entrar en su gloria?».
Andar juntos un trozo de camino, compartir preocupaciones y sentimientos, dejar que la palabra de Dios lo bañe todo con una luz diferente. Falta el último paso: que sus corazones tomen la iniciativa de invitar libremente al forastero para que entre sus vidas:»Quédate con nosotros». A Jesús no le gusta andar por ahí llamando a las puertas, y no suele manifestarse a quien antes no ha tenido el gesto de ofrecer algo de su pobreza.
Ahora sí. La hospitalidad ha hecho posible que haya sobre la mesa una buena hogaza de pan. Y que Jesús, al partirla, pueda al fin hacerse presente, manifestarte, en ese gesto suyo, tan característico…
Largo y difícil, maravilloso camino para todos los que queremos seguir a Jesús. Así es el camino de Emaús, hay que vivir plenamente todas sus etapas sino nunca podremos tener la experiencia del Señor resucitado. Y sin tenerla, ¿cómo podemos ser sus testigos?
Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 19-31)
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor.
El Señor Resucitado sigue apareciéndose a sus discípulos agazapados por el miedo y el temor y, siempre les trae paz. En esta ocasión no estaba Tomás y cuando le comunican llenos de alegría que han visto al Señor, él no les cree, necesita ver para crecer, tocar para asegurarse. Es la fe de tantos que necesitan evidencias para creer. Jesús subrayó su incredulidad para facilitarnos el camino a tantos pobres mortales que nos veríamos después en parecidas circunstancias.
Con la resurrección la fe aprende a vivir de pura confianza en Jesús resucitado, la misma que arrancará de Tomás una de las mas hermosas y sencilla profesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío!
Sin duda que hoy las palabras de Jesús nos suenan a gloria: «Dichosos los que crean sin haber visto». Ahí estamos todos los que hemos creído que Jesús está vivo sin que nuestros ojos lo hayan podido comprobar. Estas palabras de Jesús nos saben a palmada de amigo sobre el hombro.
Tu, ¿de qué lado estás: del primer Tomás «si no veo… no creo», o del segundo «¡Señor mío y Dios mío!? Hay una manera fácil de descubrirlo: comprobar si por nuestra banda, el Reino de Dios crece o va perdiendo terreno.
Lectura del santo Evangelio según san Juan (20,1-9)
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor
Anoche volvimos a escuchar el grito que cambiará para siempre al mundo, que reescribirá la vida de los hombres:
¡Cristo resucitó y está vivo!
Del grano muerto de trigo, brotó el milagro de la espiga nueva. Una vida diferente, sin sombra alguna de muerte, se hizo dueña de la situación dentro de aquel sepulcro vigilado. Y desde aquel punto, lenta pero imparable, esa Vida comenzó a sanar desde dentro toda la podredumbre del mundo.
Ya no hay motivo para el miedo, dejas las lágrimas propias del Vienes Santo, deja la tristeza del Sábado Santo y corre y salta de alegria como las mujeres y los discípulos, porque Cristo está vivo.
Atrévete, hermano a gritar hoy y siempre ¡Cristo vive! Porque es el grito de guerra de los que creemos en Jesús y nos da una clave nueva para entender las cosas de siempre: el tiempo, el amor, la cruz, el sufrimiento, la vida, el otro…¡Cristo vive! Hay que gritarlo a los cuatro vientos. Qué tristeza tan grande no enterarse de esta noticia: ¡Hay tanta gente necesitando saberlo!
¡Cristo vive en mi! Solo una vida que cruce las fronteras de la existencia terrena merece ser llamada verdadera. Ahora todo es diferente, ahora vivo de verdad.
¡Aleluya!
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Publicado el
El Consiliario, el Hermano Mayor y la Junta de Gobierno de la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina les desea a todos sus hermanos una ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Mañana, Sábado Santo a las 18:00 h en la Capilla de la Residencia de Jesús Nazareno celebraremos junto a las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno la Vigilia de la Pascua de Resurrección.
Después, a partir de las 20:30 h en la Casa de Hermandad, con entrada por la calleja del Rehoyo, celebraremos todos juntos la tradicional Fiesta del Cordero de la Cofradía, donde todos los hermanos que lo deseen están invitados a compartir un rato de convivencia y celebración por la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Como todos los años, los asistentes disfrutaremos compartiendo las viandas que cada uno aporte a la celebración. Se recuerda a los hermanos que asistan a la Vigilia Pascual el uso de mascarillas.
Lectura del santo evangelio según San Lucas (24,46-53)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor
La Ascensión es como un broche de oro. Es la plenitud de la resurrección, la rúbrica de la victoria de Cristo sobre la muerte. Mientras lo vemos partir, subir, triunfar, algo canta dentro de nosotros. Es la esperanza, porque el camino está abierto, ya es posible dejar atrás tanto barro y tanta muerte, y volar, volar hacia una altura de libertad absoluta, de felicidad total. La primicia es Cristo, un día llegará nuestra hora. ¡Aleluya! Pero hasta que llegue ese día, ¡baja hombre! Pon los pies en el suelo que aun no es la hora de tu victoria. Tú tienes, todavía una tarea que cumplir aquí. Él ya llegó, pero no sin antes haber llenado cada página de su vida, hasta la ultima, con lo que el Padre le fue pidiendo escribir. Tú llegarás también un día, sí. Llegaremos. Pero primero tenemos que seguir construyendo aquí, entre todos, un reino de los cielos, aquel mundo diferente que Él dejó iniciado con su amor.