En la mañana de hoy hemos conocido la triste noticia del fallecimiento de nuestro Hermano en Jesús Nazareno Antonio del Pozo López del Moral a los 88 años de edad.
Hermano de la Cofradía casi desde su Refundación, Antonio participó activamente en la vida de la Cofradía, perteneciendo a varias Juntas de Gobierno y siendo Vice-Hermano Mayor en una de las etapas de Andrés Valverde al frente de nuestra Cofradía. También colaboró junto a Paquita Aguayo en la Restauración del manto de salida de María Santísima Nazarena.
La Junta de Gobierno quiere transmitir su más sentido pésame a la familia y amigos de Antonio, teniendo un recuerdo muy especial para Purificación, su mujer y para sus hijos.
Rogamos al Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina y a María Santísima Nazarena para que intercedan ante Jesús Nazareno, para que el Señor lo acoja en su Gloria y le de el descanso eterno.
La misa por su eterno descanso tendrá lugar mañana día 3 de noviembre a las 16:00 h. en la Parroquia de San Andrés.
María queda en soledad recordando los tormentos padecidos por su Hijo y a la espera de su gloriosa Resurrección.
Nuestra Señora de la Soledad, Tú que estuviste junto a tu hijo hasta el final, sin importar el dolor que te causaba, haz que nosotros sigamos apoyando y acompañando a Nuestra Casa de Jesús Nazareno en estos duros momentos. Ofrece el consuelo a los enfermos y dales fuerzas y esperanzas en una pronta recuperación.
Oración para hoy lunes 2 de noviembre a las 21:00 h.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Oh Virgen de la Soledad, Madre de Dios, a través de los años, tu pueblo ha pedido por medio de tu intercesión en tiempos de epidemia y enfermedad. Ahora te invocamos Madre de la Soledad y te pedimos ruegues por nuestra Residencia de Jesús Nazareno y por nosotros, para que encontremos sanación y refugio y un final rápido para este tiempo de enfermedad. Sé para nosotros verdaderamente Nuestra Madre y Señora, y acércanos cada vez más a tu Hijo, Jesús Nazareno, fuente de toda sanación y consuelo. Nuestra Señora de la Soledad, apresúrate a socorrernos Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Nuestros Sagrados Titulares los protejan y los cuiden.
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» Tomás le dice: «Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»
Palabra del Señor
Ayer celebrábamos a los santos. Todos los Santos de la historia de la Iglesia. Pero hoy celebramos a los difuntos, y estos son como más nuestros. La mente y el recuerdo se nos van a nuestros difuntos, los que hemos conocido, los que han sido de nuestra familia, los que han formado parte de nuestra historia personal. Con ellos hablamos, tuvimos relación. Quizá hasta nos enfadamos y discutimos. Son nuestros difuntos. Y cuando murieron, un poco de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestro ser, murió con ellos.
Es una memoria agradecida. La relación con nuestros difuntos, de los que nos acordamos, fue una relación de cariño. Hasta podríamos decir que esa relación no solo fue, sino que es. Está presente en nuestros corazones y en nuestras mentes. Nos acordamos de ellos. No se trata sólo de que tengamos su foto en la cartera. Ellos están con nosotros. Es otra forma de presencia.
Es una memoria dolorosa. Porque su partida nos dejó marcados. Un trozo de nuestra propia y personal historia se fue con ellos. Alguien que formaba parte de nosotros, de nuestro yo, se fue y nos dejó más solos. Desde entonces experimentamos con más fuerza esa soledad que forma parte intrínseca de la vida de toda persona. Nos sentimos huérfanos porque ellos cuidaban de nosotros, su amistad y su cariño nos mantenía firmes y nos ayudaba a vencer las dificultades de la vida. Nos hemos quedado más solos y lo sentimos.
Es una memoria esperanzada. Porque desde la fe creemos que esta vida no termina en estos límites que impone la duración de nuestro cuerpo. La fe en Jesús Nazareno nos invita a mirar más allá del horizonte de la muerte. No sabemos bien cómo pero creemos que hay vida más allá de la muerte. Estamos convencidos de que tanto amor, tanta amistad, tanto cariño, no puede desaparecer de golpe. Que Jesús resucitó es la afirmación más importante de nuestra fe. Desde ella todo el Evangelio cobra sentido. Amar, servir, entregarse por los demás, tiene un sentido nuevo. Nada es en vano. Nos encontraremos más allá –no sabemos de qué manera– y ese amor, esa amistad, ese cariño llegará a su plenitud.
Por eso, hoy recordamos a nuestros difuntos. Y, aunque nos duela su memoria y su recuerdo, sabemos que la vida de Dios es más fuerte que la muerte. Cuando escuchamos el mandato evangélico de amarnos unos a otros, sabemos que ese amor no se perderá. Porque Dios es amor y es vida. Y nosotros mantenemos alta la mirada y firme la esperanza. Aunque nos duela el recuerdo de nuestros seres queridos.