Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-18)
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra del Señor
Hoy es el día de Dios. El día del «santo más grande del cielo»: la Santísima Trinidad.
Decir «Padre eterno » desde esta orilla del tiempo, es no saber muy bien lo que decimos. Es como hablar del mar inmenso a un hombre de tierra dentro: habría que decirle que, quizás, el mar es algo así como una alberca grande que él se hizo para regar sus tierras pero más, mucho más.
¡Que lejos nos quedamos todavía! Dios es más, mucho más, infinitamente más. Habrá que seguirlo buscando, imaginando, soñando. Hasta el día en que, con unos brazos también nuevos, podamos abrazarlo.
Jesus sí que sabía los secretos más íntimos del Padre. Sin embargo, no quiso atiborrarnos la cabeza con conceptos abstractos e inasequibles sobre Él. Prefirió otro camino: el de darlos la garantía de lo único que necesitábamos saber: que Dios nos ama: «Tanto amo Dios al mundo, que entregó a su hijo único «. «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».
Es suficiente, Jesús. Por ahora, nos basta y nos sobra con lo que asoma de Dios para irnos valiendo en este mundo nuestro. ¿A qué saber hoy más sobre Dios Padre, Hijo y Espíritu? un día lo sabremos.
En este día recordamos también a los contemplativos y contemplativas que desde el silencio de sus monasterios nos animan con su sencillez de vida y su profunda vida de oración a vivir en permanente estado de esperanza.
¡Feliz Domingo de la Santísima Trinidad!