Ayer sábado, 7 de octubre, el Hermano Mayor y nuestro Consiliario, junto a varios miembros de Junta de Gobierno de nuestra Cofradía, participaron en el Encuentro Anual de Hermandades y Cofradías del Jueves Santo, que este año ha organizado nuestra querida Hermandad del Cristo de Gracia.
Un encuentro que ha servido para estrechar lazos de unión y fraternidad entre todas las corporaciones. El día comenzó con una Oración ante el Santísimo Cristo de Gracia y su Madre Dolorosa, para terminar con un rato de convivencia entre todos.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,33-43)
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo.» Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: «Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.» Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?» Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
Palabra del Señor
Jesús sube hacia la cruz. La parábola de los viñadores homicidas es un resumen estremecedor de la escalada de los hombres contra Cristo y contra todos aquellos que, como él, pretenden dar testimonio de Dios. Los viñadores están impacientes por apoderarse de la viña, de la herencia. En cuanto lo consigan, ya no serán obreros dependientes, sino los poseedores de lo que se les había dado como gracia. El asesinato del heredero es casi ritual. Parece incomprensible pero es así, el Hijo se ha convertido en el rival, en el obstáculo a su deseo. Una vez muerto él, la vida se hará, al fin, igualitaria, sin necesidad de gracias ni favores. Una religión sin el Hijo y, en definitiva, sin hijo alguno.
Y a esta escalada del hombre, Dios responde con otra escalada: la del amor y la alianza. No conoce más respuesta que la de comprometerse cada vez más con su obra escarnecida. Los viñadores mataron al Hijo, pero Dios lo resucita para que Él mismo sea la Viña. Nosotros somos los sarmientos de esa viña y los miembros de ese cuerpo. ¿Qué hemos hecho de Él? Igual que estos viñadores homicida, nosotros también hemos destrozado al Amado cuando hemos llenado nuestra fe de nuestro yo y nuestras pretensiones.
Solo queda entrar en la escalada evangélica, como lo hizo San Francisco renunciando a todo espíritu de posesión. Y como él donde hay odio, pongamos amor, donde haya ofensa, perdón, donde haya duda, la fe. Eso es dar fruto, el fruto no insípido de nuestro hacer interesado, sino el fruto luminoso, madurado al calor del Espíritu, sin otro artífice que la gracia.