Evangelio 4° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,21-28):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Palabra del Señor

CONTRA LOS DEMONIOS


Después de la llamada a los cuatro primeros discípulos (cf. Mc 1,16-20) Jesús fija su residencia en Cafarnaúm que se convierte en algo así como su “cuartel de operaciones”. Es huésped de la familia de Pedro, propietario de una casa junto al lago, a pocos pasos de la sinagoga.

A diferencia de otros evangelistas, Marcos escoge con mucho cuidado una curación para contarla al comienzo de la tarea evangelizadora de Jesús. Quiere así subrayar que toda la actividad y predicación de Jesús tienen un único fin: la salvación/curación/liberación/felicidad del hombre.

Es sábado y la gente va a la sinagoga para rezar y escuchar las lecturas y la explicación de la palabra de Dios. Es un rabino quien suele organizar el encuentro, pero todo judío adulto puede ofrecerse o ser invitado a leer y comentar las Escrituras. Hacer la homilía solía ser bastante simple: bastaba referirse a las explicaciones dadas por los grandes rabinos sobre el texto bíblico proclamado. Atreverse a hacer interpretaciones personales, y salirse de lo que siempre se ha enseñado, era, cuando menos, arriesgado, porque tal comentarista podría ser acusado de presuntuoso.

Jesús acude como un miembro más del pueblo, y se ofrece para las lecturas. La primera suele tomarse del libro de la Ley, es decir de los primeros cinco de la Biblia; la otra es un pasaje de los profetas. Quien lee la segunda lectura, si se atreve, puede también hacer la homilía. Jesús, aprovechándose del clima de recogimiento y de oración que se ha creado, aprovecha para presentar su mensaje. Pero no se limita a repetir lo que ha sido dicho antes que él, sino que hace un comentario libre y original del texto sagrado.

«No enseñaba como los letrados». Los letrados eran los Maestros de la Ley, especialistas que interpretaban y aplicaban las Escrituras, las verdades, las muchas normas que formaban parte de la tradición religiosa (mandamientos y prohibiciones…) y las imponían a las gentes. Insistían bastante en las «obligaciones religiosas» (los «cumplimientos», que diríamos nosotros hoy) como clave para estar en orden con Dios, y todas las condiciones y ritos necesarios para ser “puros”. Su modo de hacer discursos era multiplicar las citas de otros personajes anteriores que tuvieran alguna autoridad, otros rabinos y maestros, escuelas espirituales… Pero les faltaba «vida»: ellos se quedaban fuera de lo que decían, sólo transmitían lo que pensaban… Sí, se llenaban de citas, referencias, argumentos, pasajes de la Escritura… que intentaban aplicar a todas las circunstancias y personas, de manera indiscutible y obligatoria.

Jesús, en cambio, no anda citando a nadie, ni se muestra como representante de ninguna escuela o tradición, ni multiplica citas, ni siquiera echa grandes discursos. Y no tiene inconveniente en “enmendar” la sagrada Ley de Moisés, cuando ésta no ayuda al hombre, sino que se le convierte en una pesada losa, cuando margina al hombre, cuando le deja “excluido” de la relación con Dios. Su punto de referencia para hablar y actuar está en sí mismo. Es el «Santo de Dios», el habitado por el Espíritu de Dios que recibió en su bautismo, y que le empuja a recrearlo todo, liberar, restaurar el espíritu primero que Dios insufló al hombre en aquella primera mañana de la creación, y hacer callar y expulsar de dentro nuestros males y demonios.

«Precisamente en la sinagoga, había un hombre poseído». Precisamente en la sinagoga, donde se multiplicaban los rezos, los cánticos, las predicaciones y las catequesis. Un «poseído» es alguien que no es dueño de sí mismo; desde fuera, algo se ha adueñado de él, y le impide tomar sus propias decisiones, es más, le hace daño, lo hace dependiente, lo infantiliza, lo anula. ¿Querrá sugerir San Marcos que aquel hombre simboliza a los que están «poseídos» por aquella mentalidad religiosa proclamada por escribas, fariseos y sumos sacerdotes? ¿Que es prisionero y víctima de un modo de plantear la religión que, en el nombre de Dios, anula al hombre, lo llena de obligaciones y ritos… que no le permiten ser él mismo?

La llegada de Jesús supone ciertamente el fin de ese modo de relacionarse con Dios, de ese sistema religioso en tantos casos deshumanizador. Sí, ha venido a acabar con tantas manipulaciones (incluidas aquellas que se hacen en el nombre de Dios), imposiciones, ritos, normas y prácticas… que convierten al hombre en alguien extraño a sí mismo («alienado», diríamos con lenguaje de hoy). Él ha venido a devolver al hombre a sí mismo. Y lo hace con su Palabra. O si se quiere decir mejor: con la Palabra que es el propio Jesús. Una palabra que tiene la autoridad de los hechos: el hombre queda recuperado, liberado, devuelto a sí mismo. Me resulta significativo que Marcos no haya recogido nada de su discurso: la enseñanza y la autoridad de Jesús son las obras.

¿Quién de nosotros cree que no está de un modo o de otro «poseído»? ¿Qué es eso de ‘espíritu inmundo’?

La medicina de aquel entonces estaba muy atrasada y fácilmente se atribuían las enfermedades a causas no naturales y en concreto al demonio. Sobre todo esto ocurría con las enfermedades mentales: epilepsia, histeria, esquizofrenia…

Los judíos consideraban que aquellos que no cumplían las leyes, eran «impuros», estaban sujetos a cualquier castigo de Dios y en manos del demonio.

Lo cierto es que el mal existe desde el principio del mundo con mil ropajes y disfraces. Y también habita en nuestro interior, de donde brotan los instintos animales y fuerzas oscuras que nos arrastran al mal: egoísmo, soberbia, avaricia, envidia, lujuria… Y solemos echar la culpa al demonio, a la tentación, al ambiente… y decimos: «quiero, pero no puedo; me gustaría…, pero algo me frena…, siento la llamada…, pero no lo veo claro, no me atrevo, no sé si es el momento, quizá no sea prudente…»

No es muy diferente de aquello que experimentaba san Pablo:

«No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que habita en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (Rm 7, 19-23)

La «posesión» también afecta a la sociedad y a los pueblos. La verborrea de los medios y las redes sociales, los discursos que echan mano de «fuentes», personajes, «opinadores» que no tienen realmente ninguna autoridad ni conocimientos sobre el asunto, o a las previsiones, o a las «encuestas», o a lo que es «tendencia», o a lo que me conviene a mí…

O sea: ¡Cuántos «espíritus y demonios» poseen y deshumanizan al hombre de hoy!: ideologías, estructuras, costumbres, tradiciones, intereses… Incluso puede que la misma religión («precisamente en la sinagoga”, como decíamos antes) caiga en esta tentación… de olvidar al hombre, o hacerlo prisionero de normas, tradiciones o intereses que se ponen por encima del bien del hombre, aunque puedan estar revestidas de «voluntad de Dios»…

«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?… Sabemos quién eres…». Es una buena pregunta para hacérnosla continuamente. Aquí son los demonios quienes la dirigen a Jesús. Pero Jesús no entra a debatir con ellos. Los manda callar y actúa. Se enfrenta con los que hacen sufrir a aquel hombre y lo libera de todos ellos.

«¿Que quieres de nosotros?»: ¡Que dejéis de manejar al ser humano, que no le hagáis daño, que no os adueñéis de él, que dejéis de imponerles cargas y leyes asfixiantes, que respetéis su dignidad…

Por eso todos los seguidores de Jesús prestamos atención a lo que hace sufrir injustamente al hombre, enfrentándonos con ello, procurando que llegue a ser libre y responsable de sí mismo… Porque cada ser humano lleva dentro el Aliento de Dios que le impulsa a «vivir». Puede que nos ocurra como a los demonios: que «sabemos» quién es Jesús, lo que hizo él y lo que quiere y espera de nosotros… Pero tenemos miedo, temblamos, nos incomoda plantar cara a lo que no nos deja ser nosotros mismos o deshumaniza a otros. Y acabamos por acostumbrarnos a esos “espíritus inmundos” (es decir, contrarios a Dios).

Jesús imagina a sus discípulos como sanadores: “Proclamad que el Reino de Dios está cerca: curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios”. La primera tarea de la Iglesia es curar, liberar del mal, sacar del abatimiento, sanar la vida, ayudar a vivir de manera saludable. Ser un «hospital de campaña» (JBergoglio). Esa lucha por la salud integral es el camino de la salvación. Ayudar a sentir y visualizar que la fe hace bien. Como decía san Pablo: «para ser libres el Mesías nos ha liberado: manteneos, pues, firmes y no os dejéis atrapar de nuevo en el yugo de la esclavitud y servíos mutuamente por amor». (Gál 5, 1.13).

La mejor oración que podríamos hacer hoy, a la luz de este Evangelio, es: «Señor, expulsa de nosotros todos esos demonios, y que tengamos la fuerza y la valentía para no dejarnos dominar por nadie… que no sea el mismo Espíritu de Dios». Que así sea.

Evangelio 3° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,14-20):

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

Palabra del Señor

EL NACIMIENTO DEL REINO

El Domingo de la Palabra que hoy celebramos es una invitación a acercarnos a ella como Palabra de Vida, transformadora, que nos interpela, que espera de nosotros una respuesta, que nos hace de algún modo contemporáneos y protagonistas de lo que en ella se nos narra. Vamos a intentarlo con el Evangelio de hoy.

Lo primero es darnos cuenta que la escena de hoy no es «simplemente» la presentación de unos personajes que van a acompañar a Jesús en su tarea misionera. Tampoco es «simplemente» la descripción histórica de cómo comenzó todo, de manera que nosotros quedaríamos como espectadores lejanos de lo que allí les ocurrió a algunos llamados por Jesús. Uno de los objetivos de los evangelistas es ayudar a las futuras generaciones a conocer y seguir a Jesús, y con ese criterio (no sólo) redactan los evangelios.

Y es significativo que en los primeros pasos de Jesús en su tarea misionera busque unos discípulos, unos compañeros que irán siendo transformados por él, y que interactúan también entre ellos. O sea: que el Reino que trae Jesús comienza por formar una comunidad, y que sus seguidores le responden personalmente, claro está, pero su respuesta supone aceptar y caminar con otros que el Señor va escogiendo.

También es relevante que el «escenario» que elige Jesús para dar comienzo a su misión no es el sagrado Templo ni en la Ciudad Santa, ni en un contexto religioso: es en el lago, en Galilea, en el lugar de la vida cotidiana de las gentes. Como lo es también qué «perfil» busca Jesús: no son especialistas en la Ley, no están especialmente formados intelectualmente, no consta que sean «fieles cumplidores» de los muchos preceptos judíos, ni forman parte de ninguna de las castas político-religiosas de la época: son gente normal. De algunos sabemos que eran pescadores, o un cobrador de impuestos (mal visto y despreciado por su profesión). De otros no sabenos gran cosa. No era lo habitual que el Rabino eligiese a sus discípulos. Era justamente al revés. Y además Jesús les invita a seguirle sin explicaciones, sin proyecto (bueno: ser «pescadores de hombres», pero seguramente no lo entendieron mucho de momento), sin promesas… y sin excusas, en exclusividad (dejando redes, mostradores de impuestos…). No busca «seguidores» a tiempo parcial, ni quiere que los trabajos, la familia, etc estorben en su seguimiento. Se trata de «estar con él» como prioridad absoluta.

Poco antes de estas llamadas, y como un eco de la predicación de Juan Bautista, proclama: «Convertíos y creed en el Evangelio». Pero es un eco y un tono diferente al del Precursor: Está encabezado por una Buena Noticia (=Evangelio) de Dios, no hay asomo de amenazas (como las de Juan o de Jonás, por ejemplo: la ciudad será destruida…). Se trata de que Dios (su Reino) está cerca y eso despierta la esperanza, las expectativas, la alegría, el consuelo de las gentes, sobre todo de los que están peor.

Esa cercanía de Dios no está «atada» a un lugar, ni a unas prácticas religiosas, ni a una doctrina, ni tiene más condiciones que «creer» en esa presencia cercana y bondadosa de Dios. Jesús aquí no reprocha ni menciona el pecado o el arrepentimiento. Su llamada a la conversión significa y supone un cambio de mentalidad, capaz de abrirse a la novedad que Jesús trae con su presencia y su Evangelio. Es lo mismo que le decía a Nicodemo: «hay que nacer de nuevo», hay que hacer limpieza mental y vital de muchas cosas que se han aprendido y bloquean o condicionan o limitan el auténtico encuentro con Dios. Precisamente los que no quisieron cambiar su mentalidad, para seguir con lo de siempre y como siempre y defenderlo y protegerlo a toda costa… serán precisamente los que le lleven a la cruz.

En cuanto al «acento» y contenido principal de su misión es la preocupación primordial de su Padre Dios por el hombre. Y habrá de ser la preocupación y tarea principal de sus seguidores de entonces y de todos los tiempos: los hombres, ser «pescadores de hombres». Buscar las «ovejas perdidas», acoger a los «hijos pródigos», poner la tierra patas arriba hasta que aparezca la moneda que se perdió. Por tanto, su Evangelio no será una colección de doctrinas, ni ritos, ni prácticas, ni… ¡Será la «cercanía», «acercarse» en el nombre de Dios al que tiene hambre, sed, falta de justicia, está desnudo, enfermo, el marginado, el que no tiene derechos…! Esta es la Buena Noticia. Esto es lo que Jesús «hará», del verbo «hacer», acompañado por sus palabras: buscar, perdonar, sanar, bendecir… Y el grupo de discípulos que le acompañan tendrán que «visibilizar» con sus hechos, actitudes, prioridades y palabras («ved cómo se aman») la propuesta de vida de Jesús.

Pues… nada más (¡y nada menos!). Ahora se trata de ver qué me dice personalmente esta palabra en estos momentos de mi vida: orarla, aceptarla, asumirla en la propia vida y… caminar con otros por las nuevas Galileas.

Evangelio 2° domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,35-42):

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: «Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

Palabra del Señor

DISCERNIR LAS LLAMADAS DE DIOS

Vaya por delante que la reflexión que sigue no se refiere exclusivamente a los jóvenes, ni sólo a una «vocación» o estado de vida. Se refiere a todas las llamadas del Señor, en todos los momentos de la vida, y probablemente no sólo «una vez».

La primera lectura nos presenta al joven Samuel, y esa «inquietud» interior que Dios le hace sentir varias veces, hasta que consigue de él la respuesta deseada.

Está en el Templo, al ladito mismo de Dios, «donde estaba el arca de Dios». Como si dijéramos «pegado al Sagrario». Habrá dado mil vueltas por los alrededores del arca. Habrá estado presenciando muchas ceremonias en el Santuario, y habrá visto a muchas personas orando en aquel lugar sagrado… Pero él «NO CONOCÍA TODAVÍA AL SEÑOR, porque no le había sido revelada su Palabra».

Es sorprendente que este joven, que habría servido ya varios años en el Templo, no conociera todavía al Señor. Sus padres lo habían consagrado al servicio del Templo, agradecidos a Dios por ese hijo por el que tanto habían suspirado. En el lenguaje bíblico «conocer» indica una experiencia íntima, un abandono convencido e incondicional en los brazos de la persona amada (y también de Dios), así que no es tan extraño que Samuel, aun sirviendo en el templo del Señor, no hubiera tenido todavía esa experiencia personal e íntima, y por tanto no le hubiera dado su plena adhesión, su completa disponibilidad para colaborar en la obra de la salvación.

Y la razón de esta carencia está en que «desconoce» su Palabra. Lo cual puede significar dos cosas: Que todavía no le suena, no la ha leído, no la ha escuchado, no le ha prestado atención… … O bien, que no ha descubierto que esa Palabra «tiene que ver con él», que le afecta, que está «viva».

Pongamos un ejemplo: Es como si nosotros, al escuchar hoy esta primera lectura, hubiéramos pensado: ¡mira qué cosas pasaron hacen miles de años! ¡Mira qué experiencia tan curiosa tuvo el bueno de Samuel! ¡Hoy no pasan estas cosas! Nadie oye las «voces» del Señor. Pero si la Biblia ha conservado esta experiencia es para iluminarnos, para ayudarnos a interpretar nuestras propias vivencias. No se trata de un caso aislado. En esta «historia» se está hablando de ti y de mí. Y por eso hemos dicho después de leerla: «Palabra de Dios»: Dios nos ha hablado, hemos «oído» su voz. Pero quizá nos ocurra como a Samuel: no hemos sabido entenderla, no nos hemos sentido aludidos…

Samuel está escuchando una llamada, y no ha descubierto todavía que esa llamada proviene de Dios… y se dirige a lugares equivocados y a personas equivocadas. No vayamos a pensar que Samuel realmente estuviera «oyendo voces» de Dios. El Autor Sagrado está intentando describir o «escenificar» una experiencia interior, personal… que nadie más podría «oír».

Cuando tú estás en silencio en medio de la noche, o en cualquier lugar recogido, sin distracciones, en la presencia de Dios, repasando lo que has visto, oído, sentido, al cabo del día… puedes «ver» con cierta claridad que «te falta algo», que no estás tranquilo, que no te sientes satisfecho, que tienes que hacer algún cambio, tomar una decisión, dar algún paso concreto, que tienes que responder a una petición, que estás inquieto… Te pasa como a Samuel. Y como le pasó a Andrés o Pedro: Necesitaban y esperaban algo más, distinto de lo que hacían o tenían. No es Juan Bautista, ni se trata de conformarte echando las redes en el mar de Galilea, como siempre, ni es acudir al Templo… Pero ellos sí que acertaron con la persona y lugar adecuados.

Cada cual podría analizar dónde está yendo para dar respuesta a esas llamadas interiores. Porque tal vez nos podamos estar confundiendo de personas, de sitio, de ocupación… Y Dios nos hace «notar» que quiere de mí otra cosa…

Samuel no es capaz de reconocer o encontrar por sí mismo al Señor. Tampoco Andrés y el discípulo amado son capaces por su cuenta de descubrir quién es el verdadero y único Maestro. Necesitan «guías» o mediadores que hayan tenido esa experiencia. Personas que orienten sus pasos por caminos que ellos han recorrido antes y siguen recorriendo todavía. En una palabra: Maestros de vida, personas con «experiencia de Dios». Así Elí enseñará a Samuel la actitud de disponibilidad y el modo de escuchar la Palabra que está «oyendo». Y Juan Bautista invitará a dos de sus discípulos a marcharse de su lado para que «convivan» con el Señor al menos durante un día. Hace falta, por tanto, salir de la comodidad de «la cama», de mi barca y mis redes, de mi «grupo de siempre», de mis costumbres y mis oraciones de siempre… para encontrarse con el Señor… donde el Señor está, donde Él «vive», donde él va, con los que él prefiere estar.

Los llamados, los que ya han tenido la experiencia de «conocer» aunque sólo sea un poquito más, se convierten en «llamadores». Esa ha sido la tarea de Elías, de Juan Bautista, y de los dos primeros discípulos de Jesús: «Hemos encontrado al Mesías»… y llevaron (a Pedro en este caso) hasta Jesús. Ellos han sido los responsables de que otros se encuentren con Dios y le respondan.

Por eso es indispensable que todo cristiano hable y comparta con otros hermanos su experiencia de haber encontrado al Mesías, de haber pasado «todo un día con él», de haber escuchado su llamada, de haber tenido que hacer sus renuncias para hacer posible el encuentro, de haber sentido cómo puso en él su mirada para encomendarle alguna tarea…

Por último: Quiero subrayar que Dios Padre y su Hijo Jesucristo «necesitan» siempre de colaboradores a tiempo pleno para sacar adelante su proyecto de vida. Ni el Padre ni el Hijo hacen las cosas ellos solos, y por eso derraman continuamente su Espíritu en nuestros corazones. Cuando hay tanto que hacer en la Iglesia y en el mundo, y cuando hay tantas cosas que no se hacen… ¿no será que no estamos escuchando la Palabra, que no acudimos a algún maestro de vida, que no nos levantamos «de la cama», que no salimos de nuestras redes, que no damos la respuesta adecuada a nuestras inquietudes interiores…? Cada oración que dirigimos a Dios pidiéndole algo, tiene que ir acompañada necesariamente de otra oración: «Habla, Señor, que tu hijo escucha», «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad…». Porque orar no es esperar que Dios arregle nuestras cosas, sino ponernos en sus manos para que Él pueda arreglarlas.

Evangelio Festividad del Bautismo del Señor

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,7-11):

En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»

Palabra del Señor

¿BAUTIZADOS, O PASADOS POR AGUA?

Cuando yo era un crío, de vez en cuando, nos preparaba mi madre para cenar “huevos pasados por agua”. Esto es: un huevo que no está ni crudo ni cocido. Que ha estado en agua hirviendo, sin terminar de cocerse. No era mucho de mi agrado la receta. Y siempre le preguntaba a mi madre por qué no lo cocía del todo, por qué lo dejaba medio crudo. Y siempre me decía: porque esto no es un huevo duro, sino un huevo pasado por agua.

¿Qué a qué viene esto de los huevos pasados por agua? Pues a que “bautizarse” significa literalmente “sumergirse”, hundirse en el agua -como si uno se ahogara o muriera-, «cocerse» al calor del Espíritu, para, al salir, aparecer como una persona nueva, como un “hombre nuevo”, como un “resucitado”. Bautizarse es dejar que el agua y el Espíritu me transformen profundamente por dentro. Mejor dicho: me vayan transformando con el paso del tiempo, porque es todo un proceso existencial. No ocurre todo de golpe, y el bautizado tiene que poner también algo de su parte (como también la Comunidad Cristiana que le acoge).

El Bautismo de Juan era un poco como «pasar por agua»: significaba «reconocerse pecadores», y el «deseo de cambiar de vida». Era un «bautismo de conversión para el perdón de los pecados», de apertura al futuro Mesías que estaba por llegar. Pero la cosa no iba mucho más allá: no recibían el perdón de los pecados por el hecho de bautizarse, era una actitud nada más, un signo. Por eso el bautismo que recibe Jesús y el bautismo cristiano son profundamente distintos. El Bautismo cristiano está relacionado con la Pascua de Jesús y el envío de su Espíritu, con la incorporación a la Comunidad eclesial. No nos bautizamos «imitando» el ejemplo de Jesús, sino participando de la transformación que conlleva su Paso/Pascua hacia el hombre nuevo resucitado.

¿No habremos estado fomentando en nuestra Iglesia muchos cristianos en plan “pasados por agua”? Cristianos más bien «blanditos» y frágiles, que se «cascan» como un huevo medio crudo, y se desparraman con toda facilidad, cuando se presentan las primeras dificultades? ¿Por qué hay tantos bautizados que no viven su fe, que no se les nota en su vida nada expresamente cristiano, evangélico? Incluso han abandonado la fe, y su vida sigue adelante sin nostalgias. Eso de «creer» no les aportaba nada esencial ni necesario.

Un cierto número de padres (aunque ellos mismos fueran bautizados en su momento), optan por retrasar o prescindir del bautismo de sus hijos. ¿Razones? Pues no es raro que te digan, por ejemplo, que no quieren «imponerle» al niño su fe… que es mejor que lo elija por sí mismo cuando sea mayor… Esta «justificación» me parece un poco «falaz»: si fueran del todo coherentes con ella… tendrían que abstenerse también de decidir si lo llevan a un colegio bilingüe o no, para no imponerle otro idioma. O tendrían que renunciar a tener más hijos, para no «imponerle» al que ya tienen otros hermanos. Ni debieran elegir llevarle a un centro público, o concertado o en el extranjero… hasta que la criatura pueda decidir por sí misma. Como tampoco debieran «imponerle» ninguno de su valores o tradiciones familiares, o…

Porque un niño no vive su crecimiento personal de una forma neutra, indiferente, sin ninguna influencia. Es imposible. Su vida no es una página que pueda permanecer en blanco hasta que tenga la capacidad de decidir por sí mismo, porque las personas con las cuáles convive, la familia, las distintas instituciones sociales y los ambientes van dejando sus huellas en él. Pretender que el niño crezca al margen de toda influencia y después que él libremente escoja es muy ingenuo. “Si no enseñamos a nuestros hijos a seguir a Jesús, el mundo les enseñará a no hacerlo.” Hay también problemas teológicos: eso del pecado original, y de que el niño «necesite» ser limpiado de tal pecado… O si bautizarles les hace más hijos de Dios que los que no están bautizados… No vamos a entrar aquí en estos asuntos, porque sería muy largo para nuestra reflexión.

Pero lo cierto es que los padres eligen mil cosas en nombre de sus hijos, todas aquellas que les parecen las mejores para ellos, porque los aman incondicionalmente. Si la fe cristiana es relevante para ellos y afecta a sus opciones y estilo de vida… querrán que sus hijos también la compartan. Es importante y bello que, cuando unos padres reciben el regalo de una vida que cuidar, acompañar y educar, cuenten con la bendición de Dios. Y en el Bautismo piden que Dios Padre bendiga a su hijo. Esto no hace nunca mal a nadie. Y a la vez, reconocen que esa vida les llega de Dios, que no les pertenece, que no lo quieren «formar» a su capricho, o consentir que la sociedad los forme según sus intereses, sino «como Dios quiere», con todos los valores y criterios que le ayudarán a ser una persona madura, solidaria, profunda, fuerte ante las dificultades…

En el Evangelio, el Padre Dios proclama públicamente: «Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco», desde siempre y para siempre. Y derrama sobre él todo el poder de su Espíritu, haciéndole su Templo, su consagrado, su Mesías. Algo similar ocurre con nuestro Bautismo, y los padres habrán de ocuparse (junto con la Comunidad cristiana, claro) en irle mostrando cada día lo que eso significa, hasta que sea capaz de experimentarlo por sí mismo. Todo niño es hijo de Dios, -bautizado o no-, pero quien ha sido bautizado (y no pasado por agua) podrá conocer a su Padre del cielo, sentir su amor, su guía, su fuerza y vivir cada día con Él y para Él…

«Ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo supone encontrarse con Dios y sabernos acogidos por él en medio de la soledad; sentirnos consolados en el dolor y la depresión; reconocernos perdonados del pecado y la mediocridad; sentirnos fortalecidos en la impotencia y caducidad; vernos impulsados a amar y crear vida en medio de la fragilidad. ¿Para qué ser bautizados/tener fe? Para vivir la vida con más plenitud, para vivir incluso los acontecimientos más sencillos e insignificantes con más profundidad. Para atrevemos a ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito; para defender nuestra libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo; para permanecer abiertos al amor, la verdad, la ternura que hay en nosotros. Para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en la vida». (René Cesa Cantón)

¡Qué sencillo y breve lo ha descrito Pedro, al resumir la vida de Jesús!: «Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, porque Dios estaba con él». Y esto ni mucho menos sobra en nuestro mundo de hoy. Más bien es urgente y necesario. Y el Señor puede seguir haciéndolo con ayuda de sus discípulos, como instrumentos suyos, siempre que en vez de estar «pasados por agua», estemos cocidos y empapados por el Fuego del Espíritu del Resucitado. Está muy bien que los bautizados comencemos el año reanimando, profundizando y dando mayor testimonio de lo que somos: Los Hijos amados de Dios, que hemos recibido también su Espíritu para pasar por esta vida haciendo el bien.

Festividad del Dulce Nombre de Jesús

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor

DIOS, SILENCIO Y PALABRA

Al escuchar el Evangelio de hoy, puede presentarse un extraño sentimiento: no coincide demasiado nuestra experiencia con lo que allí leemos. Parece más frecuente entre nosotros la experiencia de que Dios es sobre todo SILENCIO. ¡Y cómo duele ese silencio! ¿Por qué calla Dios? ¿Por qué en medio de estos momentos oscuros no sentimos su presencia? Le dirigimos nuestras plegarias, muy justas, muy meditadas, desde nuestra necesidad más profunda y dolida… y no parece haber respuesta. Llegamos a sospechar si la oración no será «estar hablando con nosotros mismos».

Hay tantos gritos humanos que se lanzan al cielo, que no parecen capaces de atravesar las nubes. ¿Por qué aparentemente no llegan a su destino? ¿Qué dice Dios cuando el ejército de un país, un gobierno, organiza una matanza de persones inocentes, a veces muchísimas? ¿Qué dice Dios cuando hay unos pocos hombres que viven muy bien, y que controlan la mayoría de las riquezas de la tierra, mientras una inmensa mayoría se muere de hambre o de enfermedades controlables por la Medicina desde hace ya mucho tiempo? ¿Qué dice, y qué hace Dios cuando una riada o un mar enfurecido se lleva tantas vidas por delante? ¿Qué dice Dios cuando algunos hombres se toman la libertad de pegar un tiro en la nuca, o poner explosivos a otros hombres para defender supuestos derechos y reivindicaciones? Hay muchos gritos que piden justicia, clemencia o libertad, o simplemente el derecho a vivir. ¿No podría decir algo?

No sé: Podría mandar un portavoz, un ángel, un profeta, un santo… como parece que hacía en otros tiempos. O podría dar un aviso, incluso un susto, a los tiranos, criminales y explotadores, que salvara a los inocentes… Algo que todos entendieran. Que se dejara de supuestos «mensajes marianos» a personas devotas, incultas e irrelevantes, y se hiciera presente en los Centros de Poder, en los Medios de Comunicación…

ESTO ES LO QUE PARECEN SENTIR EN EL CORAZÓN MUCHOS HOMBRES DE HOY, CREYENTES Y MÁS AÚN NO CREYENTES, que quizá perdieron su fe ante el terrible silencio de Dios. No nos llega la Palabra de Dios. Las cosas siguen como siempre, sobre todo para los más débiles. ¡Qué mudo permanece Dios, si es que existe!

LA PALABRA SE HIZO CARNE

Y la Biblia, en cambio, no se cansa de proclamar que Dios es PALABRA. Claro, que su Palabra no es apabullante, terrible, estruendosa, como a veces nos imaginamos o nos gustaría. Pero es viva y eficaz. Así comienza el libro del Génesis: «Y dijo Dios». Un Dios que crea «hablando». Y fue la naturaleza, fue la vida, fue la luz… Cada criatura lleva su huella: si escucháramos a la luz, a la evolución, a los planetas, a las plantas y animales, podríamos descubrir al hermano sol, la hermana agua, el hermano fuego, la hermane noche, y hasta la muerte sería «hermana muerte»…

Y al mismo tiempo, cada vez que los hombres extinguimos la vida, destruimos o no respetamos la naturaleza, y ésta se revuelve, se agita… ¡Dios nos está hablando! La tierra nos la dio para cuidarla, para mejorarla, protegerla. Y la propia Naturaleza y muchos hombres, en su nombre, la cuidan…. o también protestan y denuncian y se quejan: ÉSTA ES LA VOZ DE DIOS.

¡Pero nos es difícil escucharla! Porque la palabra y la Palabra sólo se perciben bien en la escucha silenciosa y atenta. Y resulta que se nos ha olvidado el silencio y la contemplación. Tenemos demasiados ruidos en el corazón y en la cabeza, y alrededor. ¿Por qué prestamos atención a tantos charlatanes (periodistas, actores, políticos, presentadores, famosillos, y cantantes… cuando opinan sobre lo que desconocen absolutamente, la pandemia, por ejemplo….?). ¿Quién tiene interés en ponerles delante un micrófono o una cámara para multiplicar y difundir sua ruido?… ¿Como podremos distinguir entonces las Palabras de Vida que necesitamos?

Leyendo el Evangelio de hoy, nos enteramos que desde que la Palabra se hizo carne, hombre… el HOMBRE ES LA VOZ DE DIOS. Que podemos y debemos buscar a Dios en la carne, en la fragilidad, en el ser humano.

Cuando algo se nos revuelve dentro al tener noticia de que un recién nacido o un niño, o un mujer han sido maltratados o abandonados: ÉSA ES LA VOZ DE DIOS.

Cuando nos aterrorizamos ante las matanzas de campesinos, de indígenas, de periodistas, de científicos, o los cientos de asesinatos en Argelia, Palestina o Bagdad, o Egipto, o Siria: ÉSA ES LA VOZ DE DIOS, QUE PROTESTA en nosotros.

Cuando nos enteramos de la violencia que ocurre dentro de algunas familias, las mujeres maltratadas, los abuelos no atendidos o descartados por los triajes de los políticos, los niños que son manipulados, explotados, prostituidos, ignorados… y algo se nos rebela por dentro… ESTAMOS OYENDO LA VOZ DE DIOS

Cuando vemos los carteles de Manos Unidas, cuando la prensa nos trae noticias de lo que están haciendo muchos voluntarios de ONGs en tantos rincones del mundo… ÉSTA ES LA VOZ DE DIOS que nos llama a la acción y al compromiso

Cuando notamos dentro un impulso fuerte para que prestemos atención a los pobres, a los oprimidos, a los que no tienen ciertos derechos, pedimos justicia e igualdad en la distribución de vacunas, de recursos… TODOS ELLOS SON LA VOZ DE DIOS esperando de nosotros una respuesta.

¡Pero tal vez no las oigamos, o no queramos oírlas, o pensamos que no va con nosotros, que no podemos hacer nada…!

Si el hombre siente dentro que su vida es muy superficial, que necesita otras cosas, que hay un vacío dentro, que a base de tener, poder, ser admirado y reconocido… no se siente feliz… Es Dios que le advierte.

Si tú mismo escuchas dentro una voz que te dice que tienes que crecer, que tienes que perdonar, compartir, servir, ser generoso, ayudar a alguien… TU CONCIENCIA QUE TE INVITA A SER MEJOR, A CRECER, A MADURAR… ES LA VOZ DE DIOS, que quiere la felicidad del hombre, de todo hombre, de cada hombre. Ya lo han dicho muchos santos y teólogos: Dios habla desde lo más profundo de mi ser (conciencia).

PARA QUE QUEDE MÁS CLARO: Si la Palabra de Dios se hizo hombre en un establo,… Cada pobre que nace en las afueras de la sociedad, en la marginación: ahí está Dios reclamando nuestra atención. Si Jesús de Nazareth tuvo que huir de su tierra e Egipto para salvar su vida.. LA VOZ DE CADA EMIGRANTE necesitado es la voz de Dios. Si al poco de nacer Jesús, un Herodes organiza una matanza de niños inocentes: SON LAS VOCES QUE QUIEREN AHOGAR LA VOZ DE DIOS, y consecuencia de las cuales el propio HIJO DE DIOS caerá víctima en una cruz.

Dios habla desde la profundidad del alma: Él es la Vida que quiere que crezca.

Habla desde el hambre de justicia: quiere que todos sus hijos sean tratados con equidad.

Habla desde la Libertad : nos quiere libres de toda cadena.

Habla en los momentos duros y difíciles, sosteniendo: es el Dios de la Esperanza y la fortaleza.

Habla desde el mal superado: es santidad.

Habla desde la belleza que estremece y enamora: es Creador.

Habla desde el equilibrio y la serenidad: es Paz y busca nuestra paz.

Habla desde el corazón que se entrega porque Dios es Amor.

No, no es que Dios no responda a nuestras oraciones, no es que sea un Dios mudo: es que Dios mismo clama (¡a veces a gritos!) con nosotros y dentro de nosotros. Dios suplicante en nuestra carne herida. Y Él mismo espera y necesita que le escuchemos. Desde aquella noche de Navidad, somos hermanos del Dios Palabra que se encarnó entre nosotros. Aprendamos a escucharle y seamos su Voz y la de los que no tienen voz HOY.

Evangelio Festividad de la Sagrada Familia

Lectura del Santo Evangelio según san Lucas (2,22-40):

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor»), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor

«SAGRADA» FAMILIA

No resulta fácil hablar hoy sobre la «familia», con tantas susceptibilidades, tantos modelos diferentes, tantas experiencias distintas, y no todas positivas… Pero ya sabemos que «donde hay amor allí está Dios». Y si le ponemos por delante el adjetivo «sagrada», aún es más difícil. Salvo días como hoy, es poco frecuente que los predicadores tengamos en cuenta la familia, el matrimonio, y tantos aspectos que forman parte de ella. Sin embargo, la realidad familiar (sea la que sea) forma parte de la experiencia de todos y cada uno de los seres humanos, y también de los creyentes.

Creo que hoy es día sobre todo para animar, acompañar, y rezar por todas las familias, y dejar a un lado juicios sobre los distintos «estilos» familiares, y mensajes apocalípticos sobre la crisis familiar, etc.

Estos días navideños son, por definición, «familiares». Es evidente el esfuerzo de encontrarse juntos alrededor de una mesa, o visitar, o llamar por teléfono o videoconferencia, o hacer unos regalos… ¡Qué  mal rollo que el coranavirus haya condicionado y limitado tanto estos encuentros!

No obstante, también son días en los que afloran las dificultades y conflictos, latentes o disimuladas en otros momentos del año. Porque, una vez que estamos juntos ¿qué? ¿de qué hablamos? ¿qué tenemos que decirnos? ¿cómo hacemos para no tocar ciertos temas y que no salten chispas? Son días en que se hace más visible el sufrimiento de las familias que se han roto, y «toca» que los hijos se repartan entre el padre y la madre. Son días en que recordamos con tristeza a los que ya no están. Y son días en que aquellos que no tienen a su familia cerca, por la razón que sea, se sienten especialmente solos.

Es verdad que no todo es sufrimiento, y que, cuando una familia se lleva bien, es una de las mayores fuentes de gozo, equilibrio, seguridad, ternura… etc. Pero ¿y qué pasa cuando las cosas no han resultado bien? ¿No hay derecho a rehacerse, a intentar curar las heridas y buscar la estabilidad por otros caminos?

Cuando tratamos el tema de la educación de los hijos, más de un padre/madre pregunta: «¿Por qué no vendrán los niños a este mundo con un manual de instrucciones debajo del brazo?». Unas veces por exceso, y otras por defecto, no es rara la sensación de muchos padres de no estar haciéndolo bien, o de darse cuenta demasiado tarde, o de sentirse culpables, o de desentenderse porque «es muy difícil»…

¿Qué pueden aportarnos las lecturas de hoy para este tema de la convivencia familiar?

Empecemos diciendo que los evangelios nunca llaman «sagrada» a la familia de Jesús ni a ninguna otra. Por otro lado, llama la atención que en boca de Jesús nunca aparecen las palabras «padre» o «madre» para dirigirse a José o a María, ni «hermano» para referirse a sus parientes cercanos, como era costumbre en la cultura judía. Jesús sólo llama «padre» a Dios.  Y expresamente pide a sus discípulos que a nadie llamen Padre sino a Dios. En cuanto a su madre, sólo se refiere a ella como madre desde lo alto de la cruz , para encargarle al discípulo amado que la cuide. En cuanto al nombre de «hermano» lo reserva para los discípulos, que deben tratarse así entre sí: «Si te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti», «entre vosotros, todos sois hermanos», «¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Los que escuchan mi Palabra y la cumplen…

Es el modo de decirnos que la «familia» verdadera, la cristiana, la suya, es mucho más grande que la que viene por los lazos de la carne y la sangre. Por tanto, la «familia» tiene que salir de sí misma para poner «calor de hogar» en este mundo tan poco hogareño. Y que, por lo tanto, no entró en su proyecto hacer de la propia familia una especia de fortaleza, burbuja o refugio para tiempos difíciles: Nosotros, y los nuestros, aquellos con los que nos llevamos bien y no nos dan problemas… «Si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de extraordinario?». Sus discípulos estamos llamados a multiplicar los padres, las madres, los hermanos, los abuelos en nuestro entorno cristiano y social. Se trata de que se extiendan y triunfen los vínculos del amor, todas esas cosas que forman parte de la convivencia familiar: el diálogo, la acogida, el perdón, el servicio, los detalles, el sacrificio, etc. Dentro y fuera de casa

En segundo lugar, sí podemos considera y llamar«sagrada» a una familia cuando está consagrada a Dios. Es decir: cuando en ella está muy presente Dios, cuando contamos con Él en los problemas y decisiones de cada día… La oración, la escucha de la Palabra, el diálogo buscando juntos la voluntad de Dios es ago indispensable en toda familia que quiera llamarse cristiana, el perdón mutuo. Probablemente los pastores de la Iglesia no hemos puesto muchas energías en enseñar y acompañar todo esto. Pero también es cierto que no pocas familias consideran que basta con estar juntos, vivir bajo el mismo techo, y comer de la misma nevera, y juntos cuando se pueda. ¡Qué fundamentales son los grupos de matrimonios que reflexionan, comparten y aprenden juntos a partir de sus experiencias! Probablemente en la parroquia los tenéis, o podéis proponer que se pongan en marcha.

En tercer lugar, las lecturas nos subrayan que los hijos no son propiedad de los padres. Lo de «presentarlos» a Dios (algo «parecido» a nuestros Bautismos) era la manera que Israel tenía de subrayar el infinito respeto que se merecen. Los hijos no están llamados a ser «imagen y semejanza» de sus padres, ni a cubrir ausencias afectivas cuando faltan otras personas al lado. Aunque también hay que afirmar que los hijos no son quiénes para interferir en la vida de sus padres, tenerlos a su completa disposición, y exigirles a veces cosas que no les corresponden.

Los padres tienen encomendada una «tarea sagrada»: ayudarles a conocer y a vivir a Dios, a servirle. Los hijos tienen que crecer y robustecerse (como decía el Evangelio respecto a Jesús), pero también «en sabiduría y en gracia». Esta «sabiduría» de la que habla la Escritura se refiere a la sabiduría de aprender de la vida y aprender a enfrentarse personalmente con las dificultades y retos que va planteando la vida. Una sabiduría existencial.

Para terminar: los cristianos (como personas, como comunidades y como Iglesia) tenemos que apoyar a las familias (sea cual sea el modelo que elijan), dar comprensión cuando aparezcan las dificultades, abrir caminos, acoger… y hacer menos juicios e imposiciones. Tomarnos todos mucho más en serio esto de «construir» familia, y también la gran Familia de la Iglesia. Ccomo dice un proverbio africano: «Para educar a un niño hace falta la tribu entera».

Evangelio 4° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

TE NECESITO


A base de haber escuchado tantas veces este relato, tenemos un riesgo: podemos haber perdido la capacidad de ASOMBRO.

Escribía Martín Descalzo:

Creo que, si tuviera que definir la Navidad con sólo dos palabras, elegiría, sin dudar, éstas: Alegría y Asombro. Y, si tuviera que hacerlo con una sola, me quedaría con la segunda de las dos: Asombro. Asombro, porque lo que en ese día ocurre es algo tan desconcertante (eso de que Dios baje a ser uno de nosotros), que sólo porque Él mismo lo ha revelado podemos creerlo. De otro modo lo juzgaríamos como una fábula hermosa, pero imposible.

En esta escena casi nada de lo que ocurre es esperable, lógico, razonable. Hemos repetido tantas veces que Dios es «Todopoderoso» (tantas veces en la propia liturgia…), que Dios es totalmente libre y que no se deja condicionar por nadie… (y es verdad, sí). Ese Dios de Palabra tan poderosa y eficaz que creó todo de la nada a golpes de «hágase», ese Dios tan inalcanzable por el hombre en todos los sentidos, y cuyo nombre ni se atrevían siquiera a pronunciar los judíos y ante el que había que cubrirse el rostro, por muy amigo de Dios que uno fuese… Ése Dios, digo, se presenta humildemente -por medio de un Mensajero- necesitado, y pidiendo permiso y colaboración ¡a una mujer, perfectamente desconocida hasta ese momento, y nadie importante!

Se acerca para decirle:

«Tengo necesidad de ti, de tu persona». «Tengo necesidad de tu entrega y colaboración para mis planes»
«Necesito que me des permiso, si te parece bien. No quisiera avasallar, ni quiero quebrar lo sagrado de tu libertad,
pero vengo a rogarte que colabores conmigo, me haces falta,
he pensado en ti -desde hace tanto tiempo, desde el Edén- para mis planes».

No fue la única vez en la historia en la que Dios solicitó la colaboración del hombre. Pero seguramente no se encontró nunca un sí tan limpio y confiado. Y tampoco fue la última vez en acercarse Dios a los hombres para dirigirnos una Palabra que dé sentido y plenitud a nuestra existencia. Debiéramos caer en la cuenta de que, a menudo, cuando andamos pidiendo lo que sea a Dios… Dios recibe nuestro encargo y a continuación nos pide que le echemos una mano para que pueda cumplirse. Es un «todopoderoso» a la vez «TODONECESITADO». Sin embargo tendemos a «encargárselo» todo a Él… Probablemente por ello, más de una vez, la petición no termina como esperábamos.

En la noche de Navidad, en una cueva, se presentará totalmente necesitado de todo, como niño pequeño y como niño pobre y frágil. Poco «todopoderoso» parece el niño de Belén. A no ser que pensemos en el enorme «poder» del Amor que en Belén se manifiesta de forma radiante.

Pues eso: ¡Yo estoy en los planes de Dios! Yo estoy en el plan de salvación de Dios, formo parte (o puedo formar parte) de su proyecto. Yo, que no soy nadie importante, y ando metido en mis cosas cotidianas, a veces un poco perdido por ahí, resulta que el Señor también ha puesto en mí sus ojos amantes… Primero me quiere desde siempre, y me ha llenado de gracia. Y luego Dios tiene necesidad de mí, si yo quiero, si me dejo, si me pongo a tiro. ¡¡Increíble!! ¡Asombroso! ¡Inesperado!

Repasa un poco tu propia experiencia personal: Alguien te necesita, te busca y te lo dice. ¿No te sientes halagado e incluso sorprendido cuando esto te ocurre? Ese alguien ha pensado en ti, prefiere contar contigo y te muestra su necesidad, su fragilidad, y confía en una respuesta positiva tuya. Pero si además se trata de que alguien te necesita «para ser y para hacer su plan de ser más persona», para crecer, para madurar, para salir adelante, para ser ella misma… ¡Vaya honor, y sobre todo, menuda responsabilidad!

Todas las personas nos necesitamos mutuamente y nos ayudamos a salir adelante. Y a Dios le pasa algo parecido: necesita de las personas para llevar adelante sus proyectos. Y te necesita también a ti, como necesitó a María. Dios te necesita para hacerse de nuevo presente, para encarnarse, para mostrarse a los demás. Dios te hace importante: eres necesario porque Dios te quiere, porque ha puesto sus ojos en ti.

María escucha a Dios en la voz del «enviado» y en su santuario interior siente «la fuerza de Dios» (Gabriel) que necesitará para disipar dudas y temores, y ponerse a ello. Por eso, María, visitada por Dios, le responde: «Hágase en mí tu plan». Es decir: «Te dejo entrar en mi vida y que dispongas de ella». Ella seguirá siendo «esclava», «pequeña», «del Señor».

– Yo haré lo que pueda y sepa

Y Dios acepta habitarla, inundarla, llenarla de gracias, de novedad, de Vida, de Verbo, de lo mejor de sí mismo: su Hijo. Dios está con ella. Como está contigo. Y el plan de María ya es el plan de «lo que Dios quiera», un plan que tendrá que ir descubriendo en sus detalles. Será una aventura. No está todo resuelto. Habrá dificultades y desconciertos. Pero «No tengas miedo». Dios no la dejará sola mientras siga siendo la «esclava del Señor».

Hoy, como ayer, Dios necesita de mí para sus planes de salvación. Hoy, como ayer, sigue enviando sus ángeles. Hoy, como ayer, necesita personas decididas y confiadas. Algo se quedaría sin hacer si no le das tu «sí» a Dios. Sin tu «sí» se hace mucho más difícil la Navidad.

Evangelio 3° Domingo de Adviento

DOMINGO DE GAUDETE

Lecturas del santo evangelio según san Juan (1,6-8.19-28):

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
El dijo: «No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor», como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Palabra del Señor

ESTAD ALEGRES,
PORQUE EL SEÑOR ESTÁ CERCA

Cuando nos dirigimos a Dios nos ponemos muy, pero que muy serios. ¿Por qué será? En nuestras iglesias no está bien visto saludar, hablar y reírse. En las homilías se riñe mucho. Nuestras celebraciones a menudo son distantes, serias, frías. A algunos les da pereza cantar, dar la mano, sonreír abiertamente. Hasta la palabra «celebración» resulta un poco rara si las comparamos con las «celebraciones» que tenemos por ahí fuera. Y a Dios le pintamos muy solemne, a Cristo paciente, a los ángeles con la cara estirada…¿Es que Dios no sabe reír? ¿Es que a Cristo sólo le tocó sufrir? ¿Es que sólo se puede ser santo a base de renuncias y sacrificios? ¿Es que el placer, el gozo, la alegría, son malos? ¿Es verdad aquello de que «todo lo que me gusta es pecado o engorda?»

Hay bastantes cristianos que viven con intensidad la cuaresma, la Semana Santa, el Viernes Santo… pero luego se «apagan» cuando llega el momento cumbre de la Pascua. No es raro que aquel pensador llamado Nietzsche dijera que «no encontraba a Dios en nuestros templos porque le parecían tumbas gigantescas, y que teníamos muy poca cara de salvados. Que parecía que nuestro Dios estaba viejo, agonizante, decadente». De tanto asociar a Dios con el dolor y la seriedad, resulta que nos acordamos de él sobre todo cuando algo nos duele o nos va mal. En las alegrías, pocas veces le tenemos en cuenta, si acaso cruzamos los dedos para que no nos las quite demasiado pronto.

Pero un Dios que es Amor no puede ser un Dios triste, enfadado, amargado… Es todo corazón, y un Corazón que ama y provoca amor… tiene que ser feliz. Cuando su Espíritu llega y nos invade, hace vibrar de gozo todo nuestro ser: «Alégrate, llena de gracia… porque el Espíritu descenderá sobre ti»…

¿No fueron invitados a la alegría los pastores de Belén al recibir la Buena Noticia? ¿No daba saltos de alegría el niño Bautista – aún el seno de Isabel- al recibir la visita de la Virgen?¿No estallaron en cánticos alegres los ángeles de Belén?

El Adviento es un tiempo que nos invita a recuperar y profundizar la alegría. La profunda, la auténtica. Pero al vernos rodeados de tanto Papá Noel con su«jojojó», al recibir tantos deseos de felicidad, al escuchar tantos villancicos enlatados (cada vez más en inglés), al rodearnos de tantas lucecitas de colores, al consumir tantísimo champán y vinos… uno sospecha que andamos escasos de esa sincera y profunda alegría. Y que la confundimos con otras cosas.

No recuerdo quién escribió que «el hombre actual no parece acertar con el camino que conduzca a una vida feliz; y el cristianismo, por su parte, no acierta a presentar a Dios como amigo de la felicidad humana y fuente de vida sana e integral». Y también que: «Todos los crímenes, todos los odios, todas las guerras, pueden reducirse a la infelicidad».

Especialmente en este tiempo que vivimos parece que la tristeza y el desánimo lo envuelven todo. Pues podemos y debemos encontrar y aprovechar y provocar muchas PEQUEÑAS OCASIONES que nos alegren el corazón:

– La alegría de enamorarse. Si Dios es amor… está ahí en medio, acompañando la alegría de los que se aman.

– Disfrutar de tu canción favorita.

– Tumbarte en la cama a escuchar cómo llueve fuera, cómo golpea la lluvia los cristales…

– Salir de la ducha y dejarte acariciar y envolver por una toalla suave y olorosa…

– Conseguir aprobar un examen gordo, final, preparado durante tiempo.

– Una llamada inesperada de alguien que se ha acordado de ti.

– Encontrarte triste y que alguien se dé cuenta y te pregunte con interés qué te pasa.

– Tener una profunda y sabrosa conversación que te aporta algo, de esas que merecen la pena (y no son frecuentes), donde se intercambia algo más que palabras.

– Encontrarte dinero olvidado en un bolsillo o en un cajón.

– Mirarte en el espejo y reírte de ti mismo y de lo en serio que te tomas algunas cosas.

– Encontrarte a alguien que te dice que tienes buen aspecto, que estás guapo/a, que se alegra de verte.

– Enterarte de que han hablado bien de ti.

– Despertarte, mirar el reloj, y descubrir que aún te queda un ratito para dormir.

– Tener con quien darte una vuelta y tomar algo.

– Un abrazo o un beso, o una caricia, que no sea rutinario ni simple cortesía (cuando se pueda, claro).

– Hacer nuevos amigos y conservar y disfrutar de los de siempre.

– Disfrutar de una buena película, o de un concierto, o de un museo….

– Sentir cosquillas en el estómago esperando algo o a alguien.

– Ganar un juego, un premio, un sorteo…

– Sentir la satisfacción de un trabajo bien hecho…

– Contemplar felices a las personas que te importan, a las que quieres (de esto saben muchos los abuelos).

– Ir a visitar ese sitio tan especial al que hace tanto tiempo que no vas.

– La cara de alegría que ponen cuando has acertado con tu regalo.

– Gozar de un bello paisaje, un cuadro, un mensaje que alguien te ha enviado.

– Contemplar a un niño que se lo está pasando en grande o que se ríe con ganas.

– Escuchar un «te quiero», un «gracias», un «me apetece verte»…

– Beberse un buen vaso de agua fresca cuando hace calor; o gozar del calorcito de casa cuando hace tanto frío en la calle…

Son pequeñas grandes alegrías para disfrutar y para hacer disfrutar a otros. Son los mejores regalos para uno mismo y para otros en este tiempo. Y no hace falta gastarse dinero. Sólo una persona feliz puede hacer felices a otros.

Pero ¿y cuando las cosas van mal? ¿Y si hay verdaderas razones para la tristeza? ¿Y si nos falta alguien importante en nuestra vida? ¿Y si perdemos para siempre la salud? ¿Y si me parece que mi vida es un desierto reseco, que no merece mucho la pena? ¿Y si compruebo que mis manos son débiles para seguir dando, trabajando, acariciando, esperando poder recibir? ¿Y si a mis rodillas vacilantes les cuesta caminar, y tiemblan ante el peso que tienen que soportar? ¿Y si mi corazón se ha vuelto cobarde, está encogido, reseco, desconfiado, herido, fastidiado, o incluso agresivo, celoso, enrabietado, atravesado por el dolor? ¿Y si mis ojos no ven salida, si no escucho palabras que acaricien mis oídos, si no me llegan gestos de comprensión, de cariño, de consuelo…?

Sólo la fe puede venir en nuestra ayuda. Se viste entonces de esperanza, de paciencia, de confianza…

«Por el camino empinado, arenoso y estrecho, arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores (la fe y la caridad), que la llevan de la mano, va la pequeña esperanza, y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación de dejarse arrastrar como un niño que no tuviera fuerza para caminar. Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos, y la que las arrastra, y la que hace andar al mundo entero y la que le arrastra. Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña». (Charles Peguy)

Es la promesa de Dios por boca de sus profetas: el propio Dios viene a vuestro encuentro. Viene a estar con nosotros (Emmanuel), a acompañar y vencer nuestras tristezas. A este Dios le van la misericordia y la ternura. Habéis oído sus palabras: «Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor». Y me viste un traje de gala y me envuelve en un manto de triunfo. Así que «estad siempre alegres», aunque ahora os toque sufrir. Buscad razones para la alegría y la esperanza. Porque las hay. Especialmente una: El Señor está cerca, en medio de vosotros, como nos ha señalado Juan. Porque ya acampó entre nosotros y viene para que tengamos vida en abundancia. Así es siempre la presencia del Señor. Y por eso la añoramos y la pedimos: Ven, Señor…

Festividad de la Inmaculada Concepción

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1.26-38):

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

Queridos hermanos:

Hay cuatro libros bíblicos que llamamos “evangelios”; y, como es sabido, evangelio es una palabra griega que significa “Buena Noticia”. Según esto, toda la biblia debiera ser designada como “evangelio”, pues toda ella es Buena Noticia. Incluso cuando encontramos a Yahvé “disgustado” por comportamientos incorrectos de sus fieles, al final aparece un horizonte de vida y plenitud; esa perspectiva nunca cambia.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción nos ofrece un gran mensaje de vida. Como en casi todas las culturas, también en la bíblico-semita la serpiente es animal temible, venenoso, portador de muerte. Pero la descendencia de la mujer, es decir, la humanidad, los hijos de Dios, le aplastará la cabeza: el mal no es el horizonte final. Y esto por decisión de Dios mismo: es él quien establece la enemistad, la incompatibilidad entre ser sus hijos y estar sometidos a poderes de muerte.

La carta a los Efesios nos habla de ese destino deslumbrante que Dios ha diseñado para todos: “ser santos e irreprochables ante Él por el amor” para ser “alabanza de su gloria”; y para ello nos ha colmado de “toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Al proponernos esta lectura, la Iglesia quiere que, en María, contemplemos nuestro propio destino ya realizado; obedece así a la afirmación conciliar, bien fundamentada bíblicamente, de que María es el icono de la Iglesia en su plenitud (LG 65), esa Iglesia que, según la misma carta a los Efesios, Jesús quiere “presentarse a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5,27).

Lo que la carta a los Efesios dice de todos los creyentes, el evangelista Lucas lo dice en particular de María de Nazaret. Ella es la llena de la predilección de Dios, de “su gracia”, la que vive “a la sombra de su Espíritu y bajo la acción de su poder” (Lc 1,35); por ello es “santa e inmaculada”

Todo esto es, naturalmente, un gran regalo, en el caso de María y en el nuestro: Dios nos predestinó. Pero no es solo don, sino tarea. En el pasado se contempló a María simplemente como la “sin pecado original”, santificada de manera casi irresistible o bajo una especie de fatalismo (en el mejor sentido de la palabra). Pero el texto evangélico la presenta más bien como “activamente receptiva”, dando su consentimiento. La santidad inicialmente regalada María tuvo que hacerla presente, activa, poniendo su decisión. En torno a ella había violencia, avaricia, lascivia, resentimiento frente al poder romano, y tantas otras manifestaciones del mal; y Dios no la sacó de ese “pecado ambiental”, sino que la robusteció para que no sucumbiese a él, para que fuese capaz de discernir y optar.

La fiesta de la  Inmaculada Concepción es el día de celebrar nosotros que el don de Dios precede a todo, que Él “nos eligió antes de crear el mundo”, “nos amó primero” y que estamos llamados a decir “sí”, o “hágase en mí”, a esa orientación primordial en cada nueva situación. No es (como a veces popularmente se ha confundido) la fiesta de la virginidad de María, ni menos aún de su purificación fisiológica puerperal. Es la fiesta de la fidelidad, de su permanencia  y la nuestra en el “sí permanente” a lo iniciado por Dios en nosotros, del “no” al poder de la serpiente.