Evangelio Festividad de la Sagrada Familia

Lectura del Santo Evangelio según san Lucas (2,22-40):

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor»), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor

«SAGRADA» FAMILIA

No resulta fácil hablar hoy sobre la «familia», con tantas susceptibilidades, tantos modelos diferentes, tantas experiencias distintas, y no todas positivas… Pero ya sabemos que «donde hay amor allí está Dios». Y si le ponemos por delante el adjetivo «sagrada», aún es más difícil. Salvo días como hoy, es poco frecuente que los predicadores tengamos en cuenta la familia, el matrimonio, y tantos aspectos que forman parte de ella. Sin embargo, la realidad familiar (sea la que sea) forma parte de la experiencia de todos y cada uno de los seres humanos, y también de los creyentes.

Creo que hoy es día sobre todo para animar, acompañar, y rezar por todas las familias, y dejar a un lado juicios sobre los distintos «estilos» familiares, y mensajes apocalípticos sobre la crisis familiar, etc.

Estos días navideños son, por definición, «familiares». Es evidente el esfuerzo de encontrarse juntos alrededor de una mesa, o visitar, o llamar por teléfono o videoconferencia, o hacer unos regalos… ¡Qué  mal rollo que el coranavirus haya condicionado y limitado tanto estos encuentros!

No obstante, también son días en los que afloran las dificultades y conflictos, latentes o disimuladas en otros momentos del año. Porque, una vez que estamos juntos ¿qué? ¿de qué hablamos? ¿qué tenemos que decirnos? ¿cómo hacemos para no tocar ciertos temas y que no salten chispas? Son días en que se hace más visible el sufrimiento de las familias que se han roto, y «toca» que los hijos se repartan entre el padre y la madre. Son días en que recordamos con tristeza a los que ya no están. Y son días en que aquellos que no tienen a su familia cerca, por la razón que sea, se sienten especialmente solos.

Es verdad que no todo es sufrimiento, y que, cuando una familia se lleva bien, es una de las mayores fuentes de gozo, equilibrio, seguridad, ternura… etc. Pero ¿y qué pasa cuando las cosas no han resultado bien? ¿No hay derecho a rehacerse, a intentar curar las heridas y buscar la estabilidad por otros caminos?

Cuando tratamos el tema de la educación de los hijos, más de un padre/madre pregunta: «¿Por qué no vendrán los niños a este mundo con un manual de instrucciones debajo del brazo?». Unas veces por exceso, y otras por defecto, no es rara la sensación de muchos padres de no estar haciéndolo bien, o de darse cuenta demasiado tarde, o de sentirse culpables, o de desentenderse porque «es muy difícil»…

¿Qué pueden aportarnos las lecturas de hoy para este tema de la convivencia familiar?

Empecemos diciendo que los evangelios nunca llaman «sagrada» a la familia de Jesús ni a ninguna otra. Por otro lado, llama la atención que en boca de Jesús nunca aparecen las palabras «padre» o «madre» para dirigirse a José o a María, ni «hermano» para referirse a sus parientes cercanos, como era costumbre en la cultura judía. Jesús sólo llama «padre» a Dios.  Y expresamente pide a sus discípulos que a nadie llamen Padre sino a Dios. En cuanto a su madre, sólo se refiere a ella como madre desde lo alto de la cruz , para encargarle al discípulo amado que la cuide. En cuanto al nombre de «hermano» lo reserva para los discípulos, que deben tratarse así entre sí: «Si te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti», «entre vosotros, todos sois hermanos», «¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Los que escuchan mi Palabra y la cumplen…

Es el modo de decirnos que la «familia» verdadera, la cristiana, la suya, es mucho más grande que la que viene por los lazos de la carne y la sangre. Por tanto, la «familia» tiene que salir de sí misma para poner «calor de hogar» en este mundo tan poco hogareño. Y que, por lo tanto, no entró en su proyecto hacer de la propia familia una especia de fortaleza, burbuja o refugio para tiempos difíciles: Nosotros, y los nuestros, aquellos con los que nos llevamos bien y no nos dan problemas… «Si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de extraordinario?». Sus discípulos estamos llamados a multiplicar los padres, las madres, los hermanos, los abuelos en nuestro entorno cristiano y social. Se trata de que se extiendan y triunfen los vínculos del amor, todas esas cosas que forman parte de la convivencia familiar: el diálogo, la acogida, el perdón, el servicio, los detalles, el sacrificio, etc. Dentro y fuera de casa

En segundo lugar, sí podemos considera y llamar«sagrada» a una familia cuando está consagrada a Dios. Es decir: cuando en ella está muy presente Dios, cuando contamos con Él en los problemas y decisiones de cada día… La oración, la escucha de la Palabra, el diálogo buscando juntos la voluntad de Dios es ago indispensable en toda familia que quiera llamarse cristiana, el perdón mutuo. Probablemente los pastores de la Iglesia no hemos puesto muchas energías en enseñar y acompañar todo esto. Pero también es cierto que no pocas familias consideran que basta con estar juntos, vivir bajo el mismo techo, y comer de la misma nevera, y juntos cuando se pueda. ¡Qué fundamentales son los grupos de matrimonios que reflexionan, comparten y aprenden juntos a partir de sus experiencias! Probablemente en la parroquia los tenéis, o podéis proponer que se pongan en marcha.

En tercer lugar, las lecturas nos subrayan que los hijos no son propiedad de los padres. Lo de «presentarlos» a Dios (algo «parecido» a nuestros Bautismos) era la manera que Israel tenía de subrayar el infinito respeto que se merecen. Los hijos no están llamados a ser «imagen y semejanza» de sus padres, ni a cubrir ausencias afectivas cuando faltan otras personas al lado. Aunque también hay que afirmar que los hijos no son quiénes para interferir en la vida de sus padres, tenerlos a su completa disposición, y exigirles a veces cosas que no les corresponden.

Los padres tienen encomendada una «tarea sagrada»: ayudarles a conocer y a vivir a Dios, a servirle. Los hijos tienen que crecer y robustecerse (como decía el Evangelio respecto a Jesús), pero también «en sabiduría y en gracia». Esta «sabiduría» de la que habla la Escritura se refiere a la sabiduría de aprender de la vida y aprender a enfrentarse personalmente con las dificultades y retos que va planteando la vida. Una sabiduría existencial.

Para terminar: los cristianos (como personas, como comunidades y como Iglesia) tenemos que apoyar a las familias (sea cual sea el modelo que elijan), dar comprensión cuando aparezcan las dificultades, abrir caminos, acoger… y hacer menos juicios e imposiciones. Tomarnos todos mucho más en serio esto de «construir» familia, y también la gran Familia de la Iglesia. Ccomo dice un proverbio africano: «Para educar a un niño hace falta la tribu entera».

Gran Donación de El Corte Inglés para la Campaña de Reyes 2021

En la mañana de hoy hemos recibido la visita en nuestra Casa de Hermandad de Javier Escobar representante de la empresa El Corte Inglés.

Como en años anteriores, el Corte Inglés ha realizado una importante donación a la Cofradía de Jesús Nazareno para la campaña de recogida de juguetes que se destinarán para llevar un poco de ilusión a los niños de las familias más desfavorecidas del barrio y de la Cofradía.

Este año debido a las medidas sanitarias y a las restricciones de aforo, no se realizará la entrega con una fiesta y la visita del Paje Real como en años anteriores. Para esta ocasión el reparto se encargará a las propias Cáritas Parroquiales con las que colaboramos habitualmente.

Evangelio 4° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

TE NECESITO


A base de haber escuchado tantas veces este relato, tenemos un riesgo: podemos haber perdido la capacidad de ASOMBRO.

Escribía Martín Descalzo:

Creo que, si tuviera que definir la Navidad con sólo dos palabras, elegiría, sin dudar, éstas: Alegría y Asombro. Y, si tuviera que hacerlo con una sola, me quedaría con la segunda de las dos: Asombro. Asombro, porque lo que en ese día ocurre es algo tan desconcertante (eso de que Dios baje a ser uno de nosotros), que sólo porque Él mismo lo ha revelado podemos creerlo. De otro modo lo juzgaríamos como una fábula hermosa, pero imposible.

En esta escena casi nada de lo que ocurre es esperable, lógico, razonable. Hemos repetido tantas veces que Dios es «Todopoderoso» (tantas veces en la propia liturgia…), que Dios es totalmente libre y que no se deja condicionar por nadie… (y es verdad, sí). Ese Dios de Palabra tan poderosa y eficaz que creó todo de la nada a golpes de «hágase», ese Dios tan inalcanzable por el hombre en todos los sentidos, y cuyo nombre ni se atrevían siquiera a pronunciar los judíos y ante el que había que cubrirse el rostro, por muy amigo de Dios que uno fuese… Ése Dios, digo, se presenta humildemente -por medio de un Mensajero- necesitado, y pidiendo permiso y colaboración ¡a una mujer, perfectamente desconocida hasta ese momento, y nadie importante!

Se acerca para decirle:

«Tengo necesidad de ti, de tu persona». «Tengo necesidad de tu entrega y colaboración para mis planes»
«Necesito que me des permiso, si te parece bien. No quisiera avasallar, ni quiero quebrar lo sagrado de tu libertad,
pero vengo a rogarte que colabores conmigo, me haces falta,
he pensado en ti -desde hace tanto tiempo, desde el Edén- para mis planes».

No fue la única vez en la historia en la que Dios solicitó la colaboración del hombre. Pero seguramente no se encontró nunca un sí tan limpio y confiado. Y tampoco fue la última vez en acercarse Dios a los hombres para dirigirnos una Palabra que dé sentido y plenitud a nuestra existencia. Debiéramos caer en la cuenta de que, a menudo, cuando andamos pidiendo lo que sea a Dios… Dios recibe nuestro encargo y a continuación nos pide que le echemos una mano para que pueda cumplirse. Es un «todopoderoso» a la vez «TODONECESITADO». Sin embargo tendemos a «encargárselo» todo a Él… Probablemente por ello, más de una vez, la petición no termina como esperábamos.

En la noche de Navidad, en una cueva, se presentará totalmente necesitado de todo, como niño pequeño y como niño pobre y frágil. Poco «todopoderoso» parece el niño de Belén. A no ser que pensemos en el enorme «poder» del Amor que en Belén se manifiesta de forma radiante.

Pues eso: ¡Yo estoy en los planes de Dios! Yo estoy en el plan de salvación de Dios, formo parte (o puedo formar parte) de su proyecto. Yo, que no soy nadie importante, y ando metido en mis cosas cotidianas, a veces un poco perdido por ahí, resulta que el Señor también ha puesto en mí sus ojos amantes… Primero me quiere desde siempre, y me ha llenado de gracia. Y luego Dios tiene necesidad de mí, si yo quiero, si me dejo, si me pongo a tiro. ¡¡Increíble!! ¡Asombroso! ¡Inesperado!

Repasa un poco tu propia experiencia personal: Alguien te necesita, te busca y te lo dice. ¿No te sientes halagado e incluso sorprendido cuando esto te ocurre? Ese alguien ha pensado en ti, prefiere contar contigo y te muestra su necesidad, su fragilidad, y confía en una respuesta positiva tuya. Pero si además se trata de que alguien te necesita «para ser y para hacer su plan de ser más persona», para crecer, para madurar, para salir adelante, para ser ella misma… ¡Vaya honor, y sobre todo, menuda responsabilidad!

Todas las personas nos necesitamos mutuamente y nos ayudamos a salir adelante. Y a Dios le pasa algo parecido: necesita de las personas para llevar adelante sus proyectos. Y te necesita también a ti, como necesitó a María. Dios te necesita para hacerse de nuevo presente, para encarnarse, para mostrarse a los demás. Dios te hace importante: eres necesario porque Dios te quiere, porque ha puesto sus ojos en ti.

María escucha a Dios en la voz del «enviado» y en su santuario interior siente «la fuerza de Dios» (Gabriel) que necesitará para disipar dudas y temores, y ponerse a ello. Por eso, María, visitada por Dios, le responde: «Hágase en mí tu plan». Es decir: «Te dejo entrar en mi vida y que dispongas de ella». Ella seguirá siendo «esclava», «pequeña», «del Señor».

– Yo haré lo que pueda y sepa

Y Dios acepta habitarla, inundarla, llenarla de gracias, de novedad, de Vida, de Verbo, de lo mejor de sí mismo: su Hijo. Dios está con ella. Como está contigo. Y el plan de María ya es el plan de «lo que Dios quiera», un plan que tendrá que ir descubriendo en sus detalles. Será una aventura. No está todo resuelto. Habrá dificultades y desconciertos. Pero «No tengas miedo». Dios no la dejará sola mientras siga siendo la «esclava del Señor».

Hoy, como ayer, Dios necesita de mí para sus planes de salvación. Hoy, como ayer, sigue enviando sus ángeles. Hoy, como ayer, necesita personas decididas y confiadas. Algo se quedaría sin hacer si no le das tu «sí» a Dios. Sin tu «sí» se hace mucho más difícil la Navidad.

Jesús Nazareno, Señor de nuestras vidas

Oración para hoy domingo día 13 de Diciembre.

Hoy celebramos el Domingo de GAUDETTE, es el Domingo de la Alegría. Por ello coincidiendo con este domingo alegre, damos por finalizada la cadena de oración que durante mes y medio hemos realizado los hermanos de Jesús Nazareno por la mejoría de la situación de nuestra Residencia con motivo de la pandemia.
Por ello hoy queremos acordarnos de los que vencieron al virus y de manera especial por aquellos que no pudieron vencerlo y acabaron en el regazo de María Nazarena.


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Jesús Nazareno, Señor de nuestras vidas. Gracias porque en todo este tiempo has escuchado nuestra súplica, en todo este tiempo has estado al lado de las hermanas hospitalarias, de los residentes y de los trabajadores que han sufrido los efectos de esta Pandemia. Creemos en tu poder: sánanos. Te damos gracias por la salud de todos nosotros y la de nuestra Residencia: cuídalos con tu amor y misericordia y muéstrales cuanto los amas. Te damos gracias por los trabajadores de nuestra Residencia, que han demostrado ser fieles sucesores del Beato Cristóbal de Santa Catalina. Y por todas las personas que dedican su vida a cuidar la salud de sus hermanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Evangelio 3° Domingo de Adviento

DOMINGO DE GAUDETE

Lecturas del santo evangelio según san Juan (1,6-8.19-28):

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
El dijo: «No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor», como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Palabra del Señor

ESTAD ALEGRES,
PORQUE EL SEÑOR ESTÁ CERCA

Cuando nos dirigimos a Dios nos ponemos muy, pero que muy serios. ¿Por qué será? En nuestras iglesias no está bien visto saludar, hablar y reírse. En las homilías se riñe mucho. Nuestras celebraciones a menudo son distantes, serias, frías. A algunos les da pereza cantar, dar la mano, sonreír abiertamente. Hasta la palabra «celebración» resulta un poco rara si las comparamos con las «celebraciones» que tenemos por ahí fuera. Y a Dios le pintamos muy solemne, a Cristo paciente, a los ángeles con la cara estirada…¿Es que Dios no sabe reír? ¿Es que a Cristo sólo le tocó sufrir? ¿Es que sólo se puede ser santo a base de renuncias y sacrificios? ¿Es que el placer, el gozo, la alegría, son malos? ¿Es verdad aquello de que «todo lo que me gusta es pecado o engorda?»

Hay bastantes cristianos que viven con intensidad la cuaresma, la Semana Santa, el Viernes Santo… pero luego se «apagan» cuando llega el momento cumbre de la Pascua. No es raro que aquel pensador llamado Nietzsche dijera que «no encontraba a Dios en nuestros templos porque le parecían tumbas gigantescas, y que teníamos muy poca cara de salvados. Que parecía que nuestro Dios estaba viejo, agonizante, decadente». De tanto asociar a Dios con el dolor y la seriedad, resulta que nos acordamos de él sobre todo cuando algo nos duele o nos va mal. En las alegrías, pocas veces le tenemos en cuenta, si acaso cruzamos los dedos para que no nos las quite demasiado pronto.

Pero un Dios que es Amor no puede ser un Dios triste, enfadado, amargado… Es todo corazón, y un Corazón que ama y provoca amor… tiene que ser feliz. Cuando su Espíritu llega y nos invade, hace vibrar de gozo todo nuestro ser: «Alégrate, llena de gracia… porque el Espíritu descenderá sobre ti»…

¿No fueron invitados a la alegría los pastores de Belén al recibir la Buena Noticia? ¿No daba saltos de alegría el niño Bautista – aún el seno de Isabel- al recibir la visita de la Virgen?¿No estallaron en cánticos alegres los ángeles de Belén?

El Adviento es un tiempo que nos invita a recuperar y profundizar la alegría. La profunda, la auténtica. Pero al vernos rodeados de tanto Papá Noel con su«jojojó», al recibir tantos deseos de felicidad, al escuchar tantos villancicos enlatados (cada vez más en inglés), al rodearnos de tantas lucecitas de colores, al consumir tantísimo champán y vinos… uno sospecha que andamos escasos de esa sincera y profunda alegría. Y que la confundimos con otras cosas.

No recuerdo quién escribió que «el hombre actual no parece acertar con el camino que conduzca a una vida feliz; y el cristianismo, por su parte, no acierta a presentar a Dios como amigo de la felicidad humana y fuente de vida sana e integral». Y también que: «Todos los crímenes, todos los odios, todas las guerras, pueden reducirse a la infelicidad».

Especialmente en este tiempo que vivimos parece que la tristeza y el desánimo lo envuelven todo. Pues podemos y debemos encontrar y aprovechar y provocar muchas PEQUEÑAS OCASIONES que nos alegren el corazón:

– La alegría de enamorarse. Si Dios es amor… está ahí en medio, acompañando la alegría de los que se aman.

– Disfrutar de tu canción favorita.

– Tumbarte en la cama a escuchar cómo llueve fuera, cómo golpea la lluvia los cristales…

– Salir de la ducha y dejarte acariciar y envolver por una toalla suave y olorosa…

– Conseguir aprobar un examen gordo, final, preparado durante tiempo.

– Una llamada inesperada de alguien que se ha acordado de ti.

– Encontrarte triste y que alguien se dé cuenta y te pregunte con interés qué te pasa.

– Tener una profunda y sabrosa conversación que te aporta algo, de esas que merecen la pena (y no son frecuentes), donde se intercambia algo más que palabras.

– Encontrarte dinero olvidado en un bolsillo o en un cajón.

– Mirarte en el espejo y reírte de ti mismo y de lo en serio que te tomas algunas cosas.

– Encontrarte a alguien que te dice que tienes buen aspecto, que estás guapo/a, que se alegra de verte.

– Enterarte de que han hablado bien de ti.

– Despertarte, mirar el reloj, y descubrir que aún te queda un ratito para dormir.

– Tener con quien darte una vuelta y tomar algo.

– Un abrazo o un beso, o una caricia, que no sea rutinario ni simple cortesía (cuando se pueda, claro).

– Hacer nuevos amigos y conservar y disfrutar de los de siempre.

– Disfrutar de una buena película, o de un concierto, o de un museo….

– Sentir cosquillas en el estómago esperando algo o a alguien.

– Ganar un juego, un premio, un sorteo…

– Sentir la satisfacción de un trabajo bien hecho…

– Contemplar felices a las personas que te importan, a las que quieres (de esto saben muchos los abuelos).

– Ir a visitar ese sitio tan especial al que hace tanto tiempo que no vas.

– La cara de alegría que ponen cuando has acertado con tu regalo.

– Gozar de un bello paisaje, un cuadro, un mensaje que alguien te ha enviado.

– Contemplar a un niño que se lo está pasando en grande o que se ríe con ganas.

– Escuchar un «te quiero», un «gracias», un «me apetece verte»…

– Beberse un buen vaso de agua fresca cuando hace calor; o gozar del calorcito de casa cuando hace tanto frío en la calle…

Son pequeñas grandes alegrías para disfrutar y para hacer disfrutar a otros. Son los mejores regalos para uno mismo y para otros en este tiempo. Y no hace falta gastarse dinero. Sólo una persona feliz puede hacer felices a otros.

Pero ¿y cuando las cosas van mal? ¿Y si hay verdaderas razones para la tristeza? ¿Y si nos falta alguien importante en nuestra vida? ¿Y si perdemos para siempre la salud? ¿Y si me parece que mi vida es un desierto reseco, que no merece mucho la pena? ¿Y si compruebo que mis manos son débiles para seguir dando, trabajando, acariciando, esperando poder recibir? ¿Y si a mis rodillas vacilantes les cuesta caminar, y tiemblan ante el peso que tienen que soportar? ¿Y si mi corazón se ha vuelto cobarde, está encogido, reseco, desconfiado, herido, fastidiado, o incluso agresivo, celoso, enrabietado, atravesado por el dolor? ¿Y si mis ojos no ven salida, si no escucho palabras que acaricien mis oídos, si no me llegan gestos de comprensión, de cariño, de consuelo…?

Sólo la fe puede venir en nuestra ayuda. Se viste entonces de esperanza, de paciencia, de confianza…

«Por el camino empinado, arenoso y estrecho, arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores (la fe y la caridad), que la llevan de la mano, va la pequeña esperanza, y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación de dejarse arrastrar como un niño que no tuviera fuerza para caminar. Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos, y la que las arrastra, y la que hace andar al mundo entero y la que le arrastra. Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña». (Charles Peguy)

Es la promesa de Dios por boca de sus profetas: el propio Dios viene a vuestro encuentro. Viene a estar con nosotros (Emmanuel), a acompañar y vencer nuestras tristezas. A este Dios le van la misericordia y la ternura. Habéis oído sus palabras: «Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor». Y me viste un traje de gala y me envuelve en un manto de triunfo. Así que «estad siempre alegres», aunque ahora os toque sufrir. Buscad razones para la alegría y la esperanza. Porque las hay. Especialmente una: El Señor está cerca, en medio de vosotros, como nos ha señalado Juan. Porque ya acampó entre nosotros y viene para que tengamos vida en abundancia. Así es siempre la presencia del Señor. Y por eso la añoramos y la pedimos: Ven, Señor…

Jesús Nazareno, Padre de Amor

Oración para hoy sábado día 12 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Jesús Nazareno, Padre del Amor. Gracias porque por haber cobijado en tu santa mano, en tu paz, y en salud, a todas las hermanas hospitalarias, residentes y trabajadores que han sufrido por culpa de esta pandemia. Gracias por acoger en tu seno a hermanos y hermanas de nuestra Residencia que partieron a tu encuentro. Te pedimos que el próximo año podamos reunirnos de nuevo, visitar a nuestros residentes y así, en nuestra Cofradía daremos testimonio de que tu amor y tu Espíritu han reinado en este hogar nazareno; porque tú tienes y tendrás el primer lugar en nuestras vidas.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Bendita seas, María Santísima Nazarena

Oración para hoy viernes días 11 de diciembre.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Madre Nazarena, gracias por todo lo que nos has dado y no hemos valorado; gracias por la vida, las penas y las alegrías de nuestra Residencia, gracias por cubrir con tu manto a las Hermanas hospitalarias, residentes y trabajadores que se han visto afectados por esta pandemia; gracias por tu intercesión ante tu Divino Nazareno, nuestro Padre Celestial para nuestro perdón. Bendita seas Santísima Virgen Nazarena, Rosa Mística, Madre de Dios y Madre nuestra.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.