Evangelio 30° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,34-40):

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo: «»Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.» Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra del Señor

Amar a Dios, amor de Dios, amar como Dios

• Lo de amar a Dios y al prójimo lo tenemos archisabido. Lo sabemos y a menudo lo procuramos. Pero pocas veces tenemos en cuenta que nuestro corazón, espontáneamente, no tiende a amar así por las buenas a cualquier «prójimo», sino que tiende a buscar, amar, seleccionar y corresponder a aquellos que percibe como amigables y agradables, mientras se encoge o cierra con los adversarios, con los distintos o, simplemente, ignora a los que no le interesan especialmente. Y nos parece natural, y no nos causa especial inquietud. salvo contadas excepciones.

• Ya es un primer paso acoger esa Palabra de Dios que nos advierte para que no dejemos entrar en nosotros al resentimiento, el odio, la revancha… porque nos daña principalmente a nosotros mismos. Pero saltar a amar a todos es bastante más complejo, porque el instinto natural sólo entiende de amigos; no fluye espontáneamente de nosotros la actitud y generosidad de amar a todos. Y casi diríamos «¡ni falta que hace!». Con respecto a lo de conformarnos con amar sólo a los nuestros (aunque tampoco sobran a veces las dificultades), ya lo valoró Jesús en otro momento: si saludáis a los que os saludan, ¿qué merito tenéis? ¿Si amáis a los que os aman? ¿Qué merito tenéis? También lo hacen así los paganos (Lc 6, 32-33). ¿Qué hacéis de extraordinario? Y levanta el listón: «Amaos los unos a los otros, amad a los que os odian, rezad por los que os persiguen, si te piden medio, da entero»… Es decir: que como discípulos de Jesús tenemos que llegar más allá de ese espontáneo amar a los nuestros, a los que nos corresponden.

• Para asumir estos retos de Jesús hay que empezar, por aceptarnos a nosotros mismos, tal como somos y estamos. Y al mismo tiempo también, aceptar la misericordia de Dios, que al amarnos y comprendernos en nuestra miseria, nos posibilita tratar a los otros con la misma generosidad e incondicionalidad. Sería tarea imposible pretender llevarnos bien con todos los demás sin aceptarnos a nosotros mismos y, sin haber experimentado el amor y el perdón de Dios.

Por eso, antes que nada necesitamos amarnos como Dios nos ama, para poder después amar a los demás como a nosotros mismos. El amor a nosotros mismos no puede ser, sin más, el punto de referencia para tratar a los demás, porque descubrimos comportamientos de puro egoísmo, de inadaptación y falta de autoaceptación, la irritabilidad o el descontento personal, el tener una autoestima demasiado elevada o excesivamente baja, heridas sin cerrar… y todo esto nos causa daño a nosotros y lo acabamos reflejando en los demás. Si yo no estoy bien… será muy difícil tratar a los demás bien. Y si yo estoy mal conmigo mismo…. los otros experimentarán sin duda las consecuencias.

Jesús, en su único y nuevo mandamiento, reformuló el «como a ti mismo»… por «como yo os he amado». Mucho mejor y más claro si el punto de referencia no soy «yo mismo», sino su modo concreto y extremo de amarnos. Por eso, más allá de amarnos a nosotros mismos, será necesario amarnos como Dios nos ama y como Jesucristo ama.

• Por la fe yo puedo experimentar: «Tú eres amado». Esto es bien importante: Dios te ama, Dios te ama como eres y como estás, Dios te ama a pesar de todo, Dios te regala su amor, para que puedas amar con él. Déjame que te lo repita: Tú eres amado. Aunque puedas verte con mil limitaciones y dificultades, y te pueda parecer que no «mereces» ser amado. El amor verdadero no precisa los «méritos» del otro, porque es «incondicional». Dios te ama así, y porque sí, porque es Amor, y es su amor el que te hace capaz y fuerte para amar. El amor de otros siempre nos hace más fuertes y mejores amantes, y el de Dios con mucha mayor razón.

Si llegamos a pasar por la dolorosa experiencia de traicionar -como Pedro- su amor, y que nos venza el miedo, la incoherencia… y se nos escapen las lágrimas por nuestra fragilidad, también experimentaremos cómo el Señor nos mira sin reproche, con ternura, con esperanza, nos sentiremos perdonados… La aceptación de la propia fragilidad, y el reconocerla delante de Dios es la ocasión para que el Señor nos encomiende -como a Pedro- que cuidemos de los demás: «Como yo te amo, te perdono y te miro con ternura después de tu caída… te encomiendo que te acerques a los otros y los cuides en mi nombre». No se lo había pedido antes de caer, sino después. Nuestra flaqueza y nuestro pecado nos permiten y ayudan a acercarnos a los otros desde la misericordia, desde la ternura, desde la acogida…

• Dando un paso más, debiéramos amar a los demás como a Cristo en persona. Hacernos conscientes de que al amar, no amamos a otro diferente que al mismo Cristo. Convertiríamos así nuestras relaciones en un verdadero sacramento. Si procuráramos con nuestros ojos de fe reconocer en los demás al mismo Hijo de Dios, temblarían nuestras manos, y el corazón sobrecogido pondría en cada uno de nuestros gestos la ternura, la delicadeza, la misericordia, el amor más intenso. Leemos en la Primera Carta de San Juan: el que ama a Dios, ame a su hermano (1Jn 4, 20-21). Y es tan fuerte esa relación entre Cristo y los otros, que él mismo dirá un día: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y «me» disteis de comer, «me» disteis de beber, me acogisteis enfermo, o emigrante… Nuestro corazón debiera estremecerse al tener cada día tantas oportunidades para amar y servir al mismo Cristo en persona, amando a cuantos viven y pasan cerca de nosotros. Pero aunque hiciéramos el bien y amáramos sin ver en ellos a Cristo (tantos hombres buenos lo hacen), será él quien lo tenga en cuenta y nos dirá aquel día: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis”.

• Todavía podríamos señalar otra vía para el amor: Amar como si nosotros mismos fuéramos Cristo. Cristo, aquel que perdonó, curó, acogió, se sentaba con pecadores, hizo el bien por donde pasaba… Que pusiéramos la ternura del Maestro en nuestros oídos; hablásemos con calma y anunciáramos la Buena Noticia con nuestras humildes palabras y actitudes. Todo nuestro cuerpo y nuestro corazón, nuestro pensamiento pueden ser los del propio Jesucristo. ¡Qué vocación más admirable, que quien nos vea, le vea a Él!. Cristo pudo afirmar de sí mismo: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre». Todos sus discípulos tenemos planteado el mismo reto: que al amar nosotros le vean a él, le experimenten a él, para que el mundo crea: “Mirad cómo se aman”, que se decía de las primeras comunidades.

• Y ¿cuál sería la clave para sentirme profundamente amado, a pesar de mis limitaciones, y que mis obras y actitudes reflejen ese amor de Dios? La respuesta está en Cristo. Él se sentía continuamente bajo la mirada amorosa de su Padre. Y a Él levantaba los ojos a la hora de una decisión, de curar, o de hacerse Pan partido. El Señor sabía encontrar tiempo para estar con Él a solas. Y hacía de la voluntad del Padre su principal alimento. Éste era su «truco», si se puede decir así. Y el nuestro: tenemos a nuestro alcance las fuentes del amor de Dios: su palabra, la Eucaristía (que llamamos sacramento del amor de Dios, donde él se nos entrega siempre que lo busquemos), la comunidad de hermanos que comparte, se entrega y ama, el don del Espíritu Santo (el Amor de Dios en mí) y que Dios nunca niega a quienes se lo piden…

• Nuestro amor, por ser sacramento del mismo Cristo, está llamado a abrir el horizonte de los hombres y colocarlos directamente ante Dios para que se sientan amados por él. LA TAREA Y LA MISIÓN ES QUE A TRAVÉS DE MÍ SIENTAN Y SE ENTEREN DE QUE QUIEN DE VERDAD LES AMA ES CRISTO, ES DIOS. COMO ME AMA A MÍ, COMO PROCURO AMARLOS YO.

San Rafael, Rogamos tu Intercesión

“Yo te juro por Jesucristo Crucificado que soy Rafael, Ángel, a quien Dios tiene puesto por Guardián de esta Ciudad”.

En este duro momento que estamos viviendo la gran Comunidad de Jesús Nazareno, tenemos muy presente la revelación del Arcángel San Rafael al Padre Roelas, donde le juró haber sido designado por el Altísimo como Custodio de Córdoba.

La Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina queremos unirnos diariamente en nuestras oraciones para pedirle a Nuestro Padre Jesús Nazareno que proteja y cuide a todos los enfermos y afectados por el COVID-19 y muy especialmente a las Hermanas Hospitalarias, residentes y personal de la Residencia de Jesús Nazareno.

Por este motivo, hoy en la Festividad de nuestro Arcángel Custodio, a las 21:00 h., todos los Cofrades de Jesús Nazareno y devotos que lo deseen uniremos nuestras rogativas a San Rafael, para que interceda por todos ellos antes Jesús Nazareno.

Oración para hoy día 24 de Octubre a las 21:00 h.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y librarnos del mal. Amén.

Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén

Te pedimos Sagrado Custodio San Rafael, que intercedas ante Jesús Nazareno, para que nuestra Congregación Hospitalaria y los residentes de nuestra Residencia que están sufriendo esta pandemia, vean en sus dolores una participación de la pasión de Jesucristo, para que así tengan también parte en su consuelo.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen

Nuestros Sagrados Titulares los protejan y los cuiden.

Comunicado ante la situación actual

En estos difíciles momentos por los que esta atravesando la Residencia de Jesús Nazareno y la Comunidad Hospitalaria Franciscana de Jesús Nazareno, la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina quiere mostrar todo su apoyo y cariño a nuestras Hermanas Hospitalarias, residentes y todo el personal que trabaja en sus instalaciones.

Rogamos a Nuestros Sagrados Titulares que los protejan y los cuiden en esta delicada situación.

Evangelio 29° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,15-21):

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»
Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»

Palabra del Señor

¿QUÉ SIGNIFICA HOY DAR A DIOS LO QUE ES DE DIOS?

Lo del César y lo de Dios. Lo de Dios y lo del César. A Jesús le quieren tentar los fariseos y herodianos para que tome partido por una de las dos opciones. Es una pregunta trampa: si optara por el César… llevaría la contraria a la Ley de Dios, pues Dios está por encima de todas las cosas, de todos los reyes, de todos los poderes. Es el mandamiento principal… y no estaría conforme con la fe judía. Si opta por Dios… es denunciable al césar, porque nadie puede anteponerse a él. Los fariseos estarían esperando la primera opción, pues son totalmente contrarios al sometimiento a Roma del pueblo judío. Los herodianos, en cambio, no consentirían que alguien se oponga a la autoridad del César… y lo denunciarían. La respuesta que Jesús les ha dado se ha prestado a múltiples interpretaciones, actualizaciones y aplicaciones… procurando cada cual arrimar el ascua a su sardina. Y la separación y distinción y mutua implicación entre política y religión, entre Estado e Iglesia no termina de estar suficientemente clara en muchos ámbitos.

Si damos la palabra a los Santos Padres, por ejemplo a san Hilario y Lorenzo de Brindisi:

  • Conviene por lo tanto que nosotros paguemos a Dios lo que le debemos, esto es, el cuerpo, el alma y la voluntad. La moneda del César está hecha en el oro, en donde se encuentra grabada su imagen; la moneda de Dios es el hombre, en quien se encuentra figurada la imagen de Dios; por lo tanto dad vuestras riquezas al César y guardad la conciencia de vuestra inocencia para Dios».
  • «Hay que pagar al César la moneda que lleva su efigie y la inscripción del César, a Dios lo que ha sido sellado con el sello de su imagen y semejanza… Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26). Eres hombre, ¡oh cristiano! Eres la moneda del tesoro divino, una moneda que lleva el sello y la inscripción del emperador divino. Por tanto, pregunto con Cristo: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?» Tú respondes: «De Dios.» Yo te respondo: ¿Por qué, entonces, no das a Dios lo que es suyo?»». Quiere decirse, entonces, que el hombre, todo hombre, merece un respeto que ningún «emperador», partido político, ideología, interés económico, religioso, nacionalista o cualquier otro, pueden pretender ignorar o suprimir. Y que es nuestra tarea como seres humanos y como seguidores de Jesús… defender y proteger esa «moneda» que solo pertenece a Dios y de la que nada ni nadie se puede apropiar: el ser humano, todo ser humano.

No dar a Dios lo que es de Dios (por poner unos pocos ejemplos) significa y supone:

  • Que muchos jóvenes, inmigrantes y personas mayores de 45 años tengan que asumir contratos abusivos y horarios agobiantes, para poder llevar algo de dinero a casa.
  • Que cuando los poderosos de la tierra se reúnen a organizar la economía mundial, tengan como criterio prácticamente exclusivo el beneficio económico de los países más ricos
  • Que cuando los organismos internacionales (incluida la Iglesia) hablan del hambre en el mundo, la destrucción de la naturaleza, y el creciente abismo entre ricos y pobres… no seamos capaces de tomar decisiones y empezar a renunciar a parte de nuestra comodidad y lujos, y cambiar estilos de vida.
  • Que llevemos un estilo de vida tan acelerado, con la agenda atiborrada, y nos falte tiempo para estar con la familia, comer juntos, tener una conversación tranquila… o encontrar tiempos y espacios de silencio para la oración y la meditación, la lectura reflexiva. Aunque sí encontramos «tiempo» para estar enganchados a las redes sociales, ir al cine, ver la televisión, o dejar pasar las horas de manera inconsciente y con poco sentido.
  • Que sigamos empeñados en meter en la cabeza de los jóvenes la importancia de estudiar y conseguir un buen puesto de trabajo, ser los primeros a toda costa… aunque luego sean unos egoístas, insolidarios, exigentes, comodones y señoritos. Los «valores» y el cultivo de lo que nos hace personas (la vida interior) están de capa caída, aunque seguramente harían esta sociedad mucho más humana.
  • Que ir a comprar no sea ya consecuencia de la necesidad de adquirir un producto determinado o necesario, sino una costumbre y un placer: «a ver qué encontramos». Luego nos vamos llenandoos de chismes inservibles y de cosas que realmente no necesitamos, y que no sabemos dónde poner, y acabamos buscando a quién dárselas porque ya no están de moda, no es «lo último», ocupa sitio…
  • Al césar tenemos que pagarle el tributo de tener un determinado aspecto físico -como sea, incluso llegando a enfermar -, invertir dinero en ropa no para vestir, sino para presumir y dar buena imagen; acudir a ciertos lugares de moda, ver tales películas, tener ciertos discos-libros-programas de ordenador, ver ciertos partidos de fútbol… mientras procuramos no ver a quienes ni agua tienen para lavarse…
  • Que las relaciones personales, en lugar de ser de verdadera amistad, se conviertan en «relaciones sociales» donde los favores se apuntan y se cobran… pero donde hay escasa confianza, libertad, gratuidad, confidencia…
  • Que la atención sanitaria y la futura vacuna excluya a los que no tienen recursos, a los que son muy mayores para ocupar una cama de hospital…
  • Que la fe se quiera arrinconar en el ámbito privado, o se ridiculice, o se convierta en acontecimiento turístico o folklórico, y que no repercuta ni afecte a la cultura, a las opciones políticas, al arte, a la educación… porque estas cosas son todas del «cesar» y Dios no tiene nada que decir.
  • Que además de las desastrosas consecuencias que está teniendo el coronavirus, y que se hagan (menos mal) tantos esfuerzos por encontrar una solución, nos «olvidemos» de que en 2018 enfermaron de tuberculosis 10 millones de personas, de las cuales 1,5 millones fallecieron a causa de la enfermedad. O que el número de personas que sufren hambre en el mundo llegó a 690 millones en 2019, unos diez millones más que en 2018. En América Latina y el Caribe, esa cifra alcanzó los 47,7 millones, hilvanando así cinco años consecutivos de aumento de ese lastre en la región.

¿Y QUÉ SERÁ, ENTONCES, DAR A DIOS LO QUE ES DE DIOS?

Pues lo de Dios es la felicidad del hombre. De toda persona: da igual su edad, sexo, condición social o económica, etnia…

Pueden usarse otros sinónimos: salvación, conversión, comunión, fraternidad universal (hay un solo Dios y padre de todos, por tanto Tutti Fratelli). Lo de Dios, tal como lo leemos en toda la escritura, es lo que huela a justicia, paz, compartir, curar, liberar de esclavitudes, madurar y profundizar en nosotros mismos y en nuestras relaciones, dar sentido a las pequeñas cosas de cada día, y también a las decisiones importantes… Dar a Dios lo que es de Dios es impedir que cualquier «hombre» o institución se tome atribuciones que no le corresponden para lograr sus propios beneficios en contra del ser humano, y en especial, de los colectivos más frágiles. Y, desde luego, no servirse del nombre de Dios (2 mandamiento) para «justificar» lo que es incompatible con Él. Esta es la tarea de todo ser humano, pero especialmente es la tarea de los que «son de Dios», de cualquier creyente que sabe cuál es el interés máximo del Dios de Jesús, y el modelo de vida que presentó Jesús, que es la Imagen de Dios por excelencia a la que intentamos parecernos. Hoy hace falta que todos los bautizados nos hagamos mucho más conscientes de que «dar a Dios lo que es de Dios» es el primero de los 10 mandamientos. Mientras no reconozcamos y adoremos el rostro de Dios no en un euro o un dólar, sino en el rostro de los más pobres de la tierra, no estaremos siendo fieles a nuestra fe. Es lo que Jesús nos ha pedido hoy: «Dad a Dios lo que es de Dios». Menos mal que a veces los «Ciros» de turno (primera lectura), aún no siendo conocedores de Dios, hacen mucho en su favor, sin saberlo. Bienvenido sea.

Festividad de la Virgen del Pilar

Hoy la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina, como está preceptuado en nuestros Estutos Cofrades, celebra la festividad de Nuestra Señora del Pilar.

Debido a la situación de emergencia sanitaria que vivimos y por mantener la seguridad y la salud de los residentes de nuestra Residencia y de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno no podremos celebrarla con toda la comunidad hospitalaria reunida en nuestra Iglesia y en nuestra Residencia.

No obstante desde la Vocalia de Formación, no queremos dejar pasar la oportunidad de reflexionar sobre esta importante festividad para nuestra Cofradía.

La devoción a la Virgen del Pilar es una de las más conocidas y difundidas a lo largo de toda la geografía española. En Córdoba, existe una interesante representación de la imagen que se venera en Zaragoza, y que suele pasar desapercibida para el gran público, pero no para los hermanos de nuestra Cofradía.
Se trata de una pequeña talla, atribuida al escultor granadino Pedro de Mena o su círculo, y que se venera en la capilla de Jesús Nazareno.
Según, nuestro hermano Fermín Pérez, la imagen llegó hasta la hermandad del Nazareno en los años 80 del siglo XVII, fruto de la donación de un marqués. La Virgen, en un corto espacio de tiempo, tuvo una acogida devocional muy grande, llegándose a realizar un retablo en su honor. Este retablo, una obra elaborada en yeso y que ya no se conserva, fue donado por el corregidor Ronquillo Briceño, muy unido por aquel entonces al Padre Cristóbal de Santa Catalina.
Tanta fue la devoción que atesoró la imagen, que la corporación instituyó una novena en su honor. Era el único culto mariano interno que se hacía en la cofradía, llegándose a realizar hasta mediados del paso siglo XX. La obra, una Virgen de tamaño académico, está enmarcada dentro de la estética de la escuela de Mena. Actualmente la imagen se conserva en un antiguo retablo dedicado a San José, desde la remodelación de la iglesia en la segunda mitad del siglo XIX. Dicho retablo, de una bella factura, está atribuido al retablista cordobés Marcos Sánchez de Rueda, de principios del siglo XVIII. Asimismo, su antiguo retablo desapareció, ya que los hermanos de aquel momento lo consideraron de «un escaso valor artístico».

Desde los años 80, la Virgen del Pilar ha presidido el Rosario de la Aurora, que nuestra Cofradía organizaba, hasta hace seis años, que la Cofradía decidió que la imagen mariana que realizara el rezo del Santo Rosario por las calles de la feligresía fuera María Stma. Nazarena.
Logicamente, el culto no ha cesado. La Cofradía desde entonces, viene celebrando una Eucaristía en honor a la Virgen del Pilar, en el día de su onomástica, como marcan sus estatutos y además un dia de convivencia con los ancianos de nuestra Residencia. Actos que este año no podrán celebrarse.

Hoy en la festividad de Ntra Sra del Pilar, Lucas nos habla a través de su Evangelio.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,27-28):

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»
Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.»

Palabra del Señor.

Queridos hermanos:

En esta fiesta de Nuestra Señora del Pilar, en la que homenajeamos a la Madre de Jesús, la liturgia nos regala este texto evangélico en el que Jesús homenajea a su madre dando relieve al vínculo de la fe frente al vínculo de la carne y la sangre. Y es que ésta idea racial había sido para Israel una permanente raíz de malentendidos. Se vinculaba tanto la salvación con el hecho de pertenecer al pueblo elegido, que se caía en un nacionalismo religioso excluyente. Jesús anuncia un Dios para todos, sin exclusiones, al que se llega desde la fe, no reivindicando el «pedigree» religioso. El evangelio de Juan -en especial el episodio de la samaritana-, es prototípico al respecto.

Nosotros también podemos caer en ese riesgo. «Al cielo iremos los de siempre», decía una chiste del humorista Mingote, ironizando sobre esa actitud del creyente tradicional que se fía más de la herencia recibida y las costumbres adquiridas que de la auténtica respuesta personal.

Dios no es una ‘póliza de seguros’ que se pueda conseguir a cambio de cumplir ciertos ritos o mantener ciertas conductas. Quien se acerca a Dios así corre el riesgo de manipular hasta lo más sagrado en beneficio propio. Y puede ser que tenga todos los papeles en regla, pero lo más probable es que Dios le diga: «No te conozco». Pues lo que son medios para el encuentro con Dios los ha convertido en arneses y correas para sentirse seguro. Y lo que son vías para recibir la justicia salvadora los han transformado en sistemas para sentirse justo, para autojustificarse.

Este fue el conflicto religioso de fondo con los fariseos: El pasaje del fariseo y el publicano cuando oran en el templo nos indica por donde van las preferencias de Dios.

Por tanto, universalismo sin excluisones, apertura, humildad de corazón, sentirse herederos de un don gratuito. Para que Jesús no tenga que volvernos a decir: «los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos…»

Evangelio 28° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.» Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?» El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra del Señor

El Rey que invita y las reacciones de los invitados.

Domingos anteriores Jesús nos presentaba diferentes invitaciones relacionadas con la Viña de Dios. En esta ocasión las invitaciones tienen que ver con un Banquete de Bodas, en el que encontramos algunos puntos sorprendentes y relevantes:

Lo primero es que no estamos muy habituados a que nos hablen del Reino de Dios como de un «banquete de bodas». En este tipo de eventos están muy presentes la alegría, la convivencia, el encuentro, la amistad con quien nos ha invitado, pero también la comunión que va surgiendo entre todos los asistentes, incluso aunque muchos no se conozcan. Esta manera de presentar el Reino excluye que la entrada al Reino sea un asunto privado, o individualista: es con otros. Tampoco hay que hacer méritos, o ganarse que a uno le inviten. Basta con que el anfitrión quiera contar con nuestra presencia, depende más que nada de su amistad o cariño. Evidentemente una invitación así no se percibe como algo «obligatorio», pues más bien uno se siente halagado por haber sido invitado a un momento tan especial y trascendente para los novios. A eso se alude precisamente en la invitación a la comunión eucarística: «Dichosos» los invitados a la mesa/cena del Señor». A la mesa eucarística y a la mesa del Reino.

Jesús presenta a Dios como un Rey (el padre del novio) que invita, que hace una oferta: «Venid a mi fiesta»: quiero celebrar la salvación, que sois mis amigos, que me apetece que nos acompañéis en un momento tan gozoso y especial, porque la fiesta de mi hijo no sería tal fiesta si faltáis vosotros. Cabe esperar, además, que siendo el Rey quien invita, en el banquete no falte de nada, que sea un derroche: «manjares suculentos, un festín de vinos de solera…»

El amor de los novios y su boda es presentado a menudo en la Biblia como símbolo de la Alianza, un compromiso de amor entre Dios y su pueblo. Y esto nos tiene que recordar la escena de la última Cena de Jesús (también un banquete), donde Jesús habla de alianza (nueva y eterna), habla de amistad y de amor mutuo, de que ha sido él quien ha elegido a sus invitados/amigos, de su ardiente deseo de que sean uno entre ellos, y de que se sirvan (lavatorio) mutuamente…

Lo peculiar de este banquete, tal como lo profetiza Isaías, es que será multitudinario, porque estarán invitados «todos los pueblos». Importante: el pueblo de Dios no considera ya que la salvación sea exclusivamente para ellos. Y Jesús completa esa universalidad diciendo que son invitados «malos y buenos».

Soprendente nos puede resultar la reacción de los invitados. Es posible que alguna vez hayáis recibido la invitación de alguien con quien simpatizamos poco, o que nos incomode porque probablemente nos encontremos con otros invitados que preferimos evitar, o tal vez altere o estropee otros planes que habíamos hecho… y entonces procuramos buscarnos una buena excusa para no quedar mal. Mateo nos cuenta en otro lugar las excusas de algunos discípulos ante la llamada de Jesús: me he comprado una yunta que tengo que probar, o unas tierras, o se me ha muerto mi padre, o… El caso es que nuestros intereses, nuestros planes y nuestros sentimientos desembocan en un: «no voy». O quizá, más diplomáticamente, «cuánto siento no poder ir».

¿Qué pasa en este banquete de bodas, en que el Rey se encuentra con un plantón generalizado? ¿Por qué no tiene éxito la propuesta de Jesús?

Hay invitados que dicen “no” abiertamente, sin excusas ni rodeos. Son los que tienen cerrado el corazón, y esa alegría nupcial no va con ellos, esa boda no es para ellos una «buena noticia». Ese Rey les estropea sus planes, se ven en aprietos para ajustar sus agendas. Ese Rey es aburrido, no tiene nada que ofrecerles, no se lo van a pasar bien. Puede que hayan tirado directamente a la papelera la invitación sin pensarlo dos veces: No tengo ganas de molestarme. Mateo diría que están «prisioneros» de sus negocios, posesiones y costumbres. Como aquel joven rico: «qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos». Podríamos decir: qué difícil es que un rico se tome en serio las propuestas/invitaciones de Dios. Es más fácil «enhebrar camellos». No han pasado la experiencia de Pablo: que ha aprendido a vivir en pobreza y abundancia, en la hartura y el hambre, en la abundancia y la privación, sin renunciar a su misión y a su relación con el Señor. Estos invitados no saben de renuncias, sacrificio o privaciones.

Hay invitados que acuden a regañadientes. Quizá le habrían preguntado si se atrevieran: Pero «¿es obligatorio ir?». A lo mejor si no voy se enfada conmigo, se ofende… Y se les nota enseguida, porque en sus caras no está presente la alegría, no acuden con ilusión y con ganas. Toca ir y ya está. Y van un poco por inercia o por compromiso. Se me ocurría pensar si tal vez pudiera achacarse su rechazo a la actitud o el modo de presentarles la invitación los mensajeros del Rey: quizá les han reñido si no van, quizá les han dicho lo que les podría pasar si se quedan en casa, quizá les han puesto condiciones, quizá ellos mismos con su presencia ya desmotivaban… En tal caso no serían dignos mensajeros del Rey. Pero de la parábola al menos no se pueden extraer estas conclusiones.

Y hay invitados que la emprenden con los mensajeros. Les ofende o molesta o desagrada que haya un Rey, que esté organizada una boda, que acuda la gente, que molesten a los demás… Se sienten fastidiados, incómodos y ofendidos. Por supuesto que no se sienten invitados, aunque lo estén. Y pasan al ataque: a por los mensajeros, quitarlos de en medio, que se callen, que no molesten, que se vayan, que mejor y más libres sin ellos.

Y sorprendente lo tozudo que es el Rey. No se rinde ante los rechazos. Sus mensajeros son enviados numerosas veces: «Venid, está todo preparado». Pero ante el desastroso resultado, no suspende su fiesta, y decide buscar invitados improvisados por las plazas, por las afueras de la ciudad, por los cruces de caminos. Solían ser lugares peligrosos, no frecuentados por la gente bien, sino más bien por pobres, parados, desarraigados, vagabundos, criminales quizás, en todo caso personas poco deseables. Pero fueran buenos o malos, el Rey no filtra a los nuevos invitados.

Seguro que se sintieron encantados de que alguien les ofreciera alegría, alimento, convivencia, de que los hayan tenido en cuenta. Y acuden. Es lógico. Estos fueron los que mejor escucharon a Jesús por los cruces de caminos de Galilea, según cuentan los evangelistas. Estos que no tienen agendas superocupadas, ni negocios que supervisar, ni han comprado una yunta de bueyes, porque tampoco tienen bueyes… Parece lógico que el Rey se harte de sus «amigos» de siempre: en realidad falsos amigos, amigos interesados, amigos de pega, amigos que le atienden cuando les viene bien, amigos que no saben compartir, ni quieren les interesa el encuentro con otros, sobre todo si esos otros son los de los cruces de caminos (las periferias, que diría el Papa Francisco). Así que envía sus tropas para acabar con ellos y con su ciudad. Ya está bien de hipocresía y mala voluntad.

Sin embargo este Rey no acepta que llegue uno y diga “ya estoy”. Me apunto. Apuntarse (lo mismo que bautizarse, hacer la comunión o casarse, incluso ir a misa y comulgar, es relativamente fácil, y bastantes se apuntan…). Pero de entre todos los desarrapados de los caminos «uno» no está presentable. Esta excepción no supone forzar o contradecir el mensaje general de la parábola: la tradición cristiana siempre se ha referido al Bautismo como ponerse un «vestido nuevo», o «revestirse de Cristo». Podéis preguntarle a San Pablo. Jesús no quiere cortarle a nadie la digestión, pero sí quiere que se tomen en serio su invitación. No vale cualquier traje para compartir mesa con el Rey. Entre tantos invitados, es de suponer que bastantes -malos y buenos- no tendrían mucho que ponerse para la ocasión, teniendo en cuenta «dónde» los habían ido a buscar. Pero el Rey se fija SOLO EN UNO. Como símbolo de que hace falta «ponerse» la actitud adecuada, no simplemente aprovechar la ocasión. Me viene a la cabeza aquella Cena de despedida de Jesús, donde también uno de los comensales no aguantó… y optó por marcharse. Se sentía incómodo en aquella fiesta, por mucho cordero, mucha fiesta de Pascua y muchas canciones que hubiese. No quiso o no fue capaz de acoger al Rey en su corazón, y que le cambiase sus esquemas y prioridades. Estaba fuera de lugar. Jesús no tuvo que echarle fuera: se marchó él solo con su fracaso y sus ideas fijas.

Concluyendo: Hay llamadas del Rey-Dios, insistentes, a todas horas, a cualquier hora. ¿Quién las escuchará y se moverá para acudir? El Banquete de bodas (el Reino, la salvación, el seguimiento de Jesús, o como queramos llamarlo) está abierto a todos: buenos y malos. Nuestro Dios no es excluyente ni elitista. Algunos habrá que se queden fuera, como aquellas vírgenes necias que se quedaron sin aceite en sus lámparas. Algunos no querrán acudir a pesar de la invitación. Y algunos (esperemos que la mayoría) acepten la invitación y no pondrán «pegas» a encontrarse y aceptar y compartir con todo tipo de personas, convocadas por el Rey. Aunque tengan pocos méritos. Y todos… procuraremos ir debidamente «revestidos» y transformados por el Bautismo que hemos recibido.

Evangelio 27° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,33-43):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo.» Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: «Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.» Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?» Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

Palabra del Señor

Los dueños y señores de la Viña

¡Pues sí que parecen malvados, desagradecidos y criminales todos estos labradores a los que el dueño les encomendó su viña! Con premeditación y alevosía: “Este es el heredero; venid, lo matamos, y nos quedamos con su herencia”. De administradores, de encargados, quisieron pasar a ser dueños. Habían confiado en ellos para encomendarles su cuidado y aprovechamiento y se plantearon adueñarse de ella a cualquier precio. Pero para adueñarse de algo, hay que quitar al dueño de en medio, en este caso, al heredero. Uno se pregunta cómo es posible este cambio tan radical. ¿Se equivocó el dueño al elegirles para gestionar su viña? ¿Algo en ellos se «corrompió» al ocuparse de sus tareas en la viña? ¿Cómo es posible que «todos» sin excepción se pasaran al lado oscuro? La parábola no entra en esos detalles, pero a mí me ha inquietado bastante toda esta descripción de Jesús. Esta historia la dirige Jesús directamente nada menos que a los “sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”. Por una parte, de manera elegante y diplomática, anuncia su propia muerte el “heredero Jesús”. Y de una manera también elegante y diplomática, pero muy directa acusa y reprocha a los que se han hecho (o lo pretenden) dueños de Dios, de la salvación, de la Ley, de su Palabra, de su voluntad… Ciertamente que tiene no pocos riesgos e inconvenientes cantarles las verdades a los de arriba, a los que tienen la sartén por el mango, a los Jefes y «mandamás» (curiosa y significativa palabra, por cierto). Para ello se necesita tener mucha libertad de espíritu. A los de abajo cualquiera se atreve a decirles lo que sea. No hace falta ser muy valientes para decirles las verdades aunque duelan, porque tenemos una rara habilidad para detectar y echar en cara a los de abajo las cosas que hacen mal, pero con los de arriba hay que tantearse mucho, porque suelen contar con recursos para defender las «alturas» en las que andan situados. Pero toda esta situación, está parábola, ¿tiene algo que decir a nuestro mundo de hoy, y particularmente a la Iglesia? Porque, como dice la antífona del Salmo de hoy: «La Viña del Señor es la casa de Israel». O como decía Isaías: «La viña del Señor del universo es la casa de Israel y los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos derecho… esperaba justicia…». Nosotros somos su viña, y nosotros hemos recibido el encargo de cuidarla y ayudarla a producir. Puede que sea evidente, pero no está de más subrayarlo: nadie es, ni puede hacerse dueño de la Iglesia, porque ya tiene un Dueño. Y en ella todos somos viñadores, labradores, servidores, encargados. La Iglesia no tiene más dueño que Dios y su heredero Jesucristo. Todos los demás somos servidores y empleados. Muy bien que el Señor haya considerado que se puede fiar de nosotros, y nos haya encomendado su cuidado. Es todo un honor al que hay que saber corresponder, mostrar que no se ha equivocado al elegirnos.

Uno de nuestros teólogos ha escrito: «Sólo hay comunidad cristiana allí donde el Espíritu suscita la nueva obediencia a la soberanía de Cristo. Una Iglesia animada por el Espíritu no puede servir a otro Señor que no sea Jesucristo. Este señorío de Cristo es el que ha de liberar también hoy a la Iglesia de falsos señores, impuestos desde afuera o desde dentro. La Iglesia no es de la jerarquía ni del pueblo, ni siquiera de los pobres. Es de su Señor. No es de éste ni de aquel movimiento; no pertenece ni a la cultura moderna ni a una tradición concreta. Es de su Señor. Y ese señorío ha de impedir siempre que la Iglesia quede en manos de la autoridad absoluta de una jerarquía, o se convierta en una especie de “asamblea popular». Del señorío de Cristo nace una comunidad de hermanos que busca ser fiel a su único Señor”. A Jesús lo mataron literalmente los que se sentían dueños de la viña. Y esto ya no se puede repetir, claro. Pero hay otras maneras de quitar de en medio al “heredero» para hacernos dueños de su viña. Por ejemplo considerar al laicado como de segunda categoría en la Iglesia.

Ha dicho el Papa Francisco:

“Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por el proselitismo sino por la “atracción”. Pero ¿puede haber atracción allí donde uno es marginado y que carece de voz y decisión?”. La Iglesia ha tenido y sigue teniendo una gran tentación, en la que ha caído y cae no pocas veces: que una de sus partes necesarias e imprescindibles (la jerarquía y los sacerdotes) asuma/absorba todos los ministerios. Dueños de la Palabra. Dueños de las decisiones. Dueños de los discernimientos. Dueños de lo que se hace y se puede hacer. No es raro, por tanto, que los laicos (la inmensa mayoría de los fieles), a pesar de estar bautizados, y por ello ser como todos «sacerdotes, profetas y reyes», acaben sintiéndose y siendo «espectadores» en la Iglesia, simples oyentes, receptores de las decisiones que van tomando los que entienden y tienen la responsabilidad de mandar. Como si la viña no se les hubiera encomendado también a ellos como “viñadores y trabajadores”.A menudo ha pesado más el “señorío sacerdotal” que el «Señorío de Jesús”. Y hay que reconocer con tristeza que una inmensa mayoría de laicos no se plantea qué puede y debe aportar a la comunidad cristiana en la que vive su fe. El lenguaje, que es limitado pero significativo, no habla de participar o celebrar la Cena del Señor, sino de «oír» misa. ¡Con lo que queda expresado su rol principal: el de «oír»! Y así no es rato escuchar aquello de “yo no creo en la Iglesia”, la Iglesia “es de los curas”… Aunque no está de más decir que también encontramos laicos más clericales que el propio clero, y que quieren imponer a toda costa sus puntos de vista. Al menos desde el Concilio Vaticano II se está intentando devolverles lo que es suyo. O si se quiere: redistribuir y mentalizar a unos y a otros que nadie sobra, que todos los carismas y ministerios son necesarios. Y más si cabe en estos tiempos de «deserción» en la fe de tantos hermanos. Últimamente venimos hablando mucho de «sinodalidad». Hasta hay previsto un sínodo. Ha dicho el Papa: «una Iglesia sinodal, es una Iglesia de la escucha. Escuchar y sentir. Es una escucha recíproca: pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma. Los unos escuchando a los otros, y todos a la escucha del Espíritu Santo, el espíritu de verdad, para saber qué dice Él a la Iglesia». Precisamente «sínodo» significa «caminar juntos». Se trata, por tanto -y así hay que enfrentar este Tercer Milenio-, de recuperar la conciencia del Señorío de Jesús en la Iglesia y a la vez recuperar la conciencia de que todos los demás somos “viñadores y labradores”, cada uno según su carisma. La Iglesia no es de unos pocos. La Iglesia es de Jesús. Y sólo será verdadera Iglesia cuando logre ser la Iglesia del Señorío de Jesús, que se pone sinodalmente a la escucha de lo que el Espíritu Santo tiene que decirnos hoy.

En este mes de Octubre, misionero por excelencia, en el que celebraremos pronto el Domund, y la fiesta del gran Misionero Claret… es tiempo de preguntarnos todos: qué hago yo y qué mas puedo hacer por la viña del Señor, y cómo. Pues cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará conmigo?

Relación definitiva de Huchas que participarán en el sorteo

Una vez recogidas todas las huchas que se repartieron la pasada Cuaresma y comprobado el importe que contenían, la relación definitiva de huchas que optarán al premio de 500€ a la hucha que coincida con las 2 últimas cifras del sorteo de la ONCE de este próximo viernes día 2 de octubre por contener en su interior un mínimo de 50€ es:

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Evangelio 26° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,28-32):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.» Él le contestó: «No quiero.» Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: «Voy, señor.» Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

Palabra del Señor

¿VOY O NO VOY A «MI» VIÑA?

Pongamos el contexto a la escena del Evangelio de hoy, imprescindible para entenderla correctamente.

Jesús se encuentra en Jerusalem, en los últimos días de su vida. Lo primero que Jesús ha hecho, según la versión del Evangelio, después de entrar por última vez en la ciudad, ha sido expulsar del Templo a los vendedores y cambistas (Mt 21, 12-13), manifestando así desacuerdo y enfrentamiento con las autoridades religiosas, que buscarán la forma de acabar con él. En este contexto es donde Jesús cuenta la parábola. ¿Por qué ese conflicto de las autoridades del Templo con Jesús?

Jesús ha presentado con claridad y radicalidad un rostro de Dios que es Padre bueno y misericordioso, que muestra su preferencia y cuidado por los «enfermos», los pobres, pecadores y marginados… Un Dios que pone a las personas por encima de las normas y tradiciones, y cuyas entrañas se conmueven ante los muchos abandonados como ovejas sin pastor (ellos, que son teóricamente sus pastores), un Dios de vida y amor. Por su parte los sacerdotes y dirigentes piensan y actúan desde un Dios del Templo y de los sacrificios, un Dios que pone montones de condiciones para ganarse su favor, que fundamenta las divisiones y exclusiones, que justifica las marginaciones: el pecador, el leproso, el extranjero, los buenos y los malos, los creyentes y los no creyentes… Es un Dios que excluye y rechaza a unos (de los que las autoridades del Templo pasan a tope) y que lo ordena y regula todo milimétricamente, con ellos como mediadores absolutos. No pensemos que esto son cosas del ayer remoto, de hace 21 siglos… También hoy, dentro de nuestra Iglesia, aparecen personajes muy similares, con autoridad, que se escandalizan y tachan de hereje a un Papa que se sale de «lo de siempre», y que parece que se salta las sagradas tradiciones y enseñanzas de siempre, que parece muy comprensivo y cercano con comportamientos tradicionalmente inmorales… Y hay un número de cristianos que recuerdan con añoranza a Papas anteriores, a quienes consideran con mayor autoridad moral… sobre todo porque se sentían confirmados en sus opiniones y fastidiados o desconcertados por las del actual. Dejando esto a un lado, este Evangelio nos invita (como el domingo anterior) a preguntarnos cuál es nuestra imagen o idea, o rostro de Dios. El real, el que se descubre detrás de nuestras opciones y acciones, ¿coincide con el que nos presentó Jesús? Repetir en nuestras celebraciones que «creemos en un solo Dios Padre…» tiene poco valor si nuestra «creencia» no va acompañada de un determinado estilo de vida. Según las encuestas, muchos españoles que se reconocen católicos, al mismo tiempo se declaran abiertamente en contra de los inmigrantes, cuando son pobres (= «aporofobia», según Adela Cortina). Un solo Dios y Padre no puede estar muy contento con nuestras fronteras y divisiones. Recordemos que hoy es la 106 Jornada Mundial del migrante y del refugiado.

Ha escrito el Papa para este día:

«La pandemia nos ha recordado cuán esencial es la corresponsabilidad y que sólo con la colaboración de todos —incluso de las categorías a menudo subestimadas— es posible encarar la crisis. Debemos «motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad» Tampoco es aceptable la agresividad con que se expresan algunos hermanos por cuestiones políticas o de cualquier otra índole. No pretendo dar ni quitar razones a nadie, ni organizar aquí un debate. Pero sí tengo que decir que «el tono», actitud y lenguaje con el que muchos expresan sus posturas está bastante lejos del espíritu fraterno y evangélico: no tienden puentes, no tratan con respeto, no ofrecen alternativas… sino que más bien abren heridas, buscan culpables, y provocan divisiones y enfrentamientos… incluso con los más cercanos. Así entiendo las palabras de san Pablo: «No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás». Bueno será revisarse en este punto. La parábola de hoy presenta a un «hijo» que desobedece rotundamente a su padre, no le reconoce su autoridad, se siente con el derecho de no hacerle caso. El otro, en cambio, parece todo un modelo: «Sí, padre, lo que tú digas, padre, enseguida…». Pero «¿cuál de los dos hizo lo que quería el padre?». Aquí es donde se juega lo importante. A lo mejor el desobediente termina por ir a la viña no por la autoridad de su padre, sino por convencimiento: la viña es de su padre, como también lo es suya. Hay que cuidarla, trabajarla, porque si no será también su propia ruina. Puede que sea un insolente, un maleducado y un chulo,… pero le preocupa la viña y se ocupa de ella. El otro, en cambio, cuida mucho las apariencias, se muestra disponible, contesta como debe ser, pero se engaña sobre todo a sí mismo. Es un hipócrita. Las palabras, las proclamaciones de obediencia, las supuestas creencias, y el sentimiento de familia se quedan en nada. No ha descubierto que la viña también es suya. Es más probable que nos reconozcamos en el segundo hijo. A menudo se nos va la fuerza por la boca. Nos cargamos de buenas intenciones, y nos declaramos dispuestos a colaborar en muchas cosas… y luego los hechos desmienten nuestras palabras. Se firman declaraciones y derechos y compromisos en favor de la justicia, del reparto de ayudas, de la acogida de inmigrantes, de desarme, de… ¡Papel mojado!, y pocas veces reclamamos a quienes los firmaron tan solemnemente, poniendo «cara de foto». Se llama «falta de coherencia». Esto daña mucho nuestra credibilidad. No se trata de que seamos perfectos, porque somos criaturas frágiles, y nos equivocamos, nos despreocupamos, nos vencen los miedos… Pero sí se trata de lo que San Pablo nos pedía hoy: «No obréis por rivalidad ni por ostentación, no os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás, y dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir».

Si Jesús echaba mano hoy de una parábola, invitando a revisar posturas, quiero terminar yo con una anécdota de Mahatma Gandhi:

En la India había una mujer cuyo hijo menor era diabético, y no sólo era un goloso tremendo del azúcar, sino también un admirador de Gandhi. Aquella madre decidió buscar la sabiduría de Gandhi, y tomó un tren con su hijo para encontrarle. Cuando llegaron, tuvieron que esperar bastantes horas hasta que les dieron permiso para hablar con él. Una vez que la madre hubo explicado la historia, Gandhi le respondió:

  • “Por favor vuelve en 15 días.”

Pasado el plazo, volvieron de nuevo donde estaba Gandhi, esperando su consejo. Esta vez Gandhi se puso de pie, tomó al niño por los hombros, y dijo:

  • “Hijo mío, debes parar de comer azúcar.”

La madre estaba furiosa.

  • “Con todo respeto, hemos hecho un largo viaje para buscar tu consejo, ¿y esto es todo lo que tienes que decirnos?”

A lo que Gandhi respondió: – “Señora, no podía pedirle a su hijo que hiciera algo que yo mismo no podía hacer. Hasta ayer no había sido capaz de apartar por completo el azúcar de mi propia dieta.” Las palabras y los hechos. Nuestra coherencia. Fraternidad universal, creemos en un solo Dios y Padre, instrumentos de paz, compromiso con la justicia. Quitemos por fin el azúcar de nuestra dieta. El mundo será mucho más sano. Porque la viña es de Dios… pero también es nuestra. ¿Vas o no vas?

Evangelio 25° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo (20,1-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.» Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?» Le respondieron: «Nadie nos ha contratado.» Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña.» Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.» Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.» Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

Palabra del Señor

Buscad al Señor mientras se deja encontrar. Así de golpe empieza el oráculo de Isaías. Quizá resulte sorprendente que invite al Pueblo de Dios a buscar a Dios, como si se hubieran alejado de él, como si Dios estuviera ausente. Pero es que en las duras circunstancias en que el profeta hace esta llamada, quiere hacerles ver que su «imagen» de Dios, los rasgos que le atribuyen, las expectativas que de él tienen ni son las más convenientes para salir adelante de su difícil situación en el destierro, ni responden al auténtico rostro de Dios. Por eso su llamada supone una conversión, un cambio de mentalidad, para abrirse al Dios que les quiere acompañar en una renovadora experiencia de Éxodo, de vuelta a su tierra. Los caminos de Dios no son los caminos de su pueblo. Van por distinta autopista. Me parece oportuno reocger aquí lo que decía San Agustín: “Aquel a quien hay que encontrar está oculto, para que lo busquemos; y es inmenso, para que, después de hallarlo, lo sigamos buscando”. Nunca podemos decir que «ya hemos encontrado a Dios», que ya le conocemos, que ya sabemos definitivamente su voluntad. Como tampoco podemos decir que «ya tenemos conseguido el amor de alguien» (menos si ese Alguien es Dios). Porque el amor no es una «cosa» que se encarga, se compra o se consigue, se tiene, se posee, se controla… sino algo que hay que sembrar, trabajar y cuidar cada día. Como una viña: al comenzar el día, a media mañana, a media tarde y al anochecer… Como puede ser engañoso pensar que «ya hemos encontrado el sentido de nuestra vida», porque la vida es algo cambiable e incontrolable, imprevisible, sorprendente, que pide a cada momento que vayamos reorientando, corrigiendo, adaptando, interpretando, discerniendo lo que ella nos va trayendo. El sentido de la vida es algo dinámico, en continuo movimiento. Como la vida misma. Ni conviene dar por hecho que «yo me conozco muy bien» y ya no es necesario andar mirándome por dentro, escucharme, sentirme. Hace ya más de veinticinco siglos, Tales de Mileto afirmaba que la cosa más difícil del mundo es conocerse a uno mismo. En el templo de Delfos podía leerse aquella famosa inscripción socrática: «conócete a ti mismo». Hasta el último día de tu vida, hasta el último momento, no podrás decir: me conozco, sé quién soy. Por tanto en tantos aspectos de la vida y en todas nuestras relaciones personales… hay que estar siempre buscando, renovando, adaptando. Isaías lanzó su reto al Pueblo de Dios, al de entonces y al de ahora: «Buscad al Señor». No asegura que lo encontremos. Pero hay que buscarlo, porque «se deja encontrar». ¿Tú le buscas? ¿Dónde, cuándo, cómo, y sobre todo con quién? Hay quien busca a Dios en la Naturaleza: ante el mar inmenso, en una elevada montaña, en los prados de su pueblo… Hay quien le busca con técnicas de meditación y relajación de todo tipo, practicando el silencio y la contemplación. Hay quien le busca en algunos lugares especiales: una ermita, una determinada capilla, la inmensidad de una catedral, un cierto santuario, un rincón lleno de recuerdos… Hay quien le busca en la belleza y la estética de la música, la danza, la arquitectura, el arte en general. Hay quien le busca en los ritos y ceremonias especiales, donde se cuidan los gestos, los inciensos, el órgano, el coro, la solemnidad… Hay quien le busca en los libros de teología, meditación o devocionales. También la Ciencia ha sido un camino de búsqueda para algunos… Pero ninguno de ellos «garantiza» la experiencia de Dios, el encuentro con el auténtico rostro de Dios.

Además, para el cristiano es muy relevante «buscar con otros». «Buscad», no simplemente «busca». Es un rasgo seguro del rostro de Dios su opción y su progresiva revelación por medio de un pueblo, de una comunidad, de una Iglesia. La fe cristiana es comunitaria: nos llega por medio de otros, madura con otros, se mantiene viva compartida con otros. Y también nos ayuda a purificar nuestras obsesiones, limitaciones y bloqueos en esa búsqueda. Por otra parte, San Agustín, por propia experiencia, afirma que aun encontrando, no se termina la búsqueda. Porque nosotros cambianos, porque la vida cambia, porque la sociedad cambia. Es el Dios que se esconde para que le sigamos buscando; es el Dios que no nos quiere acomodados. Es el Dios siempre nuevo y sorprendente, distinto al de ayer, porque nuestro hoy y lo que yo soy hoy… no es como ayer. Se oculta para que lo busquemos. La tarea del hombre es buscar y buscar siempre … Cuando dejamos de buscar… empezamos a morir. Pero si los caminos de Dios no son nuestros caminos, puede ocurrir que por donde caminamos pretendiendo encontrarlo… no es el mismo camino porque el que anda Dios. Hay estilos de vida, actitudes, costumbres, ideas, ideologías que bloquean, impiden el encuentro con Dios. El individualismo, el egoísmo, la falta de compromiso por construir un mundo más justo, menos contaminado, más fraterno; la superficialidad, la falta de silencio, el no saber valorar y agradecer… Al Dios de Jesús se le encuentra entre los débiles, los pobres, los necesitados, los marginados… y no en lugares (o grupos) cómodos, seguros, protegidos, ala defensiva… Lo diremos mejor con las mismas palabras de San Pablo: «Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo». El contexto de esta frase importa, para comprender su significado. Pablo se encuentra en la cárcel, cansado, le empiezan a pesar los años, y su «cuerpo» le pide ya dejar la tarea apostólica y prepararse para el encuentro definitivo con el Señor. Es lo que más le apetece. Aunque depende en buena medida del juez que lo libere o le condene. Pues bien, en ese contexto no «elige» lo que le pide el cuerpo, sino que Cristo sea glorificado, pase lo que pase. El dilema entre su propio bienestar y el servicio a las comunidades cristianas a las que tiene que seguir educando y acompañando, se resuelve por lo segundo: quedarse con ellos y seguir. «Para mí vivir es Cristo», podríamos traducirlo también: «para mí vivir es entregarme a vosotros como hizo Cristo». Ya se nota que conocía bien a su Señor. Y una vida digna del Evangelio de Cristo es aquella en que nos convertimos en Buena Noticia (Evangelio) con nuestra entrega diaria hasta el final. La parábola del Evangelio nos aporta algunas luces importantes para conocer y experimentar al Dios que buscamos:

Cuando olvidamos todo esto… estamos presentando un falso rostro de Dios. Y se hará expecialmente urgente «salir a buscarlo».

Primero: que es más bien el propio Dios quien sale a buscarnos. Quiero contar con nosotros. Me busca él. Y es él quien decide a qué hora me llama.

Segundo: nos invita a trabajar en su viña (el mundo, el Reino). Esta viña tiene que ser importante para nosotros. Para aquellos trabajadores de las primeras horas, la viña no importaba nada: les importaba «lo suyo». Y se sentían con más derechos que los demás.

Tercero: conviene ser conscientes de quién nos llama, y procurar sintonizar y vibrar con él, con su sorprendente rostro, con su preocupación de que a nadie le falte lo necesario, aunque haya trabajado poco. Trabajar para quien nos ha invitado a su viña significa dejarse transformar por él, parecerse a él. Siempre me ha estremecido esta oración de Claret: «Guárdame, no sea que anunciando a otros el Evangelio, quede yo excluido del Reino». En otra de sus parábolas Jesús afirma que los trabajadores… acabaron expulsados de su viña.

Cuando olvidamos todo esto… estamos presentando un falso rostro de Dios. Y se hará expecialmente urgente «salir a buscarlo».

Busquemos. Juntos. Contamos con la ayuda del Espíritu de Dios. Dejemos que Dios nos busque y vayamos a su viña.