Evangelio 30° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,34-40)

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»

Él le dijo: «»Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.» Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra del Señor

Lo peor que le puede pasar a una verdad es darla falsamente por supuesta, pensar que se la tiene, sin tenerla. El Evangelio de este Domingo nos habla de una verdad, la del amor, que a nadie se le ocurre rechazar ni discutir pero que ha dejado de sorprendernos. El mandamiento del amor nos suena a sabido. Ese amor difícil, casi inalcanzable, que nos propone Jesús, no es ya para nosotros una meta que debamos conquistar. Es, simple y tristemente, una historia que nos aburre de puro sabida. Es eso: un supuesto. Al cristiano, el amor se le supone.

Esa fue la irremediable ceguera de los fariseos: se creían tan buenos que no se les pasaba por la cabeza ponerse a tiro del perdón.

Habían separado a Dios de la vida y pensaban que podían convivir perfectamente el culto al Señor y el abuso del hermano. Por eso Jesús -“Maestro”-decide añadir algo que no le habían preguntado: “El segundo es semejante al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo“. ¿Por qué es “semejante“? Porque Dios toma partido por el hombre, sobre todo por el débil. Consecuentemente, quien no ama a los otros, se está poniendo enfrente del Señor. Dios se ha metido en el hermano. Tanto que va a tomar como hecho a Él todo cuanto hagamos al prójimo.

Todavía añade Jesús una frase clave: “Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas“. Lo que da sentido a los sacrificios y a las ofrendas, lo que hace que toda la ley no se desmorone como un andamiaje sin vida, lo único que puede hacer de verdad feliz la vida del pueblo, lo que va a conseguir que un día se den por bien empleados todos los afanes y luchar por un mundo mejor…., no es más que una cosa: el amor. Pero un amor así, con los pies en el suelo. Con los dos palos de la Cruz bien soldados: el que nos lleva a Dios y el que nos hace abrazar al hermano.

Se trata, ciertamente, de una verdad perenne, que a pesar de los siglos no ha perdido su lozanía: AMA, NO HAY OTRO DON.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 29° Domingo del Tiempo Ordinario. Festividad de San Juan Pablo II

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,15-21)

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.» Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?» Le respondieron: «Del César.» Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»

Palabra del Señor

A Dios no se le puede pillar así como así. Los fariseos lo intentan una y otra vez, pero sin éxito. Jesús se mueve en otro plano. Hoy ante la trampa del «impuesto del César», además de desbaratar el ataque, nos deja abierta una perspectiva de horizonte más amplio. ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Pues eso y solo eso le podéis dar al Cesar, DINERO, cosas que se pueden comprar con dinero es lo que os podrá exigir el Cesar. Cosas que un día, como ocurre con el dinero, se las comerá la polilla. Cosas por la que no vale mucho aferrarse.

Pero no olvidéis, -contraataca Jesús-, que hay valores que están por encima del dinero. Ésos no están en venta, porque son de Dios. Si aterrizamos esta Palabra a nuestra vida entenderemos mejor lo que está en juego en este evangelio del Domingo del Domund. Si miramos al ser humano, ¿a imagen de quien está hecho?¿De quién es esa imagen que lleva clavada en la frente? Su dignidad, su nobleza de alma, su inteligencia, su capacidad de amar, ¿de dónde le viene? ¿De Dios? Pues demos «a Dios lo que es de Dios». La dignidad del hombre no es algo que se pueda comprar, ni vender, ni menos pisotear. Es un reflejo, un eco del amor del Padre, una caricia de Aquel que nos hizo y nos espera. Jamás se nos deberá ocurrir comprar a un hombre con cualquier otra riqueza; porque sería ofenderlo.

Todo el oro del mundo no vale lo que la sonrisa de un niño o el abrazo de dos personas que se aman.

Necesitamos corazones ardientes, pies de camino que vayan gritando por el mundo estas verdades, alguien libre y despegado de esas cosas que brillan y encandilan, pero en el fondo, no vale la pena, porque llevan impreso la imagen caduca del César. Necesitamos hombres y mujeres misioneros de la alegría que vayan por ahí ayudando a los hijos más marginado de esta tierra a descubrir su dignidad de hombres y también de hijos amados de Dios. Alguien que sea voz de los que no tienen voz, hogar de los que no tienen techo, lugar del encuentro seguro y del abrazo de hermanos…. Hace falta una Iglesia misionera.

¡Gracias, Señor, por nuestros misioneros!

¿Llegaremos a entender, algún día, todo el bien que han hecho?

¡Feliz Domingo del Domud!

Evangelio 28° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.» Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?» El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra del Señor

Dios no se da por vencido, invita a la alegría de su Reino, al banquete de bodas a su pueblo Israel, pero este pueblo que era libre por voluntad del mismo Señor no «quisieron ir a la boda». Y como su amor a los hombres es como una avalancha incontenible que se extiende a toda la humanidad, quiere que todos lo sepan y que nadie se sienta excluido: «Id ahora a los cruces de los caminos». Quiere que los que vayan creyendo en Él no guarden para ellos esa alegría, sino que la repartan, la contagien. La iglesia es misionera, se echó a andar por los caminos del mundo: «los criados salieron a los caminos». Sin más poder que la Palabra desarmada del Señor y sin más comida ni dinero en el zurrón que una inmensa confianza en el Padre y un amor desbordado a la gente. Quiere Jesús, que sus misioneros, que todos nosotros, llevemos esa buena noticia para que se vuelva a encender la esperanza en el corazón de muchos hombres, especialmente de los más pobres, de los peores tratados por la vida, para que, algún día, florezca de nuevo la sonrisa.

Pero hay en este evangelio un detalle que desconcierta: Dios reparó en uno que no tenía traje de fiesta y fue echado de malas manera fuera del banquete. ¿Qué nos querrá decir Jesús de importante con este gesto? Jesús está queriendo que comprendamos que no por el hecho de abrir la invitación a todo el mundo está Dios «malbaratando» su Reino. No se está ofreciendo el banquete a precio de saldo, para que la sala se llene a toda costa. Quiere Dios que todo el que entre a disfrutar de su banquete, lo haga con plena libertad, con plena lucidez, con el «traje» de la fe. Quiere personas en su Reino, no borregos.

Que cuando hoy nos sentemos en su mesa y celebremos la eucaristía, antes de echarnos el Pan a la boca, miremos alrededor para ver que hay, todavía, demasiados puestos vacíos. Y eso, a mí me duele ¿y a ti?

¡Feliz Domingo!

Evangelio 27° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,33-43)

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo.» Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: «Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.» Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»

Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»

Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?» Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

Palabra del Señor

Jesús sube hacia la cruz. La parábola de los viñadores homicidas es un resumen estremecedor de la escalada de los hombres contra Cristo y contra todos aquellos que, como él, pretenden dar testimonio de Dios. Los viñadores están impacientes por apoderarse de la viña, de la herencia. En cuanto lo consigan, ya no serán obreros dependientes, sino los poseedores de lo que se les había dado como gracia. El asesinato del heredero es casi ritual. Parece incomprensible pero es así, el Hijo se ha convertido en el rival, en el obstáculo a su deseo. Una vez muerto él, la vida se hará, al fin, igualitaria, sin necesidad de gracias ni favores. Una religión sin el Hijo y, en definitiva, sin hijo alguno.

Y a esta escalada del hombre, Dios responde con otra escalada: la del amor y la alianza. No conoce más respuesta que la de comprometerse cada vez más con su obra escarnecida. Los viñadores mataron al Hijo, pero Dios lo resucita para que Él mismo sea la Viña. Nosotros somos los sarmientos de esa viña y los miembros de ese cuerpo.
¿Qué hemos hecho de Él? Igual que estos viñadores homicida, nosotros también hemos destrozado al Amado cuando hemos llenado nuestra fe de nuestro yo y nuestras pretensiones.

Solo queda entrar en la escalada evangélica, como lo hizo San Francisco renunciando a todo espíritu de posesión. Y como él donde hay odio, pongamos amor, donde haya ofensa, perdón, donde haya duda, la fe. Eso es dar fruto, el fruto no insípido de nuestro hacer interesado, sino el fruto luminoso, madurado al calor del Espíritu, sin otro artífice que la gracia.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 26° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (21,28-32)

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.» Él le contestó: «No quiero.» Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: «Voy, señor.» Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

Palabra del Señor

No mucha, desde luego, pero podemos siempre decir que tenemos un margen de libertad. Pequeño, ciertamente, pero siempre hay un espacio que podemos llamar nuestro. Un margen de maniobra en el timón de nuestro barco, que nos hace sentirnos nosotros. Una posibilidad de tomar este o aquel camino, de abrir nuestra puerta o cerrarla, de aceptar o rechazar una amistad que nos sale al encuentro. Un reducto pequeño, sí, pero entrañable: en él permanece siempre izada nuestra bandera.
Y es ahí, precisamente, en ese pequeño margen en el que somos nosotros, donde viene a buscarnos hoy Jesús . No viene a quitarnos esa libertad, no. Viene a pedirnos que le digamos al Padre, libremente, que sí. Y no con bonitas palabras solamente, sino con hechos: prefiere palabras bruscas, rectificadas luego, a palabras biensonantes construida sobre arena movediza. Porque el Reino de Dios se va construyendo con voluntades libres. Con personas que, si un día vivieron de espaldas a los mandamientos del Señor, llegó un momento en que, con un golpe firme de timón, rectificaron. «Os aseguro que los publicados y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñando hacer el camino de la justicia, y no lo creísteis, en cambio los publicados y las prostitutas le creyeron”
Es triste, no cabe duda, coger en las manos el bonito regalo de la libertad, y volverla contra el que nos la da -«No quiero»-. Pero nos queda, al menos, una esperanza: que algún día descubramos que teníamos una venda en los ojos.

Lo que es definitivamente triste, es que nos creamos buenos -«Voy Señor»-, siendo mentira. Así nunca sabremos que, cuando Jesús habla de conversión, se está refiriendo precisamente a nosotros.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 25° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.» Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?» Le respondieron: «Nadie nos ha contratado.» Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña.» Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.» Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.» Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

Palabra del Señor

Hoy el evangelista continúa haciendo la descripción del Reino de Dios según la enseñanza de Jesús, tal como va siendo proclamado durante estos domingos de verano en nuestras asambleas eucarísticas.

En el fondo del relato de hoy, la viña, imagen profética del pueblo de Israel en el Primer Testamento, y ahora del nuevo pueblo de Dios que nace del costado abierto del Señor en la cruz. La cuestión: la pertenencia a este pueblo, que viene dada por una llamada personal hecha a cada uno: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros», y por la voluntad del Padre del cielo, de hacer extensiva esta llamada a todos los hombres, movido por su voluntad generosa de salvación.

Resalta, en esta parábola, la protesta de los trabajadores de primera hora. Son la imagen paralela del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Los que viven su trabajo por el Reino de Dios (el trabajo en la viña) como una carga pesada («hemos aguantado el peso del día y el bochorno» y no como un privilegio que Dios les dispensa; no trabajan desde el gozo filial, sino con el malhumor de los siervos.

Para ellos la fe es algo que ata y esclaviza y, calladamente, tienen envidia de quienes “viven la vida”, ya que conciben la conciencia cristiana como un freno, y no como unas alas que dan vuelo divino a la vida humana. Piensan que es mejor permanecer desocupados espiritualmente, antes que vivir a la luz de la palabra de Dios. Sienten que la salvación les es debida y son celosos de ella. Contrasta notablemente su espíritu mezquino con la generosidad del Padre, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad», y por eso llama a su viña, «Él que es bueno con todos, y ama con ternura todo lo que ha creado»

Evangelio 24° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21-35)

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»

Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.

El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.» El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes.» El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.» Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Palabra del Señor

Estamos ante una auténtica piedra de toque. De todo el mensaje de Jesús, quizás sea éste el mandamiento más chocante, posiblemente el más difícil. En medio de una sociedad que devuelve golpe por golpe, donde el que la hace la paga, donde se propone la venganza como señal indiscutible de hombría, el perdón que Jesús pide a quien le siga no podemos negar que suena a estupidez, a cobardía, a debilidad. Sin embargo, Jesús es tajante: quien no perdona al hermano, no tienes derecho al perdón de Dios. «Lo mismo hará mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

El perdón de Dios, generoso y sin medida, se para en seco ante la puerta cerrada de un corazón que odia. Para Jesús el que se ha dejado llevar por la avalancha del amor del Padre, ya no puede andar poniendo trabas a la hora de perdonar al hermano: Su perdón ha de ser total, sin condiciones. El perdón al hermano es imprescindible para todo el que quiera seguir a Jesús. Un perdón ancho, definitivo, incondicional. Nacido de un corazón que se ha convertido al amor. Ofrecido una y otra vez, incansablemente. «Hasta 70 veces siete». Es decir: siempre. El perdón, el hijo predilecto del amor. Por eso es una de las cosas que más se asemeja a nuestro Padre Dios.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 23° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según San Mateo:

En aquel tiempo, Jesús dijo a los discípulos: «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Palabra del Señor

Hoy, el Evangelio propone que consideremos algunas recomendaciones de Jesús a sus discípulos de entonces y de siempre. También en la comunidad de los primeros cristianos había faltas y comportamientos contrarios a la voluntad de Dios.

El versículo final nos ofrece el marco para resolver los problemas que se presenten dentro de la Iglesia durante la historia: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Jesús está presente en todos los períodos de la vida de su Iglesia, su “Cuerpo místico” animado por la acción incesante del Espíritu Santo. Somos siempre hermanos, tanto si la comunidad es grande como si es pequeña.
«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano». ¡Qué bonita y leal es la relación de fraternidad que Jesús nos enseña! Ante una falta contra mí o hacia otro, he de pedir al Señor su gracia para perdonar, para comprender y, finalmente, para tratar de corregir a mi hermano.
Hoy no es tan fácil como cuando la Iglesia era menos numerosa. Pero, si pensamos las cosas en diálogo con nuestro Padre Dios, Él nos iluminará para encontrar el tiempo, el lugar y las palabras oportunas para cumplir con nuestro deber de ayudar. Es importante purificar nuestro corazón. San Pablo nos anima a corregir al prójimo con intención recta: «Cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado».

El afecto profundo y la humildad nos harán buscar la suavidad. «Obrad con mano maternal, con la delicadeza infinita de nuestras madres, mientras nos curaban las heridas grandes o pequeñas de nuestros juegos y tropiezos infantiles» (San Josemaría). Así nos corrige la Madre de Jesús y Madre nuestra, con inspiraciones para amar más a Dios y a los hermanos.

Evangelio 22° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según San Mateo:

«En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios».

Entonces dijo a los discípulos: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta»

Palabra del Señor

Hoy, consideramos que ver a Jesús y seguirle requiere tener una obediencia madura que nos permita escuchar y ser responsables (capaces-de-responder). Y esto sólo es posible en las personas que verdaderamente se han liberado de los caprichos infantiles y de las pasiones: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24). Escuchar y responder a la llamada de Dios en nuestras vidas cotidianas significa ser capaces de olvidarnos de nosotros mismos y de servir a los demás. Sólo el amor hace factible este “riesgo” (cf. Heb 5:8-9).

Buda dice que «para vivir una vida pura de entrega uno no debe reputar nada como propio en medio de la abundancia». Un ejemplo es la vida familiar donde los padres se entregan total y generosamente al bienestar de la familia, quizás hasta el punto de olvidarse de sí mismos. Ellos procuran actuar así para que sus hijos estén bien preparados para que tengan mejor futuro. Si es así, además, la familia será una y unida.

Tenemos cientos de conmovedores ejemplos de profesores, médicos, agentes sociales, personas consagradas y santos. El Papa Francisco nos empuja a “ver” a Jesús en nuestra vida corriente, pues «aunque la vida de una persona se mueva en un terreno lleno de espinas y malezas, hay siempre espacio en el cual la buena semilla puede crecer. ¡Tenéis que confiar en Dios!».

Un grano de trigo puede liberar toda su vitalidad sólo cuando se rompe y muere, como Jesús el cual muriendo mostró todo su amor dando la vida. El ejemplo del grano de trigo es la vida misma de Jesús y de cada discípulo que le sirve, que da testimonio de Él y que tiene vida en Él: «El que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25). ¡Amén!

¡Feliz Domingo!

Evangelio 21° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura de Santo Evangelio según San Mateo.

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Palabra del Señor

Hoy, la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo abre la última etapa del ministerio público de Jesús preparándonos al acontecimiento supremo de su muerte y resurrección. Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús decide retirarse por un tiempo con sus apóstoles para intensificar su formación. En ellos empieza hacerse visible la Iglesia, semilla del Reino de Dios en el mundo.

Hace dos domingos, al contemplar como Pedro andaba sobre las aguas y se hundía en ellas, escuchábamos la reprensión de Jesús: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» (Mt 14,31). Hoy, la reconvención se troca en elogio: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás» (Mt 16,17). Pedro es dichoso porque ha abierto su corazón a la revelación divina y ha reconocido en Jesucristo al Hijo de Dios Salvador. A lo largo de la historia se nos plantean las mismas preguntas: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? (…). Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,13.15). También nosotros, en un momento u otro, hemos tenido que responder quién es Jesús para mí y qué reconozco en Él; de una fe recibida y transmitida por unos testigos (padres, catequistas, sacerdotes, maestros, amigos…) hemos pasado a una fe personalizada en Jesucristo, de la que también nos hemos convertido en testigos, ya que en eso consiste el núcleo esencial de la fe cristiana.

Solamente desde la fe y la comunión con Jesucristo venceremos el poder del mal. El Reino de la muerte se manifiesta entre nosotros, nos causa sufrimiento y nos plantea muchos interrogantes; sin embargo, también el Reino de Dios se hace presente en medio de nosotros y desvela la esperanza; y la Iglesia, sacramento del Reino de Dios en el mundo, cimentada en la roca de la fe confesada por Pedro, nos hace nacer a la esperanza y a la alegría de la vida eterna. Mientras haya humanidad en el mundo, será preciso dar esperanza, y mientras sea preciso dar esperanza, será necesaria la misión de la Iglesia; por eso, el poder del infierno no la derrotará, ya que Cristo, presente en su pueblo, así nos lo garantiza.