Lectura del santo evangelio según San Mateo.( 24,37-44)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Palabra del Señor
La espera del Mesías ha sido larga. Que se lo digan al pueblo de Israel, a los profetas, centinelas de la noche, que han ido alertando y orientando al pueblo de Dios a lo largo de los siglos. Pero es fácil cansarse, es fácil dejar que la rutina gobierne nuestro corazón.
Por eso este tiempo que iniciamos los cristianos, el tiempo de Adviento, es el tiempo para espabilarnos, si, para darnos cuenta del momento tan maravilloso que estamos viviendo: tiempo de gracia y de esperanza.
No podemos dejar que la noche nos domine, sino tenemos que avivar la certeza del día que se avecina y no hacer como aquellos contemporáneos de Noé, que seguían comiendo y bebiendo sin percibir que estaba cerca el diluvio.
Hay que abrir bien los ojos, saber presentir la cercanía del Señor que llega de un momento a otro: “Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.
Nosotros no somos hijos de la noche, sólo pendiente de lo nuestro, defendiendo a dentelladas nuestro pobre pedazo de alegría, o de paz, o de verdad. El vivir egoísta de quien se cree dueño y señor. Todo eso no nos va, porque nosotros no somos hijos de la noche: “Dejemos las obras de las tinieblas, pertrechémonos con las armas de la luz” Somos hijos del día. Hay, pues, que ir ensayando, aprendiendo a caminar, desde ahora, “como en pleno día, con dignidad”
Copiando el estilo de ese Hijo del hombre que va a llegar, que ya vino: “Vestíos del Señor Jesucristo”. Pero un vestirse por dentro, hasta lo hondo del alma.
¡Feliz Adviento!