Evangelio 3° Domingo de Adviento. Domingo de Gaudete

Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,10-18):

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
«¿Entonces, qué debemos hacer?»
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?»
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

Palabra del Señor

UNA AUTÉNTICA ALEGRÍA

Llevamos ya varias semanas escuchando esas voces de sirena que nos llaman a preparar «estas fiestas». Y parece también que por todas partes se nos invita y casi se nos «obliga» a la alegría: las luces de colores, los papeles de regalo, los especiales de la prensa con «mil ideas para preparar la Navidad (lugares donde ir, menús que den poco trabajo, regalos para los que no saben qué regalar, moda, juguetes), artículos de broma y los «divertidos» disfraces, las cenas de empresa, las múltiples comidas, las artificiales carcajadas de Papá Noel, los villancicos (cada vez más a menudo en inglés…), la alegría del Gordo… ¡Alegría, alegría!

Sin embargo, no es raro escuchar a quienes hablan de que éstos son para ellos los días más tristes del año: la salud ya no les responde, la soledad se nota más, la ausencia de personas queridas que ya no están, las tensiones familiares que afloran, la invasión de anuncios que te invitan a gastar lo que no está al alcance de tu bolsillo, los recuerdos y nostalgias… Además de que no podemos ignorar que las circunstancias de nuestro mundo no están como para lanzar serpentinas y confetis…

Pues la Iglesia, especialmente en este tercer domingo de Adviento, nos hace una invitación a la alegría. Pero se trata de una alegría distinta, profunda, que puede ser incluso silenciosa. De sobra sabemos que por mucha comida y mucho champán que tomemos, no conseguimos la auténtica alegría. Por muchos regalos que nos hagamos, por mucho papel de colores, muchos belenes y árboles iluminados que pongamos por todas partes… hay que reconocer que a menudo nos está faltando la ALEGRÍA con mayúsculas.

El poco conocido profeta de la primera lectura, de extraño nombre, (Sofonías = «Dios protege») nos ha invitado a la alegría, dándonos varias razones. A saber:

Lo primero es que EL SEÑOR HA CANCELADO TU CONDENA, Dios te ha perdonado definitivamente tus culpas y penas. Porque sí. Desde la raíz.

De sobra sabemos que, aunque no somos mala gente, estamos bastante lejos de vivir como auténticos discípulos de Jesús; estamos lejos de que otros hombres puedan leer el Evangelio en nuestras vidas. De sobra sabemos que nos falta complicarnos mucho más la vida en los asuntos del amor y la justicia, y el cuidado de la creación. En esto nunca hacemos bastante, siempre podemos más y mejor.

Dios nos está colmando continuamente de regalos, de oportunidades, de capacidades… Y más de una ni siquiera la hemos desempaquetado. En la lista de «deudas» con Dios siempre andamos en números rojos. La cercanía de Dios conlleva el ofrecimiento de una paz profunda y a nuestro alcance: nos permite sentirnos profundamente reconciliados, con una nueva oportunidad de ser mejores y vivir más desde Dios y para los otros. Los ángeles de nochebuena nos anuncian la Paz a los hombres que ama el Señor. Y el Niño será llamado «Príncipe de la Paz». El Adviento es una ocasión estupenda para que saborees esas palabras del profeta, dirigidas expresamente para ti ¡EL SEÑOR HA CANCELADO TU CONDENA!, que por el ministerio de la Iglesia te conceda el perdón y la paz. Ponte a tiro.

En segundo lugar: EL SEÑOR HA EXPULSADO A TUS ENEMIGOS.

Tantas veces te han disparado directo al corazón y han hecho diana, y te has sentido sangrar. Te han hecho «pupa»… Tantas veces has tenido que agachar la cabeza ante otros más fuertes que te imponían sus ideas, sus criterios, sus costumbres, sus soluciones. ¡Tantas veces te has tenido que refugiar en «el bosque» para ponerte a resguardo! Enemigos de fuera… ¡pero también de dentro!, que son incluso peores, porque es bien difícil huir de ellos, y a menudo te sorprenden con la guardia baja. Esas seducciones, vicios, apegos, complejos, manías y miedos, tentaciones… Pues el Señor los vence, los «expulsa» de ti, los aleja… aunque a ti te toca poner de tu parte, claro. Es la alegría de verse liberado.

En tercer lugar. EL SEÑOR SERÁ REY EN MEDIO DE TI. Él puede tomar posesión de ti. No hay ninguna zona oscura de tu vida, de tu corazón, de tu historia, a donde no pueda llegar Él para salvarte. Allí entra él con toda tu fuerza. Es cuestión de hacer silencio, quitar candados y pestillos, y dejarle que vaya pasando en tu oración, en tu Eucaristía… hasta el centro de tu Castillo Interior, a cada rincón, y acomodándolo todo a su gusto. La alegría de tener siempre contigo al Rey Huésped.

Y tal vez la más sorprendente: EL SE GOZA Y SE COMPLACE EN TI, TE AMA Y SE ALEGRA CON JÚBILO. Esta es la razón principal de la alegría y de la fiesta. Dios está enamorado apasionadamente de ti. Se ha fijado concretamente en ti para ofrecerte todo su cariño. Te lleva observando desde siempre, hagas lo que hagas, con un cariño impresionante. No te lo mereces, claro. Te pondrás mil máscaras, te esconderás detrás del activismo y tus ocupaciones y superficialidades, te salpicarás de barro. ¡Es igual, no le importa! Te olvidarás de Él, pero como buen enamorado, Él seguirá buscándote y esperándote. Nos cuesta creerlo, siempre nos vemos poco dignos de que entre en nuestra casa. Pero realmente le importamos, tanto que es capaz de vencer a la mismísima muerte, para poder estar siempre con nosotros. Y cuando uno sabe que alguien le ama de esa manera… se llena de sorpresa y de alegría… ¿no?

En resumen: EL SEÑOR ESTÁ CERCA. Está cerca en Navidad y en cada Eucaristía, hablándote y poniendo en común contigo todo lo que es y puede y le dejes. Está cerca en el hermano y en la comunidad cristiana. Está cerca: en el pobre y en el que sufre. Está tan cerca de ti como tu propio corazón: precisamente ahí. Y entonces se esfuman los temores: su victoria ante cualquier tropiezo, fracaso, dificultad ¡es la nuestra! Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Nada ni nadie os preocupe; sino que, en toda ocasión, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Tendremos problemas, es obvio, pero los enfrentaremos de otra manera: con esperanza, con serenidad, con equilibrio, con fortaleza. «Y la Paz protegerá y cuidará de nuestros pensamientos y corazones en Cristo Jesús».

Necesitamos esta alegría: es más sencilla, dura más, no cuesta dinero y merece la pena. Cuando esta alegría nos envuelve, podemos planteamos vivir una Navidad de otra manera. Y entonces, ¿qué hacemos?, podríamos preguntarle al Bautista, o al Evangelio. ¿Cómo vivir una Navidad alegre, distinta?

– ¿Por qué no recuperamos a los verdaderos Reyes Magos, que llevaron sus mejores regalos a una familia pobre de Belén, en vez de atiborrarnos de objetos innecesarios y carísimos?

– ¿Por qué no leemos todos los días, junto al Belén, solos, aunque mejor en familia, unas palabras del Evangelio, y hacemos una sencilla oración?

– ¿Por qué no pensamos a quién podríamos dar una gran alegría, una sorpresa con una visita, una llamada, una invitación a cenar o tomar algo con nosotros?

– ¿Por qué no nos repasamos o aprendemos, con los más pequeños, los villancicos de siempre, y dejamos a un lado tantas cancioncillas insulsas y vacías, que ni huelen a Navidad ni a nada?

– ¿Por qué no, en vez de comprar alimentos carísimos para la Nochebuena y Navidad, preparamos algo todos juntos, aunque sea sencillo? La Navidad es la ocasión en que más comida se tira a la basura.

– ¿Por qué no, en vez de hacer limpieza de ropa y juguetes en casa «para los pobres», compramos algo nuevo, en condiciones, para los que nunca tienen casi nada?

– ¿Por qué no preparamos una buena bendición de la mesa para el día de Nochebuena/Navidad?

– ¿Por qué no damos a Cáritas (o donde mejor te parezca) un porcentaje del dinero que vamos a gastar y hasta derrochar estos días?

– ¿Por qué no nos acercamos a «cancelar» esa deuda que tenemos con Dios, celebrando el sacramento del Perdón?

– ¿Por qué no nos sentamos en familia a hablar de cosas importantes: Qué tal le va a cada uno, qué le preocupa de veras, qué necesita de verdad?

Mejor no digo más porque las Navidades son las fiestas de la fantasía. La fantasía de Dios le llevó hasta un Portal en Belén. A ver a dónde nos lleva a cada uno de nosotros la nuestra. Ahí dejo la pregunta del Bautista para que cada cual se la responda: Entonces, ¿qué hacemos?

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