Exaltación de Cuaresma
19 de febrero de 2023
Iglesia Hospital de Jesús Nazareno
Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina
Salvador Ruiz Pino
Cuando se pone la tarde
de la traición consumada,
cuando cruzas tu mirada
con mi ingratitud cobarde,
cuando el corazón me arde
ante el semblante sereno
de misericordia lleno
de un Dios que avanza vencido,
sólo es mirarte así herido
ya quiero seguirte, Nazareno.
Rvdo. Sr. Consiliario, Sr. Hermano Mayor y Sres. Miembros de la Junta de Gobierno de la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena, San Bartolomé y Beato Padre Cristóbal de Santa Catalina.
Superiora y Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno Franciscanas.
Sra. Directora del Colegio Diocesano Jesús Nazareno.
Queridos amigos y hermanos todos.
Sean mis primeras palabras, como no podía ser de otra forma, para agradecer la invitación que recibí de la Hermandad por medio de Antonio Joaquín Santiago para compartir con todos ustedes este acto de exaltación de la Cuaresma, tras la presentación del magnífico cartel que nos invita, una vez más, a poner los ojos en el Señor que camina hacia el Calvario.
Agradecimiento que debo reiterarle a él por la presentación que acaba realizar de mi persona, que como comprenderán tiene mucho más de aprecio que de verdad, mucha más ponderación que realidad y mucha más generosidad por su parte que mérito por la mía. Gracias, amigo Antonio, por tus palabras.
Es por ello por lo que comparezco ante ustedes, por pura generosidad del Dueño de esta Casa y Hospital, que, como siempre, nos contempla amoroso y paciente, fijos sus ojos en aquellos que se acercan, cada viernes, ante su presencia que consuela, acoge y levanta. A Él, que nos congrega hoy, en un presente eterno, y a su Madre del “sí” de Nazaret, pido la venia, a la vez que suplico por adelantado, también a ustedes, la clemencia necesaria para perdonar las muchas imperfecciones y defectos que, de seguro, podrán escuchar en las palabras que seguirán y que son fruto de mis abundantes limitaciones, de las que soy conocedor y consciente, pero que no me impiden asumir esta tarea con agradecida responsabilidad y no poca temeridad por mi parte.
Lo hago porque se lo debo, porque hace muchos años prometí no negarle nada a lo que viniera de su parte y de su Nombre, y así vino esto, sin preverlo, como Él hace las cosas, para que creamos ingenuos que el favor lo hacemos nosotros cuando todo lo que tenemos, somos y esperamos viene de su Divina Voluntad y Providencia. Por Él, todo con Él y en Él, el Divino Caminante de la cruz de plata. Porque en mi familia, en mi casa, a Dios también le llamamos, como en la de casi todos los aquí presentes, Jesús Nazareno. O simplemente, Jesús. Sin apellidos ni título. ¡Qué hermoso es tener así a Dios, cercano, amante y caminando con nosotros! Yo, como muchos aquí, así he crecido. Contemplando el rostro de Jesús Nazareno en mi casa y viendo a mis mayores acudir a Él en cada necesidad y cada vez que se podía, compartiendo con Él las angustias y contrariedades de la vida y también las alegrías de cada niño que nacía que, al igual que hicieron conmigo, era puesto a sus pies para pedir la protección del que es nuestra fuerza, nuestra salud y nuestra esperanza. Si cierro los ojos y pienso en Dios siempre surge su rostro, dulce, amable y compasivo, y su figura portentosa con una cruz de plata sobre su hombro izquierdo. No recuerdo una Semana Santa en mi vida, salvo en tiempo de pandemia, que no haya vestido su túnica y alumbrado su camino, desde que nací hasta hoy. Por eso, estar aquí es
obligado, pues es el mismo y único Dios, el mismo y único Hijo de Dios, quien se abre paso por la Vía Dolorosa, ya sea desde esta Iglesia Hospital del Padre Cristóbal o desde la pequeña Iglesia del Espíritu Santo -como se ha dejado dicho en la presentación que se me hacía, donde vive, reina y recibe la gloria de sus hijos de La Rambla mi Nazareno de Juan de Mesa- es Él, como digo, siempre Él, quien nos mira, quien nos protege, quien nos habla al corazón para recordarnos que somos suyos. Por eso… que sin entender sufre el ser humano.
Cuando miro tu rostro, Soberano, abrazando esa cruz que luce erguida
imagen de las cruces de la vida
Al pensar que he salido de tu mano
mi alma se conmueve estremecida,
cuando veo mi herida ante tu herida
porque siendo Dios, te siento hermano.
Oh Jesús Nazareno en luna llena
que en silencio nos ofreces las razones
de un amor que redime la condena.
Médico y Hospital de mil perdones
donde enfermera igual es Nazarena
y se curan los heridos corazones.
Antes de subir a Jerusalén, dijo el Divino Maestro: «Si alguno quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Nadie que quiera aprender en la Escuela Sagrada de este Cordero manso y sin tacha podrá nunca hacerlo si no es desde la imitación de lo que hemos visto y oído. ¿Y qué es lo que hemos podido ver y oír? A un Hombre. Un Hombre en el que se revela la verdad de todo hombre y de todo lo humano que carga con una cruz, que aunque con la apariencia de la hermosa plata, pues en Ella se encierran los tesoros de nuestra redención, es un madero pesado que hasta en tres ocasiones arrastró por tierra al Hijo de Dios. Un Hombre -¡y más que un hombre!- que ha abrazado el dolor ajeno como propio, que ha querido (¡Misterio de la Divina Voluntad!) hacerse uno de nosotros hasta tal punto que ha asumido las mismas consecuencias de nuestras rebeliones: el dolor, el sufrimiento y la muerte. ¡Quién haría esto si no fuese un loco o un enamorado! ¡O ambas cosas! Y todo ello, lo sabemos bien, en la quietud de cada Jueves Santo. Después de que enmudezcan litúrgicamente las campanas para entrar en el silencio de la Pasión salvadora de Cristo Entregado. ¡Qué bien sabe esta Hermandad lo que es el Amor, con mayúscula! Porque sólo necesita mirarle a Él para encontrar el significado más perfecto, la explicación más clara y el sentido más verdadero de estapalabra, tantas veces manida, forzada y desdibujada en nuestro mundo. Sí, nosotros lo sabemos. El Amor es Él, el Amor es un Hombre que avanza con una cruz camino del Calvario seguido de un palio de respeto:
El amor camina custodiado
por cuatro ángeles de plata y cera
en luna de Nisán y primavera
marcha amante, libre y entregado.
Amor por nosotros Encarnado,
en serio nos amó, no en la teoría.
Quién viéndole pasar no le daría
sólo un beso dulce agradecido,
consuelo de un amor tan malherido
que sólo así el amor se pagaría.
¡Qué hondo misterio, este del dolor, que marca la vida de todo ser humano aquí en la Tierra! ¡Cuántas cruces siguen hoy alzándose con el grito, todavía difícil de entender para todos nosotros, «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», del Salmo 22 que el mismo Cristo recitó desde el madero!
«Que tome su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Habla claro este buen Jesús que no quiere que nadie se lleve a engaño. «Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (Lc 14, 27). No se trata de sentir simple admiración, atracción o simpatía por este Nazareno al que acudimos, seguro que con sincera devoción, cuando la vida se nos vuelve cuesta arriba, cuando los bancos de esta Iglesia se convierten, como si de piedra fueran, en Muro de Lamentaciones cordobés, esponjada la madera de tantas lágrimas, deseos o peticiones, Calvario donde se clavan las rodillas para implorar salud -salud sobre todo-, trabajo, reconciliación o cualquier cosa que, por necesaria, es justo pedir al Rey de Reyes que siempre nos recibe aquí en su casa. Mal haríamos, sin duda, si ante la necesidad no acudiéramos al Único que tiene Poder para remediarla. Y no sólo Poder, también Voluntad. Porque paciente espera, como lleva haciéndolo más de cuatro siglos, a que sus hijos queridos, en sus dolores y angustias, se acerquen a Él, como lo han hecho siempre los cordobeses, para encomendarse confiados a su Divina Providencia. ¡Cuántas madres han
llorado implorando por sus hijos ante su presencia! ¡Cuánto dolor compartido con el que sabe tanto de dolores! ¡Cuánto amor derramado a los pies del que tanto ama desde su camarín sagrado! ¡Cuánta esperanza perdida volvió a brillar ante su presencia!
El misterio del dolor y del sufrimiento hasta la muerte, que interroga la vida de todo hombre y mujer en este mundo, sólo tiene respuesta en Aquel que lo atravesó, en silencio, como lo sigue haciendo cada Jueves Santo, con pisada firme, libremente y con el corazón inflamado en el Divino Amor que nos redimió. Ya nos decía San León Magno que “Passio enim Domini usque ad finem producitur mundi” (la Pasión del Señor se prolonga hasta el fin del mundo). Y concreta este Sumo Pontífice que ésta (la Pasión del Señor) “se prolonga en su cuerpo místico que es la Iglesia, especialmente en los pobres, en los enfermos y en los perseguidos”. Por eso, ante la pregunta, ¿dónde sufre, agoniza y muere hoy Jesús?, podemos responder sin equívoco que, de una forma particularmente dolorosa, Cristo sigue agonizando en los pobres, en cada hombre y mujer que sufre por cualquier causa en este mundo. Hasta el final de los tiempos, mientras sufran los pobres, el Señor estará clavado en la cruz de sus sufrimientos con los clavos del amor infinito de todo un Dios encarnado por nosotros y, especialmente, por ellos. Éstos fueron los destinatarios privilegiados del Evangelio, los bienaventurados por excelencia, porque Dios se hizo uno de ellos. Acabamos de ver hace escasos días a todo un Dios desahuciado, naciendo en un pobre portal, y no podemos olvidar que pesebre y Calvario están íntimamente relacionados; si el pesebre es humildad, la cruz es humillación, consumación de la voluntad del Padre, aceptada por el Verbo en su Encarnación, al vestir y asumir en su naturaleza divina la pobreza de la corrupción de nuestra carne. Nunca debemos olvidar que Cristo, este Jesús que nos preside, Jesús Nazareno, es el pobre de Yavhé, pobre entre los pobres, el hijo de la humilde esclava de Nazaret, nuestra Madre Nazarena Nuestro Rey reina desde el trono de la cruz, y ese reinado es un reinado perpetuo. En tiempos, como los que vivimos, de guerras y terremotos, donde siempre los inocentes y los más vulnerables sufren con mayor intensidad las consecuencias dramáticas de la condición precaria de todo ser humano, donde hasta el creyente de fe más firme se interroga con un ‘por qué’ que no obtiene respuesta, sólo nos queda mirar a la Cruz. Mirar a la Cruz y a las manos que la abrazan… Mirarle para seguirle.
Seguir al Nazareno es haberme encontrado con Él en el camino, en los caminos, tantos caminos, de la vida, de mi vida. Saberme encontrado, elegido, mirado y amado por Jesús, que no es una idea, sino una persona viva; no es un recuerdo, sino un presente; no es un qué, sino un quién. El Eterno coetáneo, el perpetuo Compañero, el Amigo que no falla, el Esposo fiel, el Salvador que me busca y me encuentra,
Él siempre Presente,
siempre Amante,
siempre Paciente,
siempre Actuante,
siempre Doliente,
siempre Triunfante…
Seguir al Nazareno es agarrar el cirio encendido de mi bautismo cada día como lo hacemos cada Jueves Santo. Reconocer la Dignidad que mereció de este Divino Caminante una entrega sin reserva de su propia vida hasta la muerte en la Cruz, a la que todavía se nos muestra aquí abrazando como si gritara desde su bendito camarín a quienes nos sentamos tantas veces en estos bancos o lo contemplamos avanzando sobre su paso de caoba y plata: ¡Mira! ¡Así te quiero! ¡Hasta el extremo!
Seguir al Nazareno es reconocerse pequeño, niño casi, con la inocencia de los ojos de ese remolino de esclavinas y monaguillos que sólo saben, quizá, que están acompañando al Señor y a la Virgen mientras se pasean por las calles de esta vieja y adormecida Ciudad y eso les basta para estar alegres, porque han deseado este momento durante todo el año y saben que con eso Jesús y su Madre están contentos. Los niños no son el futuro de nuestra Hermandad, son un presente puro, ilusionante y motivador. Por eso, nuestro Colegio de Jesús Nazareno es, sin duda, uno de los pulmones desde los que debe respirar la Cofradía si queremos que la cadena no se rompa y la devoción a Jesús Nazareno atraviese, como lo ha hecho siempre, los umbrales de los tiempos y los siglos, aún cuando éstos se vuelven oscuros e inciertos. ¡Qué será de las cofradías que no aprendan a transmitir esta fe que nosotros vivimos a las generaciones que vienen! ¡Cuánto nos jugamos en esto! ¡Y cuánto bien estamos haciendo a estos hombres y mujeres de mañana cuando les mostramos desde niños dónde está el consuelo para cuando lleguen las amarguras, dónde está la fuerza para cuando se acumulen las derrotas, dónde está la luz para cuando todo se apague alrededor…!
Seguir al Nazareno es descubrir, como lo hizo el Padre Cristóbal, que Él no quiere ser servido en un culto vacío que busca sólo ostentación, sino que este Soberano Señor y su Madre Amantísima quieren ser servidos en los más pobres entre los pobres, los que nadie quiere, los que no cuentan y son descartados, los ancianos y los pequeños, los enfermos y los sufrientes, los abandonados, los desesperados, tantos crucificados de nuestro tiempo. Los trescientos cincuenta años que estamos cumpliendo desde que el más notable hermano de nuestra corporación ingresara en el censo de la Cofradía y se fundaran, de seguido, este inmenso regalo del Espíritu Santo a Córdoba y a toda la Iglesia que son las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno, deben hacernos recapacitar siempre sobre esta primera, primerísima obligación de nuestra Hermandad, que no debe nunca olvidar sus orígenes, aquellas seis camas del Hospitalillo de San Bartolomé que, en acorde evolución con los tiempos actuales, derivan hoy en la bolsa de caridad de la Hermandad, pilar fundamental que nos define y nos hace creíbles como cristianos y como cofrades. ¡Si no servimos a Cristo Pobre en los pobres no podemos ser discípulos suyos, bien lo sabemos!
Seguir al Nazareno es llevar en nuestra carne el amoroso abrazo de la Hermana Pobreza, como nos recuerda el cíngulo que ciñe la cintura del hermano nazareno cada vez que la Cofradía se pone en la calle en esa gran catequesis y pública protestación de fe que es la Estación de Penitencia del Jueves Santo. Cíngulo Franciscano como franciscanas son las Hermanas Hospitalarias, que con la confianza en la Providencia que el mismo Jesús le inspiró al Padre Cristóbal, nos impulsa a una vida cada vez más austera y confiada, más alegre y más libre, como la del Poverello de Asís, que se enamoró loca y perdidamente de su Señor al abrazarlo y besarlo en la carne, ya putrefacta, del leproso y se despojó de todo para hacerse como Él, pobre como Cristo pobre. Seguir al Nazareno es saberse eslabón de una cadena de más de cuatro siglos, aún con sus interrupciones históricas, de Cofradía, y de más de dos mil años de Iglesia. Es experimentar que nadie es discípulo en solitario, sino que le seguimos en la comunidad del Pueblo Santo de Dios, subidos y remando en la barca de Pedro, que hoy se llama Francisco, en comunión efectiva y afectiva con el Vicario de Jesús Nazareno en la Tierra, a quien Él ha puesto para pastorear a sus corderos, y de su obispo en esta Iglesia particular de Córdoba, que nos actualiza y garantiza la sucesión apostólica hasta nuestros días. Jesús Nazareno sí, Iglesia también. Nunca uno sin la otra.
Seguir al Nazareno es, en definitiva, buscarle y encontrarse con Él, siempre, siempre, en el pan blanco, en su carne entregada y en su sangre derramada, en su presencia real, ¡no figurada!, que espera -¡te espera!- vivo en el divino tabernáculo, sagrarios custodios de su Majestad callada, humilde y amante.
Nazareno del pan blanco
que por nosotros te entregas.
Nazareno del Sagrario
que el sufrimiento consuelas,
que en el silencio me hablas
y mi visita deseas.
Con mi nombre entre los labios
me llamas y me sondeas
y me abrazas desde adentro
con una voz que resuena.
Nazareno del pan blanco,
misterio de luna llena
de la tarde de la Pascua
de tan Sagrada Cena,
cuando el Jueves se hace Viernes
de devoción nazarena.
Y así lo encontraremos tras la espera. Una nueva Cuaresma, tan sólo una Cuaresma, nos separa de este encuentro nazareno que nuestro corazón tiene agendado de año en año en el calendario vital de nuestro corazón cofrade. Cinco domingos, a contar desde el próximo, para conmemorar el núcleo fundamental de nuestra fe, para buscarle en cada esquina como cuando éramos jóvenes y verle pasar, entre el trasminar del azahar de los naranjos en flor y la nube humeante del incienso que eleva las oraciones de los que le contemplan, el olor del azúcar y la miel de los dulces caseros y la cera color tiniebla que se consume, chispeante, para alumbrarle el camino; con el sol reflejado en las paredes recién blanqueadas de las casas o las estrellas tintineando a lo lejos, tras el palio de la Madre Dolorosa. Preparemos no sólo lo exterior, que es tanto en estos días de limpieza de enseres y conversaciones entre amigos y hermanos, sino también lo profundo, avivando el deseo de renovar, una vez más, la respuesta que un día dimos a este Nazareno del Padre Cristóbal con el compromiso de seguirle, con nuestra propia cruz, que Él mismo lleva, como Cireneos agradecidos, adonde quiera que su Voluntad nos ponga o nos lleve. Descubrir que el sentido de la vida está en encontrarme con Él, vivir de Él, fiarme de Él, convertirme a Él, hacerme como Él, despojarme en Él, abrazarme a Él, entregarme a Él… Como lo hizo Ella:
Estando la Nazarena
la de los ojos abiertos
y la mirada serena,
porque mira con ternura
donde los vencejos vuelan,
donde la luna se asoma
desde su cielo de estrellas,
donde vive el Padre Eterno
que la eligió por Doncella.
Estando en el mismo instante
en que pasaba a su vera
el Hijo de sus entrañas
camino a “La Calavera”,
cargado con el madero
que plata en caoba refleja,
pisando la vía sacra
peana de plata bella,
mirando suave esos ojos
que también le buscan a Ella,
mientras derrama su llanto
con que nuestras almas riega,
recuerda el mensaje aquél
que el Ángel Gabriel le lleva,
y la espada, que son siete,
que el corazón le atraviesa
que Simeón el Anciano
le anunció en una escalera.
Mirando a este muchacho
que arrastra la cruel madera,
que en su vientre se formó
desde aquella primavera
sólo puede repetirle,
Señor de Alianza Nueva,
mira de nuevo a tu sierva,
a tu esclava Nazarena.
El cumplir de la promesa,
el final de nuestra espera,
de nuestra raza el orgullo
y de la humanidad la perla.
Mírame, te dice, hermano,
mira mi llanto y mi pena,
mira el dolor de tu Madre,
que con sufrimiento reina,
y no olvides que es Amor
el Amor de un alma llena
de un “sí” que todo inunda,
que todavía aquí resuena,
y te invita a que la mires,
a contemplar su belleza
y no pase un solo día
de esta próxima Cuaresma
sin saludar a María,
a la Virgen Nazarena.
Muchas gracias.