Evangelio 1° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según San Mateo.( 24,37-44)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor

La espera del Mesías ha sido larga. Que se lo digan al pueblo de Israel, a los profetas, centinelas de la noche, que han ido alertando y orientando al pueblo de Dios a lo largo de los siglos. Pero es fácil cansarse, es fácil dejar que la rutina gobierne nuestro corazón.

Por eso este tiempo que iniciamos los cristianos, el tiempo de Adviento, es el tiempo para espabilarnos, si, para darnos cuenta del momento tan maravilloso que estamos viviendo: tiempo de gracia y de esperanza.
No podemos dejar que la noche nos domine, sino tenemos que avivar la certeza del día que se avecina y no hacer como aquellos contemporáneos de Noé, que seguían comiendo y bebiendo sin percibir que estaba cerca el diluvio.
Hay que abrir bien los ojos, saber presentir la cercanía del Señor que llega de un momento a otro: “Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.

Nosotros no somos hijos de la noche, sólo pendiente de lo nuestro, defendiendo a dentelladas nuestro pobre pedazo de alegría, o de paz, o de verdad. El vivir egoísta de quien se cree dueño y señor. Todo eso no nos va, porque nosotros no somos hijos de la noche: “Dejemos las obras de las tinieblas, pertrechémonos con las armas de la luz” Somos hijos del día. Hay, pues, que ir ensayando, aprendiendo a caminar, desde ahora, “como en pleno día, con dignidad”
Copiando el estilo de ese Hijo del hombre que va a llegar, que ya vino: “Vestíos del Señor Jesucristo”. Pero un vestirse por dentro, hasta lo hondo del alma.

¡Feliz Adviento!

Evangelio 34° Domingo del Tiempo Ordinario, Festividad de Cristo Rey

Lectura del santo evangelio según san Lucas (23,35-43)

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Palabra del Señor

Por si a estas alturas de la revelación de Jesús, alguien pudiera, tener una idea equivocada sobre Dios, Jesús hoy acaba de descorrer el velo que nos ocultaba a Dios y nos da una última clave, definitiva, para saber cómo piensa, por qué lo hace y que es lo que espera de nosotros Dios.

Con la fiesta de Cristo Rey llegamos al final del año litúrgico y recordamos que también llegará un día en que Cristo volverá a la tierra en toda su gloria como lo prometió y acabará de poner todo en su sitio.

En esa hora Dios nos va a medir a todos por el mismo rasero: el amor que le hayamos tenido. Y si alguno desorientado pregunta a estas alturas ¿dónde está el Señor para amarlo? o, ¿cómo se le puede expresar su amor? Dios va y se identifica con los más necesitados de amor, con los que nadie quiere, con todo lo que el mundo pisotea y nos dice: ama a éstos y, en ellos, me estarás amando a Mi.

Con esta clave ya sabemos si estamos o no en camino, si podemos encarar el último día con la frente alta o con el corazón mordido por el miedo.

El Reino de Cristo es reino de amor, Y así lo reconoció el buen ladrón, un moribundo reconoce en otro moribundo, al Hijo de Dios y sus distintivos son fáciles de entender: la cruz como trono, una jofaina y una palangana como cetro y una toalla como manto real. Así reina Dios, SIRVIENDO. Y así, y no de otra manera, nos quiere ver Dios a nosotros sus hijos, sirviéndonos los unos a los otros.

¡Viva Cristo Rey!

¡Feliz Domingo!

Evangelio 33° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,5-19)

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Palabra del Señor

Cuando uno mira el mundo y ve que todavía hay gente que muere de hambre, guerras manchando de sangre todavía las páginas de nuestra historia, en definitiva, tanto egoísmo estropeando esta vida que debería ser tan bonita, me da por pensar que a Dios se le ha ido este mundo de las manos.

Pero leyendo la Palabra de este domingo sé que no. No podemos confundir la paciencia de Dios con el descuido. Ni ese saber esperar suyo, con calma, buscando la conversión de los violentos, de los injustos, con una especie de rendición, como si Dios les hubieras dejado a ellos, así como así, el señorío del mundo. Dios respeta la libertad de todos, aún cuando muchos abusen, pero alguna vez, exactamente cuando Él quiera, va a parar en seco y a poner las cosas en su sitio.

Y mientras llega ese día ¿que tenemos que hacer? Nada de esperar con los brazos cruzados. El reino de los cielos se consumirá allí en la otra vida pero hunde sus raíces aquí. No podemos, con la excusa de poner la esperanza en la otra vida, dejar que ésta se nos vaya escapando sin pena ni gloria. Ya lo dice San Pablo: “el que no trabaje, que no coma”.

Saber que el “día del Señor” llegará tiene que ser una razón más para luchar para mantener en alto nuestra esperanza. Ese día, cuando llegue, deberá encontrarnos con las lámparas encendidas, bien despiertos y a punto.

Y no será fácil, Cristo nos previene que habrá confusión y cruz: “que nadie os engañe porque muchos vendrán usando mi nombre“.

Y habrá cruz. Aunque esa música ya nos suena a los cristianos como algo familiar. Porque no podemos ser más que el Maestro. No importa. Hay que confiar en Él. Seguros de que, sin una orden suya, no caerá ni un solo cabello de nuestra cabeza.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 32° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas (20,27-38)

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y de descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

Palabra del Señor

El evangelio de este domingo nos habla de las dos únicas verdades que sostienen nuestra vida: que estamos vivos, y que algún día moriremos. Para los que creemos en el Señor Jesús, la muerte es solo un paso, una vida en plenitud.
¿Pero cómo será la otra vida?
El mundo que nos espera al otro lado de la muerte es algo que desborda. Empeñarnos en aplicarle las categorías de aquí, sería como pretender medir el amor con una cinta métrica. Y si encima no crees en la resurrección como le pasaba a los saduceos del Evangelio, no es de extrañar que con su sola inteligencia desbarren a la primera de cambio.
Jesús, en su respuesta, viene a decirles que para entender algo de lo que allí pasará es menester remontarse, levantar el vuelo, despegarse de esta realidad de acá. Hay que ponerse en clave de resurrección, aceptar que Dios ha vencido a la muerte y empezar a descubrir el sentido de cada palabra, de cada noticia que nos llega de allá.

¡Feliz Domingo!

Evangelio Solemnidad de Todos los Santos

«Los que ya llegaron y los que estamos en camino»

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5,1-12):

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor

Hoy es el día de Todos los Santos. La fiesta de los que ya llegaron. De los Santos que brillan hoy allá arriba, pero, que todo empezó aquí abajo, cuando nadie todavía podía imaginar que habían escogido la mejor parte; cuando pasaban desapercibidos o, peor aún, parecía que llevaban las de perder; cuando tomaron el camino difícil, desconcertante de las Bienaventuranzas. Su gloria de ahora hunde sus raíces en su vida de entonces, quizá apagada, monótona, nada espectacular.
Hoy también es el día de todos nosotros, llamados a ser santos, hoy es el día de dar gracias a Dios porque no dejan de apuntar por todas partes brotes de una nueva manera de vivir, al estilo de aquella que Jesús nos presentó como camino hacia el Padre. Gente honrada, amigos de verdad, fieles a la palabra dada, sin odio en el corazón, generosos, compasivos… ¡No está del todo este mundo perdido! No en vano lleva ya Dios mucho tiempo trabajando, silenciosamente, el corazón de cada hombre, de todos los hombres, como levadura en la masa hará crecer esa semilla. Dios hará que ese fermento acabe transformando toda la masa. Y un día el mundo entero, redimido, sonreirá feliz como un inmenso campo llenos de flores abiertas

¡Felicidades!

Evangelio 31° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (19,1-10)

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»
Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

Palabra del Señor

En contra de lo que nos imaginamos, no somos nosotros los que buscamos a Dios; Él es el primero en buscarnos. No hemos sido hechos para amar a Dios, aunque también, sino para que Dios pueda amarnos. ¡Somos buscados por Alguien! Ése es el secreto de nuestra fe y de nuestra felicidad: «Zaqueo baja, hoy me quedo yo en tu casa».

Zaqueo quería ver y lo que se le reveló fue la herida de Dios: su amor a los hombres. Zaqueo no había pedido nada y fue Dios mismo el que le suplicó: «quiero hospedarme en tu casa» ¿Estaremos a la altura de tan singular huésped?

Si es así, este encuentro te cambiará totalmente la vida, como cambió la vida de Zaqueo.

Hoy la Iglesia celebra el día de los sin techo. Que dura se tiene que hacer la vida cuando se te privan de los derechos principales como es una vivienda o trabajo digno. Pongámonos hoy en la piel de lo sin techo, seamos solidarios con su causa, y por qué no, atrévete a acoger a alguno en tu casa, es lo que Jesús ha hecho con Zaqueo y con nosotros.

¡Feliz Domingo!

Evangelio 30° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor

La parábola que acabamos de escuchar en el evangelio de hoy es como un espejo para verse y preguntarse: ¿A cuál de esas oraciones se parece la mía?
La primera es bonita, y larga. Un himno de acción de gracias. El fariseo, toma su vida, la pone delante de Dios le da gracias por ella.¿Habrá cosa más linda? Pero la calificación que da Jesús es fulminante: ¡suspenso! ¿Qué será lo que ha echado a perder esta oración que parecía tan bonita?
En cambio, la oración del públicano es pequeña y torpe. Salta a la vista que es un pecador: míralo, no se atreve a levantar los ojos, se queda atrás, se golpea el pecho. Ni una palabra se lo curre en su defensa. Ahora la calificación de Jesús es: ¡justificado! Algo grande ha debido de ocurrir, lo cierto es que el publicano ha bajado el templo con el alma recién nacida.
¿Que le pasa a la oración del fariseo? Muy sencillo: está podrida. Es bonita por fuera, pero está muerta por dentro. El fariseo no está dando gracias a Dios, está haciendo valer ante Él sus pretendidos méritos. No ama a Dios, solamente se ama así mismo.
El Publicano, en cambio, sí se sabe que es pecador. Se sabe pobre: es consciente de que esas monedas que llenan su vida no tienen valor ante el Señor. Entra en el templo sabiendo que necesita que le perdonen. No hace falta más, ni se le ocurre mirar aquel fariseo y menos aún juzgarlo, bastante preocupación lleva con él con la carga que le oprime. Se cree el último.
Sabe que tiene que cambiar, precisamente por eso la oración le cambia: “este bajó a su casa justificado”.
Miremos nuestra oración, ¿Verdad que a veces no es la voluntad de Dios lo que buscamos si no que él se amolde a nuestros planes? ¿Que no es luz lo que queremos, sino que Dios confirme en lo que ya traemos decidido? ¿Que no partimos de cero, sino que nos gusta hacer valer nuestros méritos, pasarle recibo de las horas que llevamos trabajando en sus viñas? ¿Verdad, que en el fondo nos creemos mejores, mucho mejor que todos esos pobrecitos infieles, alejados, pecadores?
Y luego ¿queremos que una oración así nos cambie, que sea decisiva en la construcción del reino De Dios?
A la oración hay que acudir con el alma abierta, con una sola pregunta en los labios: ¿qué quieres de mí, Señor? . Desde la certeza de que nada es nuestro, -solo el pecado-, de que todos esperamos de Él: la luz, la fuerza, seguros de que él nos ama. Totalmente Confiados. Plenamente disponibles.

Feliz domingo del Domund! Oremos y démosle gracias a Dios de todo corazón por tantos hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos, padres de familias y jóvenes, que lo han dejado todo y se han ido a otras tierras a anunciar la alegría del evangelio dignificando a la persona y ofreciéndoles todo lo necesario para su pleno desarrollo.

Evangelio 29° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (18,1-8)

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario.» Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.»»

Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Palabra del Señor

¡Qué fructífero es el “trabajo” de la oración! Porque Dios acabará dándole la razón al que ora a tiempo y a destiempo, en todo momento y ocasión.

La oración cristiana no es otra que la oración misma de Cristo, pues su Espíritu ora en nosotros como nosotros mismos no sabemos hacerlo.

La oración aparece como la respiración honda que eleva al mundo hasta el destino prometido: Dios justifica el esfuerzo de los hombres.

Echar puentes entre el mundo y Dios, entre nuestro hoy laborioso y los cumplimientos inesperados: tal es la grandeza de la oración.

Vivamos la oración como si fuera nuestro mejor oficio, nuestra mejor vocación: hacer vivir al mundo rezando a Dios.

¡Feliz domingo!

Evangelio 28° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17,11-19).

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Palabra del Señor

Este pasaje evangélico podía ser no más que un relato de curación. Unos leprosos condenados por la ley a vivir apartados de todos, gritan en la distancia a Jesús porque le «duele su lepra» y Jesús los ve y les dice: «Iros a presentaros a los sacerdotes» y mientras lo hacen quedan curados. Pero el genio del evangelista Lucas hace de este texto un himno a la fe. Y solo uno se da cuenta que la fe comienza cuando un hombre se echa a los pies de Jesús para glorificar a Dios.

El relato podría haberse quedado en un mero relato de curación: Dios salva, Dios libera, Dios sana… pero el Evangelista lo convierte en un relato de revelación: !No hay ningún otro nombre por el que podamos salvarnos! Y así tenemos que aprender todos los que formamos esta Iglesia nuestra que tenemos que ser un pueblo de adoradores que glorifican a Dios en Jesucristo: «por Él, con Él y en Él».
Este relato podía ser una hermosa exhortación a saber dar gracias a Dios por los beneficios que recibimos, pero solo uno de entre los diez se vuelve para dar gracias a Jesús; pero el escándalo de este pasaje evangélico radica precisamente en que Jesus alaba a un samaritano, doblemente excluido de la sociedad y religión judía por ser leproso y además samaritano, porque acude a Él para bendecir a Dios. En adelante, el verdadero encuentro entre el hombre y Dios no se dará en ningún templo ni monte sino en la persona de Jesús.

A Él es a quien hay que seguir en adelante, en la vida y en la muerte. En medio de tantas normas, costumbres folklores y ritos ¿seremos capaces de comprender que la fe cristiana consiste SÓLO en seguir a Jesus? Si es así, no te canses de vivir bajo el signo de la gratuidad y de la acción de gracias.


Pero no es suficiente un «te doy gracias por todo, Señor», dicho así en general». Es mucho mejor y nos hace mayor bien, un agradecimiento sorprendido, concreto (con rostros, momentos y lugares), sintiéndonos en deuda de corresponder, -aunque sea torpemente- a sus dones. Al menos reconocerlos. Esto nos ayudará también a ser agradecidos con las personas: valorando sus detalles y esfuerzos, aprendiendo de ellos, y multiplicándolos también nosotros. Un corazón agradecido abre las puertas de la salvación. Un corazón agradecido tiende puentes y reafirma las relaciones. Un corazón agradecido nos hace mucho mejores. Y yo tengo tanto que agradecer a Dios. Y tengo tantos con los que estar agradecido y expresarlo…

¡Feliz Domingo!

Evangelio 27° Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17,5-10)

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

Palabra del Señor

La fe no es una manera de salirnos con la nuestra, de ganar para nosotros un trato preferencial de parte del Señor. Por mucho que hagamos no somos quienes para exigir nada de Dios.
Hoy Jesús en el evangelio nos aclara un punto que nos pone en camino para comprender mejor qué es la verdadera fe. Usando un viejo esquema de amos y criados, Jesús nos dice que lo nuestro es hacer la voluntad del Señor, lo mejor que podamos. Pero eso no nos da pie para exigir. “Vosotros, cuando hayáis hecho lo mandado, decid: “somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. O sea, que la fe nunca puede ser una palanca para mover a Dios y traerlo a nuestro terreno. De eso, nada.
La fe no es una clave secreta para comprender, sino para confiar, para fiarse de, para esperar, a veces contra toda esperanza. La fe no exime del esfuerzo ni de la lucha. No nos lleva en volandas para que nuestro pie no se lastime con las piedras. Por eso, cuando los apóstoles piden: “auméntanos la fe”, no se puede estar refiriendo sólo a esta pobre fe nuestra, tan mezclada a veces de magia, de superstición, de ventajismo milagrero. “Si tuvieras fe como un granito de mostaza…” No se trata de tener mucha fe, sino buena. Como la tuvo Él, Jesús: que, con ser mucha y buena, jamás la empleó en conseguir del Padre Dios un solo milagro en su provecho.
Ojalá que entendamos hoy el mensaje de Jesús: el hacer bien las cosas no es para nosotros una fuente de méritos, sino sencillamente el cumplimiento de una obligación. Que la fe nos llega por una puerta diferente, llamada “gracia”: es pura bondad, pura misericordia del Padre.

¡Feliz Domingo!