Evangelio 2° Domingo de Adviento

Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,1-6):

En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».

Palabra del Señor

SI SUPIERA PREPARAR LOS CAMINOS

¡Si yo supiera preparar el camino al Señor…pues ya habría llegado! Estaría mucho más presente entre nosotros y en mí mismo. Si yo supiera, y si supiéramos juntos. Poco puede hacer un solo «ingeniero» de caminos. Pero en lo que a mí me toca, tantas veces lo he intentado… que a veces no sé si merece la pena volver a proponérmelo.

Cuando me quedo en silencio, a solas conmigo, siento que añoro al Señor, y encuentro en mi interior ánimos y desánimos:

– Ánimos, porque son evidente las ganas que tengo de encontrarme con el Señor.

– Desánimos, porque no acabo nunca de conseguirlo, por más que lo intento cada nuevo Adviento.

¿Tan difícil es preparar el camino al Señor?

Anoche, al tomar el Evangelio de este domingo, volví a leer muy despacio: Una voz grita en el desierto… «Desierto». Pues sí, cuántas veces siento mi corazón como un inmenso desierto, sin vida, sin caminos!

Preparadle el camino al Señor. «Preparar». Sí, creo que estoy dispuesto, porque mi corazón se siente tocado y se acelera como si quisiera ponerse inmediatamente a la tarea.

Allanad sus senderos… «Allanar». Cierto, mis senderos no son llanos, lo sé. Abundan los altibajos. Cuesta avanzar bien por ellos. Cuando no presto suficiente atención y cuidado… me voy dando tropezones. ¡Y cuánto estorbo en mis senderos! Algunos por culpa mía. Pero a veces me los pusieron otros… Seguramente si pusiera un poco más de atención y cuidado, no tropezaría tanto, ni me enredaría, ni me desviaría… ¿Es posible allanar los senderos, Señor? ¿Lo intento de nuevo? Si me ayudas tú, Señor…

Después de un rato de silencio me encontré de nuevo leyendo: que los valles se levanten y los montes se abajen… Me detuve un poco asombrado: ¡Que los valles se levanten…! ¿Se puede levantar un valle? Si se levanta, ¿deja de ser valle? ¿Tiene algo de malo ser valle? Que el monte y las colinas se abajen… Pero si el monte se abaja, ¿no deja de ser monte?

¿Por qué el Bautista gritaba estas cosas tan raras y difíciles?

Ciertamente lo que Juan pretende de nosotros implica una dura y gran transformación, no se trata de un simple cambio, un retoque, un apaño… Abajar un monte y elevar un valle son auténticas «obras de ingeniería».

Es cierto que en mi vida hay montes y valles. ¿Cuál será ese valle, ese monte que hay que transformar? Desde los terrenos bajos y hundidos no se ve apenas. Hay escaso horizonte. Debe ser que hay «cosas» que me ciegan, me limitan, me acostumbran, proyectos demasiado cortos y cómodos, para ir tirando…Ideas, prejuicios, costumbres, miedos, cansancios… Cuántas cosas me impiden ver con claridad lo que tú quieres, Señor, y me acabo quedando «a ras de suelo». Otras, en cambio, me da por subirme a lo alto de mi monte, sin poner los pies en la tierra, aislado, lejos de todo y de todos, a mi aire, «a lo mío», como en una nube…

Muéstrame, Señor, mis montes y colinas, quédate cerca y ayúdame a mirarlos como tú los ves: esperando una transformación.

Continué con mi lectura orante: Que los caminos torcidos se enderecen. Los «caminos». Tienen siempre algo de reto y de misterio. ¿Adónde acabarán llevándote? ¡Existen tantos caminos! A veces creo que sé el camino, que lo conozco. Pero no siempre estoy seguro de estar caminando bien. Como repetía un gran amigo claretiano «corres mucho, pero fuera de camino». (Creo que la frase es de San Agustín). No todos los caminos te llevan a donde debes ir. Y algunos te alejan muchísimo. O no tienen salida, o te agotan tanto, que pierdes las ganas de seguir.

Recuerdo, Señor, que nos dijiste que «mis caminos no son vuestros caminos». Los tuyos siempre llegan, porque vas al frente, porque los has recorrido primero. Pero para enderezar caminos, tengo que darme cuenta de que no voy bien orientado ¡Con lo que me gusta tener razón y aparentar que lo tengo todo muy claro…! Pues me falta no poca humildad para aprender de otros, preguntar, dejar que me acompañen…

Cuando ya estaba terminando, leo todavía que el Bautista sigue diciendo: que lo escabroso se iguale… Lo escabroso es incómodo, estremece, asusta, dificulta… Puede que haya en mí algo escabroso, desagradable, algo que aleje, que moleste… Y puede que no me dé cuenta, aunque otros lo vean muy claro. Yo no lo sé, y ¡no sé si quiero saberlo! Pero conviene saberlo, aunque duela. Porque a nadie le gusta que le rechacen, resulta incómodo, que otros te vean confundido y tú no te enteres… Siempre resulta más fácil ver lo escabroso en los demás que en uno mismo. Que lo escabroso se iguale: Ser más agradable, amable, suave, coherente, crear puentes, quitar estorbos, acoger, escuchar, atender… Lo que me aleja de los demás… me aleja también de Ti.

¡El Evangelio de hoy se me hace tan difícil!

Pero me llenan de esperanza las últimas palabras: «Todos verán la salvación de Dios». Y lo que nos ha dicho San Pablo: «el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús».

Tú eres el Camino. Ayúdame a corregir mis caminos torcidos y retorcidos. Ya que si tú eres mi Camino no tengo que preparar nada, sino caminar cada día contigo. Sólo buscarte a ti, escuchar tu voz y seguir tus pasos…

Pues manos a la obra. Entre los dos, Señor, que yo solo no puedo. Y de nuevo este Adviento ¡estoy dispuesto a intentarlo!

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